lunes, 29 de marzo de 2010

STANISLAVSKI, EL TUBA...Y LA CONSTITUCION ARGENTINA


El llamado “Método” de Constantin Stanislavski (1863 – 1938) no es más (ni menos) que el compendio de sus arduas búsquedas en pos de la verdad en el arte de la interpretación. Con ese objetivo en mente, pareciera no haber tenido reparos en apelar a la psicología (todavía en pañales en su tiempo) para ofrecer al actor herramientas (peligrosamente provistas por su propio cuerpo y mente), para construir personajes apegados a la realidad social, sin el apoyo de los gastados manierismos de los divos del pasado.
La difícil técnica introspectiva que ensayó Stanislavski debía permitir al actor repetir una y otra vez su actuación en el escenario sin tener que confiar en la inspiración del momento.
En realidad, lo que al parecer buscaba Stanislavski era armar una suerte de manual de ayuda (como el que en la actualidad nos permite usar el botón de “herramientas” de un soft de computación), que le diese al actor “soluciones al instante” cuando la motivación del texto fallase.
Algunas de sus propuestas, por desgracia, han sido llevadas al extremo, como el sometimiento a los que se inician en cursos de actuación a interminables sesiones de relajación. Es común que me comenten, aun hoy, jóvenes aprendices de escuelas de teatro: “Hace tres meses que me tienen tirado en el piso con los ojos cerrados, para que recorra mentalmente mi cuerpo tratando de relajar mis músculos…pero aun no le vi la cara al profesor”.
Así ocurre con todas las teorías: el traspaso a la práctica suele sufrir ciertas distorsiones.
En 1977 ingresó al TUBA una señorita, ya licenciada en filosofía en la UBA, que se interesó por profundizar el análisis de los textos de Stanislavski para basar en ellos su tesis doctoral, que abordaría el tema de “La construcción del personaje”.
Acostumbrada a bucear en la impresionante biblioteca de su fallecido padre (un afamado abogado penalista), la muchacha en cuestión apeló a la compra de cuanto libro de Stanislavski se pudiera obtener por aquel entonces en Buenos Aires.
El fervor por desentrañar aquellos tratados (en especial “Un actor se prepara”, de 1936) generó una suerte de fiebre colectiva en el TUBA. Todos querían poner en práctica “el Método”, sin saber que este modesto director de escena se lo venía entregando, en términos prácticos, en cada ensayo.
De hecho, los libros comprados con mucho sacrificio por nuestra futura doctora en filosofía, no daban abasto para la curiosidad de todos y fue entonces que le pedí ayuda a la jefa administrativa de la Dirección de Cultura, a fin de que algunas de las ociosas empleadas colaborase tipeando (todavía se usaban las Olivetti) los apuntes que seleccionaban los temas claves de aquella bibliografía (tales como “El sí mágico”, “Las circunstancias dadas” o “El empleo de la memoria emocional”).
Aquella venerable jefa administrativa puso a las seis o siete empleadas de la Dirección a copiar el día entero los libros de Stanislavski. “Por fin tienen algo para hacer, en lugar de estar chismorreando y comiendo galletitas”, exclamaba eufórica la señora P.
Sin embargo, al por entonces Director de Cultura interino (al titular lo habían borrado del mapa hacía poco), no le cayó nada bien eso de que “su” personal estuviese íntegramente abocado a trabajar para el antipático y molesto TUBA y terminó dando orden a la jefa administrativa de que suspendiese las tareas de copiado.
“Prefiero que estén sin hacer nada o que se pongan a copiar la Constitución en lugar de los libros del ruso ese”, parece ser que dijo.
Qué gesto de coraje cívico el de aquel interino Director de Cultura…! Vivíamos en medio de una dictadura, pero con tal que al TUBA no se le diese una mano, él prefería que sus empleadas copiasen la Constitución…
Por supuesto, los apuntes se siguieron copiando en las casas de los integrantes que tenían máquina de escribir y Stanislavski siguió orientando los derroteros actorales de las huestes del TUBA, provocando no pocas controversias como las que todavía se suscitan en todo centro dramático que se precie de tal.

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