domingo, 30 de noviembre de 2014

UN LLAMADO DE OTRO MUNDO EN EL DIA DEL CUMPLEAÑOS DEL TUBA

Domingo 30 de noviembre de 2014, 11:00 de la mañana. Suena el teléfono en mi casa de Mar del Plata. No tengo ganas de atender porque estoy por almorzar. Vivo solo pero como digo siempre: "en "mi" geriátrico me dan de comer temprano". Es una polenta instantánea que acabo de prepararme. Finalmente atiendo. Una voz cercana me pregunta: "¿El señor Ariel Quiroga...?". Dudo en contestar, hasta que termino aceptando que soy yo el que atiende. "Soy Eduardo -escucho del otro lado de la línea-, un amigo tuyo de hace muchos años...". "¿Eduardo qué...?", pregunto. "Eduardo Pacetti, el iluminador de Los Pies Descalzos", escucho casi como si oyera un llamado del otro mundo. La vetusta computadora de mi cerebro apenas alcanza a rememorar. "Los Pies Descalzos... las Carpas Municipales... Años 1957 - 1959...". Eduardo Pacetti me comenta que vive en Mar del Plata y que hace tiempo que trata de ubicarme. Cuando yo ingresé al elenco Los Pies Descalzos y conocí a mi maestro: Francisco "Paco" Silva, tenía apenas 17 años. El arquitecto Linares, de la Municipalidad, inauguró carpas que eran apenas unos endebles tinglados (sin baños, como tampoco los había en el TUBA), en distintos lugares de la Ciudad de Buenos Aires. Al elenco Los Pies Descalzos, que dirigía el talentoso (aunque arbitrario) Francisco Silva, se le adjudicó primero la carpa de Plaza Irlanda y al año siguiente la de Cabildo y Juramento, justo al lado de una feria. En esas carpas hicimos "Cecilia o La escuela de los padres", de Jean Anouilh; "Las cuatro verdades", de Marcel Aymé; unas cuantas obras para niños y en 1959 tuvo lugar en la de Cabildo y Juramento el histórico estreno de "Narcisa Garay, mujer para llorar", de Juan Carlos Ghiano. No creo haber reparado por entonces en quien era el iluminador de aquellos espectáculos, pero él, Eduardo Pacetti, sí se acuerda todavía de mi Plomero Viramblin de "Las cuatro verdades", que se terminaba tirando al vacío desde una ventana cuando descubría que su mujer lo engañaba con un vigilante. Aquí, entre mis manos, está al programa original de "Narcisa Garay", dedicado por Juan Carlos Ghiano con palabras que hoy me suenan sumamente conmovedoras: "Para Ariel Quiroga, que tiene la lúcida pasión del teatro, con la amistad añosa y la admiración de Juan Carlos Ghiano". Hilda Suárez, Dora Ferreiro, Laura Saniez, Ovidio Fuentes y Eduardo Nóbile integraban el numeroso elenco; Luis Diego Pedreira es el escenógrafo; Nydia Dimitriadis la vestuarista; Horacio Malvicino el autor de la música original; yo, Ariel Quiroga, el asistente del director Francisco Silva... y Eduardo Pacetti el iluminador... Han transcurrido desde entonces 55 años... y Eduardo Pacetti me llama hoy para tratar de vernos, porque sabe que vivo en Mar del Plata, al igual que él. No recuerdo que hayamos sido amigos; ni siquiera haber intercambiado con él más que unas pocas palabras. Sin embargo...alguna vez debo haber dejado alguna huella, algún rastro de mis entusiasmos, mis frustraciones, mis búsquedas, mis hallazgos o mi consabidas tribulaciones, como para que un Eduardo Pacetti, a tantos años de distancia, me recuerde y trate de encontrarme. Yo tengo 74; él ahora tiene 76. Dos veteranos de la vida y de quien sabe cuántas batallas... Mientrastanto, en Buenos Aires, la gente que impera hoy en la Universidad y en su Centro Cultural Ricardo Rojas, sigue empecinada en ignorar lo que fue mi "obra capital": la creación y sostenimiento de aquel Teatro Universitario de Repertorio, que tanta luz prodigó en tiempos de oscuridad absoluta y que hoy -justo hoy-, cumple 40 años de su primera representación, el 30 de noviembre de 1974. Y también en Buenos Aires se están por dar a conocer libros donde se cuestiona todavía si fui o no fui "cómplice de la dictadura militar". A Eduardo Pacetti, por lo visto, todo eso no le preocupa demasiado. Quiere encontrarse conmigo, para recordar viejos tiempos... ¿Será, acaso, que todo tiempo pasado fue mejor...?

A CUARENTA AÑOS DE LA PRIMERA REPRESENTACION DEL TUBA

Hoy, 30 de noviembre de 2014, se cumplen 40 años de la primera representación del que fuera, durante prácticamente una década (1974 – 1983), el “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”, un centro de drama que abarcó todas las disciplinas del drama representado y cuyo repertorio de más de cien producciones escénicas montadas con exhibición pública, con acceso Libre y Gratuito para el público en general, cubrió todas las corrientes estético- filosóficas de la dramática universal, desde Esquilo y Sófocles, pasando por los clásicos como Racine, Calderón, Moliere, Lope de Rueda o Shakespeare, hasta los más modernos, como Pirandello, Valle Inclán, Ibsen, Oscar Wilde, Anton Chéjov o el irlandés John Synge. Y por supuesto hubo un lugar preferencial en los repertorios del TUBA (como se lo conoció), para los autores rioplatenses, empezando por el paradigmático Armando Discépolo y siguiendo por Florencio Sánchez, Nemesio Trejo, Pedro E. Pico, Francisco Defilippis Novoa, Leopoldo Marechal, José González Castillo, Alberto Novión… hasta los contemporáneos Martha Lehmann, Alberto Wainer, Julio Cortázar, Victoria Ocampo, Roberto Cossa, Enrique Wernicke y el académico entrerriano Juan Carlos Ghiano, quien estrenó tres de sus tragicomedies en el escenario del TUBA, en 1980. No faltó lugar para dar cabida a una nueva dramática surgida de su propio seno, concretada en la lograda puesta durante todo el año 1982 de “El día que mataron a Batman”, una aguda crítica a ciertos sectores “privilegiados” de la sociedad, escrita por el entonces estudiante de derecho e integrante del TUBA Hugo Daniel Hadis. Hacen hoy 40 años que el escenario del viejo edificio universitario de la Av. Corrientes 2038 (sede actual del Centro Cultural Rojas), se iluminó con los sones de la Sinfonía Nro. 2, “Resurrección”, de Gustav Mahler, dando paso a la escenificación del diálogo de Platón llamado “FEDÓN, o DEL ALMA”, en base a un texto elaborado por profesores de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, treinta y dos años antes. Fue el inicio de una vorágine de actividades que no tendrían resuello durante los siguientes nueve años, a lo largo de los cuales cientos de jóvenes alumnos de carreras científicas y humanísticas, docentes, no docentes, graduados y hasta actores profesionales con mentalidad amateur, poblaron los talleres artesanales de un auténtico TEATRO DE REPERTORIO, a la usanza de lo que en las universidades del resto del mundo, desde los albores del Humanismo, se conoce como TEATRO EXPERIMENTAL UNIVERSITARIO, pero que en la República Argentina (concretamente en la ciudad de Buenos Aires, urbe multifacética si las hay), se ha hecho escasamente antes de la aparición del TUBA y que después de su cierre (obligado cierre por acumulación de circunstancias demoledoramente negativas, provenientes de la propia Universidad), no se intentó seguir haciendo, incomprensiblemente, hasta el día de hoy. Al TUBA le tocó nacer, vivir y sobrevivir a duras penas en una época de terrorismo subversivo y terrorismo estatal sin precedentes. Atacadas su precaria estructura funcional y sus sacrificadas y heroicas huestes a diario por amenazas, prohibiciones, calumnias y concretas manifestaciones de odio racial, al impedírsele una gira de 15 días a la ciudad de Mar del Plata y en medio de los preparativos de una proyectada por cuenta propia gira latinoamericana, a mediados de 1983 su director-fundador (o sea yo, Ariel Quiroga) y todos sus integrantes renunciamos en masa, desmantelamos todo cuanto habíamos construído con nuestras propias manos (decorados, vestuarios, infinidad de elementos de utilería, luces, etc.) y nos fuimos con la esperanza de que al sobrevenir la anhelada Democracia, a fines de ese mismo año 1983, una Universidad saneada de toda esa caterba de facciosos que la habían desnaturalizado en su esencia humanística, nos convocaría para seguir con la historia del TUBA, ya libres de acechanzas y vejámenes. Porque nueve años de una historia, tan fecunda como lo fue la de ese “Teatro de la Universidad de Buenos Aires” que se inció hacen hoy 40 años, eran más que suficientes como para que esa historia continuase, aunque nunca se la hubiese oficializado en papeles de escritorio. Lo dije en mis palabras finales al público de la última función, el 5 de junio de 1983: “Habrá en el futuro un lugar para nosotros donde la sinrazón no halle cabida” Pero no fue así. Un año más tarde de la “desaparición” del TUBA (un matutino había titulado en una extensa nota a toda página: “DESAPARECE EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD”), las autoridades académicas de la flamante Democracia decidieron remodelar y ampliar el viejo edificio de Corrientes 2038 y poner en funcionamiento allí un Centro Cultural (lo mismo que el TUBA había intentado concretar), bajo la denominación de “Centro Cultural Rector Ricardo Rojas”. “El Rojas”, denominación que se ha hecho tan popular como lo fue la de “El TUBA” en su tiempo, lleva 30 años desarrollando una enorme actividad de cursos, folklore, música, danza, exposiciones fotográficas, mesas redondas, ponencias… y también teatro. Cuenta con un Departamento de Teatro como el que tenia la Dirección de Cultura de la que no tuvo más remedio que depender el TUBA, pero ese Departamento de Teatro del Rojas, en los 30 años que viene funcionando como tal, jamás propició la restitución a la vida activa de un Centro de Drama orgánico, como lo fue aquel “Teatro de la Universidad de Buenos Aires” que hicimos entre 1974 y 1983. Necesito decirlo porque lo sé con certeza: Dentro del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, las distintas gestiones directivas que se han sucedido a partir de su creación en 1984 y hasta el día de hoy, han negado sistemáticamente la existencia previa, en ese mismo solar de la Av. Corrientes 2038 de la ciudad de Buenos Aires, de un “Teatro de la Universidad”. ¿No se preguntó nunca nadie dentro del Rojas porqué se había instalado el Rojas precisamente en ese vetusto edificio…? ¿De qué plato volador bajaron los que conformaron la estructura del Rojas en sus comienzos, que no sabían que allí había funcionado un Teatro de Repertorio durante casi una década…? Las escasas veces (no más de tres) en que logré entrevistarme con alguna autoridad del Rojas, hace ya muchos años, con la intención de aportar iniciativas para que el TUBA volviese a existir, fui atendido a desgano, a las apuradas o sencillamente con agresividad y desprecio. Un encargado del Rojas, ya fallecido, cuando le quise dejar programas y fotografías de lo hecho en el TUBA, me dijo con aspereza: “Llévese todo eso; lo que usted hizo aquí antes, a nosotros ahora no nos interesa”. ¿Y que había hecho yo antes, allí…?: Teatro. Teatro durante nueve años seguidos, sin parar un solo día, invierno y verano. La concreción de 1.163 representaciones, con la sala siempre atestada de público, que podia acceder GRATUITAMENTE al conocimiento de obras y autores tan poco frecuentados (o nunca antes mostrados en ninguna cartelera de Buenos Aires), como “La grulla crepuscular”, de Junji Kinoshita, o “Mozart y Salieri”, de Pushkin, o “La novela del contrabajo”, de Chéjov, o “Escenas de la vida bohemia”, de Mürger o “Los cautivos”, de Plauto o “El atolondrado o Los contratiempos”, de Moliere o “La sombra del valle”, de Synge o “Los reyes”, de Julio Cortázar, o “El grabador”, de Enrique Wernicke o “Los testigos”, de Juan Carlos Ghiano o “Por siempre alegre”, de Roberto Cossa o “Las coéforas”, de Esquilo… Teatro y más teatro, entre ruinas (porque el edificio de Corrientes 2038 era una ruina, atestada de ratas, en la época del TUBA), vigilado y perseguido por espías a sueldo, con tableros de luz instalados precariamente, sin apoyo presupuestario de ninguna naturaleza, pero con la compañía invalorable de los jóvenes estudiantes de la Universidad, de todas las carreras, que se inscribían cada año, en una renovación constante de voluntades, sin saber que dentro de ese teatro al que ingresaban con la idea de ser, quizás, “artistas”… iban a tener que ser antes que nada obreros, con la enorme dignidad que significa ser “Obrero del Teatro”, como lo fuimos todos cuantos formamos parte durante nuestras juventudes de aquel movimiento de lucha, de desafío y de prepotencia de trabajo que fue el movimiento de teatros independientes en Buenos Aires. Nadie que intentara hoy aproximarse, con afán investigativo, a averiguar cómo era el TUBA por dentro, aun con las referencias más fehacientes, podría llegar a entender cómo llegó a funcionar, dentro de la Universidad, un centro de drama que prácticamente se manejó en forma autónoma, en forma aislada y autosuficiente, obligadamente autosuficiente por las circunstancias anómalas que lo rodeaban. Internamente, el TUBA se consolidó como una comunidad cerrada, como lo fue en su tiempo Nuevo Teatro, el señero grupo liderado por Alejandra Boero y Pedro Asquini y en el cual milité por espacio de cinco años, entre 1965 y 1969. La solidaridad entre sus integrantes estuvo siempre a la orden del día y el espíritu de compañerismo aun en los pocos momentos de discordia, emanada del afán de dividirnos que supo estar orquestado desde afuera, desde la propia “dirección de cultura” de la que el TUBA estaba obligado a depender, privó siempre, como una inabdicable cuestión de principios. El TUBA fue un remanso, un islote de paz en un continente en guerra, como lo fue la Argentina de su época y si hubo quienes se enojaron y se marcharon dando un portazo, los recuerdo a todos con el mismo cariño porque, parafraseando el título de una obra de Anthur Miller: “todos fueron mis hijos”. El TUBA, el “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”, el que existió entre mediados de 1974 y casi fines de 1983, el que hoy está cumpliendo 40 años de su primera representación, debió haber sido un ejemplo para toda actividad escénica que se hiciese a partir de él en una Universidad y su Legado tendría que haber seguido vigente para todo centro de exploración del drama representado que se crease en el futuro. Sin embargo, su existencia fue premeditadamente sepultada en el olvido. En tiempos de Democracia en la Argentina y en un contexto de afán conjunto de todas las fuerzas cívicas de la República por recuperar la Memoria de los hechos horrendos que ensombrecieron el pasado, no hubo la más minima intención de recuperar la Memoria de un colectivo de voluntades jóvenes, comprometidas con el afán por mejorar las cosas y hacer del altruísmo una bandera de combate, como lo fueron las casi 1.600 voluntades jóvenes de aquellos oficiantes del TUBA, que con el mismo Entusiasmo empeñaban la espada de utilería para representar a un caballero andante en una obra clásica, que la escoba y la pala para barrer el escenario y la sala donde llevaban a cabo su faena divulgadora y también limpiar los baños para uso del público (que ellos no tenían a mano, una vez ingresados al espacio escénico, durante las funciones) o treparse a claraboyas a quince metros de altura, para reparar con brea las goteras, para que los espectadores no se mojasen cuando llovía, en la sala improvisada en el gimnasio del ultimo piso de Corrientes 2038. Ese Legado de los jóvenes del TUBA, que nadie quiso atender una vez recuperada la Democracia (tal vez porque era y es aun hoy demasiado molesto, por simple comparación con lo que se ha venido haciendo en material de teatro en la Universidad, después del TUBA), es el que creo que está inapelablemente plasmado en este video de nueve minutos, que circula por la web y que debe estar ya antes en las multiples páginas de este Blog. Este video del Legado de lo que fue el TUBA es, quizá, el único y mayor homenaje que se me ocurre para celebrar los 40 años de aquella primera representación, la del 30 de noviembre de 1974. Lo confeccioné ya anciano, viviendo aquí, en mi soñada Mar del Plata, con referencias a mi vida de hombre de teatro que abandonó de buen grado la “escena profesional”, para dedicarse a formar conciencias de “Mujeres y Hombres de Teatro” en el páramo que era el área de extensión cultural en la abúlica pero tendenciosa “dirección de cultura” de la UBA, en 1974. Fueron nueve años en los que enseñé aprendiendo, porque mis enseñanzas de los diversos quehaceres que se aglutinan entre las paredes, siempre cargadas de misterios, de un espacio escénico, fueron retribuídas por mis decenas, cientos de discípulos venidos de los claustros de aprendizaje de las leyes, la medicina, las ciencias económicas o la filosofía, con el traspaso vía ósmosis de su savia de vitalidad rejuvenecedora, su apetito por la Verdad y su infatigable derroche de arremetedora energía. Yo no era un “profesor de teatro”, era –como me definió alguna vez el inefable Cátulo Castillo, “un iluso transitador de los escenarios”, y ese haber transitado por tantas obras y tantos tablados y tanta mugre, sudor y miedos, como se da en esa aventura de cada noche que es “el salir al ruedo” frente a las candilejas, es lo que me interesó inculcar a aquellos improvisados teatristas, que con su alegría desmesurada, su cantar desvergonzado y su rechazo al exitismo fácil, hicieron del TUBA un lugar de convocatoria al que los represores de la dictadura cívico-militar imperante no lograron aplastar con sus necios designios aniquiladores. Porque al TUBA no nos lo cerraron ellos; lo cerramos nosotros, con la misma firmeza en la decision que nos había motivado a abrirlo, nueve años antes. El nombre TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES (que luego nos fue modificado por el de “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”, por imposición de la propia Universidad), se lo pusimos nosotros y nosotros fuimos quienes, sin tenerlo registrado en ninguna parte, inconscientemente se lo quitamos. Prueba de ello es que en estos 31 años que han transcurrido desde el cierre del TUBA, todavía nadie que haya venido hacienda teatro dentro del Rojas, se atrevió a usarlo. ¿Habrá sido por miedo a no poder emularnos, por verguenza a no ser capaces –teniendo la enorme ventaja que significa gozar de una plenísima Democracia-, de ser tan “corajudos” como lo fuimos nosotros… o –en el mejor de los casos, querría suponerlo-, por respeto al recuerdo de aquella epopeya, tan signada por el triunfo del espíritu, pero también por la injusta derrota, como lo fue la del grupo “La Barraca”, de Federico García Lorca, en la oscurantista España que precedió a la oscurantista Argentina en la que le tocó vivir y morir al TUBA. Aunque parezca inverosímil, logré filmar muchas horas de los espectáculos del TUBA con una cámara de Super-8, pero esas filmaciones se fueron autodestruyendo con el paso del tiempo y la obra de la humedad. Lo que sí se conservaron fueron los miles de fotografías, que forman parte de este Blog y son una demostración irrecusable de los logros artísticos de ese Teatro, tan carente de apoyos y de subsidios. “La noche de San Juan”, de Henrik Ibsen, una tenue comedia sobre las nostalgias de los primeros amores juveniles, fue durante la temporada de 1982 una de nuestras producciones de las que se conservan mayor número de fotografías, que hace algunos años aglutiné en un video, que inserto a continuación como rúbrica de tantos conceptos reiteradamente vertidos (aunque al parecer muy poco escuchados) sobre la atmósfera de realismo y a la vez de magia con que buscamos imbuir a cada uno de los más de cien montajes escénicos que el TUBA logró concretar, intentando no solo iluminar sino también embellecer, en años de tanta oscuridad, las conciencias de nuestros fieles espectadores. Constantin Stanislavsky, el gran Maestro ruso, buscó precisamente eso a lo largo de su brega por perfeccionar el arte teatral: “Reflejar las contingencias de la vida humana con Verdad y también con Belleza”:

jueves, 27 de noviembre de 2014

LO QUE "NO" REVELARA EL LIBRO DE MARIANO UGARTE SOBRE EL TUBA

En el capítulo de este Blog del dia martes 18 de octubre de 2011, con el título “MARIANO UGARTE: LO QUE REVELARA SU LIBRO SOBRE EL TUBA”, narro mi encuentro con un joven estudiante de la carrera de periodismo, Mariano Ugarte, que prácticamente no había nacido cuando el TUBA se cerró, en junio de 1983 y cómo de ese y otros muchos encuentros surgió en él la idea de escribir un ensayo sobre la Historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (1974 – 1983), que es la que en forma no cronológica yo he venido narrando en este Blog a partir de febrero de 2010. El arduo trabajo de Mariano Ugarte, al cual aporté toda la documentación que yo conservaba de esa historia a comienzos de la década del 2000, verá finalmente la luz el próximo 3 de diciembre, en el Centro Cultural de la Cooperación, en pleno centro de Buenos Aires. Me han invitado a asistir al acto de presentación del libro y tuve toda la intención de hacerlo, pese a mi “acostumbramiento” a esta vida serena y solitaria en Mar del Plata, mediando ya mis 74 años. Sin embargo, hoy he decidido no viajar, a pesar de tener ya los pasajes de ida y vuelta para el próximo miércoles. Una lectura febril del libro que me fue acercado vía correo electrónico ayer, me ha dejado un tanto (o más bien, bastante) desilusionado de lo que yo hubiese querido que fuse un testimonio, finalmente puesto en letras de molde y editado, de esa PORTENTOSA EPOPEYA, que fue erigir un Teatro de Repertorio dentro de una Universidad, con una producción que iguala o supera la de otros teatros oficiales de la Argentina, en una época de terror y muerte en nuestro país, pero con la enorme diferencia de que en ese Teatro de Repertorio de la Universidad de Buenos Aires no hubo actores ni técnicos profesionales, sino que, por el contrario, sus talleres actorales y escenotécnicos fueron poblados, durante la friolera de nueve años en continuidad, por cientos (unos 1.600 en realidad) de jóvenes estudiantes de todas las disciplinas curriculares, de las ciencias y las humanidades, puestos a oficiar de comediantes, fabricantes de escenografías, iluminadores, tramoyistas y limpiadores de sala, a la manera de los oficiantes obreros de aquellos legendarios teatros independientes, que sacaron a la escena de Buenos Aires, durante décadas, de la asfixia de la burda escena comercial, enquistada en el mercantilismo. El trabajo de Ugarte me erige (a mi entender, erróneamente) en casi absoluto protagonista (mi nombre figura cientos de veces en el trabajo), se detiene en nimiedades de mi vida privada y constantemente hace hincapié en mi relación de trabajo de 46 años en la Fuerza Aérea Argentina, como si ese (mi único trabajo rentado, porque en el teatro fui siempre un amateur), hubiese sido un descrédito inhabilitante a la hora de acercarme a la Universidad para proponer y llevar adelante la creación de un Teatro Universitario de Repertorio. Haber trabajado de oficinista 46 años en la misma repartición (la Obra Social), de la Fuerza Aérea Argentina es hoy (y lo fue siempre) para mi, un motivo de orgullo y no me averguenza en lo más mínimo haber pertenecido a esa Institución, cuyos jóvenes aviadores dieron muestras de ejemplar coraje y merecieron elogio de todo el mundo por su participación en el Conflicto Bélico del Atlántico Sur, en 1982, por la recuperación de nuestras (legítimamente Nuestras) Islas Malvinas. Ugarte deja en claro, tímidamente, que no formé alianzas ni contubernios con los facciosos de ultraderecha que coparon la Universidad en 1974, justo el año en que yo me acerqué a proponer la creación del TUBA, pero se dedica meticulosamente a dejar interrogantes en suspenso, como si en el fondo quisiera demostrar que no fui tan “inocente” como los hechos revelarían, a la hora de mostrarme enfrentado a los esbirros de un gobierno de facto, torturador y genocida. Lo que a mi me toca de ganancia o de pérdida en el abundoso trabajo de Ugarte sobre mí mismo (llega a contar mis años de escuela primaria y mis fracasos en la secundaria), no me afectaría en lo más mínimo. A esta altura de la vida (74 años y medio), estoy en condiciones de desnudarme y que me desnuden, por fuera y por dentro, sin verguenzas ni arrepentimientos. Lo que realmente me abruma, me genera rechazo y hasta indignación, es la omisión que Ugarte hace del esfuerzo “ciclópeo” de todos esos cientos de jóvenes, que durante años robaron horas al descanso y hasta arriesgaron sus vidas, por sostener inclaudicablemente un teatro de alcance masivo y popular, en el que se recitaba a Terencio, a Esquilo, a Lope de Rueda, a Valle Inclán, a Discépolo, a Florencio Sánchez o a Moliere con una actitud de desafiante entrega, sin desfallecimientos, que estos chicos de hoy, movidos por el afán de aparecer en “realitis” o novelas televisivas por el sólo interés de la fama y el dinero, serían incapaces de brindar, pese a vivir en tiempos de definitiva Democracia y no como los del TUBA, permanentemente amenazados por la demencia represiva de una dictadura feroz. Ugarte menciona las obras, la enorme cantidad de obras que integraron el repertorio del TUBA, como si hacerlas hubiera sido cuestión de “moco de pavo”. En tal año hicieron esto y aquello; al año siguiente hicieron tal otra cosa… ¿Se puso a pensar Mariano Ugarte en todo este tiempo en que su libro esperó para ser editado, lo que significó sacar un teatro de la nada, con toda una muchachada que se iba acercando a sus clases y jornadas de ensayo sin tener la menor idea de lo que es VIVIR dentro de un teatro que funciona todos los días del año sin respiro ni atenuantes...? Porque los jóvenes acuden entusiasmados a lo que se suele llamar "clases de teatro" o "escuelas de actuación", donde se pasan las horas haciendo improvisaciones o relajación en el piso, pero en un TEATRO DE VERDAD hay que "laburar", hay que convivir con la mugre, con la transpiración, con los interminables ensayos generales, con las horas previas a los estrenos, que son siempre acuciantes, con las ganas de vomitar o de ir al baño justo al momento de levantarse el telón, y encima en el escenario del TUBA en Corrientes 2038 no había salida a baños y había que hacer lo que se necesitase hacer dentro de una lata, que iba pasando de mano en mano, igual para las chicas que para los muchachos... Ugarte no intenta (con todo el material que yo le brindé a su entera disposición…!!!), relatar cuánto había que ensayar, estudiar, martillar, serruchar maderas, pintar lienzos, instalar telones y juegos de luces, buscar telas viejas, remendarlas, coser esas telas para que pareciesen trajes de época, armar bandas sonoras, barrer la sala, limpiar los baños que utilizaría el público, salir a volantear para enterar al futuro público, supercar enfermedades, superar exámenes de las carreras de cada uno, hacer traslados de decorados por la calle para armar funciones en las facultades, en una palabra: trabajar, trabajar, trabajar, sufrir, soñar, vibrar, estremecerse, llorar con el fracaso y llorar también con el estímulo del aplauso exultante del público y volver a empezar, una y otra vez, durante un año tras otro durante nueve seguidos, para que el Teatro de la UBA estuviese en pie, sin recesos de vacaciones, funcionando invierno y verano, como una verdadera “máquina de hacer espectáculos”, que llegaban a cientos de miles de espectadores por año y que, siempre a pulmón, se llevaban a bibliotecas, centros culturales, parroquias, cuarteles de bomberos y hasta almacenes de ramos generals del conurbano y del interior. Mariano Ugarte ha hecho un arduo trabajo de investigación sobre las circunstancias políticas que rodearon la existencia de nueve años del TUBA, pero no ha buscado (no ha querido o no lo ha considerado valioso), profundizar en el ALMA DEL TUBA, en las conciencias de esos cientos, miles de jóvenes que vivieron, sin proponérselo, la vida interna de un Teatro de Repertorio, como lo deben haber vivido aquellos juglares de la comedia del arte, los que acampaban en las caballerizas de los establos o los que, a cuestas de un desvencijado carromato, recorrieron los caminos polvorientos de la España franquista, en la recordable “Barraca” de Federico Garcia Lorca. ¡Qué casualidad….! Ugarte no menciona a “La Barraca”, de García Lorca, como un antecedente cercano, humanamente cercano a la identidad fisonómica de la epopeya del TUBA. Como nada de toda esa pasion, ese idealismo, esa lucha, ese desinterés, esa templanza, ese coraje, ese sufrimiento, esa enaltecedora nobleza de los jóvenes del TUBA está reflejado en las páginas, demasiado objetivamente frías, del libro de Mariano Ugarte, no voy a viajar a Buenos Aires para asistir a su presentación. El testimonio para los jóvenes teatristas o no teatristas de hoy y para los de mañana sobre lo que fue aquel Teatro de la Universidad de Buenos Aires que existió entre mediados de 1974 y mediados de 1983 está en las páginas de este Blog, en sus decenas de capítulos de texto, en sus documentos probatorios, en sus crónicas de ensayos, viajes y montajes; en sus videos, sus cientos de fotografías y en los registros sonoros que dan cuenta elocuente de lo que fue el TUBA, más allá de los datos sociopolíticos de quienes, en puestos de funcionarios, de vigilantes o represores, deambulaban por los vericuetos de la Universidad de Buenos Aires en esos años, sencillamente porque el TUBA no los tuvo en cuenta, los ignoró o en muchos casos se burló de ellos, a través de los mensajes subliminales que escondían, a la vista y la captación del público, las obras de todas las épocas que se representaban, como cuando en “Las coéforas”, de Esquilo, vociferábamos con toda la resistencia de nuestras gargantas: “Y QUE MUERAN HOY LOS QUE AYER MATARON…!!!” o “LA MUERTE ES LA UNICA LEY PARA JUZGAR A LOS TIRANOS…!!!”.