A punto de iniciarse la temporada del año 1983 (que sería la última en la vida del TUBA), se me ocurrió reseñar algunas cosas, que quizá sirvan (a pesar de lo remoto de su escritura), para que alguien, algún día, en alguna parte, tenga la buena disposición de reconstruir la historia del Teatro Universitario de Buenos Aires y rendirle (al menos) un mínimo tributo de recordación, incorporando esa historia al archivo documentado de la Universidad de Buenos Aires; algo que –por otra parte-, se hace en todas las universidades del mundo, cuyos archivos son verdaderos reservorios para la posteridad de cuanto trabajo de investigación o de concreción de alternativas académicas haya tenido lugar al abrigo de sus claustros.
He aquí el relato que escribí en los primeros meses de 1983:
“En qué lamentable estado se halla el teatro para iniciar la temporada...!
Los escombros por todas partes, los andamios, la tierra, los decorados viejos apilados por doquier... Los elementos que se llevaron a Chacabuco y que tendrían que haber vuelto en camión ayer por la mañana, aun no han llegado y son indispensables para terminar de armar la escenografía de la nueva versión de “Una tragedia florentina”, que se estrena el sábado.
Ayer, mientras un grupo hacía el “Oratorio de Pascua”, con Héctor Zeoli en Santo Domingo, vistiendo las túnicas de los frailes, otro grupo desmanteló toda la vieja telonería del frente del escenario, para convertir este año al proscenio en un ámbito más moderno, con el puente de luces y el cielorraso a la vista (algo que ya habíamos hecho para “Woyzeck”, en 1978).
Uno de los del grupo de los telones no habría de dormir ni una hora por tener que preparar un audiovisual para Arquitectura, sin embargo hoy, por la tarde, estuvo en la Dirección de Cultura, confeccionando el master para imprimir los volantes que se reparten por la calle (en Cultura no hay quien sepa hacerlo, por lo visto) y encima ha tenido que atajar el pedido de impresión del programa de los sainetes de Wernicke, porque parece ser que había salido de Cultura con garrafales errores y suprimiéndose alevosamente el texto explicativo (obra de la temible “jefa de prensa”, con toda seguridad).
A la tarde, a partir de las seis, me encargo personalmente de limpiar la pared del frente del edificio, que ha vuelto a estar hecha un enchastre, porque los ordenanzas de Corrientes 2038 no la cuidan y dejan que la gente que pasa escriba y garabatee sobre nuestros anuncios.
A partir de las veinte me dedico a ultimar detalles en el vestuario de “Una tragedia florentina”. Los que van llegando para el ensayo se dedican, antes que nada, a las tareas de limpieza de la sala y pasillos adyacentes. (Qué locura…!!!)
A todo esto, el pedido hecho el día anterior a la Jefa administrativa de Cultura, para que el ordenanza de Azcuénaga, que ha estado cobrando sus sueldos de enero, febrero y marzo sin hacer nada, vaya al teatro a ayudar con la limpieza para el estreno del sábado, ha creado dentro de la Dirección todo un conflicto de poderes.
El propio Director de Cultura ha objetado que yo le pida el ordenanza a la Jefa administrativa y que el ordenanza trabaje en el teatro en el horario de sus tareas (tareas...?) en Cultura.
Cómo explicar que se trata de una situación de emergencia, que la temporada empieza el sábado y que la limpieza no se pudo hacer durante el fin de semana pasado, como estaba previsto, porque los de Psicología cerraron el edificio desde el miércoles a la noche hasta el martes por la mañana, por el feriado de Pascua...?.
Además, no sabe el señor Director que el ordenanza se pasa las tardes sin hacer nada...? Nosotros hemos estado en Chacabuco el sábado y domingo; el domingo a la noche se trabajó seis horas seguidas en armar trajes en mi domicilio; el lunes, desde las cinco de la tarde hasta la una de la madrugada, estuvimos en el Cervantes; el martes hicimos el Oratorio en Santo Domingo.
Ni al Cervantes ni a Santo Domingo vino nadie de la Universidad a vernos ni a darnos una mano.
Nos quedan por hacer una y mil tareas en el teatro: la limpieza y el arreglo, que el ordenanza no hará, porque no lo han autorizado a venir.
Habrá que decorar las paredes del pasillo, dejadas al descubierto por esas obras de “refacción” que finalmente han quedado paralizadas hasta nuevo aviso; habrá que disimular los andamios de alguna manera; ensayar las luces; terminar de ensayar la obra; ir a las radios y a la televisión (mi madre ya estuvo repartiendo decenas de gacetillas en los diarios, el martes a la mañana) y en Cultura seguirán indiferentes a todo, sin hacer el más mínimo acto de presencia, desentendidos de todo nuestro ajetreo y encima objetando, entorpeciendo, viendo mal que se convoque al ordenanza, que se trate directamente con la Jefa administrativa...”.
Insisto en algo que estoy seguro de repetir a menudo en los testimonios que voy dejando en este Blog: si estos informes a Cultura y esas anotaciones a modo de “diario íntimo” se hubiesen perdido (y estuvieron más de una vez a punto de perderse en los 27 años que nos separan del cierre del TUBA), no habría forma de entender (como no sea aceptando la versión de que “quisimos desprendernos del Proceso”) porqué destruimos de un día para otro algo que, si bien nos cansaba mucho y nos obligaba a soportar tantas humillaciones, nos permitía remontarnos –como dice Montherlant en “La ciudad cuyo príncipe es un niño”-, “a un lugar más alto que la más alta estrella”.
Ahora, aquí, el relato de lo sucedido el jueves 7 de abril de 1983, que se me ocurrió titular “Crónica del esfuerzo”:
“Crónica del entusiasmo” fue uno de los títulos de la nota de Clarín, el año pasado. “Crónica del esfuerzo” podría haber sido otro. Qué terrible que el entusiasmo y el esfuerzo deban ir siempre de la mano...
El día de ayer es un ejemplo. A las tres de la tarde llego a mi casa a almorzar, luego de ocho horas de trabajo en la oficina. La Jefa administrativa de la Dirección de Cultura me llama urgente, para decirme que de Psicología exigen que se retiren inmediatamente los decorados que la gente de Chacabuco dejó a las ocho de la mañana en la puerta de entrada del edificio. Al parecer, reclaman porqué no había nadie del Teatro para recibirlos. Pero…cómo iba a haber alguien del TUBA a las ocho de la mañana en Corrientes 2038, si esos decorados tendrían que haber llegado el martes y van dos días que se los está reclamando, sin que se sepa a qué hora de qué día habrían de llegar. Pretendería el decano de Psicología que estuviésemos de guardia en la puerta de Corrientes 2038 de la mañana a la noche, durante cuatro días seguidos...?.
Qué hago en la emergencia…?: Suspendo mi almuerzo y me voy volando desde mi casa en Constitución hasta Corrientes 2038.
Durante una hora y media me dedico a entrar todos los elementos a la sala del fondo y a subirlos al escenario. Es una tarea titánica, agotadora, que necesitaría de alguna ayuda. Los ordenanzas de Psicología me ven pasar con los pesados trastos al hombro, como si vieran pasar un colectivo por la calle. No es “su” tarea. El teatro no es de ellos, entonces, para qué se van a molestar en ayudarme...?
Y entonces me pregunto: De quién es el teatro en realidad...? Mío exclusivamente...?. No se llama, acaso, Teatro “de la” Universidad de Buenos Aires…?
Un compañero del elenco que suele ir a la Dirección de Cultura a hacer trámites (para el TUBA, lógicamente) me llama desde la Dirección.
Hay otra novedad: están llamando constantemente a Construcciones Universitarias para que vengan a retirar las montañas de escombros que hay apiladas en la puerta de la sala y los enormes andamios que impiden el acceso del público, pero nadie responde.
“Que se despida Quiroga de debutar el sábado”, ha dicho un jefe de mantenimiento de Psicología a la Jefa administrativa de Cultura.
“Que se despida Quiroga”. Es que acaso “el debut” es una cuestión mía solamente...?.
No es el Teatro “de la” Universidad de Buenos Aires el que va a iniciar su novena temporada el sábado...?.
A las cinco y media comienzo a armar los decorados de “Una tragedia florentina”. Se cuelgan tapices, se forran escaleras. Poco a poco la estructura va cobrando la imagen de los interiores, en los lienzos renacentistas. El alto proscenio al descubierto me tiene fascinado.
Algunos integrantes que van llegando se ponen a pintar de negro la franja del techo del escenario que ha quedado al descubierto al retirarse el dosel de embocadura. He conseguido, por fin, que la gente de la obra venga a retirar los escombros y los andamios. Si lo hacen –me digo-, es porque las obras no tienen miras de continuar por muchos meses. Y bueno, antes estaba peor... Habrá que decorar de algún modo las paredes descascaradas, llenas de brea y de ganchos amenazadores, antes del sábado.
A las veintiuna comienza el ensayo general, el primero después de una semana y media en que, por superposición de compromisos (el Cervantes, Santo Domingo, Chacabuco) no pudo tocarse la “Tragedia”. No puedo seguirlo paso a paso (aunque verifico que todo ande bien) porque llega el integrante que se ha ocupado de tramitar la posible gira latinoamericana del TUBA, que hemos emprendido por nuestra cuenta.
Trae los sobres ya confeccionados y listos para enviar a las universidades de México, Chile, Ecuador, Panamá, Colombia, Perú, Venezuela, Bolivia y Paraguay, países a los que se proyecta extender la gira.
También me comenta este integrante que anoche, por dos radios (Rivadavia y Splendid) han hablado largo y tendido sobre nosotros. Nos esperan Enrique Alejandro Manccini, de Radio Mitre y Magdalena Ruiz Guiñazú, de Continental, para hacernos entrevistas la semana que viene.
A las veintitrés tenemos que suspender el ensayo, porque la gente de Psicología, como es habitual, empiezan a intimarnos a que nos vayamos. El teatro, que debiera ser libre como el viento, tiene que adecuarse a los horarios de los ordenanzas.
El sábado 11 de abril, tal como lo habíamos programado, (y a pesar de todas las dificultades que hubo que sortear) se inaugura la novena temporada del TUBA, con la reposición (en “nueva presentación escénica”) de "Una tragedia florentina", de Oscar Wilde. (Uffffff…!!!!!)
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