lunes, 15 de diciembre de 2014

LOS TEATROS DE REPERTORIO NO DEPENDEN DE "HOMBRES PROVIDENCIALES"

Este un tanto excesivo Blog desmenuza en cientos de capítulos, a partir de febrero de 2010, la historia del que fue –hasta hoy-, el único TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO en la historia de la Universidad de Buenos Aires y también fuera de ella. En efecto: no hay noticias de que haya existido en la Capital de la República Argentina un Centro de Drama universitario de tan extensa trayectoria en continuidad (nueve años), que haya producido tanta cantidad de espectáculos (más de cien), de los que espectadores de todos los sectores sociales de la comunidad (y también del interior del país) fueron beneficiarios, ya que el acceso a esos espectáculos fue siempre LIBRE y GRATUITO. Pues bien: escondidos en la densidad de este Blog hay muchos testimonios sonoros, rescatados de lo que quedó de grabaciones de muchas de las 1.163 representaciones que llevó a cabo el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (TUBA) en sus nueve años de vida y también hay charlas, conferencias, reportajes radiales y clases abiertas, que prueban en forma indubitable hasta dónde el TUBA llegó a ser –por obra de su propio accionar-, un organismo de investigación y divulgación del hecho teatral, que no mereció quedar aprisionado en la temporalidad terrorífica de la época que padeció la Argentina, por mera cuestión de “contemporaneidad”. Si alguien que merodee por los vericuetos de este Blog se acerca al capítulo (o “entrada”) del 13 de ABRIL de 2010, encontrará (bajo el título: “LA CHARLA RADIAL CON EDUARDO VEGA, EN LA QUE SE CUENTAN MUCHAS COSAS SOBRE EL TUBA”) un reportaje que me hiciera en 1982, por LRA-Radio Nacional, el profesor Eduardo Vega, por entonces Sub-Director de la Dirección de Cultura de la que el TUBA (aparentemente) dependía. Eduardo Vega era por entonces un veterano funcionario de la Universidad y fuera de ella, un afamado director teatral, caracterizado por poner en escena espectáculos de muchísimo éxito comercial, como “Boeing-Boeing”, con Ernesto Bianco y Osvaldo Miranda o “Las mariposas son libres”, con la célebre Susana Giménez. Al promediar el reportaje, durante el cual Vega me permite explayarme “largo y tendido” sobre cómo se formó el TUBA y su difícil pero fructífero derrotero, hay una frase de él que voy a transcribir aquí textualmente y que dice: “ES INNEGABLE QUE OCHO AÑOS DE “SUPERVIVENCIA” DE ESTE TEATRO, MARCAN UN SALDO TREMENDAMENTE POSITIVO. COMO VIEJO FUNCIONARIO DE LA UNIVERSIDAD, YO RECUERDO MUCHOS INTENTOS QUE HUBO RESPECTO A HACER TEATRO EN LA UNIVERSIDAD, PERO TODOS ELLOS MORÍAN, NO EXISTÍAN MÁS QUE UN BREVÍSIMO TIEMPO, PORQUE CREO QUE FALTABA EL HOMBRE CLAVE PARA PODER LLEVARLOS A CABO”. Si Eduardo Vega se estaba refiriendo a mí, como el “hombre clave” que había podido lograr que el Teatro en la Universidad “sobreviviese” ocho años (y llegó a sobrevivir uno más, hasta que la derrota fue definitiva), estaríamos ante la desconcertante evidencia de que, sin Ariel Quiroga al frente, no puede pensarse en que, tras estos irrecuperables 31 años de no existir, pueda llegar alguna vez a funcionar de nuevo un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, dentro de los claustros de la Universidad de Buenos Aires… Voy a escribir una expresión un tanto grosera, pero no me sale otra: “¡NO ME JODAN…!!!” Yo pude haber tenido la resistencia como para soportar nueve años todas las afrentas y humillaciones que una “dirección de cultura” de una Universidad facciosa me prodigó con saña digna de mejor causa… pero no estuve solo. Solo nadie puede hacer nada y menos construir y llevar adelante un teatro. Desde los griegos hasta las congregaciones nómades de Lope de Rueda y Moliere y sin dejar de mencionar a los grupos independientes, como Fray Mocho, el Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta, La Máscara o Nuevo Teatro… hasta llegar a nuestro esforzado TUBA, los logros y el aguante, LA RESISTENCIA, sólo se concretan ENTRE MUCHOS. El TUBA fue una congregación de voluntades jóvenes, que desafió las censuras y persecuciones que imperaban en la Universidad que le tocó en suerte. Por eso reniego del argumento de que en la Universidad no hubo TEATRO DE REPERTORIO durante estos 31 años posteriores al TUBA, porque falta un Ariel Quiroga que lo impulse y lo sostenga. Si no lo hubo (y sería terrible pensar que no lo habrá) es porque faltan agallas; voluntad para revolcarse en la mugre y para salir a recorrer caminos a la intemperie, como lo hizo hidalgamente “La barraca” de García Lorca y también heroicamente el TUBA durante casi una década. ¡A arremangarse, jóvenes y no tan jóvenes que cuentan hoy con las instalaciones pulcras del Centro Cultural Rojas…! En sus ampliados edificios o en cualquier gimnasio o aula o depósito que encuentren, aunque esté lleno de basura y libros abandonados (como encontramos nosotros el gimnasio del último piso de Corrientes 2038 en 1980), HAGAN TEATRO DE REPERTORIO, TODOS LOS FINES DE SEMANA DEL AÑO, CON ACCESO LIBRE Y GRATUITO Y DEJEN DE TEORIZAR, AL MENOS POR UN TIEMPO…!!! Jean Louis Barrault lo decía tan claramente: “LA TEORÍA NO ES NADA DIFÍCIL… PERO MÁS FÁCIL AUN ES LA PRÁCTICA”. Ya no me quedan más palabras para defender aquello que fue el TUBA. Toda su historia grande y pequeña está contenida en este Blog. Se puede empezar a leerlo por cualquier parte, porque no he seguido un hilo de continuidad al elaborarlo. Es una bitácora de recuerdos y testimonios, volcados a medida que algún hecho del presente me lo motivaba, en un tiempo de mi vida de ostracismo y meditación, en la ciudad elegida para terminar mis días: Mar del Plata. El pequeño video que voy a insertar a continuación refleja algo de lo que fueron dos de los espectáculos clásicos del TUBA que significaron sendos trabajos de investigación, algo que por lo corriente los elencos armados en cooperativa, de transitoria existencia, no llegan ni siquiera a intentar. “EL ATOLONDRADO o LOS CONTRATIEMPOS”, de Moliere, en 1979 y “FEDRA”, de Jean Racine en 1980, enfrentaron al TUBA con dos estilos de plasmación escénica absolutamente opuestos: el austero clasicismo de “FEDRA” (que no llegó a entusiasmar, como era habitual, al público del TUBA) y el desborde farsesco de “EL ATOLONDRADO”, que generó risas a granel, al punto que no sabíamos qué hacer para contener al enorme caudal de espectadores que se apiñaban por ingresar a nuestra pequeña sala de Corrientes 2038. ¡Lo que fue aquella función de “EL ATOLONDRADO” en el enorme hemiciclo del Aula Magna de la Facultad de Odontología, un día antes del estreno de “LA VIDA ES SUEÑO”, de Calderón…! Cientos de jóvenes estudiantes, tal vez futuros odontólogos, que esa noche participaron de una celebración descomunal, de una algarabía incontenible, aplaudiendo cada frase de un texto ingenioso como pocos, en el que –como es habitual en Moliere-, “no queda títere con cabeza” en la crítica feroz hacia todos los “malandrines” de una sociedad que tolera a los corruptos porque la corrupción forma parte de sus raíces. ¡Cuánto se atrevía a denunciar el TUBA, por boca de autores valientes como Moliere…!!!

LO QUE ALEJANDRA BOERO DECÍA EN EL FINAL DE "SOPA DE POLLO"

Alejandra Boero decía una frase, en el final de “Sopa de pollo”, de Arnold Wesker, que era más o menos así: “Si el electricista que viene a cambiar los tapones hace saltar toda la instalación, no por eso voy a renunciar a la electricidad”. Traigo a colación este recuerdo, para tratar de entender por que razón la Universidad de Buenos Aires, en estos treinta y un años que han transcurrido desde el cierre del TUBA (junio de 1983), ha negado toda posibilidad de una restitución a la vida activa de aquel Centro de Drama que tanto investigó y concretó –como fruto de tales investigaciones-, en el terreno del quehacer escénico de todas las épocas, estilos y corrientes estéticas y filosóficas del drama representado. Por un lado, quiero dejar de cuestionar el libro de Mariano Ugarte sobre la historia del TUBA, que acaba de ser presentado hace pocos días en Buenos Aires y al cual ya me he referido en extenso en capítulos precedentes de este Blog. Mariano Ugarte se formó ideológicamente, como toda su generación, en la hoy fortalecida e inabolible Democracia en nuestra República Argentina. Como periodista militante, debo admitir que su enfoque de la historia del TUBA debía –necesariamente-, centrarse en las circunstancias sociopolíticas del período en el que ese Teatro de la Universidad existió: 1974 a 1983, años siniestros en los que desde el Estado se persiguió, secuestró y asesinó a decenas de miles de jóvenes, por el mero “delito” de pensar distinto. Lo que sí necesito seguir cuestionando es esa decisión de la Universidad de Buenos Aires de abolir un organismo cultural que llevaba construída una historia de nueve años, con mucho esfuerzo y dedicación infatigable, a través del cual la UBA se ubicó a la par de las Casas de altos estudios del resto del mundo, que arrastran tradición de siglos en material de centros de investigación dramática. La labor cumplida por el TUBA no puede ser negada bajo ningún concepto. Tampoco es admisible que una fuente del saber como lo es la Universidad de Buenos Aires considere “anacrónica” o “prescindible” esa labor, como para que se llegue a afirmar que “lo que se empezó a hacer a partir de la creación del Centro Cultural Rojas –en el mismo edificio donde había estado el TUBA-, es “mejor”, “más moderno” o “más revolucionario”. El TUBA dió a conocer por vez primera en castellano en la Argentina la tragedia “FEDRA”, de Jean Racine y encima en una traducción realizada dentro de sus propios talleres. El TUBA estrenó obras de muchos autores que jamás se habían exhibido en ningún proscenio de Buenos Aires, ni profesional ni vocacional. Respecto de los autores cito solo los que en este instante me vienen a la memoria: Alexander Pushkin (“Mozart y Salieri”); Junji Kinoshita (“La grulla crepuscular”); Oscar Wilde (“Una tragedia florentina”); Terencio (“La suegra”); Menandro (“El díscolo”); Henri Mürger (“Escenas de la vida bohemia”); Gabor Vaszary (“Los gorriones”); Georg Büchner (“Leonce y Lena”)… En cuanto a otros autores, más frecuentados sobre todo por los teatros oficiales, como Ramón del Valle-Inclán, Henrik Ibsen, Luiggi Pirandello, Esquilo, Sófocles, Calderón de la Barca, Anton Chéjov, Lope de Rueda, Moliere o Shakespeare, el TUBA aportó títulos que también fueron “novedad absoluta” para el público argentino. En el caso de Chéjov fue la escenificación (hecha también en los talleres internos del TUBA), de varios de sus cuentos, como “La novela del contrabajo”, “Una corista”, “El malhechor” o “Un caracter enigmático” y respecto de los demás que he mencionado, merecen recordarse los “hallazgos” de “El atolondrado o Los contratiempos”, primer obra firmada por Moliere con ese seudónimo; “La marquesa Rosalinda”, de Valle-Inclán; “La noche de San Juan”, de Ibsen o “Las coéforas”, de Esquilo. Y habría mucho más para avalar la aseveración de que el TUBA fue un centro de investigación dramática a la altura de la prestigiosa Casa de altos estudios que le dió su nombre: el de TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. Me refiero a todo lo que se hizo en material de reconstrucción de los orígenes del teatro rioplatense: las obras de Nemesio Trejo, Ezequiel Soria, Roberto Cayol, Francisco Defilippis Novoa, Carlos Mauricio Pacheco, Alberto Novión, José González Castillo, Florencio Sánchez, Alberto Vaccarezza, Armando Discépolo… más los “descubrimientos” de nombres y obras contemporáneos en ese momento, como Alberto Wainer y su “Correte un poco”, que en dos diferentes temporadas logró enorme repercusión en la juventud; Martha Lehmann, con “La ofensiva”, que debió mantenerse en cartel todo un año y “El velo”; Enrique Wernicke, con sus “aparatos” (como definía a sus ácidos sainetes): “El grabador”, “El tirabuzón”, “La cama”, “El poeta”; Juan Carlos Ghiano y sus “ceremonias de la soledad y el miedo”: “Los testigos”, “Los extraviados” y “Pañuelo de llorar”; Leopoldo Marechal y su vigente “Antígona Vélez” y también –cómo pasarlo por alto…!-, Hugo Daniel Hadis, estudiante de derecho e integrante del TUBA que en 1982 promovió verdaderos desbordes de euforia y entusiasmo con su “El día que mataron a Batman”, que inauguraba la posibilidad de una dramática emergente del propio seno del TUBA, a la que habría de seguir en la temporada de 1983, que quedó inconclusa, “El descenso a la verdad o Los Augustos”, de otro integrante del TUBA y profesor de Letras: Gustavo Manzanal. Hablando de profesores de Letras: Me gustaría que este capítulo llegase al conocimiento del cuerpo de profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y que una vez leído por todos ellos, pudiese yo (a mis casi 75 años) tener una reunion informal, café mediante, en la que me limitaría a hacerles una sola pregunta: “¿CONSIDERAN USTEDES, SEÑORES PROFESORES, QUE AQUEL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD QUE EXISTIÓ ENTRE 1974 Y 1983… NO MERECIÓ SEGUIR EXISTIENDO A LO LARGO DE ESTOS TREINTA Y UN AÑOS QUE HAN TRANSCURRIDO DESDE QUE LOS QUE LO SOSTENÍAMOS NOS VIMOS PRECISADOS A CERRARLO, POR ACUMULACIÓN DE HOSTIGAMIENTOS Y DETRACCIONES…?”. No se trata de seguir cuestionando o relativizando lo que se hace en el Centro Cultural Rojas en material de teatro… Tampoco quiero volver a la carga contra el libro de Mariano Ugarte, por el hecho de haberse abocado a analizar lo que fue el contexto sociopolítico dentro del cual –sin tener nada que ver, por cierto-, al TUBA le tocó existir. Se trata de que alguien, con saber y fundamentos como para aseverarlo, me diga lo que un Director de Cultura, ya fallecido, me dijo hace unos cuantos años, cuando le fui a pedir que se reabriera el TUBA: “ESO QUE USTEDES HACÍAN A NOSOTROS, AHORA, NO NOS INTERESA”. O lo contrario: “ESO QUE USTEDES HACÍAN, NUNCA DEBIÓ HABER DEJADO DE INTERESARLE A LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES”. Vuelvo al final de “Sopa de pollo”, de Wesker y al parlamento que recitaba con maestría Alejandra Boero: “Si el electricista que viene a cambiar los tapones hace saltar la instalación… no por eso voy a renunciar a la electricidad”. El TUBA fue la corriente eléctrica que iluminó en el terreno del drama representado, los nueve años que a duras penas logró existir, en una época de oscuridad absoluta en la República Argentina. ¿Valió la pena renunciar a esa fuente de luz, por la tontería de confundir CONTEMPORANEIDAD con COMPLICIDAD…? El video que cierra este capítulo –y que seguramente ha de estar en capítulos precedentes de este Blog-, muestra las imágenes de la mayoría de las producciones que el TUBA concretó a lo largo de las 1.163 representaciones de su historia y que el paso del tiempo no ha logrado vencer, porque son imágenes de un estilo universalista de teatro de repertorio que no pasa de moda, porque siempre tendrá algo que decirle y enseñarle a la Humanidad.

lunes, 8 de diciembre de 2014

“DÉJALO IR…” O “DÉJENLO SER” AL TUBA…?

A propósito de la presentación de su libro sobre la historia del TUBA y de mi ausencia en el acto de tal presentación, Mariano Ugarte me escribió hace unos días: “Ariel: en algún punto considero que al TUBA no lo querés dejar ir”. Es evidente que hace mucho que lo dejé ir, no solo al TUBA sino a todo otro proyecto de teatro en mi vida. Mi último “acto teatral” fue en octubre de 1989, con una charla sobre los orígenes del mito clásico del que surgió el hecho teatral, en el Teatro Nacional Cervantes. Lo que –con seguridad-, no quiero dejar ni dejaré ir nunca es la convicción respecto de lo que significó el TUBA en su tiempo y lo que significaría que algo parecido al TUBA hubiese surgido en los 31 años que van desde su desaparición y existiera en la actualidad. Estamos atravesando la última etapa del año 2014. Por esta misma época, hace cuarenta años, se estaba gestando y llevando a cabo la propuesta de crear un Teatro Universitario de Repertorio en la Universidad de Buenos Aires. Todo eran confusos balbuceos. Yo llevaba muchos años haciendo “vida de teatro”. Había montado para entonces una veintena de obras de autores trascendentes: Michel de Ghelderode, Thierry Maulnier, Césare Pavese, Jean Anouilh, Christopher Fry, Victor Hugo, Oscar Wilde, Georges Schehadé, Giovanni Testori, etc.); había formado grupos y hasta construído teatros (como cuando entre 1965-1967 construímos el Apolo, los más de cien jóvenes que formábamos las huestes de Nuevo Teatro, a las órdenes del heroico Pedro Asquini y la heroica Alejandra Boero). Sin embargo no tenia la menor idea de cómo se ponía en marcha un Teatro Universitario de Repertorio dentro de los fríos claustros de una Universidad del Estado. Iban llegando decenas de jóvenes alumnos de todas las carreras. Cuando se enteraban que no era un curso de actuación, la mayoría se iba. ¿Qué era eso de “erigir” un teatro…?, que fue lo que yo propuse en la reunion inicial ante unos 240 postulantes, en el gimnasio del último piso de Corrientes 2038, a fines de 1974. Los cursos de actuación siempre estuvieron de moda; lo recomiendan los psicoanalistas, para liberar tensiones o descubrir cosas muy escondidas dentro de uno mismo. Pero en un TEATRO ACTIVO (como lo fue el TUBA), no solo hay que actuar; hay que construir decorados, a menudo con maderas viejas y telas remendadas; hay que pasarse las horas y los días buscando material de investigación sobre autores y épocas, en las bibliotecas; hay que usar mucho la escoba para barrer la sala antes que ingrese el público y pasarle una franela a las butacas destartaladas que tenia la sala de Corrientes 2038 en los años del TUBA; hay que concurrir a hacer funciones aunque se tenga fiebre o diarrea; hay que salir de gira por los puebluchos y pasarse noches enteras sin dormer, porque los ensayos generales, previos al estreno, se sabe a qué hora empiezan pero no a que hora terminan; hay que convivir con la compañera o el compañero con quien se ha vivido una situación amorosa que no concluyó bien; hay que pintar, serruchar, hacer hoy un rol protagónico y mañana un escudero que sostiene una lanza pero no habla. ¡Ah… y no estar dando nunca una sola obra…!!! En el TUBA llegamos a tener hasta seis espectáculos, con decorados corpóreos, montados y exhibidos en alternancia, en un mismo fin de semana. Ese es el mejor entrenamiento para un integrante de un TEATRO DE REPERTORIO: hacer a la tarde una obra de época y a la noche una que transcurra en la actualidad; un clásico como Moliere o Calderón y un contemporáneo como Ionesco, Sartre o Tennesee Williams. Sartre no se pudo haber hecho jamás en los tiempos del TUBA, pero ahora, en esta definitiva Democracia en nuestra Argentina… ¡qué deleite poder hacer Sartre, o Cortázar, o Cossa o Arthur Miller… todos esos autores que nos censuraban y nos prohibían, porque decían los muy imbéciles que “propendían a la infiltración marxista”, como cuando, con ese abstruso argumento, nos prohibieron “Woyzeck”, de Georg Büchner, a la tercera representación, en 1978…!!! El temple, el estoicismo, la resistencia física y el sentido del deber hacia los demás, no se practican en las clases de teatro, como obligadamente se tienen que practicar en un TEATRO DE REPERTORIO. Yo ya no podría volver a estar, pero muchos de los que estuvieron dentro del TUBA sí están a tiempo para intentarlo, todavía. Un Gustavo Manzanal, que hace teatro con chicos de la secundaria; los teatristas que llevan a cabo sus experiencias dentro del Rojas; los que siguen arriesgando proyectos en zaguanes o bibliotecas… Intentar que vuelva a existir el TUBA, seguramente distinto a aquel que fue (toda experiencia es irrepetible y es preferible que sea así), pero un TUBA donde los jóvenes de hoy puedan nutrirse de aquella travesía reveladora, exaltadora, que a tantos nos “vació para colmarnos” (cito a Grotowski), en aquellos tinglados mugrientos de Nuevo Teatro, o de las carpas municipals a la intemperie o de los sótanos con olor a humedad de tantos grupos independientes… y que durante nueve fatigosos pero descomunales años reeditó el TUBA, combatido a diario por una Universidad tendenciosa, pero rebelde e inconformista hasta la última hora, aquella del 5 de junio de 1983 cuando nos dimos el lujo de desmantelar lo que con pasion a lo loco habíamos creado, porque estábamos hartos de que nos basureasen. ¿Cómo se genera hoy un TEATRO DE REPERTORIO en una Universidad…? Yo les puedo contar cómo, a tientas, equivocándome paso a paso, generé aquel Teatro de la Universidad de Buenos Aires que fue un auténtico TEATRO DE REPERTORIO… pero no les puedo aconsejar cómo hacerlo hoy. Cálcense la ropa de trabajo más sucia y rota que tengan; convoquen a alumnos de medicina, de dercho o de ciencias económicas a “erigir” un teatro; busquen esas obras “zarpadas” de Plauto, de Terencio o de Lope de Rueda, que tienen tanta actualidad cuando se burlan de los que gobiernan, de los amarretes o de los codiciosos; encuentren un tablado, lo más cercano al alcance de los que no pueden pagar una entrada para ver un musical fastuoso, importado de Broadway, y armen un primer REPERTORIO, “mal pero de prisa”, como decía Barrault y canten a coro desafiantes, el ditirambo de la Celebración del milenario pero siempre joven Arte de la Escena. Yo, el viejo anacoreta Ariel Quiroga, ya no tendré nada para seguir escribiendo en este Blog, lamentando que el TUBA no exista más. Como me pide Mariano Ugarte, podré dejarlo ir definitivamente. Es porque otro TUBA, renovadamente joven, ha regresado y esta vez para quedarse.

viernes, 5 de diciembre de 2014

EL FUTURO ROBADO

El libro de Mariano Ugarte sobre el TUBA fue presentado. Entre Mariano y yo todas las “discrepancias” están aclaradas. Su extenso mensaje de ayer, que me pide no trasladar a este Blog, es un sólido testimonio de respeto y convicciones. Y yo, que siempre busqué en los jóvenes que me tocó formar y conducir en el mundo del teatro, el respeto por mis indoblegables convicciones, no puedo hacer otra cosa más que concederle a Mariano Ugarte, convencido hasta el tuétano de su enfoque de lo que fue el TUBA, mi respeto por su trabajo y renovar mi admiración por su valiente tosudez. Subsiste otra cuestión, ajena por completo al libro de Mariano y que merece ser puesta hoy sobre el tapete, aunque hayan transcurrido ya tres largas décadas desde el forzado cierre del TUBA en 1983: SU FUTURO ROBADO, al no haberse hecho nada por recuperar su continuidad como TEATRO DE REPERTORIO, en tiempos de definitiva Democracia en la Argentina, aseguradores de que no volvería a sufrir las censuras y prohibiciones del pasado. Y aquí sí necesito referirme de nuevo al libro de Mariano Ugarte. El libro se llama “Antes del Rojas, ¿qué?”, como si el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, creado por la UBA poco tiempo después de haberse cerrado el TUBA, en el mismo edificio de Corrientes 2038, hubiese sido una suerte de continuidad –aunque con un estilo absolutamente diferente-, del organismo teatral precedente. Nada que ver, por favor…!!! El TUBA, a la par de sus hermanos mayores (tremendamente mayores) que fueron durante los nueve años de su existenicia el Teatro Nacional Cervantes y el Teatro Municipal San Martín, cultivó un repertorio universalista, en el que autores como Sófocles, Moliere o Chéjov eran “asiduos concurrentes”. Devenida la era democrática en Argentina, tanto el Cervantes como el San Martín siguieron cultivando el mismo estilo de repertorio, con mayor libertad desde luego, pero sin abandonar su dedicación a los grandes nombres y obras de una dramática universalista, a fuerza de ser intemporal. En cambio el TUBA, al no ser reabierto al llegar la Democracia, no pudo seguir abordando su habitual repertorio universalista, en el que Sófocles, Moliere o Chéjov pudieran haber seguido estando. Por consiguiente, “el Rojas” no reemplazó al TUBA ni el TUBA fue “lo que hubo antes del Rojas”. No vale la pena que me ponga aquí a reseñar la cantidad de títulos que el TUBA tenia en carpeta para incluir en sus repertorios futuros. Ninguno de esos títulos fue (NI SERÁ, ESTOY SEGURO)abordado por los que hicieron y harán teatro en el Rojas. No lo serán nunca, porque el teatro que se practica en el Rojas es otra cosa, mejor o peor, pero nada que ver con el TEATRO DE REPERTORIO que se sigue haciendo en el San Martín o el Cervantes y que constituye ese FUTURO ROBADO –vaya a saberse por qué motivos-, a un centro de drama donde el arte teatral fue celebrado con tanta pasion y entrega, como lo fue el Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA), el que transcurrió entre mediados de 1974 y mediados de 1983. Baste mencionar un solo título, que el TUBA tenia preparado para su demorado estreno, en su abortada temporada de 1983: “El gajo de enebro”, de Eduardo Mallea. Hay mucho material en los comienzos de este Blog sobre la importancia de Mallea como ferviente defensor del sentido americanista que hoy ha encontrado concreción en la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), pero me temo que “El gajo de enebro”, obra capital de nuestra dramática nacional, no ha de arribar nunca a la escena del Rojas. Puede que lo haga al Cervantes o al San Martín, pero el mérito de su estreno debiera haber sido del TUBA, si su futuro no le hubiese sido robado.

jueves, 4 de diciembre de 2014

LA TARDE EN LA QUE (POR UNAS HORAS) EL TUBA VOLVIÓ A EXISTIR

Ayer, a las siete de la tarde, en el Centro Cultural de la Cooperación, en plena calle Corrientes de la ciudad de Buenos Aires, se presentó el libro del joven periodista Mariano Ugarte sobre la Historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA), una historia que es el eje de los multiples relatos que habitan este Blog. Como he comentado en los recientes capítulos, a último momento decidí no asistir, entendiendo que el texto final que iba a salir a la luz, publicado, justo a 40 años de la primera representación del TUBA el 30 de noviembre de 1974, no reflejaba del todo el fervor y la entrega incondicional de todos aquellos cientos de jóvenes que habían formado parte de los talleres actorales y escenotécnicos del TUBA, durante los nueve años de su aciaga existencia, a raiz de las persecuciones y censuras de que era objeto, por parte de la propia Universidad que le daba su nombre. Sea como fuere, la cita tuvo lugar y al parecer muchos de los que integraron el TUBA (y que hoy son casi sesentones o más), volvieron a reunirse. Falté yo, pero eso que llaman “alma” o “espíritu” (si es que lo tuve alguna vez) con seguridad estuvo allí, pese a haberme quedado en mi amada Mar del Plata, escuchando a María Callas con un grupo de amigos. A primera hora de hoy recibí un mensaje de Gustavo Manzanal, uno de los más heroicos integrantes del TUBA y he aquí el texto de ese mensaje, que me revela (y de paso lo revela también al mundo), que por espacio de algunas horas (las de ese encuentro), el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (EL TUBA), volvió a existir: “AY, ARIEL QUIROGA, QUÉ HOMENAJE A TU TUBA TAN QUERIDO TE PERDISTE…!!! QUÉ AMOR TE DISPENSARON ESAS SEÑORAS GORDAS, ESOS SEÑORES CALVOS O ENTRECANOS QUE ALGUNA VEZ FUERON AQUELLA MUCHACHADA PUJANTE QUE VOS COMANDABAS… HABLANDO DE CONTENCIÓN, DE SABIDURÍA, DE TEMPLE, DE INTEGRIDADES, DE REALIZACIONES PERSONALES, DE “EL TUBA ME CAMBIÓ LA VIDA”… AY, ARIELITO, CUÁNTO TE HEMOS QUERIDO, RESPETADO Y VALORADO TODOS LOS QUE ANDUVIMOS UN TIEMPO BAJO TU ÉGIDA, Y NO TE DEJASTE ABRAZAR SIQUIERA POR NOSOTROS… TODOS LOS QUE ESTABAN ALLÍ SIGUEN SIENDO ACTORES Y ESO FUE TU OBRA… QUÉ ACTO TAN REIVINDICATORIO DE LO QUE FUIMOS, DE TU PERSONA, DE LA GRANDEZA DE UN ESPACIO QUE QUEDÓ BIEN CLARO ¡YA NO EXISTE! Y NO POR CULPA DE NINGUNO DE LOS QUE LO TRANSITAMOS (INCLUYÉNDOTE, CLARO). QUÉ HONESTIDAD LA DE ESTE MUCHACHO MARIANO UGARTE, QUE ESCRIBIÓ EL LIBRO, TODO EL TIEMPO HABLANDO DE QUE EL ÚNICO MOTIVO QUE TUVO PARA HACERLO FUE LA RESPUESTA QUE A TRAVÉS DE ENTREVISTAS, ARCHIVOS, ENCUENTROS, ETC., SE DIO A SÍ MISMO DE LAS POSIBLES DUDAS QUE PUDIERAN IRRUMPIR POR CULPA DE LA ÉPOCA EN QUE NOS DESARROLLAMOS, POR LAS NEFASTAS AUTORIDADES DE LA UBA QUE HABÍA POR ESE ENTONCES, POR TU EMPLEO EN FUERZA AÉREA,SIEMPRE PONIÉNDOTE A SALVO DE TODO… EN FIN, GRACIAS A VOS POR TODO ESE ARSENAL QUE NOS TRAJIMOS DE ALLÍ. SOMOS MUCHOS MÁS DE LOS QUE VOS PENSÁS LOS QUE TE TENEMOS EN EL HORIZONTE COMO PISTA DE LANZAMIENTO, NO SÓLO EN LO ARTÍSTICO SINO EN LOS VALORES, LA SOLIDARIDAD, EL RESPETO MUTUO Y LA MENTADA PUJANZA.. SE PASARON FOTOGRAFIAS DE LAS FILMACIONES QUE HICISTE EN SUPER 8. ADEMÁS DEL PÚBLICO PRESENTE (QUE ERA MUCHO), LOS QUE ESTÁBAMOS ALLÍ RECONOCÍAMOS LOS ESPECTÁCULOS Y LO ÍBAMOS DICIENDO. CUANDO SE EXHIBIÓ LA GALERÍA DE FOTOS UNA CANTANTE CON GUITARRA HIZO ALGUNOS TEMAS DULCES DE FONDO Y DURANTE MÁS DE 20 MINUTOS GOZAMOS TODOS DE LAS IMÁGENES QUE SUPISTE CONSEGUIR EN UN SILENCIO CEREMONIAL Y DE APROBACIÓN, HASTA QUE BROTÓ UN APLAUSO MANCOMUNADO ANTE LA FOTOGRAFÍA DE LA ESCENOGRAFÍA DE “STÉFANO”, REEDITANDO AQUEL APLAUSO DEL QUE FUI TESTIGO EN EL AUDITORIUM DE MAR DEL PLATA APENAS SE DESCORRIÓ EL TELÓN DE BOCA… ABRAZO GRANDE: GUSTAVO MANZANAL”.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL CERVANTES, EL SAN MARTIN Y EL TUBA: SU COMPROMISO CON EL TEATRO DE LA HUMANIDAD

Elaborando ayer por la tarde el análisis sobre lo hecho por los dos importantes teatros oficiales (el Cervantes y el San Martín) durante los años de la dictadura militar en la Argentina (1976 – 1983), que figura en el capítulo anterior de este Blog, he podido entender, a décadas de que esa noche negra de mi país concluyó, de qué modo el TEATRO “se las arregla” para enfrentar a los déspotas de todas las épocas y lugares, que es apelando al legado intemporal de los autores que escribieron sus obras para beneficio exclusivo de la Humanidad. Ante todo, agradezco la enorme colaboración que, en contadas horas, me brindaron ayer los Centros de Documentación de los teatros Cervantes y San Martín, proveyéndome de archivos valiosísimos sobre la labor que ambos entes oficiales llevaron a cabo durante los años de la dictadura. Como resultado de mi modesto trabajo de investigación, me surge la evidencia de que, sin habernos encontrado nunca para acordar “políticas de repertorio” Kive Staiff (director del San Martín), Rodolfo Graziano (director del Cervantes) y yo (Ariel Quiroga, director del TUBA), los tres teatros oficiales de los años de la dictadura (1976 – 1983) abordamos una serie coincidente de autores, cuyas obras nos permitiesen expresar lo que públicamente no nos estaba autorizado declarar y hacer llegar al enorme caudal de público que acudía a cada uno de los tres teatros, mensajes esclarecedores y fortalecedores, frente a la opresión que nos atenaceaba. Así es como tanto el San Martín, como el Cervantes, como el TUBA, los tres teatros oficiales de los años de la dictadura, inscribieron en sus carteleras un número considerable de obras de autores como Sófocles, Moliere, Shakespeare, Armando Discépolo, Ramón del Valle Inclán, Pedro Calderón de la Barca, Anton Chéjov, Jean Racine (cuya tragedia "Fedra" dieron a conocer, con carácter de estreno para Buenos Aires, el TUBA primero, en 1980 y el Cervantes un año después, en 1981),Luiggi Pirandello, Oscar Wilde, Lope de Rueda, Leopoldo Marechal, Florencio Sánchez… y ese fue su compromiso con el teatro de la Humanidad y su evidente NO COMPROMISO con los facciosos de una sangrienta dictadura. A continuación, un video sobre la puesta en el TUBA de “La vida es sueño” de Calderón (1979), en la que, desde el escenario del Teatro de las Provincias Argentinas (hoy Regio, de Colegiales) y desde “nuestro” escenario de Corrientes 2038, gritábamos a voz en cuello: “¡PORQUE TODO PODER ES PRESTADO Y HAY QUE VOLVERLO A SU DUEÑO, QUE ES EL PUEBLO…!!!”.

martes, 2 de diciembre de 2014

LOS TEATROS OFICIALES EN LA ARGENTINA DE LA DICTADURA (1976 - 1983)

Mañana, miércoles 3 de diciembre, será presentdo en el Centro Cultural de la Cooperación, el libro sobre la Historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires que el jóven periodista Mariano Ugarte lleva escrito, sin lograr publicarlo, hace ya varios años. Colaboré estrechamente con Mariano, llevado como siempre por esa mezcla de admiración y cariño paternal que me han inspirado siempre los jóvenes emprendedores. La lectura del texto concluído me desepcionó bastante, como lo acabo de manifestar en el capítulo de este Blog del día 27 de noviembre pasado. Mariano ha hecho un sesudo trabajo de investigación, pero a mi entender “demasiado” proclive a contextualizar la Historia del TUBA en el horrendo marco sociopolítico de la Argentina de los años de los que le tocó ser contemporáneo. Es como si Mariano, no diciéndolo, quisiera en realidad decir: “Ariel Quiroga y quienes lo secundaron en la forja de ese Teatro Universitario NO PUDIERON haber sido totalmente ajenos a la realidad siniestra que se vivía en el territorio argentino, producto de la acción terrorista del propio Estado”. La apreciación, de ser tal cual yo he creído entenderla al leer el libro tal como ha salido editado, sería no sólo temeraria sino por sobre todas las cosas, demasiado injusta. Injusta para conmigo, que fui el ideólogo y propulsor de ese Teatro Universitario desde sus orígenes, a mediados de 1974, hasta su cierre, a mediados de 1983, pero por sobre todas las cosas, injusta para con todos aquellos cientos de jóvenes que integraron el TUBA, dejando en él toda su reserva de pasion, altruísmo, esfuerzo denodado y coraje. El párrafo del libro de Mariano Ugarte que revela que no estoy queriendo endilgarle una acusación que le es ajena, es aquel que dice: "Este elenco construyó para sí mismo otro espacio, otro tiempo. ¿Se pudo pensar en aquella época de secuestros, desapariciones, asesinatos, censuras, que la barbarie era tan sólo la ineptitud de empleados estatales en la Dirección de Cultura de la UBA?". Lo terrible de este juicio valorativo de Mariano Ugarte sobre nosotros, los que hicimos el TUBA, según el cual habríamos estado “demasiado” enfrascados en lo que la Dirección de Cultura, de la que obligadamente dependíamos, nos retaceaba de apoyo o de estímulo, en lugar de detenernos a ver lo que ocurría a nuestro alrededor, los “secuestros, desapariciones, asesinatos…” perpetrados por la dictadura military imperante, es que abarca también a los otros dos teatros oficiales de la ciudad de Buenos Aires: El San Martín y el Teatro Nacional Cervantes. Mariano no los menciona para nada en su investigación sobre la época, y sin embargo al TUBA se lo llegó a considerar a la par de ambos, por ser (aunque estructuralmente diferentes), LOS TRES ELENCOS EN ACTIVIDAD, ENTRE 1976 Y 1983, CON DEPENDENCIA DE ORGANISMOS ESTATALES: El San Martín de la entonces Municipalidad de la Ciudad; el Cervantes del Ministerio de Educación y el TUBA de la Universidad de Buenos Aires. Entre 1976 (año en que se apodera del gobierno argentino el autollamado “proceso de reorganización nacional” y 1983, año en que la Argentina se libera de la dictadura e inicia la actual (y definitiva) era de la Democracia), el Teatro San Martín pone en escena una enorme cantidad de espectáculos, entre los que cabe mencionar: “UN HOMBRE CABAL”, de Robert Bolt; “LOS RUSTICOS”, de Carlo Goldoni; “SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE UN AUTOR”, de Luiggi Pirandello; “LOS MIRASOLES”, de Julio Sánchez Gardel; “EL CANTARO ROTO”, de Heinrich von Kleist; “LA CASA DE BERNARDA ALBA”, de Federico García Lorca; “CYRANO DE BERGERAC”, de Edmund Rostand; “DON JUAN”, de Moliere; “EL JARDIN DE LOS CEREZOS”, de Anton Chéjov; “EL ALCALDE DE ZALAMEA”, de Pedro Calderón de la Barca; “ESCENAS DE LA CALLE”, de Elmer Rice (donde se decía: “Para cambiar las cosas sería necesario hacer una revolución…”); “ESPERANDO A GODOT”, de Samuel Beckett; “JUAN GABRIEL BORCKMAN”, de Henrick Ibsen; “HAMLET”, de William Shakespeare; “DOS BRASAS”, de Samuel Eichelbaum (autor que le fue prohibido al TUBA, por ser judío); “EL INSPECTOR”, de Nicolai Gogol; “EL BURGUES GENTILHOMBRE”, de Moliere; “SANTA JUANA”, de Georg Bernard Shaw; “LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA”, de Ramón del Valle Inclán; “EN FAMILIA”, de Florencio Sánchez; “ANTIGONA VELEZ”, de Leopoldo Marechal; “DANZA MACABRA”, de August Strindberg; “DON GIL DE LAS CALZAS VERDES”, de Tirso de Molina y “MARIA ESTUARDO”, de Friedrich Schiller, entre muchas más. En todas esas obras actuaron actrices y actores de gran valía de la escena nacional, tales como María Rosa Gallo, Enrique Fava, Elena Tasisto, Adriana Aizemberg, Alicia Zanca, Ernesto Bianco, María Luisa Robledo (cuya hija, Norma Aleandro, se había tenido que exiliar), Alberto Segado, Oscar Martínez, Roberto Mosca, Roberto Carnaghi, Alfredo Alcón, Aldo Braga, Julio Chávez, José María Gutiérrez, Gladys Florimonte, Walter Santa Ana o Fernando Labat. Entre los grandes directores que pusieron en escena, más de una vez, obras del repertorio del Teatro San Martín entre 1976 y 1983, cabe mencionar a Alejandra Boero, Hugo Urquijo, Salvador Santángelo, Osvaldo Bonet, Omar Grasso, Jorge Petraglia, Roberto Durán, Luis Agustoni, Osvaldo Pellettieri y José María Paolantonio. En cuanto al Teatro Nacional Cervantes, también entre los años 1976 y 1983 su labor fue profusa y empinada. Seleccionando solo los títulos más significativos de una abultada nómina, estuvieron: “EL RAPTO DE MEDORA”, de Lope de Rueda; “HAMLET” y “REY LEAR”, de William Shakespeare; “LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO”, de Oscar Wilde; “FARSA DEL CORAZON”, de Atilio Betti; “MARTIN FIERRO”, de José Hernández, en adaptación de José González Castillo; “EL ABANICO”, de Carlo Goldoni; “EL SOMBRERO DE PAJA DE ITALIA”, de Labiche y Michel; “EDIPO REY” y “EDIPO EN COLONO”, de Sófocles; “EL CONVENTILLO DE LA PALOMA”, de Alberto Vacarezza; “EL ENFERMO IMAGINARIO”, de Moliere; “PIGMALION”, de Geog Bernard Shaw; “UN GUAPO DEL 900”, de Samuel Eichelbaum (lo repito: un autor que al TUBA le fue prohibido); “FEDRA”, de Jean Racine (que el TUBA había estrenado en Buenos Aires el año anterior a la puesta del Cervantes); “LAS DE BARRANCO”, de Gregorio de Laferrere; “ASI ES LA VIDA”, de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas; “SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO”, de William Shakespeare. Una pléyade de actores notables formó parte de la Comedia Nacional en el Cervantes entre 1976 y 1983: Rodolfo Bebán, Perla Santalla, María Rosa Gallo, Alfredo Iglesias, Malvina Pastorino, Fernando Heredia, Claudio Gallardou, Santiago Gómez Cou, Ingrid Pellicori, Irma Córdoba, Daniel Fanego, Roberto Antier, Cristina Banegas, Jorge Marrale, Onofre Lovero, Walter Santa Ana, Ricardo Darín, Elsa Berenguer, Rita Terranova, Eva Franco, Néstor Hugo Rivas, Carlos Estrada, María Concepción César, Jorge Mayor, Lydia Lamaison, Ignacio Quirós, María Elina Rúas, Alejandra Da Passano, Jorge Petraglia, Adrián Ghio, Héctor Gióvine… bajo la dirección, en casi todos los casos, de Rodolfo Graziano. ¿Puede llegar a pensarse que todos estos grandes nombres de la escena argentina, muchos de ellos formados en esos “esclarecedores de conciencias” que habían sido los teatros independientes, a la hora de prestarse a trabajar en elencos oficiales durante los años de una tenebrosa dictadura, eran, como le adjudica Mariano Ugarte al TUBA “gente que vivió dentro de otro espacio, de otro tiempo, ajenos a los secuestros, desapariciones y asesinatos que estaban ocurriendo”…? He admirado y seguiré admirando y valorando la valentía de Mariano Ugarte para haber decidido afrontar la historia de un Teatro Universitario (el TUBA), que él no conoció, porque era muy niño o no había nacido cuando ese teatro se cerró, agobiado por tanta barbarie como la que se perpetró contra él y sus heroicas huestes. Mi prudente, paternal consejo: Mariano, no vuelvas a escribir apresuradamente cosas que puedan lastimar o denigrar a quienes, como vos hoy, hicieron de su juventud una trinchera de combate.

domingo, 30 de noviembre de 2014

UN LLAMADO DE OTRO MUNDO EN EL DIA DEL CUMPLEAÑOS DEL TUBA

Domingo 30 de noviembre de 2014, 11:00 de la mañana. Suena el teléfono en mi casa de Mar del Plata. No tengo ganas de atender porque estoy por almorzar. Vivo solo pero como digo siempre: "en "mi" geriátrico me dan de comer temprano". Es una polenta instantánea que acabo de prepararme. Finalmente atiendo. Una voz cercana me pregunta: "¿El señor Ariel Quiroga...?". Dudo en contestar, hasta que termino aceptando que soy yo el que atiende. "Soy Eduardo -escucho del otro lado de la línea-, un amigo tuyo de hace muchos años...". "¿Eduardo qué...?", pregunto. "Eduardo Pacetti, el iluminador de Los Pies Descalzos", escucho casi como si oyera un llamado del otro mundo. La vetusta computadora de mi cerebro apenas alcanza a rememorar. "Los Pies Descalzos... las Carpas Municipales... Años 1957 - 1959...". Eduardo Pacetti me comenta que vive en Mar del Plata y que hace tiempo que trata de ubicarme. Cuando yo ingresé al elenco Los Pies Descalzos y conocí a mi maestro: Francisco "Paco" Silva, tenía apenas 17 años. El arquitecto Linares, de la Municipalidad, inauguró carpas que eran apenas unos endebles tinglados (sin baños, como tampoco los había en el TUBA), en distintos lugares de la Ciudad de Buenos Aires. Al elenco Los Pies Descalzos, que dirigía el talentoso (aunque arbitrario) Francisco Silva, se le adjudicó primero la carpa de Plaza Irlanda y al año siguiente la de Cabildo y Juramento, justo al lado de una feria. En esas carpas hicimos "Cecilia o La escuela de los padres", de Jean Anouilh; "Las cuatro verdades", de Marcel Aymé; unas cuantas obras para niños y en 1959 tuvo lugar en la de Cabildo y Juramento el histórico estreno de "Narcisa Garay, mujer para llorar", de Juan Carlos Ghiano. No creo haber reparado por entonces en quien era el iluminador de aquellos espectáculos, pero él, Eduardo Pacetti, sí se acuerda todavía de mi Plomero Viramblin de "Las cuatro verdades", que se terminaba tirando al vacío desde una ventana cuando descubría que su mujer lo engañaba con un vigilante. Aquí, entre mis manos, está al programa original de "Narcisa Garay", dedicado por Juan Carlos Ghiano con palabras que hoy me suenan sumamente conmovedoras: "Para Ariel Quiroga, que tiene la lúcida pasión del teatro, con la amistad añosa y la admiración de Juan Carlos Ghiano". Hilda Suárez, Dora Ferreiro, Laura Saniez, Ovidio Fuentes y Eduardo Nóbile integraban el numeroso elenco; Luis Diego Pedreira es el escenógrafo; Nydia Dimitriadis la vestuarista; Horacio Malvicino el autor de la música original; yo, Ariel Quiroga, el asistente del director Francisco Silva... y Eduardo Pacetti el iluminador... Han transcurrido desde entonces 55 años... y Eduardo Pacetti me llama hoy para tratar de vernos, porque sabe que vivo en Mar del Plata, al igual que él. No recuerdo que hayamos sido amigos; ni siquiera haber intercambiado con él más que unas pocas palabras. Sin embargo...alguna vez debo haber dejado alguna huella, algún rastro de mis entusiasmos, mis frustraciones, mis búsquedas, mis hallazgos o mi consabidas tribulaciones, como para que un Eduardo Pacetti, a tantos años de distancia, me recuerde y trate de encontrarme. Yo tengo 74; él ahora tiene 76. Dos veteranos de la vida y de quien sabe cuántas batallas... Mientrastanto, en Buenos Aires, la gente que impera hoy en la Universidad y en su Centro Cultural Ricardo Rojas, sigue empecinada en ignorar lo que fue mi "obra capital": la creación y sostenimiento de aquel Teatro Universitario de Repertorio, que tanta luz prodigó en tiempos de oscuridad absoluta y que hoy -justo hoy-, cumple 40 años de su primera representación, el 30 de noviembre de 1974. Y también en Buenos Aires se están por dar a conocer libros donde se cuestiona todavía si fui o no fui "cómplice de la dictadura militar". A Eduardo Pacetti, por lo visto, todo eso no le preocupa demasiado. Quiere encontrarse conmigo, para recordar viejos tiempos... ¿Será, acaso, que todo tiempo pasado fue mejor...?

A CUARENTA AÑOS DE LA PRIMERA REPRESENTACION DEL TUBA

Hoy, 30 de noviembre de 2014, se cumplen 40 años de la primera representación del que fuera, durante prácticamente una década (1974 – 1983), el “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”, un centro de drama que abarcó todas las disciplinas del drama representado y cuyo repertorio de más de cien producciones escénicas montadas con exhibición pública, con acceso Libre y Gratuito para el público en general, cubrió todas las corrientes estético- filosóficas de la dramática universal, desde Esquilo y Sófocles, pasando por los clásicos como Racine, Calderón, Moliere, Lope de Rueda o Shakespeare, hasta los más modernos, como Pirandello, Valle Inclán, Ibsen, Oscar Wilde, Anton Chéjov o el irlandés John Synge. Y por supuesto hubo un lugar preferencial en los repertorios del TUBA (como se lo conoció), para los autores rioplatenses, empezando por el paradigmático Armando Discépolo y siguiendo por Florencio Sánchez, Nemesio Trejo, Pedro E. Pico, Francisco Defilippis Novoa, Leopoldo Marechal, José González Castillo, Alberto Novión… hasta los contemporáneos Martha Lehmann, Alberto Wainer, Julio Cortázar, Victoria Ocampo, Roberto Cossa, Enrique Wernicke y el académico entrerriano Juan Carlos Ghiano, quien estrenó tres de sus tragicomedies en el escenario del TUBA, en 1980. No faltó lugar para dar cabida a una nueva dramática surgida de su propio seno, concretada en la lograda puesta durante todo el año 1982 de “El día que mataron a Batman”, una aguda crítica a ciertos sectores “privilegiados” de la sociedad, escrita por el entonces estudiante de derecho e integrante del TUBA Hugo Daniel Hadis. Hacen hoy 40 años que el escenario del viejo edificio universitario de la Av. Corrientes 2038 (sede actual del Centro Cultural Rojas), se iluminó con los sones de la Sinfonía Nro. 2, “Resurrección”, de Gustav Mahler, dando paso a la escenificación del diálogo de Platón llamado “FEDÓN, o DEL ALMA”, en base a un texto elaborado por profesores de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, treinta y dos años antes. Fue el inicio de una vorágine de actividades que no tendrían resuello durante los siguientes nueve años, a lo largo de los cuales cientos de jóvenes alumnos de carreras científicas y humanísticas, docentes, no docentes, graduados y hasta actores profesionales con mentalidad amateur, poblaron los talleres artesanales de un auténtico TEATRO DE REPERTORIO, a la usanza de lo que en las universidades del resto del mundo, desde los albores del Humanismo, se conoce como TEATRO EXPERIMENTAL UNIVERSITARIO, pero que en la República Argentina (concretamente en la ciudad de Buenos Aires, urbe multifacética si las hay), se ha hecho escasamente antes de la aparición del TUBA y que después de su cierre (obligado cierre por acumulación de circunstancias demoledoramente negativas, provenientes de la propia Universidad), no se intentó seguir haciendo, incomprensiblemente, hasta el día de hoy. Al TUBA le tocó nacer, vivir y sobrevivir a duras penas en una época de terrorismo subversivo y terrorismo estatal sin precedentes. Atacadas su precaria estructura funcional y sus sacrificadas y heroicas huestes a diario por amenazas, prohibiciones, calumnias y concretas manifestaciones de odio racial, al impedírsele una gira de 15 días a la ciudad de Mar del Plata y en medio de los preparativos de una proyectada por cuenta propia gira latinoamericana, a mediados de 1983 su director-fundador (o sea yo, Ariel Quiroga) y todos sus integrantes renunciamos en masa, desmantelamos todo cuanto habíamos construído con nuestras propias manos (decorados, vestuarios, infinidad de elementos de utilería, luces, etc.) y nos fuimos con la esperanza de que al sobrevenir la anhelada Democracia, a fines de ese mismo año 1983, una Universidad saneada de toda esa caterba de facciosos que la habían desnaturalizado en su esencia humanística, nos convocaría para seguir con la historia del TUBA, ya libres de acechanzas y vejámenes. Porque nueve años de una historia, tan fecunda como lo fue la de ese “Teatro de la Universidad de Buenos Aires” que se inció hacen hoy 40 años, eran más que suficientes como para que esa historia continuase, aunque nunca se la hubiese oficializado en papeles de escritorio. Lo dije en mis palabras finales al público de la última función, el 5 de junio de 1983: “Habrá en el futuro un lugar para nosotros donde la sinrazón no halle cabida” Pero no fue así. Un año más tarde de la “desaparición” del TUBA (un matutino había titulado en una extensa nota a toda página: “DESAPARECE EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD”), las autoridades académicas de la flamante Democracia decidieron remodelar y ampliar el viejo edificio de Corrientes 2038 y poner en funcionamiento allí un Centro Cultural (lo mismo que el TUBA había intentado concretar), bajo la denominación de “Centro Cultural Rector Ricardo Rojas”. “El Rojas”, denominación que se ha hecho tan popular como lo fue la de “El TUBA” en su tiempo, lleva 30 años desarrollando una enorme actividad de cursos, folklore, música, danza, exposiciones fotográficas, mesas redondas, ponencias… y también teatro. Cuenta con un Departamento de Teatro como el que tenia la Dirección de Cultura de la que no tuvo más remedio que depender el TUBA, pero ese Departamento de Teatro del Rojas, en los 30 años que viene funcionando como tal, jamás propició la restitución a la vida activa de un Centro de Drama orgánico, como lo fue aquel “Teatro de la Universidad de Buenos Aires” que hicimos entre 1974 y 1983. Necesito decirlo porque lo sé con certeza: Dentro del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, las distintas gestiones directivas que se han sucedido a partir de su creación en 1984 y hasta el día de hoy, han negado sistemáticamente la existencia previa, en ese mismo solar de la Av. Corrientes 2038 de la ciudad de Buenos Aires, de un “Teatro de la Universidad”. ¿No se preguntó nunca nadie dentro del Rojas porqué se había instalado el Rojas precisamente en ese vetusto edificio…? ¿De qué plato volador bajaron los que conformaron la estructura del Rojas en sus comienzos, que no sabían que allí había funcionado un Teatro de Repertorio durante casi una década…? Las escasas veces (no más de tres) en que logré entrevistarme con alguna autoridad del Rojas, hace ya muchos años, con la intención de aportar iniciativas para que el TUBA volviese a existir, fui atendido a desgano, a las apuradas o sencillamente con agresividad y desprecio. Un encargado del Rojas, ya fallecido, cuando le quise dejar programas y fotografías de lo hecho en el TUBA, me dijo con aspereza: “Llévese todo eso; lo que usted hizo aquí antes, a nosotros ahora no nos interesa”. ¿Y que había hecho yo antes, allí…?: Teatro. Teatro durante nueve años seguidos, sin parar un solo día, invierno y verano. La concreción de 1.163 representaciones, con la sala siempre atestada de público, que podia acceder GRATUITAMENTE al conocimiento de obras y autores tan poco frecuentados (o nunca antes mostrados en ninguna cartelera de Buenos Aires), como “La grulla crepuscular”, de Junji Kinoshita, o “Mozart y Salieri”, de Pushkin, o “La novela del contrabajo”, de Chéjov, o “Escenas de la vida bohemia”, de Mürger o “Los cautivos”, de Plauto o “El atolondrado o Los contratiempos”, de Moliere o “La sombra del valle”, de Synge o “Los reyes”, de Julio Cortázar, o “El grabador”, de Enrique Wernicke o “Los testigos”, de Juan Carlos Ghiano o “Por siempre alegre”, de Roberto Cossa o “Las coéforas”, de Esquilo… Teatro y más teatro, entre ruinas (porque el edificio de Corrientes 2038 era una ruina, atestada de ratas, en la época del TUBA), vigilado y perseguido por espías a sueldo, con tableros de luz instalados precariamente, sin apoyo presupuestario de ninguna naturaleza, pero con la compañía invalorable de los jóvenes estudiantes de la Universidad, de todas las carreras, que se inscribían cada año, en una renovación constante de voluntades, sin saber que dentro de ese teatro al que ingresaban con la idea de ser, quizás, “artistas”… iban a tener que ser antes que nada obreros, con la enorme dignidad que significa ser “Obrero del Teatro”, como lo fuimos todos cuantos formamos parte durante nuestras juventudes de aquel movimiento de lucha, de desafío y de prepotencia de trabajo que fue el movimiento de teatros independientes en Buenos Aires. Nadie que intentara hoy aproximarse, con afán investigativo, a averiguar cómo era el TUBA por dentro, aun con las referencias más fehacientes, podría llegar a entender cómo llegó a funcionar, dentro de la Universidad, un centro de drama que prácticamente se manejó en forma autónoma, en forma aislada y autosuficiente, obligadamente autosuficiente por las circunstancias anómalas que lo rodeaban. Internamente, el TUBA se consolidó como una comunidad cerrada, como lo fue en su tiempo Nuevo Teatro, el señero grupo liderado por Alejandra Boero y Pedro Asquini y en el cual milité por espacio de cinco años, entre 1965 y 1969. La solidaridad entre sus integrantes estuvo siempre a la orden del día y el espíritu de compañerismo aun en los pocos momentos de discordia, emanada del afán de dividirnos que supo estar orquestado desde afuera, desde la propia “dirección de cultura” de la que el TUBA estaba obligado a depender, privó siempre, como una inabdicable cuestión de principios. El TUBA fue un remanso, un islote de paz en un continente en guerra, como lo fue la Argentina de su época y si hubo quienes se enojaron y se marcharon dando un portazo, los recuerdo a todos con el mismo cariño porque, parafraseando el título de una obra de Anthur Miller: “todos fueron mis hijos”. El TUBA, el “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”, el que existió entre mediados de 1974 y casi fines de 1983, el que hoy está cumpliendo 40 años de su primera representación, debió haber sido un ejemplo para toda actividad escénica que se hiciese a partir de él en una Universidad y su Legado tendría que haber seguido vigente para todo centro de exploración del drama representado que se crease en el futuro. Sin embargo, su existencia fue premeditadamente sepultada en el olvido. En tiempos de Democracia en la Argentina y en un contexto de afán conjunto de todas las fuerzas cívicas de la República por recuperar la Memoria de los hechos horrendos que ensombrecieron el pasado, no hubo la más minima intención de recuperar la Memoria de un colectivo de voluntades jóvenes, comprometidas con el afán por mejorar las cosas y hacer del altruísmo una bandera de combate, como lo fueron las casi 1.600 voluntades jóvenes de aquellos oficiantes del TUBA, que con el mismo Entusiasmo empeñaban la espada de utilería para representar a un caballero andante en una obra clásica, que la escoba y la pala para barrer el escenario y la sala donde llevaban a cabo su faena divulgadora y también limpiar los baños para uso del público (que ellos no tenían a mano, una vez ingresados al espacio escénico, durante las funciones) o treparse a claraboyas a quince metros de altura, para reparar con brea las goteras, para que los espectadores no se mojasen cuando llovía, en la sala improvisada en el gimnasio del ultimo piso de Corrientes 2038. Ese Legado de los jóvenes del TUBA, que nadie quiso atender una vez recuperada la Democracia (tal vez porque era y es aun hoy demasiado molesto, por simple comparación con lo que se ha venido haciendo en material de teatro en la Universidad, después del TUBA), es el que creo que está inapelablemente plasmado en este video de nueve minutos, que circula por la web y que debe estar ya antes en las multiples páginas de este Blog. Este video del Legado de lo que fue el TUBA es, quizá, el único y mayor homenaje que se me ocurre para celebrar los 40 años de aquella primera representación, la del 30 de noviembre de 1974. Lo confeccioné ya anciano, viviendo aquí, en mi soñada Mar del Plata, con referencias a mi vida de hombre de teatro que abandonó de buen grado la “escena profesional”, para dedicarse a formar conciencias de “Mujeres y Hombres de Teatro” en el páramo que era el área de extensión cultural en la abúlica pero tendenciosa “dirección de cultura” de la UBA, en 1974. Fueron nueve años en los que enseñé aprendiendo, porque mis enseñanzas de los diversos quehaceres que se aglutinan entre las paredes, siempre cargadas de misterios, de un espacio escénico, fueron retribuídas por mis decenas, cientos de discípulos venidos de los claustros de aprendizaje de las leyes, la medicina, las ciencias económicas o la filosofía, con el traspaso vía ósmosis de su savia de vitalidad rejuvenecedora, su apetito por la Verdad y su infatigable derroche de arremetedora energía. Yo no era un “profesor de teatro”, era –como me definió alguna vez el inefable Cátulo Castillo, “un iluso transitador de los escenarios”, y ese haber transitado por tantas obras y tantos tablados y tanta mugre, sudor y miedos, como se da en esa aventura de cada noche que es “el salir al ruedo” frente a las candilejas, es lo que me interesó inculcar a aquellos improvisados teatristas, que con su alegría desmesurada, su cantar desvergonzado y su rechazo al exitismo fácil, hicieron del TUBA un lugar de convocatoria al que los represores de la dictadura cívico-militar imperante no lograron aplastar con sus necios designios aniquiladores. Porque al TUBA no nos lo cerraron ellos; lo cerramos nosotros, con la misma firmeza en la decision que nos había motivado a abrirlo, nueve años antes. El nombre TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES (que luego nos fue modificado por el de “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”, por imposición de la propia Universidad), se lo pusimos nosotros y nosotros fuimos quienes, sin tenerlo registrado en ninguna parte, inconscientemente se lo quitamos. Prueba de ello es que en estos 31 años que han transcurrido desde el cierre del TUBA, todavía nadie que haya venido hacienda teatro dentro del Rojas, se atrevió a usarlo. ¿Habrá sido por miedo a no poder emularnos, por verguenza a no ser capaces –teniendo la enorme ventaja que significa gozar de una plenísima Democracia-, de ser tan “corajudos” como lo fuimos nosotros… o –en el mejor de los casos, querría suponerlo-, por respeto al recuerdo de aquella epopeya, tan signada por el triunfo del espíritu, pero también por la injusta derrota, como lo fue la del grupo “La Barraca”, de Federico García Lorca, en la oscurantista España que precedió a la oscurantista Argentina en la que le tocó vivir y morir al TUBA. Aunque parezca inverosímil, logré filmar muchas horas de los espectáculos del TUBA con una cámara de Super-8, pero esas filmaciones se fueron autodestruyendo con el paso del tiempo y la obra de la humedad. Lo que sí se conservaron fueron los miles de fotografías, que forman parte de este Blog y son una demostración irrecusable de los logros artísticos de ese Teatro, tan carente de apoyos y de subsidios. “La noche de San Juan”, de Henrik Ibsen, una tenue comedia sobre las nostalgias de los primeros amores juveniles, fue durante la temporada de 1982 una de nuestras producciones de las que se conservan mayor número de fotografías, que hace algunos años aglutiné en un video, que inserto a continuación como rúbrica de tantos conceptos reiteradamente vertidos (aunque al parecer muy poco escuchados) sobre la atmósfera de realismo y a la vez de magia con que buscamos imbuir a cada uno de los más de cien montajes escénicos que el TUBA logró concretar, intentando no solo iluminar sino también embellecer, en años de tanta oscuridad, las conciencias de nuestros fieles espectadores. Constantin Stanislavsky, el gran Maestro ruso, buscó precisamente eso a lo largo de su brega por perfeccionar el arte teatral: “Reflejar las contingencias de la vida humana con Verdad y también con Belleza”:

jueves, 27 de noviembre de 2014

LO QUE "NO" REVELARA EL LIBRO DE MARIANO UGARTE SOBRE EL TUBA

En el capítulo de este Blog del dia martes 18 de octubre de 2011, con el título “MARIANO UGARTE: LO QUE REVELARA SU LIBRO SOBRE EL TUBA”, narro mi encuentro con un joven estudiante de la carrera de periodismo, Mariano Ugarte, que prácticamente no había nacido cuando el TUBA se cerró, en junio de 1983 y cómo de ese y otros muchos encuentros surgió en él la idea de escribir un ensayo sobre la Historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (1974 – 1983), que es la que en forma no cronológica yo he venido narrando en este Blog a partir de febrero de 2010. El arduo trabajo de Mariano Ugarte, al cual aporté toda la documentación que yo conservaba de esa historia a comienzos de la década del 2000, verá finalmente la luz el próximo 3 de diciembre, en el Centro Cultural de la Cooperación, en pleno centro de Buenos Aires. Me han invitado a asistir al acto de presentación del libro y tuve toda la intención de hacerlo, pese a mi “acostumbramiento” a esta vida serena y solitaria en Mar del Plata, mediando ya mis 74 años. Sin embargo, hoy he decidido no viajar, a pesar de tener ya los pasajes de ida y vuelta para el próximo miércoles. Una lectura febril del libro que me fue acercado vía correo electrónico ayer, me ha dejado un tanto (o más bien, bastante) desilusionado de lo que yo hubiese querido que fuse un testimonio, finalmente puesto en letras de molde y editado, de esa PORTENTOSA EPOPEYA, que fue erigir un Teatro de Repertorio dentro de una Universidad, con una producción que iguala o supera la de otros teatros oficiales de la Argentina, en una época de terror y muerte en nuestro país, pero con la enorme diferencia de que en ese Teatro de Repertorio de la Universidad de Buenos Aires no hubo actores ni técnicos profesionales, sino que, por el contrario, sus talleres actorales y escenotécnicos fueron poblados, durante la friolera de nueve años en continuidad, por cientos (unos 1.600 en realidad) de jóvenes estudiantes de todas las disciplinas curriculares, de las ciencias y las humanidades, puestos a oficiar de comediantes, fabricantes de escenografías, iluminadores, tramoyistas y limpiadores de sala, a la manera de los oficiantes obreros de aquellos legendarios teatros independientes, que sacaron a la escena de Buenos Aires, durante décadas, de la asfixia de la burda escena comercial, enquistada en el mercantilismo. El trabajo de Ugarte me erige (a mi entender, erróneamente) en casi absoluto protagonista (mi nombre figura cientos de veces en el trabajo), se detiene en nimiedades de mi vida privada y constantemente hace hincapié en mi relación de trabajo de 46 años en la Fuerza Aérea Argentina, como si ese (mi único trabajo rentado, porque en el teatro fui siempre un amateur), hubiese sido un descrédito inhabilitante a la hora de acercarme a la Universidad para proponer y llevar adelante la creación de un Teatro Universitario de Repertorio. Haber trabajado de oficinista 46 años en la misma repartición (la Obra Social), de la Fuerza Aérea Argentina es hoy (y lo fue siempre) para mi, un motivo de orgullo y no me averguenza en lo más mínimo haber pertenecido a esa Institución, cuyos jóvenes aviadores dieron muestras de ejemplar coraje y merecieron elogio de todo el mundo por su participación en el Conflicto Bélico del Atlántico Sur, en 1982, por la recuperación de nuestras (legítimamente Nuestras) Islas Malvinas. Ugarte deja en claro, tímidamente, que no formé alianzas ni contubernios con los facciosos de ultraderecha que coparon la Universidad en 1974, justo el año en que yo me acerqué a proponer la creación del TUBA, pero se dedica meticulosamente a dejar interrogantes en suspenso, como si en el fondo quisiera demostrar que no fui tan “inocente” como los hechos revelarían, a la hora de mostrarme enfrentado a los esbirros de un gobierno de facto, torturador y genocida. Lo que a mi me toca de ganancia o de pérdida en el abundoso trabajo de Ugarte sobre mí mismo (llega a contar mis años de escuela primaria y mis fracasos en la secundaria), no me afectaría en lo más mínimo. A esta altura de la vida (74 años y medio), estoy en condiciones de desnudarme y que me desnuden, por fuera y por dentro, sin verguenzas ni arrepentimientos. Lo que realmente me abruma, me genera rechazo y hasta indignación, es la omisión que Ugarte hace del esfuerzo “ciclópeo” de todos esos cientos de jóvenes, que durante años robaron horas al descanso y hasta arriesgaron sus vidas, por sostener inclaudicablemente un teatro de alcance masivo y popular, en el que se recitaba a Terencio, a Esquilo, a Lope de Rueda, a Valle Inclán, a Discépolo, a Florencio Sánchez o a Moliere con una actitud de desafiante entrega, sin desfallecimientos, que estos chicos de hoy, movidos por el afán de aparecer en “realitis” o novelas televisivas por el sólo interés de la fama y el dinero, serían incapaces de brindar, pese a vivir en tiempos de definitiva Democracia y no como los del TUBA, permanentemente amenazados por la demencia represiva de una dictadura feroz. Ugarte menciona las obras, la enorme cantidad de obras que integraron el repertorio del TUBA, como si hacerlas hubiera sido cuestión de “moco de pavo”. En tal año hicieron esto y aquello; al año siguiente hicieron tal otra cosa… ¿Se puso a pensar Mariano Ugarte en todo este tiempo en que su libro esperó para ser editado, lo que significó sacar un teatro de la nada, con toda una muchachada que se iba acercando a sus clases y jornadas de ensayo sin tener la menor idea de lo que es VIVIR dentro de un teatro que funciona todos los días del año sin respiro ni atenuantes...? Porque los jóvenes acuden entusiasmados a lo que se suele llamar "clases de teatro" o "escuelas de actuación", donde se pasan las horas haciendo improvisaciones o relajación en el piso, pero en un TEATRO DE VERDAD hay que "laburar", hay que convivir con la mugre, con la transpiración, con los interminables ensayos generales, con las horas previas a los estrenos, que son siempre acuciantes, con las ganas de vomitar o de ir al baño justo al momento de levantarse el telón, y encima en el escenario del TUBA en Corrientes 2038 no había salida a baños y había que hacer lo que se necesitase hacer dentro de una lata, que iba pasando de mano en mano, igual para las chicas que para los muchachos... Ugarte no intenta (con todo el material que yo le brindé a su entera disposición…!!!), relatar cuánto había que ensayar, estudiar, martillar, serruchar maderas, pintar lienzos, instalar telones y juegos de luces, buscar telas viejas, remendarlas, coser esas telas para que pareciesen trajes de época, armar bandas sonoras, barrer la sala, limpiar los baños que utilizaría el público, salir a volantear para enterar al futuro público, supercar enfermedades, superar exámenes de las carreras de cada uno, hacer traslados de decorados por la calle para armar funciones en las facultades, en una palabra: trabajar, trabajar, trabajar, sufrir, soñar, vibrar, estremecerse, llorar con el fracaso y llorar también con el estímulo del aplauso exultante del público y volver a empezar, una y otra vez, durante un año tras otro durante nueve seguidos, para que el Teatro de la UBA estuviese en pie, sin recesos de vacaciones, funcionando invierno y verano, como una verdadera “máquina de hacer espectáculos”, que llegaban a cientos de miles de espectadores por año y que, siempre a pulmón, se llevaban a bibliotecas, centros culturales, parroquias, cuarteles de bomberos y hasta almacenes de ramos generals del conurbano y del interior. Mariano Ugarte ha hecho un arduo trabajo de investigación sobre las circunstancias políticas que rodearon la existencia de nueve años del TUBA, pero no ha buscado (no ha querido o no lo ha considerado valioso), profundizar en el ALMA DEL TUBA, en las conciencias de esos cientos, miles de jóvenes que vivieron, sin proponérselo, la vida interna de un Teatro de Repertorio, como lo deben haber vivido aquellos juglares de la comedia del arte, los que acampaban en las caballerizas de los establos o los que, a cuestas de un desvencijado carromato, recorrieron los caminos polvorientos de la España franquista, en la recordable “Barraca” de Federico Garcia Lorca. ¡Qué casualidad….! Ugarte no menciona a “La Barraca”, de García Lorca, como un antecedente cercano, humanamente cercano a la identidad fisonómica de la epopeya del TUBA. Como nada de toda esa pasion, ese idealismo, esa lucha, ese desinterés, esa templanza, ese coraje, ese sufrimiento, esa enaltecedora nobleza de los jóvenes del TUBA está reflejado en las páginas, demasiado objetivamente frías, del libro de Mariano Ugarte, no voy a viajar a Buenos Aires para asistir a su presentación. El testimonio para los jóvenes teatristas o no teatristas de hoy y para los de mañana sobre lo que fue aquel Teatro de la Universidad de Buenos Aires que existió entre mediados de 1974 y mediados de 1983 está en las páginas de este Blog, en sus decenas de capítulos de texto, en sus documentos probatorios, en sus crónicas de ensayos, viajes y montajes; en sus videos, sus cientos de fotografías y en los registros sonoros que dan cuenta elocuente de lo que fue el TUBA, más allá de los datos sociopolíticos de quienes, en puestos de funcionarios, de vigilantes o represores, deambulaban por los vericuetos de la Universidad de Buenos Aires en esos años, sencillamente porque el TUBA no los tuvo en cuenta, los ignoró o en muchos casos se burló de ellos, a través de los mensajes subliminales que escondían, a la vista y la captación del público, las obras de todas las épocas que se representaban, como cuando en “Las coéforas”, de Esquilo, vociferábamos con toda la resistencia de nuestras gargantas: “Y QUE MUERAN HOY LOS QUE AYER MATARON…!!!” o “LA MUERTE ES LA UNICA LEY PARA JUZGAR A LOS TIRANOS…!!!”.

sábado, 6 de septiembre de 2014

LA HISTORIA DEL TUBA CRONOLOGICAMENTE NARRADA

Amigos de todo el mundo: En este Blog sobre el TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES o, en realidad, sobre el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el único hasta hoy, el que tuvo la desgracia de existir entre 1974 y 1983), he narrado en forma dispersa, a partir de febrero de 2010, hechos y circunstancias vinculadas a la heroica historia de este Centro de Drama, pero sin respetar una estricta cronología; sólo a medida que los recuerdos acudían a mi gastada memoria de septuagenario. También existe otro Blog: ARIEL QUIROGA: EL TEATRO QUE HICE, UN COMPROMISO CON LA VIDA, en el que me dediqué a narrar (también en forma no cronológica), mis comienzos en la vida de teatro, allá por 1956 y la concreción de algunos montajes que "hicieron historia", como los de "El viaje", de Georges Schehadé o "La Arialda", de Giovanni Testori, entre muchísimos más. Podría decirse que en este Blog quise dejar testimonio de cómo había llegado a ser un director "importante" (...?) en el ambiente del teatro profesional de la ciudad de Buenos Aires, en la que nací en 1940. Allá por 2006 había escrito un frondoso libro, que nunca llegué a publicar, en el que no sólo narraba, cronológicamente, mi vida como Hombre de Teatro entre 1956 y 1989, sino que intentaba abarcar varios períodos del devenir de la escena a nivel mundial y la incidencia de ciertos dramaturgos en ese devenir. Recientemente, merced a la técnica de Blogger, logré "subir" el texto de ese proyectado libro, adjuntando videos y fotografías, al ámbito sin fronteras de la web. Lo encontrarán en el siguiente sitio: www.arielquirogateatro.blogspot.com Gracias.

jueves, 7 de agosto de 2014

EL ENCUENTRO DE ESTELA Y GUIDO... Y EL FINAL DE ESTA "HISTORIA DEL TUBA"



Hoy cumplo 74 años.
Hoy acabo de leer, a primera hora de la mañana, que Estela y Guido ya se han encontrado.
Hace cuarenta años, por estos mismos días de agosto de 1974, yo presentaba ante la "dirección de cultura" (...?) de la Universidad de Buenos Aires, el proyecto de crear un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO.
Nueve años después ese teatro, salido de la nada pero convertido por su propio accionar en un Centro de Drama reconocido a nivel internacional, se veía forzado a cerrar sus puertas, por la tarea constante emanada de esa "dirección de cultura" (...?), para lograr su destrucción.
El TUBA, como se conoció popularmente a ese teatro de jóvenes universitarios (alrededor de 1.600), tuvo que existir (en realidad: subsistir) en una época de terror, depredadora de los más bellos ideales de la juventud: 1974 - 1983.
En una Argentina en Democracia para siempre no le fue permitido volver a abrir sus puertas.
Hubo mucha muerte, mucho desprecio por la vida... y luego, -tal vez comprensiblemente-, mucho rencor.
Los que hicimos el TUBA fuimos metidos en la misma bolsa que los genocidas.
Desde el escenario del TUBA se cantó a la Vida, a la Libertad y al Derecho a Pensar, a través de 1.163 representaciones ante auditorios colmados, en Buenos Aires, en Córdoba, en Mar del Plata y en tablados precarios, armados en parroquias, bibliotecas, cuarteles de bomberos, almacenes de ramos generales y a cielo abierto, en pleno campo.
 

Tal vez su canto no bastó para limpiar su historia de la sospecha de que "aceptó ser cómplice de la dictadura militar".
Esa supuesta complicidad no fue ni será jamás probada, sencillamente porque no existió.
Hubo de parte de aquella muchachada: pasión, coraje, idealismo y entrega sin reservas de sus mejores fuerzas.
Hoy leo que Estela y Guido se han podido, por fin, abrazar en el encuentro.
Hoy cumplo 74 años y esta Historia del TUBA ya no necesita seguir siendo contada.
Hay demasiados textos, fotos, videos en este Blog como para que quien quiera saberla tenga años por delante para revisarla, aprobarla o descartarla.
Lo importante hoy es que Estela terminó su búsqueda, aunque la muy empecinada vaya a seguir buscando infatigablemente.

lunes, 28 de julio de 2014

EL INCIERTO COMIENZO DEL TUBA, HACE CUARENTA AÑOS

Primeros días de agosto de 1974, cuarenta años atrás.
Una compañera de la oficina en la que yo -Ariel Quiroga-, trabajaba desde los 18 años, sabía que me estaba dedicando al cine en Super-8 y que acababa de terminar un largometraje en ese sistema: la adaptación del cuento de Horacio Quiroga "El solitario".
Esta compañera quiso que me entrevistase con un antiguo jefe, un bioquímico que acababa de ser nombrado Director de Cultura en la Universidad de Buenos Aires, para que se pudiese proyectar allí, en esa dependencia de la UBA, mi película.
Acudí a la entrevista con los tres rollos de "El solitario" bajo el brazo y mientras esperaba ser atendido me surgió la idea de volver a un proyecto que me obsesionaba desde comienzos de los años sesenta: la creación de un Teatro Universitario.
Lo habíamos intentado allá por 1961 junto con Emilio Stevanovich, el único crítico teatral del que fui realmente muy amigo, pero no fue posible concretarlo. En la Facultad de Derecho, donde estuvimos, los centros de estudiantes de distintos bandos andaban por entonces a los tiros y una encargada del área de extensión cultural (omito su nombre por respeto, porque ha fallecido), fue la que nos dijo aquella "genialidad" de: "Aquí, en esta facultad, no se puede hacer nada, ni de teatro ni de música, porque de inmediato copan los comunistas, que son los únicos que se interesan por la cultura".
En aquel agosto de 1974 la Universidad estaba cambiando de rumbo: de la extrema izquierda pasaba a ser manejada por la extrema derecha. Jamás un término medio en cuanto a lo ideológico dentro de los claustros...
Yo cumplía 34 años en aquel agosto de 1974 y tenía a mis espaldas un considerable bagaje de experiencia como hombre de teatro.
Había sido actor, escenógrafo y principalmente director de escena. "El mejor puestista de Buenos Aires", como me rotuló Alejandra Boero, con quien compartí años de lucha en aquel baluarte del teatro de compromiso social que fue Nuevo Teatro.
Unas cuantas producciones del período 1967 - 1970 me habían, dicho esto con cierto "escozor", consagrado como un director de avanzada. "Sus puestas en escena -escribió Rómulo Berruti en el poco confiable matutino Clarín-, abren nuevos rumbos en las formas de concreción del hecho escénico".
Había un problema, sin embargo, frente a la posibilidad de que yo pudiese llevar a cabo un proyecto teatral dentro de la Universidad: carecía de título universitario y ni siquiera tenía terminado el ciclo secundario.
Es que jamás pude llegar a rendir física, química y matemáticas de cuarto año y hoy, a mis 74 años, sigo siendo un bachiller sin recibir.
Fui llamado al despacho de aquel flamante "director de cultura". No hablé nada de mi película "El solitario" y sin medir las consecuencias (que fueron por igual muy buenas y muy malas), lancé la propuesta, que fue enunciada así, con estas mismas palabras: "Me gustaría formar un Teatro Universitario de Repertorio".
Pocos meses más tarde, ese titubeante, indeciso, temeroso elenco de Teatro Universitario, hacía su primera presentación ante el público: el 30 de noviembre de 1974, con la escenificación que otros cuarenta años atrás se había hecho en la Facultad de Derecho, a las órdenes de Don Antonio Cunill Cabanellas, del diálogo de Platón llamado "Fedón, o Del Alma".
Pero para saber como se consolidó, con la prepotente fuerza de un volcán en erupción, lo que llegaría a ser, hasta hoy, el único Teatro de la Universidad de Buenos Aires en toda su historia, hay que adentrarse en los meollos de este Blog, incursionar en los años y meses donde se alojan sus capítulos, sus imágenes, sus videos y sus testimonios sonoros, y entonces sí, preguntarse en todo caso:
¿Por qué ese teatro, que el público colmó en todas sus 1.163 representaciones con acceso gratuito, fue tan combatido, censurado y aniquilado por la propia Universidad que le dio su nombre...?
¿Por qué, luego de su febril trayectoria de nueve temporadas consecutivas, con tantas obras y autores de valía dados a conocer, tuvo que cerrar sus puertas en junio de 1983...?
¿Y por qué nadie intentó continuar su historia o crear otro "Teatro de la Universidad de Buenos Aires", en estas más de tres décadas en las que la UBA cuenta con el moderno Centro Cultural Rojas...?
El video insertado a continuación de todos estos interrogantes, (que la Universidad de Buenos Aires se resiste a contestar), es un apretado resumen de lo que logró llevar a cabo aquel Centro de Drama universitario, con la participación, denodadamente febril, de unos 1.600 jóvenes estudiantes, docentes y graduados, que rindieron su desinteresada pasión al culto de Talía.
 

 
 


sábado, 26 de julio de 2014

LA HERMOSA TAREA DE CONSTRUIR TEATROS

La imagen superior corresponde a un alto en la construcción del Nuevo Teatro Apolo, que más de cien jóvenes "actores-obreros" llevamos a cabo, capitaneados por la indoblegable Alejandra Boero, el indoblegable Pedro Asquini, el indoblegable Héctor Alterio y el indoblegable Rubens W. Correa, allá por los años 1965, 1966 y 1967.
Una tarea titánica, porque erigimos un moderno teatro en plena calle Corrientes, dominio por décadas del rutinario teatro comercial, para enarbolar desde su escenario la bandera del teatro de compromiso social, el que no cede terreno a los intereses de boletería.
Algunos años más tarde, también en la calle Corrientes, pero "del otro lado de Callao", o sea: en Corrientes y Ayacucho, a una cuadra de donde Nuevo Teatro había hecho su historia, en el barracón del Nro. 2120, un grupo de más de 100 jóvenes universitarios, provenientes de todas las disciplinas científicas y humanísticas del ámbito curricular de la Universidad de Buenos Aires, en otro barracón: el viejo edificio de Corrientes 2038, se largaba a la quijotada de erigir un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, a cuyas representaciones el público que llegase de todos los sectores sociales de la comunidad, pudiese acceder GRATUITAMENTE.
De aquella quijotada, cuya propuesta llevé a cabo hace 40 años, en lo que era una supuesta "dirección de cultura" de la UBA, surgió un prepotente, heroico TEATRO DE REPERTORIO, que el público de Buenos Aires conoció como "el TUBA" y en el cual se dieron a conocer, -durante nueve fatigosos años-, textos ignorados de muchísimos autores clásicos, modernos y actuales.
Los lazos de parentesco del TUBA con aquel Nuevo Teatro de la Boero y Asquini que construyó el Apolo, fueron tejidos por la misma trama de desprecio por lo comercial y la búsqueda de una dramática que despertase las conciencias de los espectadores, en la misma línea de Antoine, Max Reinhardt, Jean Louis Barrault, Bertolt Brecht y Tadeusz Kantor.
Fueron, como dije, nueve fatigosos años, en los que se concretaron 1.163 representaciones, bajo amenazas y detracciones sólo entendibles en el marco de una tenebrosa dictadura como la que sojuzgaba a la Argentina en aquellos años.
Vale la pena recordar hoy que existió "el TUBA", porque la Universidad de Buenos Aires, a lo largo de los 31 años que llevamos en Democracia, no ha intentado darle continuidad a su heroica historia, vaya a saberse por qué motivos, que jamás aceptó revelar.
Dos fotografías de aquel TUBA de 1974 a 1983, que seguramente ya figuran en este Blog: una, con sus jóvenes integrantes llegando a una nueva jornada de trabajo, en la que no sólo se desentrañaba el mensaje de Moliere, de Esquilo o Discépolo, sino que también se cosían ropajes, se serruchaban maderas para decorados, se instalaban puentes de luces y se salía a repartir volantes por la calle, entre infinidad de tareas más y la otra, con una imagen parcial de la platea abarrotada, en alguna de esas 1.163 representaciones en el precario edificio de Corrientes 2038, que hoy y desde hace mucho es sede del Centro Cultural Rojas, pero en el que no hay más un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, como lo fue el TUBA.
 
 
 



 


sábado, 19 de julio de 2014

LA DESPEDIDA A ALGUIEN QUE ESTUVO EN EL COMIENZO DEL TUBA

                                       Eduardo en 1974, el año en que se creó el TUBA 
Hace dos días falleció un amigo mío, con quien compartí largos años de cine, teatro, música clásica, Joan Baez, los Beatles y Mercedes Sosa, viajes de mochileros por los lagos del sur argentino y muchas cosas más.
Eduardo fue quien tomó la enorme foto en gris que encabeza este Blog, que corresponde al primer saludo, en el Centro Cultural San Martín, de la troupe inicial del TUBA, que formaban más de 100 jóvenes estudiantes de las disciplinas más diversas que se cursan en el marco académico de la Universidad de Buenos Aires.
A estos primeros 100 se fueron sumando sucesivas camadas de “iniciados” en la vida de un TEATRO DE REPERTORIO que, en medio de una época de terror, masacradora de todo impulso creativo de la juventud, llegaron a ser alrededor de 1.600, que militaron en el fragor del hecho escénico desde múltiples escenarios, desde el Teatro Nacional Cervantes hasta tablados montados en pleno campo, en pueblos suburbanos y del interior.
Eduardo y aquellos 1.600 idealistas, que se fueron sumando en la quijotada de mantener activo un Centro de Drama que iluminase desde los claustros de la UBA, con la voz inacallable de un Esquilo, un Sófocles, un Valle Inclán, un Georg Buchner, un Armando Discépolo, un Anton Chéjov, un Juan Carlos Ghiano o un trágicamente irónico Moliere, las conciencias de un pueblo sometido al oprobio de la esclavitud, desde un terrorismo de Estado tan inhumano como exterminador.
Eduardo estaba a mi lado cuando emprendí, a lo loco y sin haber pasado antes por la Universidad, la desaforada tarea de erigir un TEATRO DE REPERTORIO en un desierto frío y sin alma, como lo era por entonces la oficina de “extensión cultural” de la Universidad de Buenos Aires.
En nuestro pequeño departamento del barrio de Congreso se pintaron enormes telones de fondo (como el que servía de decorado para “El farsante más grande del mundo”, de John Synge, que se estrenó en el Aula magna de la Facultad de Medicina en marzo de 1975), se llevaron a cabo ensayos clandestinos, cuando los autos de la represión nos esperaban a la salida del barracón que habíamos adoptado como sala, desde la cual proyectábamos nuestros espectáculos con entrada LIBRE y GRATUITA, en el viejo edificio de Corrientes 2038, que hoy ocupa (totalmente remodelado) el Centro Cultural Rojas.
Eduardo participó de toda la ardua etapa inicial, cuando lo que sería –recién algunos años después-, el elenco oficial de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, era sólo un bosquejo y fue testigo, en soledad, de mis derrumbes anímicos, de mis “desinfles” y mis llantos de impotencia, cuando la encarnizada animosidad emergente del seno de la propia Universidad, amenazaba todos los días con destruir ese TEATRO DE REPERTORIO, que con su prepotencia de trabajo y su indoblegable espíritu de libertad les demostraba todos los días que no eran más que una manga de retrógrados facciosos.
Eduardo partió hace dos días a una tierra tal vez mejor.
Descansa en paz Eduardo, luego de tantas batallas, de tantos viajes mochila al hombro y de tantas ilusiones como las que nos llevó a imaginar que un TEATRO DE REPERTORIO podía ser posible dentro de una Universidad.
Durante nueve gloriosos años, el TUBA fue posible y como tantos otros que pusieron su granito de arena, su pasión y su feroz idealismo, vos también, Eduardo, podés estar orgulloso de haber sido partícipe.

domingo, 6 de julio de 2014

LLEGAR, 40 AÑOS DESPUES, CON LAS MISMAS CONVICCIONES INTACTAS

Hace unos días, dos amigos de mi ciudad de adopción –Mar del Plata-, que me guiaron a comienzos de 2010 en la tarea de abrir este Blog, donde depositar en fragmentos no cronológicos la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (1974 – 1983), me tomaron esta foto con mi gato Patricio, muy anciano él con sus quince años de vida y muy anciano yo, con mis 74, próximos a cumplirse en los primeros días de agosto.
Sin la menor intención de buscar el contraste, a la izquierda de la foto aparece, colgada en la pared, la que me fue tomada en 1957, a mis 17 años, por el luego importante fotógrafo del cine argentino y europeo Ricardo Aronovich, para el frente de unas carpas municipales donde yo estaba empezando a ser actor, en un legendario elenco independiente de Buenos Aires, llamado “Los pies descalzos”.
Hay una clave entre ese perfil de un adolescente taciturno, en la foto de Aronovich y en el rostro de frente, 57 años más tarde, que retrataron ahora mis amigos. Una clave que, tal vez, yo sólo conozca pero que necesito revelar, para que se sepa que todo lo hecho tuvo un objetivo claro desde el comienzo.
Dos años después de la foto de Aronovich, yo ponía en escena mi primer espectáculo en funciones de director: “La casa sobre el agua”, de Ugo Betti, con una enorme crítica favorable, a toda página, junto a la nota necrológica del gran Gerard Philipe, en el prestigioso (aunque ultra-derechista) diario La Nación.
En los siguientes catorce años llegué a poner en escena unas 22 obras, de autores clásicos y modernos; actué en otras tantas a las órdenes de directores-maestros de aquellos ilustres años de la década del sesenta (la década que contó), y participé de todas las faenas propias de los teatros de repertorio, desde barrer la sala, colgarme a los andamios para instalar puentes de luces, armar escenografías o repartir volantes por las calles.
Fueron fundamentales para ese aprendizaje de todas las disciplinas del ambiente escénico y el desdén por la fatua búsqueda del “éxito comercial”, mis seis años en Nuevo Teatro, la compañía creada por Alejandra Boero y Pedro Asquini, en la que militaban el sin par Héctor Alterio, Lucrecia Capello, Enrique Pinti, Rubens Correa y unos cien heroicos jóvenes más, para lograr el sueño de Romain Rolland: “Que el teatro sea pueblo y no reducto de oligarquías”.
Ya en esos años vertiginosos, febriles y apasionados, de la década del sesenta, yo tenía claro un objetivo, que recién a mediados de 1974 (hacen exactos 40 años), logré cumplir: llevar el teatro al seno de las universidades, para que los jóvenes estudiantes del derecho, la medicina, la economía, las letras o la agronomía y la veterinaria, aprendiesen, desde el oficio teatral, a ser profesionales menos apegados al rédito económico cuando se doctorasen y además, fundamentalmente además, conseguir que los espectadores de todas las clases sociales sin distinción pudiesen ingresar GRATUITAMENTE a un teatro dentro de la Universidad, para enriquecerse con el disfrute de textos dramáticos que ningún teatro comercial, de los que manejan burócratas empresarios, -ni cobrando una entrada carísima-, se molestaría en ofrecerles.
La clave entre las dos fotos, la de los 17 años que tomó Ricardo Aronovich y esta de los 74, que tomaron mis amigos de Mar del Plata, es que el OBJETIVO no se modificó nunca, porque las CONVICCIONES tampoco dejaron de ser una doctrina de vida, férreamente inmodificable hasta la llegada de la hora final.
Una vez más, en este año de sus cuarenta de haber sido creado, los invito a recorrer este Blog,  como les guste, tomando en el índice de la izquierda, un año, un mes, un capítulo al azar.
Estoy seguro que la historia fragmentada de aquel TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (que el público prefería llamar “el TUBA”) no los va a aburrir ni a resultar superflua en nuestros días, porque desgraciadamente no volvió a haber un TEATRO DE REPERTORIO hecho por jóvenes en la Universidad de Buenos Aires… y porque la voluntad de servicio y el apasionado fervor que pusieron aquellos 1600 jóvenes estudiantes y hasta graduados, que participaron durante nueve años seguidos de sus talleres artísticos y escenotécnicos merece ser revisada, comprobada y -¿por qué no-, homenajeada.
Fue producto de severas CONVICCIONES, que en mi caso –y lo hago cómplice a mi gato Patricio-, permanecen intactas, a pesar del tiempo transcurrido.

martes, 3 de junio de 2014

EL ULTIMO LEGADO, UNA MANERA DE SEGUIR ESTANDO JUNTO A AQUELLOS OTRORA JOVENES DEL TUBA

Siempre fui coleccionista de música grabada, desde los 18 años, con mi primer sueldo de empleado público, cuando compré mi primer disco “long play” en la afamada Casa Piscitelli de Buenos Aires, con dos poemas sinfónicos de Richard Strauss dirigidos por Arturo Toscanini.
De esos obsoletos “long play” llegué a tener más de 5.000, que un buen día doné a distintas instituciones. Más adelante coleccioné videos, discos compactos, DVDs. y a partir de su rutilante aparición en el mercado internacional, el asombroso BLU-RAY.
La foto ilustra una de las paredes del living de mi casa en Mar del Plata, donde había acumulado hasta no hace mucho un caudal enorme de óperas, ballets y conciertos, todo en ediciones originales, adquiridas a un costo que siempre superó mis posibilidades, aunque jamás quedé en deuda con nadie.
Dije en el párrafo anterior “había”, porque hoy esos cientos, miles de testimonios visuales y sonoros de los más grandes artistas de todos los tiempos, ya no están.
He donado todo a la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la Pontificia Universidad Católica Argentina, para que sirva de apoyo a las disciplinas académicas de los actuales y futuros jóvenes estudiantes de música de mi país.
He recibido por estos días una valiosa carta de parte de las autoridades de esa Institución.
¿Por qué digo “valiosa”…?
Porque a mis 74 años, siento que esa carta es el testimonio tangible de mi devoción por los jóvenes y una manera tal vez caprichosa (pero valedera para mí) de seguir estando cerca de la juventud estudiantil, como cuando –cuarenta años atrás-, me acerqué a la Universidad de Buenos Aires, para proponer esa suerte de “descabellada locura”, que fue la erección del único hasta hoy, Teatro Universitario de Repertorio de la UBA, el que logró existir –pese a todas las trabas habidas y por haber-, durante nueve gloriosos años, en el contexto de una Argentina sumida en el terror más pavoroso, pero que en estos definitivos tiempos de Democracia nadie se ha interesado por continuar, traer al presente y superar.
He aquí la copia textual de mi carta de gratitud a la Universidad Católica, por su “valiosa carta” documentando mi donación:

Dra. Diana Fernández Calvo
Tengo en mis manos la carta que Ud. tuviera la deferencia de enviarme, cuyo contenido me fuera adelantado vía correo electrónico.
Si pudiera encontrar las palabras que tradujesen su significado para mí…
Soy de los que todavía valoran la importancia del papel escrito, aunque los medios de comunicación modernos intenten suplirlo.
Esta carta, -este papel-, me significa muchas cosas, a mis 74 años.
Me significa, al conservarlo en la misma caja rústica en la que guardo recuerdos de aquel Teatro de la Universidad de Buenos Aires, que fundé hace 40 años, que mi dedicación a los jóvenes de todas las disciplinas científicas y humanísticas que pasaron por sus talleres artísticos y artesanales, no se interrumpió, cuando nueve años más tarde, en junio de 1983, ese hermoso Centro Dramático debió cerrar sus puertas.
Nunca milité en ninguna corriente política, pero las universidades, por desgracia, suelen estar sometidas a vaivenes ideológicos contrapuestos y el Teatro de la Universidad de Buenos Aires, en cuyo repertorio se habían dado cita los clásicos y los modernos y a cuyas 1.163 representaciones con acceso libre y gratuito habían asistido unos 48.000 espectadores por temporada, feneció víctima de esos irracionales vaivenes.
En este año 2014 se cumplen, en agosto, los 40 años de la mañana en que yo formulase ante las autoridades de la UBA, mi propuesta de crear un Centro de Drama Universitario, como los que existen en la mayoría de las Casas de Altos Estudios del mundo entero.
Cuarenta años más tarde y sin que, pese a denodados intentos, se haya podido volver a erigir un Teatro Universitario en la UBA, yo he podido cumplir una secreta, íntima promesa, de volver a reunirme con los jóvenes estudiantes.
Ya no es en el marco fatigoso del drama representado (¡cuesta tanto armar decorados, coser trajes, ensayar obras completas, llevarlas en gira por distintos lugares…!), sino con el mero hecho de haber podido transferir (no uso el término “donar”) una determinada acumulación de óperas, ballets y conciertos, para que sirvan de apoyo a las clases teóricas en una facultad de música.
Y con este mero papel –esta hermosa carta- en mis manos o sabiéndola guardada junto a los recuerdos de aquel Teatro de la UBA, yo voy a poder sentir que sigo estando allí: junto a los jóvenes, que son y serán siempre la esperanza de un porvenir más justo y luminoso.
¡Aunque hagan lío, como les pide Francisco…!
Gracias, Dra. Diana y un muy cariñoso “Hasta siempre”.