“Una tragedia florentina” fue la última obra escrita por Oscar Wilde, después del juicio por sodomía que lo envió dos años a picar piedras a la cárcel de Reading. Parece ser que la escena inicial se perdió y fue escrita después de la muerte de Wilde, en noviembre de 1900, por un tal Sturge Moore. Quise rescatar ese texto doloroso y apasionado, porque Wilde hace en él agudas reflexiones sobre el sentimiento amoroso y el legítimo derecho del que ama y no es correspondido, a dirimir ese derecho con la alternativa de la muerte. Otro golpe para la gente de la Dirección de Cultura de la UBA. Era como que nos empecinábamos en hacer autores que a ellos les disgustaban. No era así la cosa. Es que siempre que los que quieren pensar y elegir en libertad choquen con los que pretenden que nadie piense ni elija con libertad va a generarse una zona de conflicto. Nosotros, desde el TUBA, no pretendíamos que la Dirección de Cultura fuese de determinada manera, pero la Dirección de Cultura sí pretendía que el elenco de teatro que “dependía” de ella, fuese y obrase a “su” manera. Su manera cual era...?. Me gustaría que algún analista sociopolítico de la época que transcurre entre 1974 y 1983 en la Universidad de Buenos Aires, se dedique a investigarlo y sacar luego las conclusiones del caso. Montamos “Una tragedia florentina” de Oscar Wilde, como cierre de la temporada 1981, con un vestuario que daba la impresión de ser fastuoso (era liencillo teñido al frío y pana sintética comprada en el Once), y para cuyo diseño nos habíamos inspirado en los frescos de Piero della Francesca. En algún otro lugar de este Blog habré descrito cómo fue su estreno en la sala de Corrientes 2038, el mismo día y a la misma hora en que otra parte del elenco estaba presentándose en la Sala de las Américas, de la Universidad Nacional de Córdoba, con "Stéfano", de Discépolo. Dos años más tarde, la novena (y última) temporada del TUBA se abrió con una reposición de la “Tragedia florentina”. Por qué…? Porque parece ser que la primera versión, la de 1981, había adolecido de cierto “acartonamiento”, producto de los miedos a la censura de la Universidad, cuyo afán persecutorio hacia nuestros repertorios no daba tregua. El sábado 11 de abril de 1983, tal como lo habíamos programado, se inauguró la novena temporada del TUBA, con la reposición (en “nueva presentación escénica”) de “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde. Hubo una extensa nota explicativa respecto de esta reposición, en el programa de mano que merece reproducirse: “Una de las característica que particularizan a los llamados “teatros de repertorio” es la de incluir en su programación de cada temporada un cierto número de reposiciones. “El TUBA lleva años procurando archivar sus producciones escénicas, que en cada caso presuponen un arduo trabajo de estudio y elaboración. Un espectáculo no agota ni mucho menos el accionar divulgador de una obra dramática, en una sola temporada de exhibición. “Se da el caso de algunos célebres teatros de repertorio, como el Piccolo, de Milán o el Berliner Ensamble, creado por Bertolt Brecht, en los que las producciones se mantienen intactas durante décadas, con frecuentes reapariciones en las carteleras. “Una reposición puede fundarse en la mera reconstrucción de la puesta en escena original, para lo cual sólo basta desempolvar los decorados y la “atrezzería” y hacer repasar su letra a los actores, o puede configurar, en cambio, una nueva propuesta escénica. “Tal el caso de la presente “reentré” de la muy bella y otoñal tragedia de Wilde: todo en ella (salvo la participación del mismo intérprete en la parte de Simón), es nuevo. Música, trajes y escenografía han sido pensados y confeccionados como para una producción original, pero fundamentalmente ha sido revisado el tratamiento atmosférico, de lo cual, deviene –creemos-, una mayor cercanía a ese mismo principio de lo redimible que Wilde explaya de modo ejemplar en su “De Profundis”. “En nuestro trabajo de 1981 pretendíamos, sobre todo, dar vida a uno de esos abigarrados lienzos florentinos, en los que la lujuria y la santidad coparticipan en el epicureismo de la forma y el color. “Hoy, esta versión de 1983, deja de lado el factor pictórico. La majestuosidad que aportaban los acordes de la Séptima sinfonía de Antón Bruckner, ha cedido paso al íntimo recogimiento del “Lamento de Ariadna”, de Monteverdi. “Es, quizá, porque otro lamento queremos dejar oír: el de un hombre castigado por el infortunio, que supo expresar con grandeza los más recónditos dolores del sentimiento amoroso, condenado a transformarse, por ausencia de reciprocidad, en un anhelo de muerte”. Han pasado desde entonces veintisiete años y –debo confesarlo-, el texto de esa nota me sigue conmoviendo. Además, al releerla y pasarla aquí reparo en algo que también está reflejado en la escritura de los pedazos de memoria puestos en este Blog: Supuestamente yo era el director titular del teatro y quien asumía la responsabilidad de diseñar el repertorio; crear el concepto de “producción escénica”, marcar las actuaciones y supervisar todos los detalles escenotécnicos. Sin embargo, cada vez que hablo de la concepción funcional del TUBA y de sus propuestas estéticas, trato de no decir “yo pensé; yo hice; yo modifiqué” sino que uso el “pensamos; hicimos; modificamos”. Concretamente (y a esto apunto): el TUBA no era para mi un lugar de realización personal. Mis trabajos como “realizador escénico” del pasado, (que habían sido muchos y algunos bastante importantes) habían dado paso definitivamente al de “hombre de teatro metido en una corporación de hombres de teatro”, donde nadie es más que otro y donde todos los menesteres, por vulgares que parezcan, son igualmente importantes en el conjunto. Había buscado a toda costa la individualidad antes de crear el TUBA. La originalidad de mis puestas había merecido calificativos como “Eximio malabarista” o “Prodigioso alquimista”...y un montón de cosas más que el tiempo se encarga de dispersar como las hojas secas con el viento de otoño. A partir del TUBA, “mis puestas” trataban de pasar desapercibidas. Me importaba ahora, fundamentalmente, traducir con la mayor fidelidad posible la obra dramática y la fuerza expresiva del conjunto. Por eso cuando el TUBA se cerró no pude seguir haciendo teatro y llevo veintisiete años retirado del “mundo de la escena”. El hombre que desde los dieciséis años no había estado una sola semana sin pensar en alguna obra nueva, no quiso saber más de nada con el teatro, salvo que el TUBA (o algo parecido a él) pudiera volver a existir. Como el capitán de un barco que naufraga, me hundí con él. Vuelvo a la reposición de “Una tragedia florentina” y a su polémico programa de mano. Nos atrevimos a insertar una serie de reflexiones escritas por Oscar Wilde en el prefacio de “El retrato de Dorian Gray” que nos parecieron sumamente jugosas como motivo de disgusto para nuestra “celosa” Dirección de Cultura: “El artista es el creador de las cosas bellas. Los que dan un significado bello a las cosas bellas, tienen reservada para ellos una esperanza. Ningún artista es morboso. El arte puede expresarlo todo. El vicio y la virtud son para el artista los materiales del arte. Desde el punto de vista del sentimiento, el oficio modelo es el de actor. La diversidad de opiniones acerca de un trabajo artístico nos demuestra que el trabajo es nuevo, completo y vital. Cuando los que critican no tienen la misma opinión que el artista, es que éste está de acuerdo consigo mismo”. Qué maravilla...!!! Y encima de todo eso, a continuación, poníamos en letra chiquita pero legible, una “Nota del TUBA” que decía: Wilde concluye su prefacio afirmando: “Todo arte es completamente inútil”. Nosotros nos permitimos expresar públicamente nuestra adhesión a este concepto, en la medida en que compartimos otro de sus particulares silogismos: “La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla intensamente”. Como dato curioso, cabe acotar que en la temporada de reapertura del Teatro Colón (ahora nomás, en mayo de 2010), se va a estrenar la ópera en un acto de Alexander von Zemlinsky (1872 – 1942) “Una tragedia florentina”, basada justamente en el drama de Oscar Wilde.
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