martes, 2 de marzo de 2010

LA "CATEDRA" VACIA


El 15 de agosto de 1982 se produjo un acontecimiento, que debió haber cambiado la historia del TUBA (aunque lamentablemente no lo logró).
En la primera página de la revista dominical del diario Clarín, aparecía una nota con un enorme titular que decía: “Una cátedra de teatro”
Sobre esa “cátedra de teatro”, (que hoy, en el 2010, lleva veintisiete años estando vacía y sin la sugerente provocación que encierra en su título el famoso libro de Peter Brook (“El espacio vacío”), el joven periodista Alejandro Margulis escribía:
“Apenas el público deja la sala, los mismos actores que hace sólo un instante habían recreado sobre el escenario la inefable magia del teatro, bajan del tinglado, empuñan las escobas y comienzan a limpiar los pasillos y las butacas.
Algunos no tuvieron tiempo ni de quitarse el maquillaje, otros –los que desempeñaron tareas detrás de las bambalinas- aparecen enfundados con sus equipos de gimnasia o con su ropa de trabajo. Entre ellos se instala en ese momento una oronda alegría que no los abandona hasta que salen a la calle, se besan y se pierden en el anonimato de la noche.
Esa extraña escena tiene lugar en la amplia casona de la calle Corrientes 2038 cada vez que el Teatro Universitario de Buenos Aires (el TUBA) cierra una de sus funciones de fin de semana.
Es que los entusiastas muchachos y chicas que forman su elenco no tienen inconvenientes en representar un importante papel en una obra de Shakespeare y terminada la función acomodar los trajes y los decorados, limpiar los pisos de la sala y remendar los telones si hiciera falta.
Al contrario, inspirados en los principios del teatro independiente –esa corriente del arte que en los años 50 y 60 enorgulleció a todo el país con nombres como La Máscara, Fray Mocho o Nuevo Teatro-, han hecho del quehacer teatral una suerte de profesión de fe.
Estudiantes universitarios, docentes y egresados, quienes forman este sorprendente equipo teatral, sólo reciben a cambio de su trabajo el aplauso y el agradecimiento del público, que los sigue fielmente.
Cada fin de semana, durante nueve meses del año, el TUBA abre su sala de 150 localidades para que quienes gustan del buen teatro puedan asistir a sus representaciones sin pagar un solo peso.
En cuanto a las motivaciones que los llevan a dedicarse con tanta constancia al teatro, pueden resumirse en los conceptos vertidos por Graciela, una joven estudiante de geología de 20 años. “Hacer tareas humildes –dice-, como pintar telones o clavar decorados o atender al público cuando llega, nos permite valorar las cosas de la vida y nos ayuda a crecer antes de subir a un escenario. Por eso le damos importancia al trabajo de equipo. Aquí no interesa que alguien sea buen o mal actor, lo que importa es que sea un buen integrante del equipo de trabajo, ya que una veces será el primer actor y otras tendrá que subir y bajar el telón. Esto también nos hace crecer como personas”.
Resulta emocionante ver cómo reaccionan los espectadores ante tanta entrega; no sólo aplauden a rabiar, sino que les regalan cosas, como trajes, muebles, objetos que puedan ser usados en una obra de teatro.
Aunque la crítica no suele ocuparse de su trabajo –ni mal ni bien- el público los sigue a sala llena desde hace ocho años. Por algo será.".

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