martes, 2 de marzo de 2010

EL EXITO "PROFESIONAL" DE "LA OFENSIVA"



En marzo de 1977 se abrió la tercera temporada del TUBA, (una noche de sábado en que llovía a torrentes pero con la sala de Corrientes 2038 colmada de tal manera que no fue posible cerrar las puertas y mucho público se quedó de pie, en el vestíbulo), con el estreno de una obra argentina que había escrito unos ocho años antes Marta Lehmann, fallecida trágicamente junto con su esposo en un accidente automovilístico, en 1965.
La obra se llamaba “La ofensiva” y mostraba la triste y opaca vida de los moradores de una casa de pensión, en el Buenos Aires de fines de la década del cuarenta, cuando Perón obligaba a hacer simulacros de oscurecimiento, por temor a una represalia de los aliados ante la certeza de que nuestra tierra había servido de refugio a muchos nazis, buscados para ser juzgados como criminales de guerra.
Para “La ofensiva” se construyó el primer decorado corpóreo del TUBA, igual a como se construyen los decorados de los teatros profesionales, con bastidores que se ensamblan por medio de cuerdas (también llamadas guindaletas) y a los que sujeta un techo o plafón, que es izado mediante roldanas durante el desarmado.
Cuando lentamente se abría el enorme telón negro de dos cuerpos (que también habíamos instalado nosotros), el público veía ante sí un auténtico comedor de casa antigua, porque todo era de verdad: los muebles, (pesados aparadores; mesas de roble; percheros; reposeras; estufas a kerosene; una radio Westinhouse de capilla), que había traído uno de los integrantes del elenco, quién sabe de dónde; las luces de la araña de alabastro y de los veladores con caireles tallados; el jardín con las ramas de aromos que se atisbaba desde el ventanal; hasta los almanaques auténticos de Alpargatas con los dibujos gauchescos de Molina Campos, que tampoco sé de dónde salieron pero que marcaban la época con inequívoca precisión.
“La ofensiva” cautivó al público desde la primera representación y tuvo que eternizarse en la cartelera del TUBA. Bajó de cartel en diciembre, con el cierre de la temporada. La historia era simple pero muy ingeniosa. A la pensión cercana al puerto donde una viuda; una solterona; un viejo jubilado y una pareja de recién casados desavenida consumían a fuego lento sus horas de tedio, llegaba un estudiante universitario, que al ver ese cuadro de inercia y desgano de vivir, aprovechaba la circunstancia de que se estuviese llevando a cabo uno de los acostumbrados operativos de oscurecimiento para gastar a todos una pesada broma.
Inventaba la historia que estaban arribando al puerto de Buenos Aires barcos extranjeros dispuestos a invadirnos. Como nadie podía abrir las ventanas por el oscurecimiento y como en esos años corrió mucho la versión de que podían llegar a cobrarnos con una invasión la protección dada por Perón a los nazis escapados del derrumbe del Tercer Reich, la historia de la ofensiva inminente cobraba cuerpo en los moradores de la pensión que, sin pensarlo dos veces, comenzaban a hacer los preparativos “para la defensa”, imbuidos del espíritu de los criollos durante las Invasiones Inglesas.
Todos los muebles eran apilados en la puerta de entrada, a modo de trinchera. La viuda y la solterona se vestían de enfermeras y se preparaban para atender “a su primer herido, que seguramente sería buen mozo”; el matrimonio joven se apostaba de guardia en la ventana, tras los postigos herméticamente cerrados, con un viejo fusil que encontraban en el sótano de la pensión y que seguramente no funcionaba.
De la araña de alabastro se colgaba una enorme sábana con la cruz roja pintada en el medio. El público se reía a más no poder con lo grotesco de las situaciones, aunque el fondo de la cuestión era bastante dramático.
Hasta que por una claraboya lograba entrar el chico del almacén que venía a invitar a Rosita, la mucama de la pensión, a ver los fuegos artificiales que iban a dispararse en la kermese de la costanera.
La desilusión de todos al comprobar que habían sido burlados y que no había tal invasión era patética. Sin embargo, algo había cambiado en sus vidas y ya no iban a poder volver al estancamiento de antes. El estudiante era insultado y casi molido a golpes, hasta que reaccionaba planteándoles una probable alternativa: “Tenemos que seguir preparándonos para la defensa... Piensen que la ofensiva puede llegar en cualquier momento...!!!”. La solterona lo miraba a los ojos, lentamente se iba incorporando y en tono casi ilusionado preguntaba, con un hilo de voz: “De veras, señor Roberto...? Usted cree...?”. El pesado telón negro de dos cuerpos bajaba tan lentamente como había subido al comienzo y el aplauso de la platea estallaba en un concierto de “Bravos” que no terminaba nunca.
Así fueron las 83 funciones de "La ofensiva" que se hicieron a lo largo de todo el año 1977, al punto que la noche que vino a vernos Carlos Alberto Carella, nos dijo al final muy conmovido: “Si nosotros, los profesionales, pudiésemos llegar a tener un éxito así del otro lado de la calle Corrientes...”.

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