martes, 2 de marzo de 2010

HACIENDO "REPERTORIO" EN EL CERVANTES

En el verano de 1975 surgió la idea de representar a Terencio y con ella el impensado puente con el pasado de aquellos primeros comediantes universitarios del Renacimiento español, que lo tuvieron –según narran algunos estudiosos-, como “su autor preferido”. Terencio, de origen beréber, nació como esclavo romano y tomó su nombre del senador Terencio Lucano, en cuya casa sirvió como esclavo. Se supone, por su apodo “el africano”, que nació en Cartago, en una fecha no registrada, aunque sí se sabe que murió en 169 a.C. a la edad de 35 años. De las seis comedias que escribió elegimos “La suegra”, una obra costumbrista que refleja los pequeños incidentes diarios de dos familias vecinas, en algún suburbio de la antigua Roma demasiado parecido a cualquier barrio de nuestros días. Eso nos llevó a querer lograr nuestro primer repertorio, que habría de completarse con otras dos comedias clásicas: “Los cautivos”, de Plauto y “El díscolo”, de Menandro. Las tres son verdaderas joyas de osadía y sarcasmo, imbatibles a pesar de la acumulación de siglos que pesa sobre la fecha de su escritura. Plauto logra en “Los cautivos” un impresionante alegato a favor de la libertad de los sirvientes que se compraban en los mercados, llegando a la hondura del drama cuando un hacendado rico descubre que hace muchos años ha comprado y tiene a su servicio a su propio hijo, perdido cuando era niño. Menandro, que fue junto a Aristófanes quienes crearon la comedia popular griega, sienta las bases en “El díscolo” de ese principio disociador a causa del cual la sociedad segrega a los que considera “diferentes” y que luego, unas cuantas centurias más tarde, utilizaría Molière para su genial “Misántropo”, de 1666. El debut con las tres comedias en una misma semana se hizo en la sala de espectáculos de la empresa Subterráneos de Buenos Aires (hoy Metrovías), en febrero de 1976, con las túnicas de arpillera pintada al pastel todavía mojadas. También las llevamos al Gran Buenos Aires, a la Biblioteca Popular de Olivos y hubo una memorable función de “La suegra” en la Facultad de Ingeniería, en la que cientos de jóvenes estudiantes de esa disciplina tan poco “humanística”, celebraron a más no poder el legado de profundas verdades humanas de aquellos comediógrafos de hacía veinte siglos. A fines de abril se me ocurrió que, habiendo concretado por fin un repertorio y encima de probada eficacia, el lugar adecuado para mostrarlo era el Teatro Nacional Cervantes, donde los elencos extranjeros acostumbraban venir con sus programas de repertorio. Lo que pareció un delirio de mi imaginación, se concretó en pocos días, a partir de una entrevista con el Dr. Néstor Suárez Aboy, que estaba a cargo del Cervantes en ese momento. Se haría una primer semana de funciones alternativas con las tres comedias, con vistas a su prolongación futura. El 26 de mayo de 1976 abríamos la temporada oficial del Teatro Nacional Cervantes, (que se hallaba inactivo por la situación política que enfrentaba el país, a raíz del golpe de estado ocurrido dos meses atrás), con “La suegra”, de Terencio, seguida en días sucesivos por “Los cautivos”, de Plauto y “El díscolo”, de Menandro. Por primera vez, en las marquesinas del frente del histórico recinto legado por María Guerrero y en las carteleras de brocato rojo del suntuoso vestíbulo, aparecía en grandes letras blancas talladas en cartulina, el nombre Teatro Universitario de Buenos Aires y debajo de él la mágica palabra “repertorio”. El primer sábado de nuestra breve temporada, el Cervantes estuvo colmado de público hasta las galerías superiores y los aplausos fueron interminables. El espectáculo había alcanzado su fisonomía total, pensada desde el comienzo pero no lograda antes en las funciones en Subterráneos o en la Biblioteca Popular de Olivos. Consistía en dejar la escena absolutamente despojada de elementos de decoración, envuelta en un haz de luz ovalado que fuese cambiando de tonalidad de acuerdo al clima de la acción. Ese único haz de luz ovalado, rodeado de la inmensa oscuridad de la bóveda del Cervantes, sorprendió incluso al grupo de escenotécnica de la sala, que comandaba el heroico Víctor Roo, el hombre que había salvado al teatro del incendio que devastó el escenario, en 1962, cuando estaba actuando la compañía de Madeleine Renaud y Jean Louis Barrault, bajando con riesgo de su vida y sufriendo no pocas quemaduras, el telón metálico de seguridad. Puede afirmarse sin temor a tergiversar los hechos, que el Teatro Universitario de Buenos Aires nació como ente orgánico, bajo la fisonomía de un auténtico teatro de repertorio, en el Teatro Nacional Cervantes, en mayo de 1976 y estos datos no son para desdeñar como partida de nacimiento. Cuando concluyó el breve ciclo de una semana, el Dr. Suárez Aboy esperó a último momento para decirnos que no retirásemos el vestuario y los pocos elementos de utilería que habíamos traído. El Cervantes tenía comprometida desde mucho antes la visita de la “Actor’s Company” de Inglaterra, que como todos los elencos visitantes traía un repertorio con varias obras, pero al término de sus actuaciones que iban a durar unos quince días, el Teatro Universitario de Buenos Aires estaba invitado a volver con “su” repertorio al Cervantes. Y volvimos… y nuevamente llenamos el Cervantes…y ya éramos, por prepotencia de trabajo, el Teatro Universitario de Buenos Aires.

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