miércoles, 10 de marzo de 2010

CONTRASTES EN LA VIDA DE UN TEATRO EN LA UNIVERSIDAD


Para poder concretar el viaje a Mar del Plata, en octubre de 1982, sin dejar vacía la sala de Corrientes, en la misma noche de la función en el Auditórium se estrenaban en Buenos Aires dos obras juntas: “El velo”, de Martha Lehmann y “El poeta”, de Enrique Wernicke. Una vez más, como en 1981 cuando fuimos a Córdoba con “Stéfano” y en Buenos Aires se estrenó “Una tragedia florentina”, el TUBA logró estar en dos lugares del país, la misma noche y a la misma hora, esta vez con cuatro espectáculos distintos. Martha Lehmann, era la autora de “La ofensiva”, la obra que más veces se representó en la historia del TUBA (83 representaciones en 1977), después de “Stéfano”. En “El velo” se reflejaba muy a las claras su intención de concretar una dramática nacional de acentos universalistas, algo que ya había buscado en obras anteriores como “Lázaro” o “Los flagelados”. La historia mostraba a una humilde modistilla, apoderándose del vestido de novia que acaba de coser para una acaudalada clienta y viviendo una imaginaria noche de bodas con el joven cuya foto cuelga en la pared de su taller, en un retrato. Mediante un hábil juego de luces lográbamos que el joven del retrato prácticamente “saliese” del marco de la fotografía y perpetrase junto a la novia sustituta uno de los actos íntimos más audaces de nuestro historial, del que la Dirección de Cultura (ausente sin aviso, como siempre) nunca llegó a enterarse. Enrique Wernicke, suerte de “Discépolo contemporáneo”, a quien la muerte sesgó tempranamente, a los 53 años, en 1968, había sido autor de una novela consagratoria: “La ribera”. En “El poeta” (que yo había estrenado en Nuevo Teatro, en 1966, actuando junto a Héctor Alterio y Pedro Asquini), Wernicke trataba de mostrar (y lo hacía con un humor despiadado y feroz), uno de los tantos fracasos cotidianos de la inteligencia frente a las fuerzas mayoritarias de la mediocridad.

La noche del estreno en Corrientes 2038 de “El poeta” estuvo Rosita Wernicke (viuda del autor, “El borrachin de la ribera”, como le decían), y parece ser que fue subida en andas al escenario y ovacionada. Debió haber sucedido a la misma hora que en Mar del Plata, en un restaurante frente al Casino (en la manzana que fue demolida), las autoridades de la Universidad nos entregaban una plaqueta, agradeciendo la representación larguísima que acabábamos de hacer con “El día que mataron a Batman” y “Stéfano”. Al día siguiente, el domingo, ya no hacíamos función en el Auditórium y nuestro micro de vuelta a Buenos Aires salía recién a las dos de la tarde. Convoqué al elenco a almorzar en uno de esos lugares que preparan pastas baratas, pagando de mi bolsillo la consumición. Hubo varios del elenco que no aparecieron, alegando que querían aprovechar el tiempo para hacer un paseo por la playa. Después supe que sólo comieron una manzana, para no darme gastos. El relato de la llegada a la Capital y el análisis de esa histórica jornada del 23 de octubre de 1982 ha quedado preservado en un informe a la Dirección de Cultura, como así también todo el lado tenebrosamente oscuro de los impedimentos que hubo que sortear para que pudiéramos llegar a actuar en Mar del Plata: “Anoche, pasadas apenas las 22, un ruidoso encuentro tuvo lugar en el andén Nº 10 de la estación Constitución. Un grupo de jóvenes se estrechaba en alborozado abrazo con otro grupo que acababa de arribar, procedente de Mar del Plata. Ambos grupos, los que aguardaban y los que llegaban, no sólo daban rienda suelta a la alegría propia de un reencuentro, sino que exteriorizaban la satisfacción de haber sido artífices por separado de dos sucesos muy significativos para la vida cultural de la Universidad a la que pertenecen. En efecto: en Buenos Aires, en su sala de la calle Corrientes (según los testimonios que me han hecho llegar) el Teatro de la Universidad concretó el estreno más multitudinario de la temporada, seguido de la ovación también más prolongada en lo que va del año. La presencia sobre el escenario, al finalizar “El poeta”, de esa mujer ejemplar que es Rosita Wernicke, puso una nota de alta emotividad, rubricada por el apabullante frenesí del público sobre las breves, entrecortadas palabras de uno de los jóvenes actores del TUBA que había intervenido en la representación: “Enrique Wernicke está aquí, presente entre nosotros, a través de su esposa, así como lo estuvo hace cuatro años Martha Lehmann, cuando estrenamos “La ofensiva”, a través de la presencia de su anciano padre”. He tenido oportunidad de escuchar anoche mismo la grabación del estreno de “El velo” y “El poeta” y el testimonio registrado es verdaderamente perturbador. El mismo público colaboró acercando tarimas para poder sentarse, cuando la capacidad de la sala estaba ya sobrepasada y los escasos veinte minutos de retraso con que dio comienzo la representación obedecen al natural desorden provocado por la presencia de muchísima más gente que la que la reducida sala de Corrientes 2038 puede albergar. En Mar del Plata y en franca contradicción con la inenarrable secuela de inconvenientes derivados de la ardua tramitación previa a la partida, todo anduvo maravillosamente bien. Mil ochocientos sesenta espectadores aplaudieron con delirante entusiasmo al Teatro de la Universidad en su doble actuación con “Stéfano” y “El día que mataron a Batman”. Un clima de permanente alegría y cordialidad signó todas las horas de la estadía en Mar del Plata. La gente de su Universidad atendió a los integrantes del TUBA como ya es habitual toda vez que se sale de la Capital: con pródiga fraternidad, con sencillez de trato y, porqué no decirlo, con respeto cercano a la admiración. Algo así fue lo que expresó el Director de Extensión Universitaria marplatense al decir que esta visita del Teatro de la Universidad de Buenos Aires significaba un desafío y un aliciente para tratar de concretar una actividad similar en Mar del Plata. Desde las primeras horas de la tarde, casi sobre el filo del arribo, el TUBA se abocó al emplazamiento de sus dos espectáculos en el inmenso escenario del Teatro Auditórium, recientemente restaurado y convertido en una de las salas más espléndidas del país, por la imponencia de su bóveda, decorada con similitud a la nueva sala del teatro metropolitano de ópera de Nueva York (conocido como “el MET”) y su anchurosa bandeja de butacas de terciopelo rojo. Cabe señalar que el “profesionalismo” de las huestes del TUBA permitió un trabajo riguroso y sin titubeos, que encontró la mejor de las respuestas en el idóneo personal técnico del Auditórium. A las siete de la tarde los puentes de luces habían sido ya enfocados; ambas escenografías armadas en superposición, para evitar demoras entre una y otra obra y todas las señales telefónicas de indicación de entradas de luz y de sonido estaban ya programadas en las respectivas consolas. Cuando apenas diez minutos después de haber concluido “El día que mataron a Batman” se abrió nuevamente el telón de boca y apareció a la vista del público la enorme escenografía de “Stéfano”, una prolongada ovación felicitó el “milagro”. No hubo ni siquiera mínimos tropiezos a lo largo de tres horas y media de actuación sin ensayos generales previos (algo que asombró a los técnicos del Auditórium, acostumbrados a recibir compañías profesionales) y sí hubo, en cambio, numerosos aplausos a escena abierta a lo largo de ambas obras. Al finalizar la función, ya en la madrugada del domingo, y con los últimos restos de energía, fueron cargados los decorados en el camión que aguardaba frente al edificio del Casino, el que habría de partir esa misma noche para la Capital. Luego, cena con las autoridades de la Universidad, en un marco de simpatía sin artificios, sin protocolos. Sobre el cierre de la velada, el Director de Extensión Universitaria hizo entrega al director del TUBA de una hermosa plaqueta recordatoria de este encuentro, seguida de una “oferta” por demás auspiciosa: la de concretar una temporada estival en el Auditórium, en los meses de enero y febrero, al igual que lo vienen haciendo los elencos oficiales del San Martín y del Cervantes. Este informe de las alternativas sobresalientes del fin de semana inmediato, no puede soslayar, sin embargo, los aspectos francamente negativos que rodearon a los acontecimientos reseñados. Pormenorizar estos aspectos negativos llevaría mayor espacio, por desgracia, que el que se ha necesitado para comentar los positivos. En afán de síntesis, me permitiré solo plantear al señor Director una serie de interrogantes, confiando en que pueda llegar a dilucidarlos: Qué justificativo hay para que la resolución que autoriza la extensión de pasajes oficiales para el traslado del elenco a Mar del Plata lleve fecha del viernes 22, el día inmediatamente previo a la partida, siendo que las gestiones fueron iniciadas hace más de un mes...? Cómo quedan encuadrados a partir de ahora los integrantes del Teatro, a los cuales el Departamento Económico Financiero del Rectorado de la Universidad no les reconoce derecho a viáticos...? Porqué tampoco le fue liquidado al director del elenco el viático reglamentario, siendo personal no docente bajo contrato...? Porqué siendo el Teatro un organismo oficial de la Universidad, tal como su nombre lo indica, cuando sale en gira invitado por Universidades del interior, no lo acompaña alguna autoridad del Rectorado o de la Dirección de Cultura de la UBA...?.”. Los interrogantes planteados, como tantísimos otros a lo largo de los nueve años en los que existió el TUBA, quedaron sin respuesta. Pero eran, (sin que lo supiésemos en ese momento), interrogantes premonitorios, porque anticipaban nuestro derrumbe de junio de 1983, cuando por no reconocérsenos derecho a viáticos por los quince días en que íbamos a estar de nuevo en Mar del Plata, en el Auditorium, nos vimos precisados a renunciar, desmantelarlo todo, e irnos para siempre de esa Universidad tan poco hospitalaria y tan flagrantemente desentendida de un quehacer como el del teatro, tan beneficioso para el crecimiento cultural de la comunidad toda.

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