lunes, 29 de abril de 2013

FINAL DE UN CAMINO HACIA ATRÁS

Comunico a quienes se dedican a menudo a abrir este Blog o a quienes lo abran por primera vez de aquí en más, que hoy -29 de abril de 2013-, he decidido poner fin a su escritura.
Empecé a desarrollarlo el 17 de febrero de 2010, con una primera “entrada” (o “capítulo”) titulada: “SENTIDO DEL TEATRO HECHO CON JÓVENES UNIVERSITARIOS” y a lo largo de los años subsiguientes se han ido acumulando (incluída esta), 276 entradas (o capítulos) más, en los que traté de narrar, con la mayor cantidad posible de testimonios fehacientes (imágenes, grabaciones, documentación fidedigna), lo que fue la historia de nueve años seguidos de un Centro de Drama que se originó, a mi propuesta, en la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires, a mediados de 1974.
Empezaba, por entonces, la más negra, la más horrenda circunstancia histórica que ha debido atravesar la República Argentina desde su nacimiento como tal, pero yo no lo sabía. Como la mayoría de los habitantes de esta tierra, no lo supimos hasta muchos años después, hasta que el primer presidente de la era democrática que se inició a fines de 1983, el Dr. Don Raul Alfonsín, a medida que él también se fue enterando, nos lo hizo saber, al crear la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP), con fecha 15 de diciembre de 1983.
En ese contexto histórico que hoy la conciencia moral de los argentinos repudia, surgió de las entrañas de la Universidad de Buenos Aires el primer (y hasta hoy Único) TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, que empezó llamándose genéricamente “TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES” y que a partir de su quinta temporada, por exigencia de la propia Universidad, figuró en programas de mano y anuncios como “TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES”.
Esa historia de nueve años del que popularmente se conoció como “el TUBA” es la que he venido desbrozando, en forma no cronológica, en este Blog, que en 68 países del mundo (incluída la Argentina), ha sido visitado13.929 veces hasta hoy. Hay mucho, muchísimo material a disposición de eventuales investigadores que quisieran recopilarlo. Yo empecé a militar en las trincheras (casi siempre subterráneas) de los teatros independientes en 1956 y hoy, cerca de cumplir los 73 años, me siento muy cansado. Como le hace decir Federico Fellini en "8 1/2" al personaje de Mastroianni (que es él mismo): "Hay que prepararse para el silencio".
Me sigue sorprendiendo que nadie, en ese lugar llamado “Centro Cultural Rector Ricardo Rojas”, que ocupa el mismo viejo solar de la avenida Corrientes al 2038, (en el que el TUBA llevó a cabo unas 1.100 representaciones con entrada LIBRE y GRATUITA para un público verdaderamente multitudinario), que nadie -repito- me haya llamado alguna vez, en estos casi tres años y medio de existencia del Blog en la web, para intentar un acercamiento que nos permitiera dilucidar juntos la verdadera razón por la cual la UBA no quiso seguir, luego de mi renuncia en junio de 1983, la historia de ese TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, siendo que a partir de 1994 existe la AITU (la Asociación Internacional del Teatro Universitario), creada en Lieja, Bélgica y que congrega a todas las formaciones de elencos universitarios del mundo entero, con la lamentable (e inexplicable) excepción de la Universidad de Buenos Aires.
No importa. Me cansé de esperar respuestas. El Blog seguirá estando, a disposición de quienes quieran abrirlo y consultarlo, mientras los contenidos de la web existan. Me felicito de haber tenido suficiente tiempo y ganas para dejar tantos testimonios de una epopeya de juventud que no merecía quedar sepultada en la nebulosa del tiempo, por culpa de tantos como tuvieron la intención de sepultarla y abolirla.
La MEMORIA, de la que carecen los animalitos, (hoy es su día y lo vamos a celebrar con mi gato Patricio), es un privilegio de la condición humana que no podemos (ni debemos) desperdiciar.
Los invito a recorrer ese “camino hacia atrás”, que propone este Blog sobre la Historia del TUBA. Puede que los jóvenes teatristas del mundo encuentren incentivos en él para iniciar sus propios caminos.
Yo, a la manera del personaje de la novela de Daniel de Foe, trataré que “unos pocos años de tranquila felicidad compensen mis anteriores desventuras”...

sábado, 6 de abril de 2013

EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES EXISTIÓ, PORQUE NOSOTROS EXISTIMOS...

Un estudiante de Ciencias Económicas y una estudiante de Medicina, en una escena
de "Comedia de errores", de Shakespeare (TUBA, temporada de 1978)


La UBA es una universidad dispersa. Sus edificios se desparraman por barrios muy alejados entre sí de la ciudad de Buenos Aires, con lo cual es muy difícil instrumentar actividades que agrupen a alumnos, docentes y personal no docente de las distintas Casas de estudio.
De un modo inesperado, el TUBA (que empezó llamándose genéricamente TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES, con lo cual bien pudo no haber dependido de la UBA, pero al que la UBA hizo “suyo” a partir del quinto año de actividad permanente de este Centro de Drama, al exigir que figurase como TEATRO “DE LA” UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES), el TUBA (estaba diciendo antes de irme por las ramas), lo consiguió.
En sus cuadros artísticos y escenotécnicos y en sus cursos introductorios participaron estudiantes y hasta egresados de todas las carreras dependientes del Rectorado de la UBA. Nunca llegué a contar con una estadística que me revelase de qué carrera habían llegado en mayor número; recuerdo que hubo muchos “futuros abogados” y “futuros médicos”; también muchos “futuros economistas” y “futuros arquitectos”. Lo cierto es que el TUBA, además de ser un auténtico TEATRO DE REPERTORIO, fue también un lugar de convocatoria participativa, en una época en la que ambas cosas eran palabra prohibida por el terrorismo de Estado imperante.
Fuimos el primer teatro de repertorio estable desde la fundación de la UBA en 1821 y el último hasta hoy, ya que en el ámbito del Centro Cultural Rojas se hace teatro, pero a través de grupos no vinculados entre sí, de permanencia circunstancial.
Los repertorios del TUBA, que se exhibieron al público GRATUITAMENTE durante nueve temporadas consecutivas (con un total de 1.163 representaciones entre noviembre de 1974 y septiembre de 1983), abarcaron todas las corrientes estético-filosóficas del drama representado, desde la remota antigüedad de un Esquilo, un Terencio, un Sófocles o un Menandro hasta la inmediata contemporaneidad de un Armando Discépolo, un Ramón del Valle Inclán, un Enrique Wernicke o un Daniel Hadis (por entonces, estudiante de derecho en la UBA, que escribió “El día que mataron a Batman”, uno de los textos más irritantes, provocadores y audaces que el TUBA dió a conocer en toda su historia, que sacudió a miles de jóvenes en la temporada de 1982, junto a “consagrados” en la cartelera alternativa de ese año, como Chéjov, Pirandello, Ibsen o el irlandés John Synge).
Se pudo hacer tanto desde el precario escenario de la sala de la planta baja del arruinado edificio de Corrientes 2038; desde la sala inventada, a modo de “espacio multívoco” (idea de Gastón Breyer), en el vacío y gélido páramo de la cancha de pelota del último piso de ese edificio o deambulando por tantos otros lugares, como el cuartel de bomberos de Florencio Varela, los gimnasios y aulas magnas de casi todas las facultades, el salón de actos de la Universidad de Morón, el pabellón de las Américas de la Universidad de Córdoba, la parroquia Santa María de Betania, el Teatro Nacional Cervantes, el Regio de Colegiales, el Centro Cultural San Martín, la Biblioteca Popular de Olivos o la Biblioteca Argentina para Ciegos, el Centro Cultural de Tigre, el Teatro Auditorium de Mar del Plata o un tablado en pleno campo en la localidad de Chacabuco; sin presupuesto, sin paga de viáticos, sin ayuda de ninguna naturaleza por parte del personal de la “dirección de cultura” de la UBA, sin promociones periodísticas, televisivas ni radiales... que uno no se explica porqué después del forzado cierre del TUBA, en junio de 1983, no hubo nunca más, a lo largo de estos 30 años que han venido sucediéndose, una suerte de continuidad de aquel, o un nuevo teatro de repertorio en la Universidad de Buenos Aires.
Cuesta aceptar (aunque nos orgullesca y al mismo tiempo nos apesadumbre), que el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (conocido como “el TUBA”), existió... sólo porque nosotros (los del TUBA), existimos.
¿Qué factor desalentador ha privado para que nadie, ningún funcionario del área de cultura y extensión universitaria de la UBA, a lo largo de estos ya definitivos 30 años de vida democrática en la Argentina, haya pensado en convocar a los alumnos, docentes, no docentes y graduados de todas las disciplinas académicas que dictan las facultades y colegios dependientes del Rectorado de la UBA, para recrear -como se hacía en el TUBA-, la vida de teatro dentro del teatro, difundiendo además -sin propósitos comerciales ni exitistas-, las obras siempre vigentes de un Molière, un Lope de Rueda, un Francisco Deffilippis Novoa, un Nemesio Trejo o un ignoto amanuense de las caballerizas llamado William Shakespeare...?


sábado, 23 de marzo de 2013

ELOGIO DE LA POBREZA

Escena de "Los cautivos" de Plauto, en el Teatro Nacional Cervantes (1976)
El "vestuario" fue confeccionado con trozos de arpillera teñida

El presente que nos llega desde Roma, con un flamante Papa que se siente más cómodo entre los pobres que en medio de los fastos de su “entronización”, es un presente que nos lleva a entender mejor algunas cosas del pasado.
Todo este Blog sobre la historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (1974 – 1983) es un viaje de regreso al pasado, pero hoy, a partir de la llegada a la Casa de Pedro de Francisco Iº, ese pasado tan ominosamente abolido por la propia Universidad que albergó aquel Teatro de jóvenes universitarios, adquiere un rechinante, urgente sentido de VALIDEZ, de honrosa LEGITIMIDAD.
El TUBA (como se lo llamaba), fue un teatro pobre.
Las herramientas de trabajo las traían de sus casas sus propios intregrantes.
El edificio donde se afincó y desde el que proyectó sus repertorios hacia miles de espectadores, a través de 1.163 representaciones con acceso GRATUITO, era una ruina. Un lugar inhabitable, al que el TUBA consiguió habitar durante nueve años seguidos, a fuerza de hacer de la precariedad, la mugre y el riesgo una suerte de “estoica costumbre”.
Todo cuanto en escena, en una obra de época o con decorados necesariamente corpóreos, lucía como “de un teatro como los demás teatros”, era donado por los espectadores (sombreros, botas, vestidos largos, sombrillas, guantes, muebles de estilo, lámparas, arañas, cuadros...) o traído a urtadillas de las casas de los propios integrantes del elenco.
La máquina de coser “de lanzadera”, que jugaba un rol importante en “Relojero”, de Discépolo (temporada 1978), era la que mi madre usaba para remendarme los guardapolvos del colegio o coserse sus vestidos para ir a la oficina en la que trabajó cuarenta años.
El TUBA era mal visto cuando ingresaba con todas “sus porquerías” para hacer una función en la Facultad de Derecho o en la de Medicina. Las inútiles pero arrogantes empleadas de la “dirección de cultura”, de la que el TUBA estaba obligado a depender, se sentían molestas por el “olor a baño” que había en el pasillo de acceso a la sala de Corrientes 2038, cuando alguna vez (no habrán sido más de cuatro o cinco en nueve años), se dignaban asistir a alguna de nuestras funciones.
Esos baños que daban al pasillo los usaba el público y también las chicas y muchachos del TUBA para cambiarse de ropa y pintarse la cara para la actuación. Una vez ingresados a la caja del escenario, durara lo que durase la obra, su único “baño” posible era una lata que circulaba por entre los telones, de mano en mano.
Salvo sus presentaciones en el Cervantes, en el Auditorium de Mar del Plata o en el Teatro de las Provincias (hoy “Regio”, de Colegiales), el TUBA siempre buscó actuar en aquellos lugares donde pudiese salir al encuentro de la gente que rara vez o nunca hubiese visto un espectáculo teatral, por carecer del dinero para pagarlo: parroquias, almacenes de ramos generales en la provincia, un cuartel de bomberos en Florencio Varela, un tablado en pleno campo en la localidad de Chacabuco, los chicos de los parajes isleños convocados por el municipio de Tigre para ver maravillados una obra de Alfonsina Storni, la biblioteca de ciegos de Medrano y Lezica donde se hacía teatro leído todos los viernes, el sótano de Filosofía y Letras, con los estudiantes sentados en el piso, la biblioteca popular de Olivos, donde se llevaron las comedias satíricas de Terencio, Plauto y Menandro...
El TUBA fue un teatro hecho con harapos, con pedazos de madera (tengo todavía que contar en el Blog la historia del sumario administrativo que nos hicieron por usar tablones de un banco que estaban desde hacía años a la intemperie, en la terraza de Corerientes 2038, acusándonos de “destrucción del patrimonio de la Universidad”), con clavos herrumbrados, telones cosidos con aguja de colchonero y mucha fatiga, muchas horas robadas al descanso y compartidas con las horas de estudio, con libretos copiados en máquinas de escribir Olivetti y carbónicos gastados... y con volantes que se imprimían en la imprenta de uno de sus integrantes, para salir luego por las calles, hiciese calor o frío, a convocar a ese público “común y silvestre”, que la Universidad despreciaba porque (así nos lo hacían saber sus autoridades), “no estaba a la altura de su jerarquía académica”.
El TUBA fue un teatro pobre... que buscó brindar su trabajo, su esfuerzo y su pasión por la vida de teatro a aquellos cientos de miles que gozaron de esa pasión sin tener que pagar un solo centavo.
Si Francisco Iº sale de la opulencia del Vaticano a recorrer los barrios bajos de Roma o de cualquier otra ciudad del resto del mundo y se le ocurre (por qué no...?), asistir a una representación teatral, seguramente va a elegir un teatrucho pobre, hecho por jóvenes pobres, altruístamente pobres... como lo fue el TUBA.


miércoles, 13 de marzo de 2013

LOS QUE HOY, EN ESTA ARGENTINA EN PLENA DEMOCRACIA, PUEDEN GRITAR: “DE AQUÍ NO NOS VAMOS, ESTE LUGAR ES NUESTRO...!”

Los jóvenes estudiantes de teatro de la sala Alberdi del
Centro Cultural San Martín enfrentándose con las fuerzas represivas, anoche
Los jóvenes del TUBA, saludando desde el escenario de la sala "E.Muiño"
del Centro Cultural San Martín, al finalizar su cabalgata evocativa del
sainete rioplatense, en mayo de 1975
 
Una de las salas del Centro Cultural San Martín, en la zona céntrica de Buenos Aires, lleva años en litigio y ocupada por jóvenes estudiantes de teatro y otras disciplinas artísticas. Ayer, por la noche, la televisión daba cuenta de los enfrentamientos con la policía metropolitana, que intentaba desalojarlos.
Esa sala Alberdi parece ser un lugar de libre manifestación de propuestas e ideas y ya se sabe que eso causa malestar en los que gobiernan, tratando de imponer su visión conservadora de la cultura.
Los tiempos han cambiado mucho, desde la tenebrosa época en la que le tocó nacer, crecer y finalmente morir al Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA). Sin embargo, los procedimientos de los que reprimen el libre albedrío de la juventud, parecen seguir siendo los mismos.
Fuerzas de choque arremetiendo al resguardo de sus escudos; gritos, corridas, heridos, golpeados, detenidos y la misma enfermiza acusación de parte de los que se consideran “autoridad”: “esos no son artistas... son subversivos”
Contusos, sofocados, irrefrenablemente decididos a seguir adelante, los jóvenes que pudieron acercarse a las cámaras de la televisión, pudieron expresarse y gritarlo: “Sabemos lo que estamos defendiendo... es nuestro derecho a mantener nuestro lugar, para que no sea entregado al mercantilismo”.
Treinta años atrás, nosotros los del TUBA (los que durante nueve años consecutivos bregamos por mantener abierto y al alcance libre y gratuito de la comunidad toda un teatro de repertorio en la Universidad), no tuvimos oportunidad de expresarnos con igual firmeza.
Nos echaron. Nos obligaron a irnos.
Hicieron tantas porquerías desde la llamada “dirección de cultura de la universidad de buenos aires”, que no tuvimos otra opción que irnos, hartos de tanto hostigamiento, de tantas necias acusaciones de ser “subversivos” y “marxistas”, de tantas prohibiciones, de tantas burlas, de tanto codiciar nuestro lugar (aquella mísera sala de la planta baja de Corrientes 2038, atestada de suciedad y de ratas), para después que nos fuimos cerrarlo, remodelarlo y volverlo a abrir con otro nombre: Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, pero sin que hubiera más TEATRO DE REPERTORIO con acceso LIBRE y GRATUITO.
Sepan valorar, estos jóvenes que hoy luchan a brazo partido por un espacio de libertad creativa sin condicionamientos de “autoridades culturales tradicionalistas”, que hoy pueden gritarlo hasta desgañitarse y salir en la televisión y en los diarios.
Nosotros, los del TUBA, no pudimos. Nos tuvimos que tragar el grito y las lágrimas. Dos notas, en Clarín y La Nación, pasaron prácticamente desapercdibidas.
Hace treinta años (se van a cumplir en junio de 2013), que el TUBA tuvo que cerrarse, porque nuestro libre albedrío era demasiado intolerable para la augusta, sacramental Universidad de Buenos Aires.
No importa que en nuestro escenario se representase a Esquilo, a Sófocles, a Molière, a Nemesio Trejo, a Florencio Sánchez, a Jean Racine, a Calderón de la Barca, a Juan Carlos Ghiano, a Armando Discépolo, a Luiggi Pirandello, a Anton Chéjov, a Carlos Mauricio Pacheco, a Alberto Wainer, a Alberto Vacarezza, a Leopoldo Marechal, a Alexander Pushkin, a Ramón del Valle Inclán, a Junji Kinoshita, a William Shakespeare, a Alberto Novión, a Roberto Cossa, a Alejandro Casona, a Terencio, a Plauto, a Menandro...
Por haber montado “Woyzeck”, de Georg Büchner (el más gigantesco alegato por el respeto a la condición humana), nos tildaron de “propulsores de la infiltración marxista”, y nos PROHIBIERON al término de la tercera representación, en medio de oscuras amenazas.
Eran tiempos de desaparición y de muerte.
Hoy, por fortuna, son tiempos de libre manifestación de las ideas, aunque esas ideas ataquen a los que gobiernan.
Que los jóvenes de hoy, que se enfrentan contra aquellos necios que tratan de reprimirlos, sepan valorar que ninguna represión va a poder hacerlos callar ni que sus ideales van a terminar siendo tirados a la basura en una tumba sin nombre.
 



domingo, 3 de marzo de 2013

CIELOS TRANSFIGURADOS Y EL INICIO DE UN CAMINO DE REDENCIÓN

El 30 de noviembre de 1974 tuvo lugar, en el viejo solar de Corrientes 2038 (sede, por entonces, de la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires), la primera representación del que, un tiempo despés, pasaría a ser durante nueve años seguidos, el elenco oficial de teatro de la UBA.
Esa primera (y única representación) estuvo destinada a recrear un texto del año 1942, cuando había un elenco de teatro universitario en la Facultad de Derecho que dirigía el eminente Don Antonio Cunill Cabanellas. En esa oportunidad los profesores Carlos Biedma y Manuel Somoza habían adaptado el diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del Alma”, que trata sobre los últimos instantes de la vida de Sócrates, obligado a tomar la cicuta bajo la acusación de “haber pervertido a la juventud con sus equívocas enseñanzas”.
Lo puse en escena con un grupo de actores profesionales, porque recién estaba en marcha la convocatoria a estudiantes de todas las carreras para integrar el todavía incipiente TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO que finalmente sería conocido como “el TUBA” y que concretó 1.163 representaciones en una época tan difícil y dolorosa de la historia argentina.
Conté con el vestuario cedido a duras penas por el Teatro San Martín, que había utilizado el elenco de “Las troyanas”, de Eurípides (en adaptación de Jean Paul Sartre), capitaneado por la gran María Rosa Gallo.
El escenario apenas tenía un simple entarimado, sobre el cual un ánfora griega de yeso (comprada en el barrio de Once), era el único detalle que nos remitía a la época. La música fue la de la imponente Segunda sinfonía (llamada “Resurrección”), de Gustav Mahler y sobre la pared del fondo del espacio escénico se proyectaron gigantescas fotografías de cielos “transfigurados”, que yo había tomado con mi cámara reflex desde la azotea del viejo edificio de la calle Pavón y San José, donde vivía mi ya extinguida familia.
Ayer, domingo 2 de marzo de 2013, asistí a una de esas experiencias transformadoras de lo más profundo del ser (como diría Mallea), que fue la transmisión en directo desde el Met de Nueva York al Teatro Auditorium de mi ciudad de adopción: Mar del Plata, de la última ópera de Richard Wagner “Parsifal”.
El regisseur François Girard utilizó un recurso (perdón por lo que voy a escribir) similar al que yo utilizara 39 años atrás, en aquella primera representación del TUBA: la proyección sobre el gigantesco ciclorama de fondo del Met de bellísimos cielos transfigurados, sirviendo de marco a una escena prácticamente despojada y a cantantes y coros vestidos con ropa de calle actual.
Fueron exactamente seis horas, que casi no se sintieron (comenzó a las dos en punto de la tarde y finalizó a las ocho de la noche), en las que los asistentes nos sentimos llevados a ese viaje de iniciación hacia la santidad del alma, que emprende ese simplote tonto llamado Parsifal.
Cientos, varios cientos de “simplotes tontos” (los jóvenes que se fueron sumando con el correr del tiempo a las trincheras también despojadas del Teatro de la Universidad de Buenos Aires), emprendieron (sin saberlo todavía) un viaje similar al de Parsifal aquel 30 de noviembre de 1974.
Una Universidad cerril, persecutoria del libre pensamiento, les clausuró ese viaje nueve años más tarde, en junio de 1983.
Yo confío, necesito confiar a punto de cumplir los 73 años, que otros jóvenes (PORQUE LOS JÓVENES SIEMPRE ESTÁN), emprenderán en algún momento nuevos viajes esperanzadores de nuevas transformaciones, desde un escenario instalado en algún lugar de esa misma Universidad, que alguna vez no supo ser guía orientadora de un derrotero tan pleno de pasión y altruísmo, como lo fue nuestro derrotero de nueve años, desde el TUBA y hacia la comunidad toda.

sábado, 23 de febrero de 2013

RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR...

Si existiese hoy un “Teatro de la Universidad” en la Universidad de Buenos Aires, no sería necesario (salvo a título meramente anecdótico) recordar aquel primer (y hasta hoy único) “Teatro de la Universidad” que existió entre fines de 1974 y fines de 1983; que dió a conocer autores y obras nunca antes representados en la Argentina; que realizó 1.163 representaciones con acceso libre y gratuito; que formó e introdujo en la vida interna de un teatro de repertorio a unos 1.600 estudiantes universitarios provenientes de todas las disciplinas científicas y humanísticas y que debió cerrar sus puertas (que tanto esfuerzo demandó abrir), agobiado por detracciones, prohibiciones y amenazas provenientes del seno de la propia Universidad.
Recordar hoy a aquel teatro universitario, que se popularizó bajo la sigla TUBA (rechazada por los funcionarios de la UBA por asemejarse a la de la FUBA, que estaba proscripta en esa época), significa rendir tributo de gratitud a aquellos heroicos jóvenes, devenidos en actores, técnicos, escenógrafos, utileros, acomodadores y personal de limpieza de un teatro que funcionó todo el año durante nueve años seguidos; que visto desde la platea de la sala de Corrientes 2038 parecía “un teatro como los demás teatros”, pero en cuya trastienda las chicas y los muchachos estaban obligados a orinar en un tacho que pasaba de mano en mano o a desnudarse para vestir los ropajes de una Electra, un Mascarilla o una percanta o un guapo de arrabal, escondiéndose entre los telones o en algún recoveco de algún decorado.
Desde que se creó el Centro Cultural Rojas en el mismo viejo edificio remodelado donde había estado el TUBA (el solar de Corrientes 2038), no hubo más allí ni en ningún otro ámbito de la Universidad de Buenos Aires un Teatro de Repertorio como lo fue el TUBA (lo que en la mayoría de las universidades del mundo existe por lo común bajo la denominación de “Centro de Drama”).
¿Por qué, si en el Rojas (una “usina de actividades multidisciplinarias”, como lo definen sus propulsores), las condiciones ambientales se han mejorado diametralmente... no pudo volver a existir un teatro universitario con el emblema de la Casa, como lo llevó el TUBA desde sus inicios hasta su cierre...?
¿Por qué si el Rojas tiene en su orgánica una “Orquesta de la Universidad” (que ya había sido creada en tiempos de aquella malhadada “dirección de cultura” de la que dependía el TUBA), y que siempre actuó en forma por demás esporádica... no puede tener también en su orgánica un “Teatro de la Universidad”, con el antecedente de aquel “Teatro de la Universidad” que a lo largo de nueve años seguidos llevó a cabo 1.163 representaciones con acceso gratuito, dando a conocer textos tan valiosos como la “Electra”, de Sófocles, “La vida es sueño”, de Calderón o las tragicomedias del académico Juan Carlos Ghiano...?
Existe alguna posibilidad de que la Universidad de Buenos Aires conceda alguna vez respuesta a estos interrogantes...?
Mientras esto no suceda y para que la heroica trayectoria de aquel “Teatro de la Universidad” conocido popularmente como “el TUBA” no se hunda en los abismos del irrecuperable olvido... es imprescindible RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR... y seguir mostrando estas viejas fotografías, (es un pequeño video de algo de dos minutos, cuyo sonido de fondo es el final de una representación de “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán, en la temporada de 1981), que prueban que el TUBA existió, pese a tanto empeño estúpido por demostrar lo contrario.
 

lunes, 11 de febrero de 2013

LAS VOLUNTADES Y LOS HECHOS

En tiempos del TUBA (el Teatro de la Universidad de Buenos Aires), yo tenía un cargo en la Dirección de Cultura de la UBA (que por cierto nunca desempeñé sentado detrás de un escritorio), que era algo así como “jefe del departamento de teatro”. Mi concurrencia a las oficinas de la calle Azcuénaga era esporádica, alguna que otra tarde. No había nada que hacer allí, porque allí nadie hacía nada. Lo común era que me preguntasen: ¿Qué obra están dando...?, o ¿Cómo les fue con la gira a Córdoba...?, uno o dos años después que esa gira se había realizado.
Mi tarea concreta comenzaba a eso de las siete de la tarde, todos los días de la semana, invierno y verano, en el viejo edificio de Corrientes 2038, y se prolongaba invariablemente hasta pasada la medianoche.
Los sábados y domingos llegaba bastante más temprano, a eso de las cuatro, acarreando un equipo de audio, un grabador, un proyector de diapositivas y un bolso con ropa de trabajo, libretos, apuntes... y un martillo.
¿Para que el martillo traído de la calle, si adentro, en el teatro, teníamos algunos más, convenientemente escondidos para que no se los robasen...?: Para abrir la pesada puerta herrumbrada del edificio, porque el sereno era sordo y además el timbre había dejado de funcionar mucho tiempo atrás.
Era así, tal cual: El “director titular” del Teatro de la Universidad de Buenos Aires tenia que abrir la puerta del edificio donde ese teatro funcionaba, a martillazos...!
Siempre hubo intentos de hacer teatro dentro de la Universidad, desde aquellos remotos antecedentes del elenco de la Facultad de Derecho que dirigía Antonio Cunill Cabanellas, en la década del cuarenta del siglo XX. Lo más recordable, años después, fue el Instituto de Teatro confiado a regañadientes al ilustre Oscar Fessler, que duró poco tiempo y no llegó a montar espectáculos y una suerte de secuela de él, que fue GEITUBA (Grupo de Egresados del Instituto de Teatro de la UBA), creado por Julio Piquer, que montó (si mal no recuerdo), “Corazón de tango”, de Juan Carlos Ghiano y “Yerma”, de García Lorca.
No hay dudas que la voluntad de divulgar teatro sin depender de los esquemas comerciales, desde los claustros de la Universidad, siempre estuvo a la orden del día. Ahora bien... pasar del plano de la voluntad al de los hechos... “that is the question”, como diría el dubitativo Hamlet.
Los nueve años de vida del TUBA (repito: el Teatro de la Universidad de Buenos Aires), fueron producto de una férrea VOLUNTAD por concretarlos, en medio de mucha incertidumbre y de una infernal parafernalia de impedimentos, trabas, ofensas, prohibiciones, amenazas... provenientes del seno de la propia Universidad; pero pasar del poemático idealismo de las voluntades a los decisivos HECHOS, de haber realizado 1.163 funciones con acceso gratuito para estudiantes universitarios y para público en general... más de cien montajes escénicos corpóreos... giras por el conurbano y el interior de la República... dando a conocer, en muchos casos por vez primera en Argentina, textos reveladores de Terencio, Oscar Wilde, Ramón del Valle Inclán, Jean Racine, Sófocles, Molière, Henrik Ibsen, Luiggi Pirandello, Esquilo, Anton Chéjov... eso sí que aparte de mucha VOLUNTAD requiere de mucha energía física y mucha, muchísima tosudez y empecinamiento.
Nuestro pasado en el TUBA (nueve difíciles pero gloriosos años), se hizo únicamente a fuerza de PREPOTENCIA DE TRABAJO.
Nuestro futuro...? Han transcurrido 30 años desde que el TUBA se cerró. El único futuro posible para aquella hermosa historia es que la Universidad de Buenos Aires se decida, de una vez por todas, a repetirla. (Repetirla y superarla).
Pero eso sí: Rindiendo homenaje de reconocimiento a su hasta hoy suprimida Memoria.


domingo, 3 de febrero de 2013

SIETE MINUTOS PARA LA ETERNIDAD...

El montaje integral de “La Orestíada”, de Esquilo (dada a conocer en 480 a.C.), iba a ser, hacia mediados de 1981, uno de los proyectos más ambiciosos de ese TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, que me tocó crear, dirigir durante nueve años seguidos y finalmente clausurar, obligado por aberrantes detracciones, emanadas (aunque parezca increíble) del seno de la propia Universidad.
La Dirección de Cultura de la UBA, de la cual el Teatro orgánicamente dependía, puso en estado de alerta todos su armamento destructivo cuando se dió cuenta que el proyecto, anunciado por nuestra cuenta y divulgado con notas a toda página por los que en ese momento eran los principales diarios de la Ciudad, amenazaba con sacar a luz (en medio de una espantosa noche de injusticia como la que padecíamos los argentinos en aquellos años), el peliagudo tema de la administración de justicia.
Contar todo lo que aquellos nefastos funcionarios, empleadas e incluso ordenanzas de la “dirección de cultura” hicieron para impedir que “La Orestíada” llegara a representarse completa (esto es: sus tres tragedias en forma sucesiva: “Agamemnón”, “Las coéforas” y “Las euménides”) en el escenario del TUBA, llevaría más tiempo y espacio que el que vengo empleando en escribir los 269 capítulos anteriores a este, en este Blog.
La temporada del año 1982 del TUBA fue, como ya lo he contado, un verdadero delirio de montajes complicadísimos: “El gorro de cascabeles”, de Pirandello (con su mastodónico decorado corpóreo); “El día que mataron a Batman”, una obra que movilizó a la juventud a lo largo de todo el año, escrita por un estudiante de derecho e integrante del TUBA: Hugo Daniel Hadis; “Escenas de la vida bohemia”, de Henri Mürger (que Giácomo Puccini utilizó como base argumental para su célebre ópera “La bohème”); “Chejoviana II”, que incluía varios cuentos adaptados a la escena y el drama en un acto llamado “El canto del cisne”, del amado Anton Chéjov; “La noche de San Juan”, de Henrik Ibsen; “El velo”, de Martha Lehmann; “El poeta”, de Enrique Wernicke y además, la reposición (esta vez dicho apropiadamente: “a pedido del público”), del grotesco de Armando Discépolo “Stéfano”. Qué pasaba, entretando, con “La Orestíada”...?
La astucia detractora del Director de Cultura lo había llevado a arrogarse “el derecho” a colaborar en la adaptación del texto de las tres tragedias, pero transcurrido un año del inicio del proyecto, él no había salido de borronear algunas pocas carillas del “Agamemnón”. Un buen día dije “basta” y le comuniqué que el TUBA había decidido abandonar el montaje integral de “La Orestíada”. Una vez más, nos ganaban por cansancio.
A mediados de 1982 me decidí por abordar sólo la segunda de las tragedias, “Las coéforas”, que es donde se concreta la venganza de Electra por medio de la acción sangrienta de su hermano Orestes.
Como en otras oportunidades, me refugié en la polvorienta biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, hasta que encontré allí una arcaica traducción hecha por un jesuita chileno unos cien años antes, que me pareció adecuada.
Sobre el cierre de la temporada el TUBA ponía en escena una orgiástica ceremonia tribal (un concepto tomado por mí de la lectura de las memorias de Jean Louis Barrault en ocasión de montar él “La Orestíada” en el Teatro de Francia, en colaboración con el músico Pierre Boulez), cuya propuesta (demasiado osada, por cierto), consistía en elevar, en medio del salvajismo del entorno musical de la partitura de Iannis Xenakis, un sofocado y postergado clamor de justicia, en boca de aquellos jóvenes intérpretes del TUBA, partícipes de una generación aniquilada: ¡Y QUE MUERAN HOY LOS QUE AYER MATARON! ¡LA MUERTE ES LA ÚNICA LEY PARA JUZGAR A LOS TIRANOS...!.
Teníamos una filmación en formato VHS de nuestra versión completa de “Las coéforas”, pero la cinta se arruinó con el paso del tiempo.Queda una grabación en audio de una de las funciones, pero sería complicado insertarla aquí en forma completa. Voy a dejar el testimonio de los siete minutos finales, a partir de la entrada de Orestes luego de matar a Egisto y a su madre Clitemnestra, con la aparición de las furias convocadas para perseguirle y el doloroso lamento final de Electra: “CUANDO SE CALMARÁ, CUANDO SE SACIARÁ, CUANDO SE APLACARÁ LA SED DEL MAL POR PERPETUAR EL MAL...”.
Perdón por la inmodestia: considero que son siete minutos para la Eternidad, que ponen de manifiesto el valor de ese TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA) tan olvidado por una posteridad sumamente interesada en la desaparición de su Memoria.
Y si logran escuchar los siete minutos hasta el final, escucharán también los enronquecidos gritos de “Bravo...!” de los jóvenes espectadores que colmaban todas las funciones del TUBA: ellos también encontraron en nuestro escenario un estrado de Justicia.
Lo decíamos en una nota en el programa de mano de "Las coéforas" (que yo suscribía con mis iniciales: A.Q.): "Pretendemos concretar con este montaje escénico un medio de transmisión de los conceptos éticos más urgentemente necesarios a las actuales audiciencias, sobre el tema de la dignidad con que debe ser enfrentada toda tiranía, cuando la justicia Superior se muestra tardía".
¿Éramos, nomás, "cómplices del Proceso", como nos atribuyeron...?

viernes, 25 de enero de 2013

INTERROGANTES INSISTIDOS... PERO HASTA HOY NO ESCUCHADOS NI RESPONDIDOS


UNA ESCENA DE "LA OFENSIVA", DE MARTHA LEHMANN
TEATRO DE LA UNIVERSIDAD - TEMPORADA 1977
 
Quien venga siguiendo este Blog desde sus primeros capítulos, allá por Febrero de 2010, habrá advertido que hay de mi parte una suerte de reiterada insistencia en el planteo de dos interrogantes.
A saber:
¿Por qué la Universidad de Buenos Aires se niega a incorporar a su historial la historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires...?
¿Por qué la Universidad de Buenos Aires no cuenta, como el resto de las universidades del mundo, con un elenco de Teatro Universitario, habiendo tenido uno que existió nueve años seguidos, treinta años atrás...?
Respecto del primero de los interrogantes no encuentro explicación válida, salvo que quienes manejan los destinos de la Universidad de Buenos Aires a lo largo de los últimos treinta años se hayan puesto de acuerdo en convalidar aquella maliciosa presunción de un periodista del diario La Nación, que dijo (al cerrarse el TUBA en junio de 1983), que “nos íbamos para desprendernos del Proceso (o sea: la dictadura militar) del que habíamos sido cómplices”.
Por si no quedó claro todas las veces que lo conté a lo largo de las 268 entradas del Blog yo, Ariel Quiroga, fundador del TUBA y su director titular durante los nueve años de su existencia, renuncié en junio de 1983 y todos los jóvenes universitarios que lo constituían en ese momento se fueron conmigo, porque la Universidad se negaba a pagarnos los viáticos de una estadía de quince días en la ciudad de Mar del Plata, invitados por el Teatro Auditorium de esa ciudad para una breve temporada de invierno en la que íbamos a estrenar un importante título (que sigue sin ser dado a conocer) del repertorio dramático nacional: “El gajo de enebro”, de Eduardo Mallea.
El tema de los viáticos (a los que los integrantes del TUBA no eran acreedores, “por no ser personal rentado de la Universidad”, según nos dijeron, fue sólo la gota que rebalsó el vaso. Detrás y en derredor estaban las persecuciones, las trabas, las prohibiciones, las amenazas, el abandono que desde la propia “dirección de cultura” de la Universidad venía obstaculizando nuestra labor desde sus mismos inicios, allá por fines de 1984.
Que el TUBA había existido durante los años de la dictadura militar...?. Desde luego. Toda Argentina siguió existiendo durante la dictadura militar. Nadie supo de centros clandestinos de detención y exterminio hasta que llegó Raul Alfonsín al poder. Las batidas de las fuerzas “del orden” eran tan temidas por la población que circulaba por las calles para ir a sus trabajos como las explosiones de bombas puestas en cualquier parte por las agrupaciones extremistas.
El TUBA hizo su primera representación pública el 30 de noviembre de 1974 y la dictadura militar comenzó el 24 de marzo de 1976. Fueron años incruentos de la historia argentina, en la que miles de ciudadanos, sobre todo jóvenes, entregaron su vida por un ideal revolucionario. Pero durante esos años la vida continuó; se hizo cine, teatro (los sólidos ejemplos del San Martín y el Cervantes), egresaron médicos, abogados, ingenieros, economistas, agrónomos, de los claustros de la Universidad de Buenos Aires y de las universidades privadas.
Habría que abolir de la memoria las puestas en escena de Rodolfo Graziano en la Comedia Nacional o los audaces montajes de Alejandra Boero en el Teatro San Martín, que tuvieron lugar durante los años de la dictadura militar...?
Se podría no reconocer los títulos profesionales otorgados por la UBA durante esos mismos años ...?
Entonces: POR QUÉ LA UNIVERSIDAD NIEGA LA EXISTENCIA DEL TUBA, que fue SU Teatro Universitario de Repertorio durante nueve años seguidos; que realizó 1.163 representaciones dentro de uno de sus edificios (la casona de Corrientes 2038) y que cada año hizo ciclos de representaciones en las aulas magnas, auditorios y hasta en los frios gimnasios de todas las facultades dependientes del Rectorado de la UBA...?
En una palabra: el primero de los interrogantes sigue sin tener respuesta.
La Universidad de Buenos Aires niega la existencia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires y no se sabe por qué.(Véase el sitio www.uba.ar/institucional/contenidos y compruébese que no figura para nada dentro del historial de la UBA la historia del organismo denominado “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”).
Segundo interrogante: ¿Por qué la Universidad de Buenos Aires no cuenta, como el resto de las universidades del mundo, con un elenco de Teatro Universitario, habiendo tenido uno cuya labor durante casi una década constituye una experiencia única, sin precedentes e inexplicablemente, sin continuidad ...?.
Visto fríamente, este segundo interrogante a mí, Ariel Quiroga, debería tenerme sin cuidado. Yo cumplí mi sueño, anhelado desde que tenía menos de veinte años y militaba en los teatros independientes, de “distanciarme” de la escena profesional, saturada de argucias, vilezas, ansias de figuración a toda costa y escaso respeto por el rigor frente a los repertorios y el público. Quise formar un teatro con jóvenes universitarios; lo intenté unas cuantas veces en los primeros años de la década del sesenta e inesperadamente, por un fortuito contacto con un improvisado “director de cultura”, logré concretarlo a mediados de 1974.
“Concretarlo” es un mero decir. De la propuesta inicial, que consistía en formar un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, hasta su llevado a la práctica (que fue la presentación en el Teatro Nacional Cervantes en mayo de 1976, con un repertorio de tres comedias clásicas de Terencio, Plauto y Menandro), fue necesario vencer un sinnúmero de inverosímiles, estúpidos, cerriles impedimentos.
Lo he contado ya en otros capítulos de este Blog: Aquel funcionario de la “direccion de cultura” de la UBA, que cuando comenté que iban a comenzar los ensayos de la obra inicial del grupo (“La montaña de las brujas”, de Julio Sanchez Gardel), empezó a los gritos a espetarme: ¡NO, QUIROGA, NADA DE ENSAYOS POR AHORA...! ¡ES MUY PELIGROSO...! ¡MANTÉNGALOS CON CHARLAS, QUE CON ESO SE QUEDAN QUIETOS...!
Por supuesto, ENSAYAMOS de todos modos, pero hubo que hacerlo a escondidas. Y deambulando de un lugar a otro. En las oficinas de uno de los pisos altos de un edificio de la calle Azcuénaga, entre escritorios y ficheros... en una parroquia del barrio de Once... en la biblioteca de ciegos... en un patio a la intemperie, en los fondos de la facultad de Ciencias Económicas, al ladito de la Morgue Judicial...
Empecinadamente, contra todas las dificultades habidas y por haber, con ese viaje a Chapadmalal donde nos alojaron en un hotel para niños y nos daban de comer raciones para niños y tuvimos que dormir en camitas para niños y donde logramos hacer “La suegra”, de Terencio y “Antígona Velez”, de Marechal; acarreando decorados al hombro o en camionetas alquiladas, para ir a hacer funciones en la Biblioteca Popular de Olivos, la sala de la empresa Subterráneos de Buenos Aires o el Colegio Carlos Pellegrini... hasta que, recién en agosto de 1976, llegó la posibilidad de instalarnos, medio a los empujones, en el edificio de Corrientes 2038, donde nos quedamos hasta junio de 1983...!, y desde el cual convocamos a una corriente de público verdaderamente multitudinaria, que asistió GRATUITAMENTE a disfrutar de obras de Molière, Discépolo, Chejov, Shakespeare, Valle Inclán, Sófocles, Racine, Florencio Sánchez y Oscar Wilde, para nombrar sólo unos pocos de un enorme repertorio de mas de ciento veinte montajes corpóreos originales, diseñados y construidos en los talleres artesanales del TUBA por sus propios integrantes.
Si, desde luego que el sueño de un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, se concretó. Lo concreté, nueve años seguidos, acompañado por cientos (casi 1600) de jóvenes universitarios que hicieron del ALTRUISMO una militancia y una profesión de fe.
Tendría que importarme que la Universidad de Buenos Aires no haya querido continuar la experiencia y seguir teniendo un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTIRIO en estos treinta años que han seguido a la desaparición del TUBA...?
En el Centro Cultural Rojas, que ocupa el mismo lugar (el edificio, remodelado, de Corrientes 2038) en el que el TUBA hizo su historia, se dictan cursos sobre teatro (pagos); trabajan grupos que montan espectáculos (pagos) no vinculados entre si ni con proyecto de continuidad; se llevan a cabo mesas redondas, ponencias, encuentros sobre el tema teatro y muchos otros temas más... le depende una “Orquesta de la Universidad” que actúa esporádicamente... pero no existe un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO.
Debería existir o es sólo una empecinada idea mía...?
Tengo casi 73 años; me retiré definitivamente de la vida teatral a partir del cierre del TUBA (que más que “mi proyecto de teatro” se podría decir que fue “mi proyecto de vida, de compromiso con la vida”)... entonces: si a la UBA le interesa o no ubicarse a la par del resto de las universidades del mundo, que cuentan prácticamente todas con un Centro de Drama, que realiza espectáculos en continuidad y divulga esos espectáculos en las festivales a nivel internacional que convoca la AITU, la Asociación Internacional del Teatro Universitario creada en Bélgica en 1990... debería eso preocuparme y llevarme a insistir tanto con ese tema...?
Es que -como me dijo Alejandra Boero tantas veces-, “ESTÁN LOS JOVENES”, que merecen que se les brinden espacios para experimentar, crecer y desarrollarse... y un teatro universitario, desentendido de intereses comerciales o exitistas, es un campo fértil para que se nutran las nuevas generaciones y el anciano arte de la escena se vivifique y rejuvenezca a través de nuevos desafíos, nuevas propuestas, nuevos rechazos al asfixiante mercantilismo que cercena el derecho a expresar con absoluta libertad “todo lo que se nos cante” sobre un tablado.
Los cursos de teatro, las escuelas de teatro, los institutos de teatro son necesarios (imprescindibles) para la formación de futuros actores, directores, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores, que una vez graduados en cada disciplina (o en todas, preferentemente), pasen a cubrir los puestos vacantes de los que, cumplido su ciclo, se retiren de la profesión.
Los teatros universitarios, en cambio, no apuntan (así lo apliqué al crear el TUBA) a formar profesionales del arte del espectáculo, sino a brindar un espacio extracurricular donde los futuros médicos, abogados, economistas o ingenieros PUEDAN HACER VIDA DE TEATRO en un marco de libertad creativa extrovertido, celebratorio, espontáneo, jovialmente comunitario y juglarescamente expansivo.
El TUBA fue todo eso nueve años seguidos.
¿No merecería figurar en la historia de la Universidad que lo albergó...?
¿No tendría que haber hallado continuadores dentro de esa Universidad, cuando los que lo hicimos nos replegamos obligadamente, PERO SIN DEPONER NUESTRAS BANDERAS...?

 
UNA ESCENA DE "JÁCARAS Y MOJIGANGAS", SOBRE TEXTOS
DE LOPE DE RUEDA - TEATRO DE LA UNIVERSIDAD
TEMPORADA 1977






miércoles, 16 de enero de 2013

STANISLAVSKI Y EL TUBA: CIERTA COINCIDENCIA DE OBJETIVOS FRENTE A LA NECESIDAD DE QUE EL TEATRO SEA DE ALCANCE POPULAR

UN HALLAZGO EN YOUTUBE: STANISLAVSKI
DIRIGIENDO UN ENSAYO DE MESA DEL "TARTUFO", DE MOLIÈRE

Casi de la misma manera como él formó sus primeras agrupaciones de aficionados en el mediocre ambiente teatral ruso de fines del siglo XIX, me tocó poco menos que por casualidad dar inicio a la actividad de un difuso “centro de drama universitario”, en medio del maloliente clima ideológico de la dirección de cultura de la Universidad de Buenos Aires, de mediados de 1974.
Había él nacido en Moscú, un 5 de enero de 1863, con el nombre de Konstantin Sergueievich Alekseiev. Radicado en su juventud en París, atendiendo negocios de su padre, comenzó a mezclarse con la bohemia de las compañías de artistas semiprofesionales, donde conoció a un actor polaco a punto de retirarse llamado Stanislavski. Tanto como para no desprestigiar el apellido paterno, adoptó ese de “Stanislavski” para sumergirse en la “ilegalidad” de sus experimentos teatreros con absoluta libertad.
Aquel incipiente “centro de drama universitario”, nacido en la Argentina sin partida de nacimiento en 1974, empezó a tomar forma, deambulando de un lado para otro, hasta que su debut en el Teatro Nacional Cervantes en mayo de 1976, con unas zafadas comedias de Terencio, Plauto y Menandro, le permitió “autobautizarse” como TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES.
De regreso en Moscú en 1888, el bohemio artistucho autobautizado “Stanislavski” se aventuró a formar una “sociedad de artes y letras”, sin teatro propio pero decidida a afrontar un REPERTORIO de calidad mediante la realización de nuevos montajes cada semana...!
Con similares ímpetus pero también sin sala propia ni apoyo de ninguna naturaleza por parte de la Universidad donde había surgido, ya a comienzos de 1977 el Teatro Universitario de Buenos Aires anunciaba “repertorios en alternancia”, al mismo tiempo que se instalaba (poco menos que a los empujones), en la precaria sala del antiguo edificio universitario de la avenida Corrientes 2038, donde antes, en la década de 1960, había funcionado el prestigioso (y por eso mismo abolido) Instituto de Teatro creado por Oscar Fessler.
Hacia 1897 el experimentador teatrero Stanislavski fue invitado a una reunión con un dramaturgo y director escénico llamado Vladimir Ivanovich Nemirovich-Danchenko. De esa charla en un lugar llamado “Bazar Eslavo”, que según dicen duró catorce horas, nació la idea de formar un “centro de drama” bajo la revolucionaria denominación de TEATRO DE ARTE DE MOSCÚ ASEQUIBLE A TODOS.
Quienes tuvimos la iniciativa (sin reunión previa de catorce horas mediante), de convertir al Teatro Universitario de Buenos Aires en un auténtico TEATRO DE REPERTORIO, también decidimos, bajo nuestra absoluta responsabilidad, que fuera un centro dramático asequible a todos.
Tal vez en esa decisión haya tenido origen nuestro divorcio con el elitista criterio cultural de esa malhadada “dirección de cultura” de la que nos tocaba depender y que nos terminó destruyendo, tras nueve años de estéril (aunque encarnizada) lucha.
El TUBA (así lo rebautizó el mismo público), se convirtió en un teatro abierto a la comunidad, al que el público de todos los sectores sociales pudo ingresar GRATUITAMENTE a las 1.163 representaciones que logró concretar en sus nueve años de vida en continuidad.
A la Universidad de Buenos Aires eso del acceso LIBRE y GRATUITO no le caía nada bien. Insistían en que había que cobrar entrada, para "seleccionar" al público.
Todavía suenan en mis oídos de 73 años las voces hostiles (y hasta burlonas), de aquellos jerarcas pedantes y de aquellas abúlicas empleadas de la “dirección de cultura de la universidad de buenos aires”, alegando que no concurrían a las funciones del TUBA porque estaban colmadas de “gente sucia, mal vestida y con facha de comunistas” (sic).
El Teatro de Arte de Moscú sigue existiendo; el TUBA existió sólo nueve años. No hay demasiados puntos en común entre uno y otro, salvo en aquello del REPERTORIO. Desde los inicios el moscovita apuntó al sistema del repertorio y así es como en su escenario han estado Shakespeare, Ibsen, Gorki, Tolstoi, Molière, Goldoni, Chéjov, Maeterlinck... mientras que en el modesto TUBA de la convulsionada, aterradora Argentina de 1974 a 1983, estuvieron Esquilo, Sófocles, Discépolo, Florencio Sánchez, Racine, Molière, Oscar Wilde, Enrique Wernicke, Lope de Rueda, Juan Carlos Ghiano...
El TUBA no era una escuela de teatro. Era un teatro donde los jóvenes universitarios aprendían a hacer teatro desde la experiencia directa sobre el escenario, montando obras de repertorio. Pero las teorías que el teatrero Stanislavki elaboró prolijamente sobre el desarrollo físico y emocional del actor (que erróneamente algunos definen como “Método”), circularon permanentemente por los talleres internos del TUBA, mecanografiadas a modo de apuntes de casi todos sus libros.
Hacen pocos días se cumplieron 150 años del nacimiento de este ejemplar hombre de teatro, cuyo sistema de trabajo en pos de la divulgación a nivel popular del arte escénico, habitualmente restringido a las minorías “informadas”, mucho contribuyó a solidificar, por emulación, el empecinado criterio de PUERTAS ABIERTAS PARA TODOS que logramos instalar desde el primero hasta el último día en el TUBA y que hizo posible el ingreso (con ropa elegante o con ropa sucia) de un promedio de 38.000 espectadores por temporada a los edificios de la aristocrática Universidad de Buenos Aires, a la que (al menos en aquella época), las señoras que acudían a las juras como médicos o abogados de sus hijos lo hacian ataviadas con sombrero y vestidos largos.




viernes, 11 de enero de 2013

EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES: PARADIGMA DE LO QUE DEBE SER UN “TEATRO DE REPERTORIO”

Siento una suerte de pudor al tener que afirmarlo: el TUBA carecía de antecedentes cuando inició su actividad pública el 30 de noviembre de 1974, encarado como TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO y sigue careciendo de precedentes, a treinta años de su forzado cierre, en junio de 1983.
Jean Louis Barrault define al teatro de repertorio (él, que lo practicó largamente), de una manera muy simple: “la posibilidad de alternar a los clásicos y los modernos en una misma temporada o en una misma semana”.
Dejemos por un momento lo que se refiere a actividades teatrales en la Universidad de Buenos Aires, cuya función específica es otra, desde luego. Hablemos del teatro profesional o amateur en la República Argentina: las compañías teatrales que han adherido a la práctica del repertorio son por demás escasas y hay que remontarse a los orígenes de la escena nacional para encontrar cierta aproximación a esa práctica en el quehacer de aquellos capocómicos que se aventuraban por las rutas de provincia, llevando a cuestas un bagaje de cuatro o cinco títulos de probada repercusión en el gran público, que se ensayaban a los apurones y se montaban con pocos trastos a modo de precaria decoración.
Hacer repertorio exige, ante todo, disciplina y adiestramiento para el grupo teatral que lo aborde. En el TUBA hemos llegado a tener (como en la temporada de 1982), hasta NUEVE espectáculos en alternancia. Se imaginan lo que eso significa...?: Montones de decorados apilados unos sobre otros, que deben ser armados y desarmados en contados minutos, cuando las funciones se suceden unas a otras en un mismo día... Zapatos, espadas, floreros, ropas de época, ropas de calle, sombreros, capas, artefactos lumínicos que tienen que redireccionarse para cada representación, bandas sonoras, martillos, sogas, cortinados, escaleras, muebles: en una palabra: UN VERDADERO BERENJENAL...!
Al cierre de la temporada de 1981 cumplimos la hazaña de exhibir en una misma función que duró más de ocho horas, los siete espectáculos que habíamos montado ese año. Cumplíamos siete años de labor en continuidad y la maratón se llamó “SIETE HORAS PARA CELEBRAR SIETE AÑOS”. Terminaron siendo ocho horas y media, en la que desfilaron sin solución de continuidad, entre las seis de la tarde de un sábado y la una y media de la madrugada del domingo: “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde; “La sombra del valle”, de John Synge; “Un trágico a la fuerza”, de Anton Chéjov; “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán y “Stéfano”, de Armando Discépolo.
Los teatristas que realizan en la actualidad experiencias en la sala de la planta baja del Centro Cultural Rojas quizá ignoren lo que era esa sala en los tiempos del TUBA. No había camarines para que los jóvenes universitarios en función de “actores” se cambiasen ni tenían acceso a baños. El espacio era reducidísimo para el almacenamiento de decorados y elementos de mobiliario y utilería. Estaba, además, dentro del escenario, el enorme entarimado del Coro Polifónico de Ciegos y su respectivo piano de cola...!
Disciplina y adiestramiento... pero además, mucha pasión, mucho fervor, mucha vocación de servicio, para disfrutar mostrando al público ávido de aprender que acudía masivamente (y GRATIS), a un Esquilo y a un Discépolo; a un Pirandello y a un Florencio Sánchez; a un Valle Inclán y a un Chéjov en la misma cartelera de una misma semana...!
Eso fue lo que el Teatro de la Universidad de Buenos Aires (hoy tan tristemente olvidado), hizo durante nueve años seguidos, sin antecedentes de que otro elenco lo hubiera hecho antes en la Universidad y sin que luego, con el correr de los años (y con las nuevas posibilidades habilitadas por la remodelación del edificio de Corrientes 2038, convertido en “el Rojas”), nuevos grupos de teatristas se atrevieran a hacerlo.
Fue tan único el TUBA...?
Parecería que sí. Si alguien sabe de otros que lo hayan hecho antes que él o después de él, que lo escriba en el sector para “comentarios” de este Blog. Toda comparación es incómoda, pero también es necesaria, porque duele enormemente padecer esa lastimadura no cicatrizable que causa LA MEMORIA ABOLIDA, cuando lo que hicimos en el TUBA a puro pulmón y ganas fue honesto, innovador, desafiante, inconformista y además, artísticamente bello.
Stanislavki buscó recrear la vida del espíritu humano con Verdad y con Belleza.
El TUBA lo hizo y para demostrarlo, he aquí dos pequeños videos con fotografías de dos de los espectáculos del repertorio del TUBA, que adhieren a esos principios: “Relojero”, de Armando Discépolo (1978) y “La noche de San Juan”, de Henrik Ibsen (1982). En ambos verán ustedes mucha Verdad... y también cierto grado de rescatable, perdurable Belleza.
"RELOJERO", de Armando Discépolo
TUBA - Temporada 1978
"LA NOCHE DE SAN JUAN", de Henrik Ibsen
TUBA - Temporada 1982

viernes, 4 de enero de 2013

"NUESTRO" CHÉJOV

Lo abordamos por primera vez en nuestra sexta temporada, o sea: la de 1980.
Quisimos acercarnos a él de un modo amable, sencillo, sin ningún dejo de esa especie de “solemnidad” que él mismo le criticaba a Konstantin Stanislavski, el hombre de teatro que lo dió a conocer y que tanto contribuyó a cimentar su fama.
Desde el escenario del Teatro de Arte de Moscú, creado pensando en el pueblo más que en el público aristocrático, un médico rural llamado Anton Pavlovich Chéjov mostró al mundo un nuevo lenguaje dramático basado en la naturalidad del actor para expresar de manera adecuada las tribulaciones y los sentimientos más recónditos del alma humana, esos que guardan estrecha relación con la atmósfera de los atardeceres y el sonido del viento entre las ramas del cerezal.
Seguramente he hablado mucho a lo largo de este Blog de lo que fueron nuestras experiencias con el lenguaje lúcidamente irónico y cautelosamente sentimental del desconcertante Chéjov, porque en nuestras “Chejovianas I y II” (de 1980 la primera y de 1982 la segunda), conseguimos que el público (no sólo de la ciudad de Buenos Aires sino de muchos lugares del interior), lo asimilase como a alguien de su propia idiosincracia y depusiese ese absurdo distanciamiento de los que consideran que tratar de “usted” (por ejemplo), es sinónimo de respeto.
En alguna entrada o capítulo de este Blog está la foto de la carta de una espectadora, que respecto de nuestra “Chejoviana II” escribió: “CHÉJOV ESTARÍA MUY FELIZ DE HABERLA VISTO”.
“Nuestro Chéjov”, el que hicimos en el Teatro de la Universidad de Buenos Aires en 1980, 1981, 1982 y 1983 fue tan paradojalmente tragicómico, como el hecho de que su ataud, llevado a Moscú en un tren de carga que transportaba ostras frescas, fuese recibido por equivocación por una banda militar que esperaba el arribo de otro ataud, el de un general caído en la guerra contra el Japón.
Por estos días encontré un video de un homenaje que se le realizara a la actriz Olga Knipper (que tardíamente fue su esposa), en el escenario del Teatro de Arte de Moscú. Si me permiten, lo voy a insertar aquí. Tiene un clima particularmente festivo y nostálgico a la vez, como eran por lo general nuestras fiestas de fin de temporada en el escenario del TUBA.



martes, 1 de enero de 2013

ALEGRÉMONOS...!!!

En 1870 Johannes Brahms fue nombrado doctor Honoris causa por la Universidad de Filosofía de Breslau. Como agradecimiento, escribió su obertura Op. 80, conocida como “Fiesta Académica”.
Es una bellísima partitura, de poco más de nueve minutos de duración, en la que Brahms incluyó cuatro canciones estudiantiles y sobre todo, el célebre himno “Gaudeamus igitur”, que concluye la obra con una suerte de jocosa solemnidad.
Gaudeamus igitur” quiere decir: “ALEGRÉMONOS PUES” y es el himno universitario por excelencia. En el TUBA lo utilizamos casi siempre, cuando nos presentábamos en las facultades dependientes del Rectorado de la Universidad de Buenos Aires o cuando viajábamos en gira por universidades del interior.
Los sones del Gaudeamus nos daban fortaleza frente a la adversidad que nos tocaba enfrentar todos los días, a lo largo de los nueve maravillosos pero difíciles años de nuestra vida como TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO.
Lo he dicho ya en alguna “entrada” anterior: No querría seguir escribiendo en este Blog ahora que comienza el año 2013, en el que se van a cumplir en junio 30 AÑOS del cierre, por lo visto definitivo, de lo que fue “el TUBA”, aunque estoy casi seguro que lo voy a seguir haciendo...
Para quienes accedan a él desde cualquier lugar del mundo a partir de ahora, les recomiendo retroceder hacia sus orígenes, que datan de Febrero de 2010. Todo lo que valía la pena ser contado, aportado, testimoniado y probado de la existencia de ese Teatro, lo van a encontrar en las 264 entradas (o capítulos), que preceden a esta.
También están los videos, los archivos de fotos, de fragmentos sonoros de funciones, charlas, audiciones radiales y hasta momentos de la vida interna del TUBA y finalmente, este último video (arriba) con algunas de las fotografías de los más de cien montajes escénicos que se ofrecieron en las nueve temporadas (entre fines de 1974 y mediados de 1983) y de los que disfrutó, con ENTRADA LIBRE y GRATUITA, un promedio de 38.000 espectadores cada año.
La música de fondo que acompaña a las imágenes...?: Por supuesto, la Obertura Op. 80, llamada “Fiesta Académica”, en una interpretación magistral del insigne Bruno Walter.
El TUBA dejó de existir en junio de 1983...
Nunca más la Universidad en cuyos claustros nació y murió, rindió homenaje a su memoria ni trató de que pudiera volver a existir.
Sea como sea... y a pesar de tanta indiferencia hacia una obra creativa hecha por jóvenes universitarios con derrochado altruísmo... ALEGRÉMONOS...!.