jueves, 11 de marzo de 2010

HERMOSA DEFINICION DEL TUBA HECHA POR UNO DE SUS INTEGRANTES, EN EL OCTAVO ANIVERSARIO


El 30 de noviembre de 1982 celebramos los ocho años transcurridos desde aquella primera representación, la del 30 de noviembre de 1974, con una función especial, en la que se exhibió un audiovisual sobre el tema “El teatro en la vida del hombre”, en cuyo transcurso se escuchaba la voz de Jean Louis Barrault, en fragmentos de la cantata “Lelio”, de Héctor Berlioz; la de Marie Bell y Jean Marais, en la escena de la declaración de Fedra a Hipólito, en la tragedia de Racine; la de John Gielgud y la de Richard Burton, en la escena del encuentro de Hamlet con el espectro de su padre y la de Claire Bloom junto a Albert Finney en la escena del balcón, de “Romeo y Julieta”.
Hubo también un ejercicio de “danza-teatro”, titulado “Encuentro de Orfeo y Eurídice en los infiernos”, con el fondo sonoro del Adagio de la Sinfonía Nº 10 (inconclusa), de Gustav Mahler y monólogos de “Doña Rosita, la soltera”, de García Lorca; “La vida es sueño”, de Calderón y “Fuenteovejuna”, de Lope de Vega.
Además se representó completa “Un trágico a la fuerza”, de Chéjov, y la escena final del primer acto, (el diálogo entre Stéfano y Pastore), de “Stéfano”, de Discépolo, con el decorado completo (desempolvado para la ocasión) de la producción de 1981 y 1982.
Antes de comenzar esta extensa velada del 30 de noviembre de 1982, a la que asistió el Director de Cultura, Jorge Luis García Venturini, uno de los componentes del elenco, elegido al azar, leyó el siguiente discurso de su autoría, que considero hoy, (a comienzos de 2010), uno de los testimonios más sólidos y vigentes de lo que fue el TUBA:

“La ciudad de Buenos Aires tiene tres elencos oficiales de teatro: el Nacional Cervantes, que es la sede de la Comedia Nacional; el Municipal General San Martín, que es la del elenco oficial de la ciudad de Buenos Aires y un tercer elenco, muy singular, que es el del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, cuya labor diaria diría yo que sorprende, por su vitalidad y permanencia”.
“Con estas palabras se inició hace unos meses la transmisión por LRA, Radio Nacional de su servicio de onda corta de Radiodifusión Argentina al Exterior.
“Mas adelante, el locutor de turno hizo una referencia comparativa con los otros elencos oficiales de un gran número de universidades en el resto del mundo.
“Mas allá de ese comentario, que tal vez encerró un juicio sobrevalorado, a quienes integramos este elenco oficial de la Universidad de Buenos Aires nos regocija hoy la circunstancia de cumplir ocho años de ininterrumpida trayectoria, iniciada aquel ya lejano 30 de noviembre de 1974, en el que muchos de los que hoy estamos participando de este teatro ni siquiera soñábamos con llegar a integrarlo.
“Por tratarse de un teatro de universitarios, al que se accede reuniendo requisitos mínimos de admisión, pero en el que, una vez dentro de sus filas, a menudo resulta realmente gravoso sostener un ritmo continuado de participación, se da el caso que quienes no logran compatibilizar sus compromisos de estudio, trabajo y vida en familia con las exigencias normales de un teatro en el que la actividad es constante, brinden su aporte a través de una permanencia fugaz.
“De otro lado, los que aceptamos voluntariamente el desafío, imbuidos y consustanciados con las premisas del teatro de repertorio, sabemos de las gratificaciones que brinda una participación continuada, a riesgo de que en muchos casos, la contrapartida signifique tomarle prestadas horas al descanso; horas que el ocio cede generosamente en aras de las faenas del teatro, con espíritu no de sacrificio, sino de comprensión y regocijo, con un sentimiento que si no es el amor, mucho se le parece.
“Amor a las telas que componen los vestuarios; a las maderas y clavos, a veces enmohecidos, que se erigen en decorados; al escobillón que se empuña para higienizar el escenario y la sala. Amores acompañados de una auténtica vocación de servicio, que encuentra su culminación en el momento en que se levanta el telón y se siente la presencia del público.
“Cerca de mil seiscientos integrantes han desfilado a través de estos ocho años, por este Teatro de la Universidad.
“Con mayor o menor participación, a través de semanas o meses –algunos durante años-, todos ellos han recogido aquí, en esta comunidad “teatro-estudiantil”, vivencias importantes para su formación humana, al tiempo que, en forma voluntaria (y muchas veces sin siquiera saberlo) hicieron su aporte para que el teatro creciera y se mantuviera en pie.
“Por eso, este festejo de hoy es nuestro, de los que hoy estamos en el teatro; de ustedes, nuestro público, único y principal destinatario de esta quijotada y de todos aquellos merced a quienes hoy podemos afirmar con inocultable orgullo que el reconocimiento al Teatro de la Universidad excede ya el marco estrictamente académico.
“Nos hemos transformado, sin sospecharlo, en un verdadero servicio comunitario, transporte de cultura, entretenimiento, diversión y, gracias a Dios, muchas veces también en vehículo de razón.
“Resulta sencillamente imposible abarcar en lo que pretenden ser breves palabras iniciales, ocho años de trabajo, de fatigosa pero fecunda labor en pro de la continuidad de objetivos y de la elevación de los resultados.
“Ahora bien... Ante tan abrumadora cantidad de trabajo desarrollado, a lo que se suman ensayos, ejercicios, “volanteadas”, todo lo que el público no ve, pero que ocurre en este mismo sitio todos los días de la semana...qué sentimos los forjadores de este fenómeno que hoy representan ustedes y que semana a semana se repite, colmando la capacidad de la sala...?
“Qué sentimos luego de una agotadora jornada de estudio y trabajo, cuando nos instalamos aquí por las noches, a coser ropajes o serruchar maderas, hombres y mujeres por igual...?: La misma sensación de felicidad que nos embarga durante una función, sobre el escenario o detrás de él, en la cabina de luces o entregando los programas de mano en el acceso a la sala. La misma indescriptible sensación que cuando se profundiza un texto, o se estudia la biografía de un autor o se realizan ejercicios de modulación vocal o de expresión corporal.
“A muchos les resultará incomprensible que hagamos tanto trabajo “ad-honorem”, que dediquemos tanto tiempo a una mera satisfacción interior. Para aquellos materialistas que no pueden comprendernos, también trabajamos, para demostrarles cuanto puede lograrse tras un ideal elevado y para decirle al fantasma de uno de los personajes de Discépolo que habita el teatro, -el viejo Alfonso, padre de Stéfano-, que el hombre puede ser feliz no sólo materialmente.
“No somos muchos. De las inscripciones de ingreso de cada año, que llegan a superar las doscientas, apenas se integran finalmente al grupo un porcentaje menor.
“Felizmente, ustedes son muchos. Son unos 30.000 espectadores por año. Más de un cuarto de millón en estos años.
“El reconocimiento de algunos de ustedes los lleva hasta lo conmovedor: conocedores de los magros recursos de que disponemos, nos acercan ropas que ya no usan y muebles viejos, que aquí se transforman milagrosamente en vestuarios y decorados, que a menudo aparecen como suntuosos.
“Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por ese espacio vacío mientras otro lo observa y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral”.
“Nosotros, permitiéndonos ampliar la célebre frase de Peter Brook, les decimos que mientras haya un solo espectador frente a nosotros, el intercambio de emociones se habrá producido; que en tanto ustedes continúen aprobando con esa inclaudicable presencia nuestra labor, el fenómeno se mantendrá intacto.
“Ese y no otro, es nuestro único premio a tanto trabajo: ustedes.”.

Juro no haber intervenido en absoluto en la redacción de este emotivo discurso. Ni siquiera sabía qué iba a decir ese integrante del TUBA, hasta que no se apagaron las luces de la sala y, metido detrás del decorado de “Stéfano”, empecé a escuchar su voz delante del telón de boca.
Algo similar pasaba en Nuevo Teatro. La prédica sacada de lo más hondo de las entrañas de Pedro Asquini y Alejandra Boero, que escuchábamos repetir a diario, se nos hacía de tal modo carne que aunque pasasen los años, éramos capaces de repetirla transformándola en convicciones propias, para luego pasarla de generación en generación, a los discípulos que fuésemos encontrando en sucesivos teatros.
Ese jóven que había hablado al público, estudiante de derecho, no lo sabía, pero al pronunciar un alegato tan simple y llano, pero rotundo, sobre la validez del teatro de repertorio y del teatro hecho a fuerza de trabajo obrero, estaba llevando al público del TUBA la voz y la energía luchadora de aquellos socializadores de la cultura, que a su vez lo habían aprendido de otros, tan empecinados como ellos, que le habían precedido.
Para José Marial, el repertorio expresa siempre la actitud artística de una compañía en relación al medio social del cual proviene y al cual influye con su labor.
Por eso, -opinaba Marial, con reconocida autoridad-, la enseñanza que esta práctica deja en quienes participan de un teatro de repertorio es doble: “la responsabilidad del repertorio y la responsabilidad ante el repertorio”.

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