domingo, 16 de septiembre de 2012

MARIA CALLAS: LA MUERTE URDIDA... Y BURLADA

Era septiembre de 1977, el domingo 18. Acababa de terminar la función de la tarde en el TUBA.Estábamos en pleno fragor del desarmado de “La ofensiva”, la obra de Martha Lehmann que veníamos representando desde marzo y que seguiríamos dando hasta fines de diciembre, totalizando las 83 funciones que fueron nuestro logro más rotundo (lo que las compañías profesionales llaman “éxito”). El enorme decorado corpóreo de “La ofensiva”, con paredes, techo, montones de muebles de estilo y un sinfín de elementos de utilería debía dar paso, en contados minutos, al despojado escenario de calle suburbana en donde transcurrían los diferentes esquicios de “El alma del suburbio”, una suerte de semblanza del Buenos Aires de ayer, en la que un payador (en realidad, un estudiante de ingeniería), recitaba los poemas de Evaristo Carriego y el resto del elenco animaba las estampas porteñas de “Entre bueyes no hay cornadas”, de José González Castillo; “A media noche”, de Pedro E. Pico y “Marta Gruni”, de Florencio Sánchez. En medio de ese ajetreado ir y venir de gente, decorados y muebles (qué difícil era esconder tantas cosas en los laterales estrechos del escenario de Corrientes 2038, donde además había que escamotear el enorme piano de cola del Coro Polifónico de Ciegos), apareció Gladys Merola, profesora de letras y muy meritoria actriz del TUBA y casi entre balbuceos, alcanzó a decirme: “El viernes murió María Callas”. Fatídico viernes 16 de septiembre de 1977, (del que se cumplen hoy 35 años) en que una muerte nunca explicada, se llevó de este mundo que tanto la había hostigado, combatido, negado en su colosal grandeza, a la siempre insegura, atribulada DIVINA. Apenas un corto tiempo después, ese aparente triunfo de la muerte se vió burlado, porque María revivió de esas cenizas imaginariamente dispersas en las aguas del mar Egeo (a dónde habran ido a parar las verdaderas...), para convertirse en el símbolo indiscutido, admirado sin reservas, del más perfecto, celestial, inalcanzable BEL CANTO. Tantos detractores imbéciles urdieron su muerte cuando aun gozaba de la plenitud de sus dones vocales, como otros tantos, convertidos en millones y en todas las latitudes del planeta, celebraron y celebran su continuidad de vida, su definitiva ETERNIDAD, gracias a las maravillosas grabaciones de estudio o de funciones y recitales tomados “en vivo”, que integran su prodigioso legado. Tantos detractores imbéciles urdieron la muerte del TUBA, cuando gozaba de plena vida, con sus funciones colmadas de público y sus repertorios de autores y obras jamás abordados por otros teatros, ni comerciales ni independientes... y sin embargo, aunque el TUBA haya muerto, abatido por el desamor de una Universidad reaccionaria y oscurantista, en junio de 1983... hoy, merced a este Blog que cuenta su historia y recorre el mundo todos los días, a todas horas, ha recobrado una vigencia impredecible y la seguridad de un permanente renacer de sus (también), desprolijamente dispersadas cenizas. MARIA CALLAS y el TUBA: dos muertes injustas... dos muertes felizmente burladas.
Al cumplirse en 1982 el quinto aniversario de la muerte de María, quisimos lograr un sortilegio: QUE LA CALLAS CANTASE EN EL TUBA. La temporada se abrió con una producción del célebre grotesco de Luiggi Pirandello “El gorro de cascabeles”, con un decorado corpóreo sencillamente descomunal (foto superior), que compartía la cartelera del TUBA con la primer obra de un estudiante universitario que, a regañadientes, la Universidad nos permitió estrenar: “El día que mataron a Batman”, del alumno de derecho e integrante del elenco Hugo Daniel Hadis. La escena final de “El gorro de cascabeles” era un verdadero pandemonium de gritos, amenazas y arranques de locura, en el que el genio pirandeliano pone de manifiesto, con suma ironía, cómo la calumnia se vuelve a menudo en contra de quienes la vierten con imprudente malignidad. Para acentuar el clima de delirio, de casi “irrealidad” de esa escena, se me ocurrió poner de fondo uno de los también demenciales momentos finales de la ópera de Vincenzo Bellini “I puritani”, en la impresionante versión del Palacio de las Bellas Artes de México City, de 1952, con María Callas y Giuseppe Di Stéfano como protagonistas, en una toma rescatada en vivo, que supera en mucho la grabación de estudio, con los mismos intérpretes, hecha al año siguiente. El público quedó sorprendido, deslumbrado y también muy confundido, no sabiendo cuándo aplaudir e interrumpiendo con sus aplausos el desarrollo de una suerte de pantomima cargada de irreverente sarcasmo. Al calmarse los ánimos y también la música de Bellini, renacía una aparente calma, (ese “de esto no se va a volver a hablar”, tan común en los pueblos de provincia, no sólo de Italia sino del mundo entero), subrayada por la melancólica tonada de “Fenesta che lucive”, en la voz de otro grande de la lírica: Franco Corelli. Quien desee escuchar esos cinco minutos y medio en los que Callas, Di Stéfano y Corelli “cantaron” en el TUBA, no tiene más que cliquear en la columna de la izquierda, primero en el año 2010 y luego en el mes de marzo, buscando en la lista de entradas que se abre a continuación, la del lunes 8 de marzo de 2010, titulada “PIRANDELLO, MARÍA CALLAS, DI STÉFANO... Y EL TUBA”.

viernes, 14 de septiembre de 2012

DESPERTAR EN LOS JÓVENES UNA PASIÓN: EL MAYOR LOGRO DEL TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES

Cuando en octubre de 1974 se lanzó la convocatoria en las carteleras de las facultades dependientes del rectorado de la Universidad de Buenos Aires para participar en un “teatro universitario de repertorio”, fueron más de doscientos los que acudieron a inscribirse en las oficinas de la Dirección de Cultura de la UBA, en el viejo edificio de Corrientes 2038. Ninguno de aquellos jóvenes alumnos de abogacía, medicina, ciencias económicas o veterinaria debía tener la menor idea de qué se trataba y por descontado, las torpes empleadas de aquella anquilosada “dirección de cultura” difícilmente podían estar en condiciones de aclarar sus dudas. Finalmente, en una tórrida tarde de noviembre, tuvo lugar la primer reunión con todos ellos en la polvorienta cancha de pelota del último piso de Corrientes 2038, en la que yo, que había lanzado la propuesta, hablé (según me contaron después), por espacio de casi tres horas sobre las bondades de “hacer vida de teatro dentro de un teatro”, algo muy diferente a inscribirse en un curso (pago) de actuación o en un taller literario (también pago, por supuesto). Lo que pasó a partir de allí con aquellos primeros jóvenes y los cientos (alrededor de 1.600), que vinieron después, en los sucesivos nueve años de la historia del TUBA, fue el resultado de un despertar de la pasión por las cosas, abordadas con altruísmo y vocación de servicio. Anoche, en esta confundida Argentina que no termina de encontrar su rumbo, hubo manifestaciones de protesta, cacerola en mano, por “la falta de libertad”, “la imposibilidad de adquirir dólares para viajar a Miami” y “la prepotencia del gobierno”, entre unas cuantas cosas más por el estilo. La mayoría de esa gente que salió a protestar está en contra de la apertura a los jóvenes hacia estímulos de pasión que puedan conferirle a sus vidas objetivos menos estúpidos que la participación en concursos de baile o en encierros en casas, en los que lo único válido es aplastar a los otros para conseguir unos pocos pesos y alguna esquiva notoriedad televisiva. Irrita que en la Argentina de los Kirchner se dé rienda suelta a los jóvenes para el ejercicio de la militancia. Igual que en 1974 y los años siguientes, hasta la derrota de 1983, irritaba a la Universidad oligárquica que un pujante TEATRO DE REPERTORIO hecho a pulmón y defendido por jóvenes entusiastas y heroicos, hiciese sus funciones con entrada GRATUITA y convocase a un promedio de 38.000 espectadores por año, provenientes de todos los sectores sociales de la comunidad y sobre todo de aquellos grupos de jóvenes o no tan jóvenes, que carecían del dinero para pagar una entrada en uno de los ilustres teatros comerciales manejados por empresarios. “Cristina, andate a Venezuela con Chavez”; “Cristina, no te tenemos miedo”, vociferaban algunas señoras bien arregladas, que no tenían miedo de que las cámaras de televisión las tomase en primer plano. En esta Argentina “sin libertad”, nadie tiene miedo de manifestar sus odios ni sus rencores. En aquella Argentina de 1974, cuando empezó el TUBA y en los años que siguieron de su historia, todas las noches, al salir del edificio de Corrientes 2038 o de alguna facultad en la que habíamos actuado, un automóvil con vidrios polarizados nos seguía a marcha lenta, como para hacernos saber que sabían donde estábamos y a dónde íbamos. A la madrugada, el teléfono de mi casa sonaba insistentemente y cuando mi madre me despertaba para que atendiese, una voz desfigurada me amenazaba de muerte. Habrá sonado el mismo teléfono en las casas de esas señoras (repito: bien arregladas), que se quejaban de la “falta de libertad” que padecen en estos días...?. Jóvenes de hoy: no se dejen amedrentar por quienes pretenden cercenar sus derechos al despertar de sus pasiones. Muchos otros, miles, tuvieron que padecer la tortura y la muerte sin tumba para que ustedes, hoy, puedan vivir a pleno su participación APASIONADA en los destinos de su Patria.

lunes, 10 de septiembre de 2012

LO QUE EL TEATRO NACIONAL CERVANTES APORTÓ AL TUBA... Y LO QUE EL TUBA APORTÓ A LA HISTORIA DEL TEATRO NACIONAL CERVANTES

Corría el mes de mayo de 1976. Dos meses atrás había sucedido el golpe de estado contra Isabel Perón, planeado por civiles y militares y al que la mayoría de los argentinos habíamos recibido con alivio. La violencia desatada entre grupos de extrama derecha y extrema izquierda asolaba las calles y la población sólo aspiraba a recuperar un poco de paz y tranquilidad... (Qué equivocación fatal...!!! Cuántos jóvenes habrían de pagarla con la derrota de sus ideales y la pérdida de sus valiosas vidas...!!!). El TUBA, el deambulante TUBA había terminado de montar su primer repertorio: las tres comedias clásica de Terencio, Plauto y Menandro, con las que se había presentado en lugares insólitos como el Complejo Turístico de Chapadmalal, la Biblioteca Popular de Olivos, el salón de actos de la empresa Subterráneos de Buenos Aires y el aula magna de la Facultad de Ingeniería, el mismo día en que un artefacto explosivo había estallado en una oficina del edificio de estilo greco-romano de la avenida Paseo Colón. El TUBA era por entonces un grupo itinarante, muy al estilo de La Barraca, de Federico García Lorca y recién en agosto de ese año lograría instalarse, por propia prepotencia, en el edificio de Corrientes 2038 donde transcurrió el resto de su historia hasta mediados de 1983 y donde hoy funciona el Centro Cultural Rojas. No teníamos nada y sin embargo teníamos MUCHO: un REPERTORIO, cosa que la mayoría de los grupos teatrales no procuran lograr o sencillamente no logran nunca. Un repertorio de alcance popular, sabio, cargado de ironía sobre el presente que nos tocaba sufrir, pese a datar de veinte siglos atrás. “La suegra”, de Terencio, es una joya de alucinante sagacidad; un retrato de la guaranguería y mediocridad social de cualquier época y cualquier lugar, donde esté en juego una herencia y la paternidad de un crío que viene en camino, pero cuyo origen paterno esté más que dudoso. “Los cautivos”, de Plauto, es algo así como la paradoja de una tragedia convertida en la más hilarante farsa, en la que la crueldad se transmuta en ternura y la risa en llanto y viceversa. (Qué genial esa escena de las escupidas, en la que el público llegaba a caerse al piso de sus butacas de tanto reir...). En cuanto a “El díscolo”, de Menandro, qué decir...?: baste comentar que inspiró a Molière su “Misántropo”, quizás su obra más profunda y actual. Y bien: teníamos un repertorio probado ante distintos públicos (la función en Ingeniería, ante cientos de jóvenes, había sido un triunfo descomunal), pero no había dónde representarlo. Y se me ocurrió pedir una audiencia en el Cervantes, que hacía tiempo estaba cerrado y sin actividad en puerta, con su director, el arquitecto y hombre de la cultura Néstor Suárez Aboy. Lo que parecía un delirio, salió bien y en pocos días la cartelera de hierro forjado del Cervantes sobre la avenida Córdoba anunciaba en letras enormes, la presentación del TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES y su REPERTORIO. Cómo fueron las funciones está contado en otro lugar de este Blog, pero agrego aquí que hubo un sábado, en que el Cervantes estuvo colmado hasta las galerías superiores y en el que las ovaciones del público, (salido vaya a saberse de dónde, porque no hubo publicidad previa), no terminaban nunca. (Quedó una grabación, por fortuna). El Cervantes le aportó al TUBA el reconocimiento de su propia IDENTIDAD. Seguiría siendo, por desgracia, “el grupo de teatro dependiente de la Dirección de Cultura de la UBA”, pero para la gente, la calle, el estudiantado, los jóvenes en general y el conglomerado de público de todas las edades que luego acudió masivamente a las funciones semanales en Corrientes 2038, iba a ser de ahí en más el TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES, o sea: el TUBA.
Vayamos ahora a la otra cuestión: qué le aportó el TUBA a la historia del Teatro Nacional Cervantes...?. NADA, me dirán de inmediato cuantos lean esto. Qué pudo haber aportado a semejante historia de esa gloria escénica legada por María Guerrero, los pocos días de actuación en su escenario de un “elencucho” de jóvenes aficionados sin demasiada formación previa...?. Los exégetas e historiadores que han escrito y sigan escribiendo la historia del Cervantes no lo consignan ni lo consignarán. En caso de tener que hacerlo, apuntarán a cierta responsabilidad política. Preferirán acotar que la actuación del TUBA, abriendo la temporada oficial del Cervantes del año 1976, se dió en el marco de los inicios de una era de terror genocida como no se registra otra similar en los anales de la República Argentina. Y sin embargo, inocente de esa connotación que a futuro podría adjudicársele, como tantos otros miles, millones de argentinos que no podía imaginar que iba a suceder lo que sucedió, lo que hizo el TUBA fue aportar a la historia del Cervantes el ÚNICO, hasta hoy, REPERTORIO EN ALTERNANCIA concretado por una compañía teatral nacional, ya que los únicos, hasta hoy, repertorios en alternancia que ostenta su historia son los aportados por compañías teatrales extranjeras: el Teatro de Francia, con Barrault y Madeleine Renaud a la cabeza; el Teatro Nacional Popular, con Jean Vilar y María Casares; el Old Vic de Londres; el Piccolo Teatro de Milán; la Comedia Francesa y tantos, tantos otros ilustres transitadores del sistema del REPERTORIO EN ALTERNANCIA. Han pasado por el Cervantes los nombres más señeros del teatro nacional, desde Orestes Caviglia y Milagros de la Vega hasta Osvaldo Dragún o Armando Discépolo; desde Violeta Antier hasta Ernesto Bianco o Eva Franco (imposible nombrar ni siquiera a una mínima parte de todos ellos), pero REPERTORIO EN ALTERNACIA (“La suegra”, “Los cautivos” y “El díscolo” en una misma semana, un día cada una), solamente, ÚNICAMENTE, lo hizo el TUBA, el TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES. Había que escribirlo en alguna parte... porque no hay otra reseña donde figure. Toda la historia que conocemos, la de los países, la de nuestra tierra, la de la Humanidad como un todo, estará tan plagada de tergiversaciones u omisiones, como la pequeña, ínfima pero heroica y esforzada HISTORIA DEL TUBA...?.