domingo, 21 de julio de 2019

A 45 AÑOS QUE EMPEZÓ LA HISTORIA DEL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES


En pocos días más se van a cumplir 45 años de la mañana en que entré por primera vez al edificio de Corrientes 2038, donde funcionaba la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires y como al pasar, mencioné la posibilidad de formar un grupo teatral con estudiantes, docentes y graduados, a la manera de los Teatros Universitarios que existen en todas las universidades del mundo, desde los albores del Humanismo.
La persona con la que hablé, en una entrevista acordada desde la oficina pública en la que yo trabajé por espacio de cuarenta y seis años, era un militar retirado, puesto como "interventor cultural" por una de esas "vueltas de tuerca" que se dan cada tanto en la política: la fluctuación de la derecha a la izquierda y viceversa.

Lo que sucedió a partir de ese incierto día de agosto de 1974 (del que, como dije, se van a cumplir 45 años), se me representa hoy, que estoy tan viejo y tan alejado del teatro desde que toda esta historia del Teatro Universitario concluyó, a fines de 1983, como algo parecido a una pesadilla o más bien, a un viaje fantástico por lugares de fantasía, como en aquellas viejas películas de Walt Disney que me asuntaban en mi infancia.

El Teatro Universitario, que Buenos Aires nunca había tenido, se terminó concretando, pero de un modo casi disparatado. Hoy lo veo como si un grupo de vándalos hubiese logrado copar la Universidad y hacer dentro de ella de las suyas durante casi diez años. De lo que estoy seguro hoy, es de que ni aquella mediocre "dirección de cultura" ni el Rectorado de la Universidad, de 1974 en adelante, querían tener un Teatro Universitario funcionando permanentemente durante todo el año, invierno y verano, que se auto sustentase y se manejase como un organismo no dependiente de nadie, dentro de un edificio de la UBA y recorriendo por su cuenta diversos ámbitos del país, sin darle gasto alguno a la Universidad, pero funcionando con "demasiada" libertad para los tiempos que corrían, a partir de marzo de 1976, o sea "EL HORROR".

La historia descabellada, pero a la vez PORTENTOSA, de aquello que terminó siendo EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES está más que detalladamente contada en este Blog, en los cientos de capítulos que lo componen, en sus videos y miles de fotografías, de modo que no hace falta volver a contarla ahora. Con abrir el Blog en alguno de sus años, a partir de 2010, la Historia del TUBA cobra vida, como si milagrosamente se encarnase en una suerte de Fénix dispuesto a revivir, desafiante, de sus inmerecidas cenizas.

Sí, me gustaría, a estos 79 años repletos de recuerdos, recordar aquellas épocas iniciales del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, cuando no era nada todavía, más que un remolino de más de cien jóvenes entusiastas, que salían con sus bártulos arriba de camiones alquilados, para ir con su teatro a cuestas, muy a la manera de La Barraca de Federico, a llevar por los pueblos, las bibliotecas y las parroquias, la voz de Terencio, de Plauto, de Florencio Sánchez, de Carlos Mauricio Pacheco y de tantos otros, mucho antes de convertirse, como lo fue, en un Teatro de verdad, que practicó el repertorio con obras nunca vistas en la República Argentina, de Moliere, de Chéjov, de Ibsen y (olvidándome de tantos otros) del autor joven que nos significó la prohibición "por propender a la infiltración marxista", que había nacido y muerto muchos años antes de que Carlos Marx publicase el Manifiesto. Me refiero a Georg Büchner y a su sacudiente "WOYZECK", que nos fue vergonzosamente (vergonzosamente para la Universidad), prohibido a la tercera representación, en 1978.

De aquellos años iniciales en los que todavía no nos habíamos puesto siquiera el nombre (porque nos lo tuvimos que poner nosotros, a partir de nuestra incursión en el Teatro Nacional Cervantes en 1976: TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES), recuerdo con enorme ternura aquellas funciones del Sainete Rioplatense (una cabalgata evocativa de los años de auge y decadencia del llamado "Género Chico Nacional"), en la que intervenían más de cien integrantes del apenas esbozado "elenco de teatro universitario", por aulas y gimnasios de algunas facultades; en un cuartel de bomberos de Florencio Varela; en la Biblioteca Popular de Olivos; en el Colegio Carlos Pellegrini y en tantos otros "espacios no convencionales", donde aquellos jóvenes ilusos pero decididos y yo, que ya andaba por los treinta y pico, revivíamos la odisea de los cómicos de la legua, a la manera de las troupes de funámbulos y saltinbanquis, que llevaban a las plazas, a los mesones y a los establos, los entremeses y pasos de comedia de Lope de Rueda.

El tiempo ha transcurrido vertiginosamente. El Teatro de la Universidad de Buenos Aires no volvió a existir después de su forzado cierre a mediados de 1983. Yo no volví a pisar un teatro. Los más de 1.600 jóvenes que integraron el TUBA entre 1974 y 1983, siguieron adelante con sus carreras (algunos hoy son jueces de la Nación) o se dedicaron a vender automóviles o zapatos. Otros se fueron del país hacia "tierras más cálidas" y unos cuántos tengo entendido que ya se murieron.

Pero la idea un un teatro, un Centro de Drama, dentro y fuera de los claustros de una Universidad, no debiera morir nunca. Ojalá lo entiendan alguna vez quienes tienen el privilegio de regir los destinos de la Universidad de Buenos Aires.