viernes, 12 de marzo de 2010

LOPE DE RUEDA Y EL ELOGIO DE LA MUGRE SAGRADA


Lope de Rueda (1510 – 1565), de quien se ha dicho que fue el verdadero iniciador del teatro español, era un modesto actor ambulante que durante más de veinte años recorrió las provincias españolas; un hombre profundamente enraizado en su pueblo y dedicado con todo su ser al arte de la representación.
Según se cuenta, Miguel de Cervantes lo vio representar una vez, en sus años mozos, y fue a raíz de eso que comentó con orgullo “...haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en el entendimiento y admirable en la poesía pastoril, a quien ni entonces ni después ninguno le ha llevado ventaja”.
Lope de Rueda, sin pasar de ser un autor de mediana categoría, prestó un inmenso favor al teatro español al afirmar en la práctica el tema realista como ley básica de la creación dramática. Supo en sus piezas esbozar imágenes psicológicamente vivas, aprovechar la riqueza del habla popular y, sobre todo, convertir al arte escénico en propiedad del pueblo (algo que el TUBA estaba en vías de lograr, acercando repertorios tan populares en otros tiempos al conocimiento del público de su época).
El espectáculo que hicimos con los entremeses de Lope de Rueda se llamó “Jácaras y mojigangas” y en su planteo escénico nos remitimos a la descripción que el propio Cervantes hace, cuando recuerda cómo eran las actuaciones de la compañía de Lope en las ferias o en los patios de los mesones: “La escena se construía con cuatro bancos que formaban un cuadrado cubierto de cuatro o seis tablas; el conjunto levantaba del suelo unos cuatro palmos. Era todo el adorno del teatro una manta vieja que por medio de sogas se corría de uno a otro lado. Los actores se situaban detrás de este telón y, a su amparo, encontrábanse también los músicos que cantaban sin acompañamiento los antiguos romances”.

Las fotografías que han quedado, en vivos colores, dan fe que nuestras “Jácaras y mojigangas” se hacían exactamente igual a como Cervantes describe aquellas primitivas representaciones. En estos casos, el afán de investigar nos llevaba a vivir un tipo de vida mísera que, en cierto modo, nos reconfortaba. Alguna vez escuché decir a Alejandra Boero que “la mugre del teatro es mugre sagrada” y que “hay que aprender a amar las dificultades”.

El teatro ambulante por caminos extraviados de las huestes de Lope de Rueda se parecía mucho a nuestro derrotero de teatro sin apoyo, sin estímulos (más que la presencia del público, que es mucho decir) y en medio de lamentables precariedades. (Piénsese que el escenario de Corrientes 2038 no tenía salida a baños y que los “actores” del TUBA sólo conocieron lo que era un “camarín” para cambiarse, cuando estuvieron en el Cervantes, en el Municipal de Río Cuarto o en el Auditórium de Mar del Plata, que no fueron tantas veces por cierto).

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