miércoles, 3 de marzo de 2010

EL INSOLITO Y SORPRENDENTE "AVESTRUZ ACUATICO"


El espectáculo inicial de la temporada de 1980 fue “El avestruz acuático”, subtitulado “Una idea sobre el teatro”.
Qué era aquello de “El avestruz acuático”...? Era una suerte de ritual que oficiaban dos chicas y tres muchachos, con un vestuario casi deportivo y medio clawnesco, en el que se habían recopilado textos de Jean Louis Barrault sobre el misterio y la fugacidad del hecho teatral (“El teatro es el arte de lo efímero”, afirma Barrault); poemas de Baudelaire; fragmentos del Satyricón, de Petronio; una farsa campestre de Alonso de la Vega; consejos de José de San Martín a los actores vilipendiados por su “burdo oficio”, cuando era gobernador del Perú; algunos apuntes sobre la paradoja del comediante extraídas de los consejos que da Hamlet a los actores y fragmentos del libro de Antonin Artaud titulado “El origen de la tragedia”, publicado en 1871, en el que se perfila una línea de reflexiones y apasionamientos, percepciones e ideas, sobre la vida, el arte, la música, la ciencia, el lenguaje, los griegos y sus dioses; un libro casi gritado, arrancado a la piel, que busca curar la herida eterna de la vida pero termina ahondándola.
De Baudelaire se incluía un pasaje de su poema sobre los faros, que Barrault toma como ejemplo para abordar el tema de “las influencias”.
Qué efecto tan sobrecogedor era escuchar a los intérpretes que, como en estado de trance, dejaban por un momento sus malabarismos juglarescos para recitar con voz trémula:
Aquellas maldiciones y blasfamias y llantos...
Estos éxtasis, gritos, himnos de acción de gracias...
Mil laberintos oyen repetir otros tantos...
De Barrault, era la tierna y a la vez irreverente descripción del descubrimiento, del arribo, del bautismo del futuro hombre de teatro y he visto a jóvenes espectadores apretándose las manos unos a otros y derramar lágrimas, cuando aquellos improvisados oficiantes del rito decían, en medio de los acordes de un adagio de Butterworth:
Entrar de adolescente en un teatro vacío, en un teatro callado, es la ceremonia de la iniciación...
La grandeza del teatro consiste en convivir con los pillos, por pasión hacia la justicia; en hundirse con los trastornados, para conservar la salud; en estremecerse con los angustiados, para encontrar la felicidad; en desafiar constantemente a la muerte, por amor a la vida; en partir sin tregua, con la bolsa a la espalda, para intentar comprender y por miedo a llegar un día...
En un momento dado los cinco intérpretes del TUBA formaban una pirámide humana mientras se preguntaban con los brazos en alto: “Para qué el teatro...?”, para responderse de inmediato a sí mismos y al público (esto también es de Barrault) “Para el hombre; por el hombre...! Para el hombre, por el hombre...!!!” en medio de los acordes, que tronaban por toda la bóveda del gimnasio que habíamos habilitado en el último piso de Corrientes 2038, del final de la heroica obertura Egmont, de Beethoven. Aquello era una verdadera apoteosis, que tampoco gustó nada al Director de Cultura de la UBA cuando vino a verlo. “Ustedes exaltan sólo al hombre, como si fuera lo único que existe. Es que acaso se olvidan de Dios...?”, fue lo que me dijo al final, pero esta vez no hubo prohibición, como en el caso de “Woyzeck” dos años antes.

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