lunes, 1 de marzo de 2010

CONFESIONES A EMILIO STEVANOVICH


Mis cartas a Emilio Stevanovich empezaron a ser más frecuentes que de costumbre a partir de 1983. Stevanovich era el único periodista con quien mantenía desde hacía más de veinte años una estrecha amistad, no exenta de encarnizadas discusiones de tanto en tanto. A comienzos de los años sesenta Stevanovich había servido con mucha honestidad a la causa del teatro independiente, desde su programa radial “Semanario teatral del aire”, que salía los sábados por la tarde desde los estudios de Radio Municipal, en el subsuelo del teatro Colón y también desde su revista mensual “Talía”, que él mismo producía y editaba.
A comienzos de los sesenta, en mis épocas de director flacucho (casi esquelético), lleno de proyectos y febriles expectativas, Emilio solía invitarme a comer tallarines en una fonda de la calle Montevideo, en cuyos manteles de papel escribían poemas Abelardo Castillo, Luchi y otros trasnochados, que se empeñaban por todos los medios en no parecerse a la intelectualidad de su tiempo.
La carta que le envié a Stevanovich el 17 de febrero de 1983 es un testimonio elocuente del clima que se empezaba a avizorar en el país y de las acechanzas que, aparte de las ya consabidas, preanunciaban lo que cuatro meses más tarde terminaría sucediendo con el TUBA:
Emilio:
Si usted mal no recuerda, yo debía llamarlo por teléfono en enero. Por qué no lo hice…? No sé. Uno tiene miedo de aparecer ante las personas ocupadas, como alguien que no tiene sentido de la ubicación. Para mí y el grupo de jóvenes que me acompaña, el Teatro que hacemos en la Universidad es todo un mundo. Hemos hecho de él un credo, una causa.
De la mañana a la noche de cada día de todo el año –y ya van para nueve-, un solo pensamiento nos ocupa: el TUBA.
Somos una manga de desubicados, creyéndonos que hacemos algo muy valioso, o en realidad lo es...?
Lo terrible es ver cómo se le da manija a ciertas cosas. A Teatro Abierto, por ejemplo. Para todos es la única apertura, el único brote en estos años de infertilidad.
Y nosotros...? Los miles de jóvenes y de personas de todas las edades que nos aplauden a rabiar cada fin de semana, no han sido, no son también partícipes de un movimiento de apertura...?
No hemos hecho conocer a Terencio, a Chéjov, a Discépolo, en las aulas y los gimnasios de las facultades, verdaderos bastiones impenetrables a toda manifestación libre del estudiantado...?
Nuestras representaciones en Derecho, en Medicina, en la Facultad de Bellas Artes de La Plata, en el Auditórium de Mar del Plata, en el Pabellón de las Américas, de la Universidad de Córdoba y cada sábado y domingo en Corrientes 2038, con hasta seis obras en alternancia, no son un espejismo de nuestra mente.
Los griteríos que se arman en nuestro teatro universitario son, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los teatros a los que voy de vez en cuando, la mejor demostración de la supervivencia, por obra nuestra, de ese espíritu festivo, celebratorio, que es el que dio origen al teatro como actividad humana.
Y sin embargo, cuesta intentar que el TUBA figure en la nómina de las cosas serias que se hacen en Buenos Aires.
La gente “que cuenta” no nos tiene en cuenta. Un escritor radicado en París, a punto de retornar (como muchos), dice en un reportaje concedido a una popular revista de humor, que en estos años de decadencia y destrucción de la cultura en la Argentina, lo único que surgió fue Teatro Abierto.
Desde París, sabe de Teatro Abierto este buen señor, pero no sabe ni jota del TUBA, que es abierto por donde se lo mire y que lleva ocho años y medio abriéndose gratuitamente a todos los sectores sociales de la población.
Cómo lograr que al TUBA se lo tenga en cuenta...? No se pueden golpear todas las puertas de todos los despachos de funcionarios, de periodistas, de directores y redactores de revistas “de onda”, de programas televisivos, para hacerles escuchar las grabaciones de los aplausos al final de cada función, que son verdaderos estruendos, para que se den cuenta de que el TUBA existe.
Los jóvenes idealistas que integran el elenco llegaron con sus pedidos a la Secretaría de Información Pública; a la Dirección del COMFER; a los directivos de los cuatro canales de televisión. En ATC nos hicieron presentar la programación de todo un ciclo que debía abarcar un año entero. Ofrecimos obras de Discépolo, Pirandello, Chéjov, Oscar Wilde y hasta de un autor universitario, surgido de nuestras filas. Luego nos contestaron: “Por ahora, no interesa. Lo tendremos en cuenta para más adelante”.
Bueno, Emilio, ya le hice perder un montón de tiempo. Sea como sea, nos disponemos a iniciar la novena temporada y nada menos que con una obra jamás representada de Eduardo Mallea: “El gajo de enebro”.
Esto de “novena” no es muy auspicioso que digamos. Beethoven, Bruckner y Mahler no pasaron de la “novena” sinfonía. Será también para el TUBA la última esta novena temporada o lograremos romper el maleficio...?
Hasta aquí la carta a Emilio Stevanovich. El maleficio de las “novenas” se cumplió, pero ni Mahler, ni Bruckner ni Beethoven tuvieron la culpa. Cuando el 5 de junio de 1983 el TUBA cerraba las puertas de Corrientes 2038 con su representación número 1.183 (la última), la culpa de ese derrumbe era exclusivamente de la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires.

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