A medida que la actividad del TUBA se iba afianzando, hacia su tercera y cuarta temporadas consecutivas (1977/1978) y los montajes de nuevos espectáculos se sucedían unos a otros, hasta llegar a contar con tres o más en la cartelera de sábados y domingos, más los ciclos de teatro leído, los recitales poéticos, las conferencias y presentaciones fuera de la sala de Corrientes 2038, en los auditorios de las Facultades o en centros culturales de la Capital, el Conurbano y el Interior, se fue haciendo cada vez más difícil dedicar muchas horas en días de semana a la formación práctica de los contingentes de nuevos integrantes que llegaban cada año.
El interés del estudiantado de todas las carreras por participar en el TUBA se acrecentaba a medida que su labor externa se iba haciendo más notoria. Los centros de estudiantes estaban clausurados; no había, en realidad, ninguna otra manera de intervenir en actividades extra curriculares más que anotándose en el coro que dirigía Héctor Zeoli...o en los planteles del TUBA.
Cada vez que íbamos a una Facultad, ya fuese Derecho o Agronomía; Filosofía y Letras o Ciencias Económicas, mientras desmontábamos nuestros decorados y luces al término de la función, un enjambre de chicas y muchachos en estado de exaltación se arremolinaba a nuestro alrededor, preguntándonos con tono de demanda: “Cómo puedo hacer para formar parte del grupo...?”.
Así fue como decidí elaborar un cuadernillo de pocas hojas, que denominé “Manual introductorio a la práctica del Teatro Universitario”. Recuerdo más o menos de qué trataba, aunque no he podido conservar ningún ejemplar. (Tantas cosas del TUBA se fueron perdiendo con el paso del tiempo...).
Lo que procuraba explicar ese cuadernillo no eran nociones teóricas, sino el reflejo de lo que realmente sucedía dentro del TUBA, que a su vez no se diferenciaba mucho de la experiencia que yo había adquirido en tantísimos años de dirigir o integrar elencos vocacionales, fundamentalmente el señero y combatiente Nuevo Teatro (del cual hablo bastante y con muy admirado recuerdo en www.arielquirogacompromisoconlavida.blogspot.com).
La construcción del texto del dichoso Cuadernillo no apuntaba a “cautivar” a los interesados, sino más bien a “destruir” el posible “encandilamiento” que las representaciones del TUBA que habían presenciado, con su clima festivo, desafiante, coronado por aplausos y vítores, les había provocado, tratando de advertirles (sin demasiado rigor) que las cosas no eran lo mismo cuando se estaba DENTRO de los talleres de artesanado de ese Teatro.
Si el Cuadernillo lograba que entendiesen “a priori” que en un Teatro de Repertorio no siempre se es el protagonista que recibe los mejores aplausos; que barrer el escenario y la platea (como dice Jean-Louis Barrault), debe ser “un acto sublime”; que a una representación programada no se puede faltar por ningún motivo (ni por gripe, ni por descompostura, ni porque se case, cumpla 15 años o se haya muerto un familiar) y que el único justificativo para no asistir a un compromiso con el Teatro es “llevando en la mano el propio certificado de defunción” (como jocosamente nos arengaba Pedro Asquini, aquel infatigable e indoblegable gladiador del teatro independiente)... entonces, RECIEN ENTONCES, estarían en condiciones de pretender ingresar y permanecer en las trincheras del TUBA.
Desde luego, fueron muchísimos, decenas, cientos, los que luego de leer el Cuadernillo no volvieron jamás a pisar como espectadores una función del TUBA ni a preguntar cómo podían hacer para “integrar el grupo”.
Los que después de leerlo, con mayor entusiasmo todavía, se munieron de un bolso con la ropa de trabajo o de hacer deportes más rota que encontraron en sus armarios y se presentaron dispuestos a dar lo mejor de sí mismos al servicio de un Centro de Drama dedicado a la práctica del Repertorio fueron los que, en definitiva, forjaron la historia de nueve años del TUBA.
Tan sólo por haber sabido interpretar, acatar y sostener con entusiasmo y esfuerzo los sencillos postulados de ese “Manual introductorio a la práctica del Teatro Universitario”, deberían figurar no sólo en la Memoria de la Universidad de Buenos Aires sino en la de las Asociaciones aglutinantes de todos los Teatros Universitarios del mundo, con un mínimo de reconocimiento.
Sucederá esto alguna vez...?
(Las fotos insertas en este capítulo muestran a la misma integrante, estudiante de Geología, haciendo tareas de limpieza y protagonizando una de las obras del repertorio del TUBA).
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