jueves, 20 de octubre de 2011

MARIA VISCONTI Y LA AMENAZA DE DISOLUCION DEL TUBA EN SU PRIMER AÑO DE VIDA

María Visconti había trabajado unos cuantos años como actriz (con su nombre real: Ana Caputo), a las órdenes de un controvertido pero genial director: Hugo Marín. Su experiencia como directora teatral no era mucha antes de 1975. A fines de 1969 yo le había encargado la traducción de la tragedia rural “La loba”, de Giovanni Verga, para mi puesta en escena de la misma en el Teatro “35”. De hecho, sin llegar a ser concretamente amigos, habíamos compartido charlas en cafés de la calle Corrientes y cuando yo dirigí en el Teatro del Altillo (de Florida y Viamonte), en 1967, la adaptación escénica de la novela de Césare Pavese “El compañero” (con el título de “Historia de Pablo”), ella estaba allí, como una suerte de ayudante del dueño de la sala, el bohemio Abel Saenz Buhr. Jamás me mencionó por esos años tener algún tipo de proyecto relacionado con hacer teatro con estudiantes universitarios.
Pues bien: a mediados de 1975 el TUBA, luego de su brillante actuación en la sala “Enrique Muiño” del Centro Cultural San Martín en el mes de marzo, con más de cien integrantes en escena en un homenaje al Sainete Rioplatense (foto superior), empezaba a transitar una errática historia de presentaciones esporádicas en algunos ámbitos, como la Parroquia Santa María de Betania o el Colegio “Carlos Pellegrini”.
A la Dirección de Cultura (trasladada del edificio de Corrientes 2038 a unas estrechas oficinas en un noveno piso de la calle Azcuénaga y Sarmiento), sencillamente le molestábamos. Sus empleadas se quejaban de que durante los ensayos nocturnos le estropeábamos sus escritorios (en los que de día no realizaban, en realidad, mucha tarea que digamos) y finalmente nos derivaron a la Facultad de Ciencias Económicas, en la Av. Córdoba y Junín, cuyas autoridades tampoco supieron qué hacer con nosotros, que éramos un verdaderto batallón de jóvenes bochincheros, urgidos por la fantasía de construir un Teatro de Repertorio, aun sin tener la menor idea de lo que eso significaba en la práctica.
La noche de invierno (debe haber sido en julio del '75), en que el ensayo previsto hubo que hacerlo en el patio lindero con la Morgue Judicial, a la intemperie y junto a enormes tachos de basura llenos de desperdicios, porque todas las aulas interiores estaban ocupadas, sentí un desmoronamiento. Aquello del Teatro Universitario de Repertorio nunca se iba a poder llevar a cabo en esas condiciones. Decidí renunciar.
Cuando esos más de cien jóvenes se enteraron de mi renuncia, los mismos que hasta entonces me habían prácticamente “idolatrado”, se volvieron repentinamente en mi contra. Sintieron (hoy entiendo que con razón) que los había abandonado.
Alguien, (nunca sabré quien fue) sugirió a la Dirección de Cultura el nombre de María Visconti. Y María Visconti aceptó de inmediato hacerse cargo de ese grupo teatral, que ni siquiera tenía nombre todavía. (Lo de “Teatro Universitario de Buenos Aires” surgió un año después, a partir de la temporada en el Cervantes).
Ni siquiera tuvo la deferencia de llamarme para preguntarme qué había pasado; cuales habían sido los causas de mi renuncia. Como se dice en estos casos: “María Visconti vió luz...y entró”. Entró tal vez con la promesa de un contrato (yo ni siquiera cobraba sueldo todavía) o vaya a saberse con qué futuros propósitos.
La llamé y le pedí que lo más pronto posible nos encontrásemos. El encuentro fue en un bar de Callao y Rivadavia. De entrada María me trató con distancia, con la actitud de quien no está dispuesto a ceder terreno. “Pero María -recuerdo que le supliqué- la idea de crear el Teatro Universitario fue mía. Si renuncié fue para que los de Cultura entendieran que así no se podía seguir. Vos, al aceptar ocupar mi lugar, estás arruinando mi planteo. Te parece digno lo que me estás haciendo...?”
“Lo siento; vos renunciaste. Yo me voy a quedar y a mí sí me van a tener que apoyar”, fue la seca respuesta de María Visconti.
Apenas unos cinco meses después y tras montar con el grupo inicial una versión de “Antígona Vélez” de Lepolodo Marechal, que se dió escasas veces, María Visconti renunciaba. Con ella se fueron unos cuantos de aquellos jóvenes a los que mi actitud tanto había desilusionado...pero con el tiempo, muchos volvieron, cuando yo no había tenido más remedio que deponer mi actitud de renuncia; cuando muchos otros habían seguido sumándose a los planteles del TUBA...y cuando, sacando fuerzas de flaqueza, habíamos logrado afianzar una línea de continuidad que aquel incidente de 1975 (María Visconti y los de Cultura mediante) había amenazado quebrar, lográndose esa buscada disolución de un Centro de Drama que a la Universidad de Buenos Aires, como se ha comprobado en el tiempo, no le interesaba tener.
La disolución finalmente llegó, pero nueve años después, cuando ya habíamos conseguido ser un Teatro de Repertorio con más de cien producciones escénicas exhibidas al público a través de 1.163 funciones, llevadas a cabo con entrada LIBRE y GRATUITA. Qué tal...?

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