sábado, 22 de octubre de 2011

ANALIZANDO QUÉ SIGNIFICA “SER UN PROFESIONAL DEL TEATRO”


IMÁGENES DE INTÉRPRETES DEL TUBA, EN ROLES NATURALISTAS O FARSESCOS.NO ES VERDAD QUE PARECEN "PROFESIONALES"...?

En una entrada reciente a este Blog discrepo con el criterio del periodista Osvaldo Quiroga, en cuanto a que a los actores del teatro amateur había que juzgarlos igual que a los profesionales. En esta revisión en la que estoy empeñado, de la que fue aquella historia de nueve años del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA), me surge “recién ahora” plantearme la disyuntiva entre amateurismo y profesionalidad, para finalmente poder determinar cual sería el encuedramiento correcto para aquellos jóvenes intérpretes de lo que fue, incuestionablemente, un Teatro de Repertorio, en condiciones de ofrecer varios espectáculos en alternancia a lo largo de diez meses por temporada, con un promedio anual de 130 funciones realizadas.
De hecho, ser profesional de la actuación implica percibir una remuneración por el trabajo actoral en una producción escénica de tipo comercial, cobro de entradas mediante. Ser “amateur”, por el contrario, significa algo así como “trabajar por el amor al arte”, que es lo que hicimos la mayoría de los de mi generación durante los larguísimos años en los que militamos en el llamado “movimiento de teatros independientes”.
Ahora bien: corresponde que hable de mi esxperiencia previa al TUBA como director de “actores profesionales”. Hubo los que se sintieron “humillados” cuando les pedí ayuda para correr una tarima durante el período de ensayos; los que faltaron a una función sin previo aviso; los que después de aparecidas las críticas y comprobar que ni siquiera eran mencionados, se borraron apelando al recurso de los diez días de preaviso, que reglamenta la Asociación Argentina de Actores, obligándome a un reemplazo de su papel a los apurones; los que con el correr de las funciones fueron cambiando a su gusto las marcaciones originales, convirtiendo al espectáculo en un pálido reflejo de lo que había sido concebido en las jornadas de ensayo; los que siempre llegaron al teatro sobre el filo del horario anunciado para el comienzo de la función, alegando ”compromisos televisivos”, etc., etc.
Paradojalmente, los intérpretes “amateurs” del TUBA (salvo escasísimas excepciones) jamás incurrieron en tales deformaciones del “oficio teatral”. Sólo unos seis entre los cientos que figuraron en los repartos de los espectáculos montados por el TUBA, faltaron a una función sin causa justificada. La gran mayoría vinieron a cumplir con las funciones programadas luego de pasarse una semana sin dormir para ultimar una entrega o preparar un parcial de las carreras que estaban cursando.
Vinieron enfermos, o con familiares cercanos enfermos. Vinieron en malas condiciones físicas o anímicas (no estaban exentos de sufrir “rupturas o conflictos sentimentales”), no sólo para cumplir con el compromiso de “actuar sobre el escenario”, sino también para colaborar como tramoyistas, como iluminadores, como acomodadores de sala o para salir por las calles a hacer las repartijas de volantes que invitaban al público a concurrir a las funciones con entrada gratuita.
De dónde provenía esa “conciencia del deber” que los integrantes del TUBA observaron sostenidamente durante nueve años, por encima de la que a menudo observan los actores profesionales “de carrera” y que perciben sueldos por su trabajo...?
De mis enseñanzas...? De mi ejemplo, trabajando siempre “a la par de ellos” en todos los menesteres...?
No lo creo. Las “enseñanzas” o incluso “los ejemplos” suelen ser nociones que los jóvenes no están demasiado dispuestos a aceptar ciegamente, como “verdades absolutas” e inmodificables.
Lo que los jóvenes intérpretes, técnicos y artesanos del TUBA asumían como COMPROMISO DE HIERRO y que los inducía a esa entrega sin reservas ni especulaciones de ningún tipo de su tarea divulgadora en favor del teatro...era la presencia reclamante del público; ese público que no les retribuía su esfuerzo con el precio de una entrada...sino con el aplauso emocionado salido de su corazón.
Esto también debería ser reconocido alguna vez: formados “a los ponchazos”, teniendo que hacer su trabajo en las peores condiciones posibles (sin baños, sin lugar privado para cambiarse, sin calefacción en invierno ni ventilación en verano), lo cierto es que los integrantes del TUBA, que concretaron 1.163 funciones en nueve años, fallándole al público solamente DOS VECES (una función suspendida a último momento en 1978 y otra en 1982), esos SÍ que fueron VERDADEROS PROFESIONALES (sin sueldo ni participación en la taquilla, desde luego...).

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