GRACIAS María Ana Rago por reconocer que hubo “compromiso con la vida” y no con la muerte que asolaba por todas partes, en aquellos años de 1974 a 1983 en que conduje los destinos del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES y la participación de cientos de jóvenes en la epopeya de concretar un auténtico Teatro Universitario de Repertorio en tiempos de feroz dictadura en la Argentina.
Se cumplían en 2004 treinta años de la creación del TUBA, erigido a mi propuesta en un momento crucial de la vida universitaria en el país: el vuelco de la extrema izquierda a la extrema derecha, ambas igualmente nefastas para el derecho a la libertad, a la paz y a poder pensar y crear sin dogmas opresores intentando y logrando prohibir ambas cosas.
Una simple gacetilla recordando el aniversario (que nadie en la UBA se iba a encargar de rememorar), hizo que desde la Redacción de Clarín se me citase para una entrevista en las oficinas de la calle Tacuarí, en los fondos de ese barrio de Constitución en el que viví los primeros 46 años de mi vida.
La que salió a mi encuentro acompañada de un fotógrafo del diario fue una muy jóven periodista de nombre María Ana Rago, que de inmediato me propuso no charlar dentro de la redacción sino unas cuadras más allá, en un antiguo café de la calle Montes de Oca.
Una vez que el fotógrafo hizo una o dos tomas de mi figura de hombre de teatro de 64 años, cansado de insistir con ese tema del TUBA que había sido el sueño hecho realidad de mi pasión por la heroica misión de los teatros universitarios en los claustros académicos, María Ana Rago y yo nos enfrascamos en un diálogo alborotado, intenso, febril, que duró alrededor de cuatro horas.
Empezaba a anochecer cuando decidí yo que era hora de despedirnos (ella no aparentaba ningún apuro; estaba como deslumbrada por la historia de aquel Teatro extinguido veintiún años antes, del que por lo visto nunca había llegado a tener noticias).
Mi pedido final, al estrecharnos las manos, fue: “No hables de mí, María Ana; destacá sobre todo lo que fue aquella lucha, aquel esfuerzo descomunal de nueve años hecho por tantos jóvenes que la Universidad despreciaba y combatió con tanta necedad, con tanta bajeza...”.
El título que María Ana Rago terminó poniendo a su nota sobre los 30 años de la fundación del TUBA fue, debo admitirlo, un halago para mi faena de orientador de los que llegan al mundo de la escena ávidos de transformar la realidad social que les resulta detestable. Cumplí esa faena mucho antes del TUBA, en las trincheras de Nuevo Teatro y de unos cuantos más “frentes de batalla” del teatro independiente y después de clausurado el TUBA ya no pude seguir haciéndolo en ninguna otra parte.
El TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES había sido mi destino final en ese derotero de compromiso con la Verdad del arte y de la vida.
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