jueves, 13 de octubre de 2011

CEREMONIAS PÚBLICAS, NO SECRETAS...BASTANTE ANTES DE “TEATRO ABIERTO”

CEREMONIAS EN EL TUBA...BUSCANDO RECREAR LOS RITUALES PRIMITIVOS

“Ceremonia secreta”, la célebre novela gótica de Marco Denevi, se caracteriza por el clima de encierro, de clandestinidad. Lo que sucede entre los personajes de la trama, en ese caserón de la calle Suipacha, ocurre puertas adentro, tras inaccesibles cerrojos.
La comparación puede parecer extralimitada, pero siempre que oí comentarios de asistentes a las clases de actuación de alguno de esos ilustres profesores cuyos nombres alcanzaron notoriedad “estelar” en las últimas décadas del Siglo XX, lo que me sorprendió fue percibir esa noción de lo hermético, lo inaccesible a la mirada profana, lo ultra secreto de la atmósfera ceremonial en la que esas clases transcurrían.
En franca contraposición con estas metódicas (ciertamente “elitistas”), la vida interna del Teatro de la Universidad de Buenos Aires durante los nueve años de su existencia fue ABIERTA, ACCESIBLE y absolutamente desestructurada. A mis clases en la sala de Corrientes 2038 asistían libremente los inscriptos como aspirantes a ingresar a los cuadros del TUBA y también los que ocasionalmente se interesasen por asistir, en calidad de oyentes.
Casi al lado del edificio de Corrientes 2038 estaba el cine Cosmos, que solía dar esas maravillosas películas rusas que duraban bastante más de dos horas, como el “Hamlet” de Innokenti Smoktunovsky o “La guerra y la paz”, de Sergei Bondarchuk. Pues bien: el operador del Cosmos en aquellos años de 1975 y 1976, en que a mis clases acudían unos doscientos jóvenes por noche todos los días de la semana, era un muchachito que solamente quería “oir hablar de teatro”, ya que no tenían la menor intención de convertirse en actor.
Las veces en que yo me iba del tema que estaba abordando con alguna anécdota de mis viejas experiencias con otros directores o elencos, de inmediato escuchaba su voz desde el fondo de la sala llamándome al orden: “Acelere, profesor Quiroga, con lo que estaba explicando sobre ese asunto de la concentración, que se me termina el rollo y se va a interrumpir la película...!!!”.
Adonde quiero llegar con esto...?: Sencillamente, a que en el TUBA buscamos recuperar el espíritu COLECTIVO de las ceremonias tribales que dieron orígen al teatro, haciendo de nuestras jornadas de exploración, de descubrimiento de nuevas formas de traducir el lenguaje escénico, un cenáculo convocante a toda clase de eventuales feligreses.
Por desgracia, cuando estuvimos a punto de intervenir con nuestra presencia en las primeras jornadas de Teatro Abierto, las autoridades de la Dirección de Cultura de la Universidad nos lo impidieron. Fue un tal Rodolfo Julio Ramírez, viejo funcionario de la UBA, el que (por primera vez desaliñado y sin corbata), se llegó a las apuradas a Corrientes 2038 (a donde no solía venir a presenciar nuestra funciones), a ordenarnos que no figurásemos entre los elencos que iban a estar en la apertura de Teatro Abierto, allá por 1981. Íbamos a presentarnos con “Por siempre alegre”, de Roberto Cossa.
O sea: pudimos ser ABIERTOS en tanto y en cuanto la cerrazón oscurantista de aquella Dirección de Cultura de la UBA no lo considerase “peligroso”.
(Aclaro que aquel jóven operador del Cosmos nunca dejó al público con la película en la mitad por demorarse a escuchar mis clases. Se las arregló para interrumpir mis divagaciones a tiempo).

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