lunes, 10 de octubre de 2011

LA RESPUESTA QUE QUIZÁS NUNCA LLEGUE Y LA SABIA REFLEXIÓN DE WESKER EN EL FINAL DE “SOPA DE POLLO”

UNA IMAGEN SIGNIFICATIVA DE LO QUE FUE LA BELLA EXPERIENCIA DE LOS JÓVENES EN EL TUBA

Leyendo los sucesivos capítulos de este Blog sobre la historia trunca del que fuera “el Teatro de la Universidad de Buenos Aires” entre 1974 y 1983, se destaca como tema recurrente y casi obsesivo la pregunta de: “por qué la UBA se niega desde hace casi tres décadas a reconocer que el TUBA existió, que merecería ser rescatado del olvido y vuelto a la actividad de una vez por todas”.
Habrá que aceptar con resignación que la respuesta simple, llana y sobre todo “franca” probablemente nunca va a ser pronunciada por ningún funcionario, por ninguna autoridad académica de la Universidad.
Cómo expresar públicamente algo más o menos así: “Pensamos que si ese teatro llamado TUBA funcionó libremente entre los años 1974 y 1983, más allá de las persecuciones y prohibiciones que ellos alegan haber sufrido, algún tipo de complicidad debe haber tenido con la dictadura militar.”, lo que de hecho equivaldría al uso, esta vez a la inversa, de ese nefasto axioma que reza: “Algo habrán hecho”.
No; esa respuesta, palabras más o menos, nunca va a llegar. Quedará en el terreno de lo que habrá que aceptar que “se nos ha dejado entrever que se dá por sentado que fue así”.
En realidad, no fui yo solo ni mis discípulos del TUBA los que caimos en la volteada, en la adjudicación de una complicidad cobarde o acomodaticia; muchos actores profesionales que formaron parte de los elencos estables del San Martín y de la Comedia Nacional en el Cervantes también padecieron igual estigma de “presunción de oficialistas en tiempos de genocidio”. Aclaro: genocidio del que nosotros y el resto del país se enteró bastante después que se cerró el TUBA, en junio de 1983.
A medida que fue pasando el tiempo sobrevino una suerte de resignación. Comprobé que se me habían cerrado todas las puertas. Quise reeditar el Teatro Universitario fuera de la Universidad. Lo propuse hasta en un club deportivo, pero invariablemente se me dijo, con medias palabras, que no podía ser.
Por eso decidí un buen día abandonar definitivamente la vida de teatro y refugiarme en mis recuerdos, ya que como escribió Séneca: “Los recuerdos son nuestra única y legítima pertenencia”.
Aceptando el criterio de quienes ocuparon puestos de ingerencia en áreas culturales dentro de la Universidad a partir de 1984, de que “Quiroga no debe volver”, lo que no tiene explicación posible es que se piense además que “EL TUBA NO DEBE VOLVER”.
El TUBA fue el primer y único Centro de Drama formado por universitarios de todas las carreras en la historia de la Universidad de Buenos Aires y para hallar similitudes con su labor de nueve años hay que remitirse a los cientos de universidades del resto del mundo que cuentan con organismos semejantes.
Cual es el justificativo válido para sostener que la UBA no debe tener hoy como lo tuvo ayer, “SU” propio elenco teatral...en tanto se ufana de tener una Orquesta y un grupo de Ballet folklórico...?
En el final de “Sopa de pollo” (obra que representé unas cien veces junto a Alejandra Boero, Héctor Alterio, Walter Soubrié, Domingo Basile, Lucrecia Capello y Enrique Pinti), Arnold Wesker, su autor, plantea el dilema del descreimiento en el socialismo a partir de la invasión rusa a Hungría. Ese final, que amenaza con la derrota del ideal revolucionario, se eleva al plano de la Fé cuando Sarah Kahn exclama: “Si el electricista que viene a cambiar los tapones hace saltar toda la instalación...vamos por eso a renunciar a la electricidad...?” y agrega entre sollozos que son de triunfo: “Tenemos que creer, porque si no creemos nos vamos a morir...!!!”.
Yo, desde mi humilde plano de viejo arrumbado en las playas de Mar del Plata, le digo a la Universidad de Buenos Aires y a las autoridades del Rojas: “Si están tan seguros que aquel teatro llamado TUBA fué cómplice de la dictadura, sigan ignorando su historia...pero no por eso abandonen la propuesta de volver a contar con un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, para que cientos de jóvenes accedan en él a “hacer vida de teatro” y para que miles de espectadores de todos los sectores sociales de la comunidad puedan disfrutar GRATUITAMENTE (como era en el TUBA) del verbo aleccionador de los clásicos, los modernos y los autores de todas las corrientes del pensamiento”.
Tengan Fé, pensadores y creativos de hoy en la Universidad de Buenos Aires...un Centro de Drama Universitario es mucho más que un cursillo de teatro para distenderse de las horas de estudio. Es un lugar de CONVERGENCIA PARTICIPATIVA en una Universidad aislante por la dispersión de sus edificios y sus cátedras; un ámbito propicio a la CELEBRACIÖN de los ditirámbicos fastos del espíritu.

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