
A la salida del edificio de Corrientes 2038, donde finalmente se instaló el TUBA, sus jóvenes integrantes eran seguidos por los famosos “autitos”, desde donde recibían burlas y frases amenazadoras. Un Director de Cultura de la UBA llegó a la desfachatez de “tranquilizarlos”, aclarándoles que sólo se trataba de “sus muchachos”.
La prohibición de “Woyzeck”, de Büchner a la tercera representación, en 1978, bajo la disparatada acusación de que “propendía a la infiltración marxista”, fue lo más evidente de una serie de censuras encubiertas, a causa de las cuales varias obras del repertorio en preparación, nunca llegarona estrenarse.
Los llamados telefónicos en horas de la madrugada “aconsejaban” a menudo desistir de tal o cual nombre de determinado autor, por ser “contrario a los intereses nacionales”. Fue el caso de Juan Carlos Ghiano (al que le estrenamos igual, en 1980, sus “Miedos y soledades”); Victoria Ocampo (cuando incluimos en un ciclo de teatro leído su “Laguna de los nenúfares”); Jorge Masciángioli (cuando estábamos preparando “Safón y los pájaros”); Ernesto Sábado (cuando incluímos en el espectáculo “A Buenos Aires” su poema sobre Evaristo Carriego); Samuel Eichelbaum (cuando quisimos hacer “Un tal Servando Gómez”); Julio Cortázar (cuando dimos su obra inicial para la escena: “Los reyes” y nos la prohibieron a la segunda representación); Roberto Cossa (cuando ensayábamos “Por siempre alegre” en 1980, que de todos modos hicimos en 1983), etc., etc.
Fuera como fuese, sobreponiéndose con estoicismo a tanta barbarie, el TUBA logró existir bajo el augusto emblema de la Universidad de Buenos Aires y nadie podrá negarle jamás haber contribuído con firmeza a la causa de la investigación en el terreno de las artes escénicas, con un repertorio (cuyo detalle está en la imagen superior), que podría ser exhibido con orgullo a la par del de otros importantes centros del desarrollo dramático en el mundo.
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