EL ESTUDIANTE DE ARQUITECTURA QUE INTERPRETÓ A SIMÓN EN "UNA TRAGEDIA FLORENTINA", AL PARECER CON "NIVEL PROFESIONAL" (TUBA 1981)
Osvaldo Quiroga era el crítico teatral “estrella” del diario La Nación en los años del TUBA. Las veces que lo fuimos a ver a las oficinas del diario, en la calle Bouchard, nos trató con soberbia, aparentemente ofuscado porque interrumpíamos su tarea -era lo que nos decía-, justo a la hora del cierre de página. Alegaba no venir a las funciones del TUBA porque se hacían los sábados y domingos y él en esos días no trabajaba. (Un argumento similar esgrimían las autoridades y empleadas de la Dirección de Cultura para justificar su no presencia, ni como apoyatura ni como simples espectadores, en casi ninguno de nuestros más de cien espectáculos).
Unas pocas veces nos arriesgamos a hacer funciones los días viernes y fue entonces cuando contamos con la presencia de Osvaldo Quiroga, si no me equivoco en dos oportunidades.
Los comentarios que publicó no fueron precisamente condescendientes. Antes de ingresar a la sala ya nos había advertido que no hacía distingos entre teatro profesional o teatro amateur, como era el caso del TUBA. Así fue como al juzgar “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde (que estrenamos en 1981) dijo que “el único intérprete de nivel “profesional” era el que representaba la parte de Simón”.
¡Qué lejos de nuestros propósitos estaba que los integrantes del TUBA llegasen a adquirir un nivel “profesional” en sus actuaciones...!
El público que asistía a nuestros espectáculos, que colmaba la sala de Corrientes 2038 hasta lo imposible, que muchas veces se sentó en el piso en los pasillos laterales de la platea o que se quedó de pie, amontonado, en el vestíbulo anterior a la sala, viendo o escuchando a duras penas, no valoraba el eventual “profesionalismo” de los intérpretes, sino más bien todo lo contrario.
Valoraba su espontaneidad, su entrega, su falta de oficio, su histrionismo en estado puro, incontaminado, sus emociones no reelaboradas, su libertad juglaresca, su compromiso libre de ataduras metodológicas.
Ahora bien: que a Osvaldo Quiroga no le gustasen los espectáculos del TUBA (los únicos dos que vió, en realidad), no causó demasiada preocupación en el seno de la compañía. Desentendidos de la atadura del resto de los teatros, que necesitan de la crítica favorable para congregar público y así poder subsistir, los jóvenes “actores” del TUBA consideraban “el éxito” como algo natural, casi lógico. Decenas de miles de espectadores premiaban su labor, año tras año, con su masiva concurrencia y el fragor avasallante de sus aplausos.
De lo que sí debe quedar testimonio en este Blog dedicado a reflejar las contingencias buenas y malas de la historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, es lo que Osvaldo Quiroga le manifestó a quienes, recorriendo todos los medios para denunciar las causas que habían determinado el cierre del TUBA, en junio de 1983, se atrevieron por última vez a “molestarlo”.
Les dijo que él entendía que nos íbamos de la Universidad como una forma oportunista de “desprendernos del Proceso” y que no estaba dispuesto a publicar el comunicado que se le estaba entregando, donde se detallaba el cúmulo de prohibiciones, detracciones y ultrajes de los que el TUBA había sido objeto a lo largo de toda su historia de nueve años.
La nota sobre el cierre del TUBA finalmente apareció en La Nación, en considerable espacio y con el título “Se disolvió el Teatro de la Universidad”, firmada por Bartolomé de Vedia, que falleciera no hace mucho, en agosto de 2010. El Sr. Quiroga habrá quedado en paz con su conciencia.
viernes, 21 de octubre de 2011
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