Para mantener mi vida de hombre de teatro libre de “tentaciones comerciales”, simultáneamente con los más de 40 años dedicados a la escena trabajé la friolera de 46 años en una oficina pública, primero como empleado raso y luego como una suerte de “ejecutivo” que procuró dar el ejemplo, llevándose trabajo a la casa para los fines de semana o concurriendo en horarios estrafalarios, sin reclamar nunca el pago de “horas extras”.
Siempre supe que estaba (más allá de lo que los reglamentos mandan), ÉTICAMENTE OBLIGADO a contestar cuanta nota de reclamo, inquietud o sugerencia llegase a mi escritorio de funcionario público y así lo hice, en todos los casos.
Pues bien: a partir del cierre del TUBA en junio de 1983 y del advenimiento de la democracia en la Argentina, comencé a enviar notas a las nuevas autoridades de la U.B.A., que con el correr del tiempo llegaron a sumar decenas y hasta cientos.
Ninguna de ellas fue contestada nunca.
Rectores, Secretarios Académicos, Decanos, Miembros del Consejo Superior, Directores de Cultura, Jefes de Áreas de la Universidad de Buenos Aires...todos han venido desobedeciendo a lo largo de casi tres décadas sus deberes de funcionarios públicos, no dando ninguna clase de respuesta, ni verbal ni escrita, a mis pedidos de restitución a la vida activa que había tenido durante nueve años seguidos el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA).
Uno de los sucesivos “curadores” (como les suelen llamar), del Centro Cultural Rojas, el licenciado Fabián Lebenglik, que es editor y crítico de arte (Premio Konex 2007 en el rubro Artes Visuales), es el único entre tantos a los que hice llegar mis solicitudes por la recuperación del TUBA, que accedió a recibirme una tarde, en sus oficinas del Rojas. Eran los tiempos del Rector Guillermo Jaim Etcheverry (años 2004/2005 aproximadamente).
Lebenglik me atendió muy amablemente, a diferencia de algunos otros que en años anteriores prácticamente me habían sacado a empujones de ese lugar (el edificio de Corrientes 2038) donde durante nueve años yo había dejado todas mis energías, mi sudor y mis sueños.
Me sorprendió que me preguntara si estaba dispuesto a presentarme a concurso para ocupar el cargo de “director” de ese posible Teatro Universitario, en caso que se decidiese volver a instalarlo.
“No, Fabián, no me has entendido” (me apresuré a aclararle, tuteándolo, porque era muchísimo más jóven que yo, que ya andaba por los 65) “Yo no pretendo volver a ser director de ningún teatro, porque estoy retirado de la vida teatral. LO QUE QUIERO ES QUE EL TUBA VUELVA A EXISTIR. Que vuelva a haber un Teatro Universitario de Repertorio en la UBA y que se recupere y reconozca la historia de los sacrificados nueve años de aquel que existió entre 1974 y 1983”.
Allí fue cuando me topé una vez más con la barrera de la incomprensión, pese a las elevadas cualidades intelectuales del licenciado Lebenglik. Es duro pero debo decirlo: TAMPOCO ÉL PUDO COMPRENDER QUE YO NO BUSCASE UN RÉDITO PERSONAL AL HABER IDO A RECLAMAR POR LA REAPERTURA DEL “TUBA” EN TIEMPOS DE DEMOCRACIA...
Antes de retirarme, con una sonrisa que debe haber trasuntado mucha desilusión y mientras estrechaba su mano, alcancé a rogarle: “Fabián, hacé todo lo posible para que el Dr. Jaim Etcheverry vuelva a crear el Teatro de la UBA. Sería el mejor homenaje para aquellos cientos de jóvenes que se deslomaron tanto para sostener esa verdadera epopeya que fue el TUBA”.
De hecho, hasta el día de hoy (han pasado ya unos seis o siete años de aquel encuentro), no he vuelto a tener noticias de Fabián Lebenglik, que es periodista del diario Página 12, con lo cual podría decirse que forma parte de una tribuna dispuesta a bregar por la recuperación de valores culturales destruídos por la dictadura.
Porque esto hay que decirlo y que se entienda de una vez por todas: QUE EL “TUBA” HAYA EXISTIDO DURANTE UNA GRAN PARTE DE LA DICTADURA NO FUE UN PRIVILEGIO...FUE UNA LUCHA”. (Gracias G.M. por esta frase que me atrevo a pedirte prestada, porque lo resume todo).
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