lunes, 24 de octubre de 2011

LA ETERNA DISYUNTIVA ENTRE “LO MODERNO” Y “LO ARCAICO” EN UN PLANTEO ESCÉNICO

"LA VIDA ES SUEÑO", DE CALDERON, EN EL TUBA (1979)
"LAS COÉFORAS", DE ESQUILO, EN EL TUBA (1982)

A partir de que Patrice Chéreau lograra sacudir los cimientos de Bayreuth en 1976, convirtiendo al “Anillo del Nibelungo”, de Wagner, en el más alertador alegato contra el nazismo y las desastrosas consecuencias de la tan mentada “revolución industrial”, el universo operístico del Siglo XX ya no pudo retrotraerse a la costumbre de los castillos y los cielos pintados, los caballos alados de cartapesta y el supuesto realismo de unas walkyrias regordetas vociferando su grito de guerra sobre entarimados desvencijados.
El drama musical adquirió nuevas formas, de una audacia rayana con lo demencial, como la reciente concreción del “Anillo” perpetrada por los elásticos oficiantes de “La fura dels baus”, pero ni Patrice Chereau, con su gusto por la obcenidad macabra, ni los enajenados aeróbicos de “La fura” se atrevieron (ni se atreverá nadie nunca) a modificar, suprimir, alterar una sola nota de la partitura original de Richard Wagner.
Con el drama de texto no sucede lo mismo. Los directores de escena se permiten hoy en día (y desde hace ya bastante tiempo) todo tipo de modificaciones en las obras cuya inmutabilidad filosófica ha puesto en el sitial de “clásicos”.
Es una constante que el título de una “Antígona”, un “Rey Lear” o un “Prometeo encadenado” se cambie por otro, supuestamente más “acorde” con la mentalidad “actual”. Asì, por ejemplo (se me ocurre), es común que una puesta innovadora de “Hamlet” se llame: “Mamá, pensalo dos veces antes de ir esta noche a acostarte con el tío”, o una de “La gaviota”, de Chéjov, se termine titulando: “Pájaro que comió, voló”, en alusión a la pobre Nina, que abandona a Trigorin luego de haber intentado infructuosamente a su costa convertirse en una actriz de talento.
En el TUBA hicimos unos cuantos clásicos: Esquilo, Sófocles, Calderón de la Barca, Racine, Shakespeare, Terencio, Plauto, Menandro, Molière...
Cuando se trató de comedias, nos permitimos jugar a rienda suelta con las situaciones (el caso de “La suegra” donde en el final revoléabamos al recién nacido hacia la platea del Cervantes; de “El atolondrado”, de “Comedia de errores” o de “Los cautivos”, en cuya “escena de las escupidas” el público poco menos que se “tiraba al suelo” de la risa) y en los casos de obras dramáticas (“Las coéforas”, “Fedra”, “La vida es sueño”) nada nos impidió imaginar concepciones escénicas no convencionales, transformadoras del espacio en una suerte de “visualización cósmica del conflicto subyacente en el texto” (propuesta comprobable en las fotos superiores, de “La vida es sueño” (1979) y “Las coéforas” (1982).
En el caso de “Fedra”, apelamos a la música como hilo conductor del pasaje a la actualidad de la aun vigente temática del deseo carnal en puja con “el pudor y las buenas costumbres”, utilizando (por primera vez en un escenario argentino) la música del griego Evángelos Odiseas Papathanassiou, más conocido como “Vangelis”.
Lo que el TUBA no hizo con los “clasicos” que representó fue cambiar una sola palabra de los textos originales, (ni mucho menos los títulos).
Es que el texto de una obra teatral debería ser considerado por los directores de teatro con la misma escrupulosidad con que los “regisseurs” operísticos, por muy innovadores que sean, respetan las notas de la partitura de un drama musical.
De “La vida es sueño” aceptamos con resignación la estructura ultra barroca de los diálogos y así y todo conseguimos que los jóvenes vibraran de emoción con el drama de Segismundo, una suerte de “desaparecido” en la tenebrosa España del Siglo de Oro. (Se puede escuchar una media hora de una representación en el TUBA de “La vida es sueño” (año 1979), en la extensa “entrada” a este Blog del jueves 1º de julio de 2010).
En cuanto a “Las coéforas” de Esquilo, imposible es hablar de “texto original”, aunque tuvimos la suerte de hallar (muchas horas y días de lectura mediante), una muy autorizada traducción que descubrimos en los archivos polvorientos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Merced a ella pudimos gritar a voz en cuello, (era fines de 1982 cuando la estrenamos): “¡Y que mueran hoy los que ayer mataron...!” o “La muerte es la única ley para juzgar a los tiranos...!”.
Hubiera valido intentar una “mayor aproximación” del texto a la realidad de aquel presente...?

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