
Fueron muchos los lugares a los que el TUBA llegó, con sus bártulos a cuestas, con dos o tres focos lumínicos y con su arremetedor entusiasmo: la Parroquia Santa María de Betania; la Biblioteca para Ciegos de la calle Lezica; un cuartel de bomberos en Florencio Varela; la Biblioteca Popular de Olivos; el salón de actos de la Empresa Subterráneos; un almacén de ramos generales en la localidad de Chacabuco; un centro cultural en Zárate; el Complejo Turístico de Chapadmalal; un club náutico en San Fernando; el salón principal del Tigre Hotel; la Escuela de Comercio “Carlos Pellegrini”; la Casa del Boxeador, en el barrio de Once; los auditorios de todas las Facultades dependientes del Rectorado de la UBA (menos los dos edificios de la Ciudad Universitaria); el Colegio Nacional “Buenos Aires”...
Inprovisar funciones en un aula, un patio o en el campo, al aire libre, era parte de esa formación en el estoicismo de una vida de teatro amasada con cierta dosis de sacrificio pero también con mucha alegría y desenfreno, que caracterizó la gesta del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, hoy tan despreciativamente olvidada.
La borrosa foto superior corresponde a una función de la “Cabalgata evocativa del sainete rioplatense” en el patio de una parroquia, en 1975.
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