

En todo caso, si lo que el TUBA fue todavía provoca rechazos, por la absurda asociación que se ha querido endilgarle con la época dictatorial que le tocó atravesar en su derrotero de nueve años, qué bueno sería que algunos de los nombres del cuadro, tomados al azar entre los de cientos y cientos de centros dramáticos universitarios en el mundo entero, motivase a alguien (a uno, dos, cuarenta o doscientos veinticuatro), entre los jóvenes teatristas de esta Argentina del bicentenario cargada de promesas por cumplir, a emprender como sea, contra viento y marea, la aventura de forjar un nuevo (PERO PERMANENTE, INSUMERGIBLE EN EL OLVIDO) Teatro Universitario de Repertorio, capaz de (como lo soñaba Arnold Wesker cuando creó el Centro 42 en 1964): “RELEVAR A LOS MANEJOS COMERCIALES EN LA RESPONSABILIDAD DE FORMAR NUESTRA CULTURA”.
El TUBA, con sus 1.163 funciones con ENTRADA LIBRE y GRATUITA para el público en general, lo hizo.
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