A partir del momento en que empecé a incorporar desordenadamente datos, recuerdos, anécdotas, logros y derrumbes de aquel Teatro Universitario de Buenos Aires en este Blog, he procurado que supieran de su existencia no sólo aquellos que con tanto altruismo formaron parte de sus talleres y sus espectáculos mostrados al público (que fueron más de cien entre 1974 y 1983), sino también las actuales autoridades de la Universidad de Buenos Aires y de los centros culturales que podrían llegar a albergar una actividad parecida a la del TUBA, en cuanto a brindar a los jóvenes del presente la posibilidad de participar de la vida activa, plena, de un teatro de repertorio.
En todo caso, si lo que el TUBA fue todavía provoca rechazos, por la absurda asociación que se ha querido endilgarle con la época dictatorial que le tocó atravesar en su derrotero de nueve años, qué bueno sería que algunos de los nombres del cuadro, tomados al azar entre los de cientos y cientos de centros dramáticos universitarios en el mundo entero, motivase a alguien (a uno, dos, cuarenta o doscientos veinticuatro), entre los jóvenes teatristas de esta Argentina del bicentenario cargada de promesas por cumplir, a emprender como sea, contra viento y marea, la aventura de forjar un nuevo (PERO PERMANENTE, INSUMERGIBLE EN EL OLVIDO) Teatro Universitario de Repertorio, capaz de (como lo soñaba Arnold Wesker cuando creó el Centro 42 en 1964): “RELEVAR A LOS MANEJOS COMERCIALES EN LA RESPONSABILIDAD DE FORMAR NUESTRA CULTURA”.
El TUBA, con sus 1.163 funciones con ENTRADA LIBRE y GRATUITA para el público en general, lo hizo.
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