miércoles, 14 de abril de 2010

LOS HOPLITAS

Morgado, Juan Esteban Morgado, fue el profesor de muchos argentinos ilustres y también de este argentino no demasiado ilustre que soy yo, Ariel Quiroga, un batallador del teatro, que prefirió ser "obrero" antes que “artista”, pero que logró durante los nueve años de vida del Teatro de la Universidad de Buenos Aires que sus discípulos en el TUBA fuesen lo que Morgado pretendía de sus alumnos: que tuviesen las hormonas necesarias para ser hoplitas.
Morgado, un taciturno sonriente, tenía una gran predilección por Sócrates y sus discípulos, aunque recomendaba leer a Platón en dosis medidas.
La última vez que lo vi fue en una de mis andanzas por la calle Corrientes, recorriendo librerías, alrededor de 1979. Me hizo la pregunta de siempre, como si yo todavía estuviese en sus clases del Nacional Rivadavia, en 1952: “Para qué vivimos…?”.
Por supuesto, yo sabía qué tenía que responderle, aunque habían pasado más de veinticinco años: “Para alcanzar valores”.
“Y dónde está la felicidad…?”, repreguntaba él. Y lógicamente le contestábamos: “En la lucha por alcanzarlos…”.
Yo estaba por entonces en plena batalla por consolidar al Teatro de la Universidad de Buenos Aires, que iba por su quinta temporada, pero que cada día corría riesgo de desaparecer, víctima de aquella nefasta Dirección de Cultura de la UBA.
Su último consejo, en aquel fugaz encuentro por Corrientes, al saber que yo andaba en aquello del teatro universitario, fue: “Hacelos que sean como los hoplitas, Quiroga, bien forzudos y corajudos…porque los hoplitas de hoy son enclenques, no están en condiciones de hacerle frente a los que nos pisotean…”
Más bien que le hice caso, hasta donde pude. Aquellos jóvenes del TUBA tuvieron una dura batalla que librar y tal vez no fui capaz de conseguir convertirlos en verdaderos hoplitas. Fueron derrotados por una Universidad vieja, no por la vejez de las paredes de sus claustros…sino por la vejez de su pensamiento.
La imagen potente de los jóvenes del TUBA sobre este texto quizá demuestre que, a pesar del derrumbe final de 1983, durante nueve años seguidos, sacando fuerzas de flaqueza, supieron ser buenos hoplitas.

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