domingo, 18 de abril de 2010

AL GENIAL ENRIQUE WERNICKE, "IN MEMORIAM"

A Enrique lo conocí en 1965, cuando yo formaba parte del elenco de Nuevo Teatro (el mítico Nuevo Teatro de la Boero y Asquini, del “Chucho” Alcalde y “el flaco” Alterio; de Américo Chandía y de la Capello; del gordo Pinti y de Virgilio Caldi; de Beatriz Grosso y de Rubens Correa; de Saulo Benavente y del negro Costa… y de tantos y tantos que le pusieron el cuerpo y el alma a aquello de Romain Rolland: “El teatro será pueblo o no será nada”).
Mientras ensayábamos los sainetes con que se abriría el Apolo (los geniales “Sainetes contemporáneos”, de Enrique Wernicke), a mí me confiaron la puesta en escena de “María se porta mal”, la obrita que con música de Rolando Mañanes le había dedicado a su hija María.
Enrique tenía por entonces 50 años pero parecía de 80. Alcohólico empedernido, había hecho de todo para subsistir: periodista, agricultor, titiritero, fabricante de soldaditos de plomo y vaya a saberse cuántas cosas más.
Como escritor, habría de dejar al menos dos novelas impresionantes por su laconismo y su rigor realista: “La ribera”, de 1955 y “Los que se van”, de 1958, garabateadas entre copa y copa frente a ese paisaje del río que había elegido como territorio íntimo y mítico, donde acallar sus dudas, sus incertidumbres y sus furias.
Moriría en 1968, cansado de lidiar consigo mismo y con una sociedad que hubiera querido cambiar a puñetazo limpio. Incorporamos a Enrique Wernicke a nuestro repertorio del TUBA en la temporada de 1982, con su genial sainete “El poeta” (que en 1966 yo había interpretado junto a Asquini, Alterio y Pagani, en Nuevo Teatro) y en la temporada siguiente (la última del TUBA) hicimos un espectáculo que se llamó “Tiempo de aparatos” y en el cual, además de repetir “El poeta”, incluíamos “La cama”, “El tirabuzón” y “El grabador”.
La tarde del 5 de junio de 1983, en que se hizo en Corrientes 2038 la última función del TUBA, la última voz que se oyó en ese escenario fue la del intérprete que clamaba: “Tratando de vivir…viendo vivir…”.
Habrá sido el mismísimo Enrique, con esa voz ronca a fuerza de tanta ginebra y vino rancio, el que le estaba diciendo “Chau” a la Universidad que nos había pisoteado durante nueve años, con la misma bronca burlona con que él le dijo “Chau” a la vida…?.

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