martes, 6 de abril de 2010
ALFONSINA, EL TUBA...Y LOS OCHOCIENTOS NIÑOS DEL DELTA
1979 fue declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como “AÑO INTERNACIONAL DEL NIÑO”. El TUBA no había abordado nunca, en sus cuatro temporadas anteriores, la producción de un espectáculo exclusivamente dedicado a la platea infantil, pero yo, en mis años de director profesional, había puesto en escena varias obras para niños, con recordable éxito.
En Nuevo Teatro había dirigido el estreno de “María se porta mal”, de Enrique Wernicke, con música de Rolando Mañanes y en el Teatro 35 una suerte de comedia musical titulada “La palabra del diablo”, escrita especialmente por ese inmenso poeta de Buenos Aires que fue Cátulo Castillo (Catulito), con música de Héctor Stamponi.
En 1963 y 1964 (con elencos distintos cada año) había montado el bello cuento escénico de Alfonsina Storni “Blanco, negro, blanco”, que ella escribiera para el Conjunto Infantil Labardén, cuando era profesora en ese instituto. En la versión de 1964 habían hecho su debut teatral a “mis órdenes”, unos “chicos muy talentosos” recién egresados del Conservatorio Nacional: Edda Díaz y Antonito Gasalla.
Así fue como en junio de 1979 el TUBA acopló a su repertorio (estaban en cartelera en ese momento “El atolondrado”, de Molière y “Los gorriones”, de Gabor Vaszary), mi tercera versión de “Blanco, negro, blanco”, en homenaje a ese año dedicado mundialmente a la niñez (que con mucha prontitud la Humanidad pasó al olvido…).
Logramos con nuestra difusión callejera de volantes (que nosotros mismos imprimíamos, pagándolos de nuestro bolsillo), que la sala de Corrientes 2038, habituada a recibir un público adulto o de jóvenes universitarios, se llenase de chicos, a los que subíamos al escenario al término de la función, regalándoles bolsas con caramelos (que también comprábamos nosotros).
El domingo de agosto en que se festeja el Día del Niño fuimos invitados por la Municipalidad de Tigre a llevar “Blanco, negro, blanco” a los augustos salones del Tigre Hotel, donde solíamos ir cada tanto los viernes con nuestros repertorios.
Partimos de Corrientes 2038 en un micro de la Universidad, (el destartalado micro que a duras penas nos ponían a disposición), a las ocho de la mañana, con todos los bártulos a cuestas, como de costumbre.
De remotos parajes del Delta, fueron traídos al Tigre Hotel, en lanchas de la Municipalidad, unos ochocientos chicos, que jamás habían visto una función teatral.
Aquella fue una de las más hermosas experiencias vividas en los intensos nueve años de historia del TUBA. Cómo disfrutaron…cómo nos aplaudieron… cómo nos besaron y acariciaron cuando, con las ropas de los personajes del cuento, compartimos el frugal almuerzo que nos sirvieron al mediodía.
Sin una media hora para descansar, volvimos a Corrientes 2038 a preparar la función de la tarde, que empezaba a las tres. Luego hicimos “El atolondrado”, de Molière, que empezaba a las seis y a las ocho “Los gorriones”, de Gabor Vaszary.
Por supuesto, no eran los mismos elencos, pero hubo varios que participaron de todo el recorrido del día (entre ellos yo, el “director”), así que cuando a las once de la noche, luego de guardar todo en sus correspondientes escondrijos para que “manos anónimas” no nos lo hurtasen o destruyesen, (de puro gusto), ya no sabíamos ni dónde estábamos ni cómo nos llamábamos ni en qué país vivíamos…pero atesorábamos en nuestro corazón, para el resto de nuestras vidas, la enorme satisfacción de haber brindado un rato de alegría y ternura a ochocientos niños isleños…
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