En 1979, mientras dábamos “La vida es sueño”, el inmenso drama existencial de Pedro Calderón de la Barca, de una elevación sólo comparable a la de una catedral gótica, quisimos “matizar” con una comedia dedicada especialmente al público juvenil, cuyo título era “Los gorriones” y procedía de los diálogos, divertidos pero también bastante ácidos, de una novela del húngaro Gabor Vaszary, que narraba las peripecias de un estudiante universitario, pobre y desamparado, tratando de sobrevivir en una ciudad extraña.
El final trágico de la historia sobrevenía cuando la muchacha con la que el estudiante había entablado una tenue historia de amor, moría en un accidente, atropellada por un automóvil cuando acudía a su encuentro.
Nada del otro mundo como obra dramática, pero en una época en la que los jóvenes conocían sólo el miedo como único sentimiento posible, esta historia de jóvenes a la deriva pero LIBRES generaba en la platea un clima de exaltación, que podrá ser comprobado escuchando los escasos minutos de la escena final que se han conservado, que voy a insertar a continuación:
lunes, 12 de abril de 2010
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