domingo, 4 de abril de 2010

LAS TEMPORADAS "PREDISEÑADAS" DEL TUBA







Para el diccionario español, temporada es “el tiempo durante el cual sucede alguna cosa que se realiza habitualmente”.
Aplicada al común devenir de los grupos universitarios que se dedican a montar espectáculos teatrales o musicales, esta definición no tiene la misma relevancia que para las compañías profesionales o los centros de divulgación artística dependientes del Estado (Los teatros Colón, San Martín, Cervantes, por ejemplo).
Es común que se aguarde con impaciencia el anuncio de la temporada inmediata de los teatros de ópera o de ciertos teatros de repertorio, de prestigio mundial.
En cambio, no es común que se hagan adelantos periodísticos de las obras o los conciertos corales, de música de cámara o de música rock que (generalmente hacia la época de finalización de los ciclos de estudio), se van a llevar a cabo en determinada Universidad (estatal o privada) que cuente con agrupaciones de ese tipo.
El Teatro Universitario de Buenos Aires, singularizándose históricamente de cuanto elenco dramático hubiera existido antes dentro del ámbito académico de la Universidad de Buenos Aires, tuvo temporadas previamente diseñadas y anunciadas periodísticamente (por su cuenta, desde luego) a partir del tercer año de su existencia.
La Dirección de Cultura, de la cual dependía el TUBA, en cambio, organizaba “actos culturales” esporádicos a partir de que se le iban presentando propuestas. Recién cuando un determinado evento estaba más o menos pactado (una conferencia, una exposición fotográfica, una actuación musical, etc.) la oficina de prensa de la Dirección de Cultura o la oficina de prensa del Rectorado (por lo general no se ponían de acuerdo una con la otra) enviaba a los diarios y radios la correspondiente “gacetilla”.
Fue prácticamente imposible lograr que las citadas oficinas de prensa aceptasen divulgar información a fines de cada año, sobre las producciones escénicas programadas por el TUBA para la temporada del siguiente año. Lógico: si emitían ese tipo de anuncio respecto de una de sus dependencias (el Teatro), ponían en evidencia la carencia de propuestas a concretar en el resto de las áreas o en la Dirección toda.
Por eso el TUBA, a riesgo de recibir reprimendas fenomenales de parte de las autoridades universitarias, enviaba (como dije antes) la información “por su cuenta”.
Sucede que proyectar una temporada teatral conlleva mucho trabajo previo de investigación. Recuerdo haberme pasado tardes enteras de febriles búsquedas de textos ignorados, tanto en la biblioteca de Argentores como en la de la Facultad de Filosofía y Letras y así fue como pude encontrar unos cuantos títulos muy valiosos, que si no hubiera sido por el TUBA, jamás se habrían dado a conocer en el país.
Convengamos que esa identidad como “teatro de temporada” no la pudimos lograr de entrada. El primero y segundo año en que nos presentamos regularmente (1975 y 1976) lo hicimos a medida que iban apareciendo los lugares donde hacerlo, porque carecíamos de sala propia (o por lo menos estable).
Así fue como de la Parroquia Santa María de Betania pasamos a la Biblioteca Popular de Olivos, o al Centro Cultural de la empresa “Subterráneos de Buenos Aires”; al gimnasio de la Facultad de Ingeniería o al Cuartel de Bomberos de Florencio Varela; al Centro Turístico de Chapadmalal o al mismísimo Teatro Nacional Cervantes (donde pudimos hacer durante un mes nuestro primer REPERTORIO en alternancia, con las comedias de Terencio, Plauto y Menandro.
A partir de 1977, ya instalados para las funciones regulares de fin de semana en el edificio de Corrientes 2038 (donde luego del cierre del TUBA se erigió el Centro Rojas), nos manejamos con temporadas programadas con mucha anticipación, mucho trabajo previo de estudio analítico de las obras que íbamos a representar, de la vida de sus autores y de las circunstancias sociopolíticas de la época en que esas obras transcurrían o habían transcurrido las vidas de los autores.
Este tema del trabajo en temporadas prediseñadas escrupulosamente (que fueron siete en total, entre 1977 y 1983) es otra de las muchas deudas en carácter de reconocimiento y valoración para con los que hicimos el TUBA, que están todavía pendientes de ser saldadas, no sólo por parte de la Universidad de Buenos Aires sino de la Argentina toda.
En lugar de adjudicarnos complicidades improbables (con la dictadura, con la ultraderecha, con el sionismo, con…), estaría bueno que se detuviesen a ver lo que hicimos a favor de la divulgación del teatro de todas las épocas y todos los estilos, acercándolo a la comunidad sin distingo de sectores…y además, gratuitamente, cubriendo temporadas de actuaciones que abarcaban diez meses de cada año, con lo cual los meses de verano también seguíamos trabajando, preparando las obras de la próxima temporada y desarrollando, a la vez, los cursos introductorios mediante los cuales el TUBA engrosaba sus huestes actorales y escenotécnicas, a medida que las obligaciones de estudio iban produciendo naturales deserciones.
Aclaro que la última, la de 1983, es llamativamente la más corta, porque se terminó el 5 de junio (había comenzado en marzo, como siempre), ya que fue allí que decidimos poner punto final a la desidia y hostigamiento que padecíamos desde siempre, vaya a saberse por qué motivos y con qué fines.
Esa novena temporada del TUBA, sin embargo, prometía dar a conocer títulos de mucho valor, tales como el postergado y todavía hoy no concretado estreno de "El gajo de enebro", de Eduardo Mallea; "Fantasio", de Alfred de Musset y "Alcestes", de Eurípides, el tercero de los grandes trágicos griegos que nos faltaba incluir en nuestro repertorio. Qué lástima...!!! A nadie, en la Universidad ni fuera de ella, se le ocurrió todavía retomar ese incumplido repertorio y darlo a conocer al público argentino (sobre todo Mallea, el olvidado Mallea, el literato de la conciencia sudamericana por antonomasia).

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