lunes, 12 de abril de 2010

LA CARTA QUE LO EXPLICA TODO

Mi tercer y última renuncia ingresó a la Mesa de Entradas del Rectorado a última hora del viernes 3 de junio de 1983. El sábado 4 y el domingo 5 se hicieron las últimas funciones del TUBA en Corrientes 2038 y el lunes 6 el Director de Cultura, que en ese momento era el filósofo Jorge Luis García Venturini, me mandó llamar por su secretaria.
No fui. Sabía que si iba, podía llegar a retroceder, como ya lo había hecho antes, en 1975 y en 1978. En 1975 (a sólo un año de haber creado el TUBA), me ví obligado a renunciar porque nos obligaban a ensayar en un patio repleto de tachos de basura, que lindaba con la Morgue Judicial, en los fondos de la Facultad de Ciencias Económicas.
En 1978, (esto lo he contado varias veces a lo largo de este Blog), la renuncia fue a raiz de la prohibición de “Woyzeck” a la tercera representación, acusándonos de “propender a la infiltración marxista”.
Ahora, en 1983, ya no podía haber vuelta atrás como en las otras veces. Y las razones de esa imposible vuelta atrás están claramente explicadas en la carta que le envié a García Venturini al día siguiente que me mandara a llamar: el martes 7 de junio.
Es imprescindible que el texto de esa carta figure íntegramente en este Blog, que busca atesorar todo lo que hace a la historia del TUBA, por si alguien alguna vez quiere conocerla a fondo y tal vez reivindicarla:

“Buenos Aires, 7 de junio de 1983

Estimado y respetado Dr. García Venturini:

Al margen de mi renuncia oficial y del telegrama de pedido de rescisión de contrato que ya he mandado al Rectorado de la Universidad, le debo esta explicación a título personal, que prefiero hacerle llegar por escrito, ante el temor que, en un encuentro frente a frente, las palabras que van y vienen pudieran llegar a sumergirnos en un enfrentamiento que estaría reñido, tristemente reñido, con el afecto y la admiración que como hombre de pensamiento le profeso, no de ahora sino desde su larga militancia periodística.
Lo de Mar del Plata ha sido el factor desencadenante, no cabe duda. No se podía admitir que el Teatro Auditórium y la Universidad de Mar del Plata llegasen a un acuerdo, para facilitar nuestro viaje, por el cual el dinero de la recaudación que produjese nuestro trabajo, fuese a parar a la consolidación de un futuro teatro universitario marplatense, mientras que el elenco de Buenos Aires lleva nueve años en la indigencia.
Pero además está “todo lo otro”: esa nota a las facultades, demorada un mes y tergiversada sin vueltas en su sentido original, y el estado del teatro, en el que virtualmente ya no se puede más hacer funciones, porque el público se muere de frío en ese pasillo tenebroso, porque el piso de la sala se está derrumbando, porque con el frío los actores quieren ir al baño y los baños están cerrados, y ese andamio que hubo que desarmar por nuestra cuenta, con verdadero riesgo de vidas, porque amenazaba con derrumbarse sobre las cabezas del público, y las constantes, diarias, abrumadoras insidias de la gente de la Dirección de Cultura...y todo esto que le estoy diciendo es irrefutable.
Una jefa de un departamento de la Dirección, (usted sabe muy bien a quien me refiero) que dice públicamente que en lugar de copiar apuntes para el teatro “que después no sirven para nada, es preferible que el personal esté de brazos cruzados”.
El Curso de Drama, que tan bellos resultados estaba dando, que había generado una euforia tan grande entre los asistentes y al que se abandonó, al punto que durante seis clases nadie vino a pasar lista (cosa que no se hace con los otros cursos, que son rigurosamente asistidos).
Y los programas de mano con errores de imprenta, por controles mal hechos y con caprichosos cambios en su diagramación (que no son casuales sino razonadas formas de desdibujar la imagen institucional a la que aspiraba el teatro) y los rumores, los chismes, las actitudes de soberbia de la gente de la Dirección de Cultura, que ocupa cargos inventados, que no justifican con su desempeño, mientras que un grupo de jóvenes, en ese “dichoso Teatro”, trabaja sin cesar, cumpliendo con sus tareas sanos o enfermos (porque la gente del teatro no estaba inmunizada contra las enfermedades y sin embargo jamás se suspendió una función por “parte de enfermo”) y la ausencia perpetua de toda iniciativa emanada de esa Dirección de Cultura que pudiera haber hecho cambiar las cosas para mejor.
Nada de todo esto que le estoy diciendo es nuevo para usted. Usted sabe, no me cabe la menor duda, que las cosas fueron así y que deberían haber cambiado al llegar usted.
Porque a la Dirección de Cultura hay que sacudirla o cerrarla, porque así como viene existiendo desde que yo la conozco, hace nueve años, es una flagrante tergiversación del más elemental concepto de “cultura”.
No es un absurdo que todo dentro de esa Dirección deba ser sometido al visado de la encargada de prensa...? No es una anomalía que esa señora se arrogue el derecho a controlar la más ínfima tarea que se ejecuta dentro del noveno piso, hasta una simple impresión de volantes, sólo para darse el gusto de ejercer una seudo-autoridad que se ganó con intrigas, de las cuales fui en más de una oportunidad su víctima...?.
Cómo hacía yo para seguir atajando rebeliones dentro del teatro, cuando a menudo sus integrantes gastaban dinero que no aceptaban que yo les reintegrase, si se enteraban que al grupo de folklore, cuya directora es amiga de la jefa de prensa, para una de las contadas apariciones que hace por año se le alquilan trajes y sombreros, mientras que en el teatro se han confeccionado con retazos de telas viejas cantidades de trajes y sombreros, de todos los estilos y de todas las épocas, para cientos de funciones por año...?
Y así se podría seguir escribiendo, hasta cubrir decenas de carillas, enumerando cosas que hasta da vergüenza mencionar, por lo mediocre de su catadura. Se pidió que el TUBA fuera independiente de Cultura, no para ganar en libertinaje, sino para dejar de ser esclavo de una punta de inservibles.
La trajinada nota a las facultades, ofreciendo funciones del TUBA, después de un mes de demoras, fue confeccionada con una de sus frases escrita de esta manera: “La profundidad del pensamiento humorístico”, en lugar de “La profundidad del pensamiento humanístico”. Menos mal que lo detecté a tiempo...! En Cultura la nota ya había sido aprobada y firmada por el señor Ramírez, el “benemérito” Subdirector.
Luego y por último, está el tema de mi madre. Seguir en pie durante los doce días de su internación, abrir el Curso de Drama el mismo día en que fue internada en grave estado y haber asistido a dictar la clase sobre Eurípides la noche del día en que su cuerpo fue incinerado en la Chacarita, es una de esas pruebas para el temple moral de un hombre que tornan más difícil soportar nuevas y reiteradas humillaciones.
La muerte de mi madre me ha creado un deber para con su memoria.
“Andate de allí si esa es tu voluntad”, me decía a menudo, cuando escuchaba mis broncas o mis lamentaciones por lo que hizo fulana o fulano en la Dirección de Cultura.
Comprende ahora, doctor, que mi renuncia no fue un acto de soberbia ni un rapto de irresponsabilidad...?
Fue, sencillamente, poner las cosas en su lugar de una vez por todas.
A la Universidad de Buenos Aires no le interesa un teatro como el que hemos querido hacer. Si le interesara, aun sin presupuesto para sostenerlo, hubiera tratado de alejarlo de la contaminación venenosa que emana de esa pútrida Dirección de Cultura.
La Universidad de Buenos Aires no quiso ser como el resto de las universidades del mundo y tener, como tienen todas, un Centro de Drama, un teatro oficial que se dedique a la investigación y el perfeccionamiento del milenario hecho escénico.
Cuánta ironía junta: dentro de la Universidad que le daba su nombre, el teatro no existía, pero sí empezaba a ser reconocido cada día más desde afuera.
El profesor Raul H. Castagnino me ha pedido que lo acompañe a dictar una serie de clases sobre teatro, en el Consejo Superior del Profesorado; las autoridades del Instituto Belgraniano nos han propuesto hacer un ciclo de representaciones en la restaurada Sala de Representantes; la Universidad de Morón, en la que estuvimos en 1980 con algunos de los espectáculos del repertorio, ha organizado un encuentro teatral y pidió que nosotros lo inaugurásemos; varias universidades del continente americano están respondiendo a una propuesta que salió de nuestro seno, con la idea de realizar una gira que ahora, estoy seguro, nunca se podrá materializar.
Mi renuncia es un acto de derrota, no de triunfo. No hace falta que le aclare cuánto pierdo, aparte de mi sueldo como jefe del departamento de teatro.
Pierdo mi sueño más acariciado como hombre de teatro: el de morirme haciendo teatro de repertorio en un teatro universitario.
Mi único deseo de ahora en adelante es descansar y olvidarme de que hice teatro alguna vez. La muerte de mi madre me ha dejado solo, sin ningún lazo familiar legítimo.
No creo ser capaz de emprender otro proyecto similar al TUBA, aunque me toque vivir una vida larga. Tanto yo como los que me secundaron la mayor parte de la historia del TUBA, pusimos en la empresa demasiado de nuestra reserva física y emocional, como para que nos quede resto para empezar de nuevo en otro lado, aunque lo haya prometido en mi último mensaje al público, al finalizar la última función.
Ellos, los heroicos chicos del TUBA, son bastante más jóvenes que yo y tiene otros rumbos que seguir: sus carreras, sus vidas privadas por realizar, sus viajes. Sabía usted que en el Teatro de la Universidad había graduados que nunca hicieron su viaje de egresados, por no cortar un año entero su relación con el grupo...?.
Yo desearía tener oportunidad de conversar con usted personalmente, pero pasado un tiempo de este ofuscamiento que hoy me nubla los sentidos. Hace unos días, ansiaba tener un rato libre y que usted también lo tuviera, para ir a su despacho con el proyector de cine en super-8 y la pantalla desplegable y así poder mostrarle algunos de los muchos rollos que tenemos filmados de los espectáculos realizados. Sabía usted que hasta tenemos filmados fragmentos en colores de la primera representación del Teatro de la Universidad, la que se hizo el 30 de noviembre de 1974, con la escenificación del diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del alma”...?
Desde muy chico, tuve dos guías espirituales, que fueron el profesor Esteban Morgado, del Colegio Nacional Nº 1 “Bernardino Rivadavia” y usted.
Me atrevería a decir que fue su enseñanza, su prédica por una dignidad del comportamiento que no ceda ante la tentación de preservar un sueldo o un cargo público, la que me ha llevado, quizá demasiado tardíamente, a renunciar.
No lo interprete como que le estoy echando la culpa. Disculpe lo que le voy a decir: por la estima y respeto que le profeso, vería con agrado que usted se solidarizase conmigo y renunciase también.”.

No volví a tener noticias suyas y por supuesto, García Venturini no renunció. Supe por los diarios que algunos meses más tarde, el 23 de septiembre de 1983, había fallecido de un ataque al corazón.
No me avergüenzo hoy, a los 70 años, de haberle escrito a García Venturini que junto con Morgado había sido una guía espiritual para mí, en mis años adolescentes. Él, si viviera hoy, debería ser el avergonzado, por no haber sabido emplear en aquel momento toda su influencia (que era mucha), para defender al TUBA.

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