viernes, 2 de abril de 2010

MI MAESTRO BARRAULT

A menudo me han preguntado, (no sin cierto grado de insidia, en algunos casos): “Y usted, Ariel, dónde estudió teatro…?”.
Se suponía, en aquellos años del TUBA, que un señor que dirigía un teatro dentro de la Universidad, integrado casi exclusivamente por alumnos universitarios, debía estar avalado por una serie de títulos de grado y de postgrado, obtenidos no sólo en el país sino también en el exterior.
Yo era un simple bachiller, con unos veintidós años de experiencia como hombre de teatro (esto es: había hecho de todo dentro de un escenario y fuera de él) cuando llegué a la Dirección de Cultura de la UBA con mi proyecto de crear un teatro universitario de repertorio, a mediados de 1974.
De entrada nadie me preguntó nada. En ese momento mi nombre circulaba mucho, por una serie de espectáculos hechos a fines de la década del sesenta e inicios de la siguiente, que me habían conferido “prestigio” de director respetable. Me refiero, entre unos cuantos más, a “El viaje”, de Georges Schehadé (1967); “La Arialda”, de Giovanni Testori (1968); “Magia roja”, de Michel de Ghelderode (1968); “El profanador”, de Thierry Maulnier (1969); “El doctor y los demonios”, de Dylan Thomas (1970) o “Un Fénix demasiado frecuente”, de Christopher Fry (1971).
Cuando el TUBA empezó a tomar cuerpo como ente “quasi” autónomo dentro de la Dirección de Cultura, por la prepotencia de su arrollador despliegue de actividad durante los doce meses de cada año…comenzaron por parte de sus autoridades y agentes de planta las preguntas que apuntaban a neutralizar, mediante algún tipo de cuestionamiento invalidante, mi molesta investidura de “Jefe del Departamento de Teatro” de la Universidad: “Usted tiene título de profesor de teatro, Ariel…?” o “Usted que sabe tanto de teatro, Ariel, nos puede decir con quién estudió…?”.
Esta última era (de algún modo), mi preferida: “Con quién estudió…?”. De inmediato yo contestaba: “Estudié con Barrault. Él me enseñó como llevar adelante un teatro de repertorio”.
Jean Louis Barrault (1910 – 1994) estaba todavía activo y dando pelea cuando yo, con 34 años, me aventuraba a crear un teatro universitario de repertorio en una tierra tan difícil de arar como la de las alturas del Golán o las del desierto de Atacama.
“Soy hombre de teatro”, de 1949, había sido mi libro de cabecera a partir de los dieciséis años, cuando por primera vez me atreví a incursionar en los teatros vocacionales de barrio.
Desde sus páginas iniciales, Barrault “me pasó” de una vez y para siempre su doctrina: “Hombre de teatro es aquel que por amor a unos cuantos metros cuadrados de escenario está dispuesto a desempeñar sobre ellos, y con el mismo amor, todos los oficios…porque para un hombre de teatro barrer el escenario debe ser un acto sublime”.
Lo que yo traté de inculcar a mis discípulos en el TUBA no lo hubiera podido obtener aprobando ninguna tesis de doctorado; me lo enseñó Barrault (quién a su vez lo había aprendido de su maestro Dullin, “el jardinero”), a través de sus libros, que no eran otra cosa que el relato de sus experiencias haciendo TEATRO DE REPERTORIO y REPERTORIO EN ALTERNANCIA (lo cual se traduce: seis, siete espectáculos en la cartelera al mismo tiempo, uno para cada día de la semana). Otra traducción posible para REPERTORIO EN ALTERNANCIA es: La manera más fácil de volverse loco en menos de un año…pero con toda la pasión y toda la felicidad de haber adquirido una locura sagrada.
Esa locura, esa pasión por hacer (“bien o mal, pero de prisa”, como pide Barrault), nos llevó a concretar en el TUBA nueve años de teatro universitario de repertorio que, analizados hoy con la perspectiva del tiempo, se me ocurre deben contar con muy pocos ejemplos análogos aquí y en muchas otras partes.

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