A la hora de planear el repertorio de la que sería la quinta temporada consecutiva del TUBA, yo había vuelto a pensar en acercarnos a Molière (cuyo “Misántropo” había quedado ensayado y sin hacerse la temporada anterior).
La historia de Molière (1622 – 1673) tenía semejanzas con la historia del TUBA. Su verdadero nombre era Jean-Baptiste Poquelin, un humilde hijo de tapicero, lleno de imaginación e independencia, que empezó a experimentar con el teatro cuando era estudiante de leyes y tomó parte activa en un grupo de aficionados de París. Como sucede hoy en día (y en los días del TUBA), la compañía tropezaba con dificultades económicas y una total falta de apoyo, pero sus miembros se negaban a darse por vencidos.
A pesar de las deudas, que los obligaron a ir a parar a la cárcel durante cortos períodos, (los del TUBA no llegamos a tanto) los actores de la compañía permanecieron unidos y bajo la dirección de Molière, lanzándose a recorrer la provincia (como los universitarios de La Barraca, de García Lorca), con un carromato que era a la vez su única vivienda y el sostén del improvisado teatro.
No nos atrevíamos a volver a intentar “El misántropo” por una cuestión de cábala y la suerte hizo que, revolviendo en la biblioteca de Filosofía y Letras apareciese “L’etourdi”, o sea “El atolondrado o Los contratiempos”, que fue la primer comedia que el trashumante Jean-Baptiste firmó con el seudónimo de Molière.
Molière se había inspirado (al igual que tan a menudo lo había hecho Shakespeare), en una obra italiana titulada “L’inavertito”, original de Nicolo Barbieri, llamado Beltramo, que era, como él, autor y actor al mismo tiempo y en muchas otras farsas italianas que había visto representar en su infancia y su mocedad a los célebres cómicos Scaramouche, Turlupin y Bruscambille.
Pese a ser la primera de sus obras que se representó en público, en el año 1653, Molière ya dejó en ella la huella de su genialidad. No tomó de la obra de Barbieri ni una sola frase, ni un solo pensamiento. El diálogo de “El atolondrado” le pertenece por entero y es un valioso anticipo de la comedia de enredos y de costumbres, que él supo llevar a una perfección inigualada no sólo en Francia, sino en la literatura universal.
Durante el domingo de Pascua de 1979 habíamos pintado al aceite, sobre la pared del fondo de Corrientes 2038, que era donde terminaba el edificio, la réplica de un hermoso fresco de Francesco Guardi y confeccionamos (con la invalorable ayuda de la mamá de una integrante) un complejo vestuario en pana sintética, que convirtió a “El atolondrado” en un espectáculo digno y hasta suntuoso, muy en el estilo de la Comedia Francesa. (Las fotos que aparecen en este capítulo lo testimonian).
Decíamos en el programa de mano: “Hasta donde puede precisarse, no hay antecedentes de que “El atolondrado” haya sido representada con anterioridad, en versión castellana, en el país. Los Universitarios de Buenos Aires se enorgullecen, pues, de poder aportar, con su modesto trabajo, nueva luz sobre el conocimiento de la obra integral del fecundo humanista que fue Jean-Baptiste Poquelin”.
La quinta temporada del TUBA se abrió a fines de abril de 1979 y la fortuna volvió a favorecernos. El “incendio infame”, que acabo de comentar en la entrada anterior a este Blog, no pudo con nuestra “RABIA POR HACER, CONTRA VIENTO, MAREA y FUEGO, TAMBIEN”.
Durante la época de “El atolondrado” llegamos a reunirnos para “deliberar” cómo haríamos para frenar al público, que arremetía contra las puertas de acceso a la sala queriendo entrar a toda costa, cuando ya no cabía más nadie, ni siquiera de pie en los pasillos laterales.
La hilarante comedia tenía un ritmo constante y las situaciones equívocas se iban hilvanando de tal manera hasta llegar a una madeja de enredos imposible de ordenar. El público se reía de tal manera con el juego escénico, que durante largos ratos el texto era prácticamente inaudible.
Qué maravillosa experiencia, que sólo es posible vivir en los teatros de repertorio, donde la exultancia de los jóvenes supera sus inevitables limitaciones actorales...
El teatro es, sin lugar a dudas, el mas genuino lugar de comunión humana (aparte de los templos, desde luego) en el que la risa, el entusiasmo (ese elemento “ontológico” por antonomasia, como lo definía Ortega) unifica a todos en una misma edad, un mismo modo de sentir y disfrutar la vida y una misma clase social, aunque más no sea por el breve lapso de dos horas.
Llevamos “El atolondrado” a la Facultad de Derecho, a la de Odontología (donde cientos de estudiantes vociferaron a grito pelado su aprobación) y al Tigre Hotel. En la sala de Corrientes 2038 “El atolondrado”, estrenada el 28 de abril, permaneció en la cartelera hasta el 9 de septiembre, totalizando 42 representaciones.
domingo, 18 de abril de 2010
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