sábado, 10 de julio de 2010

UN SUEÑO "DEMASIADO" IMPOSIBLE


Anoche, 9 de julio de 2010, vi la película “El concierto”, del director rumano Radu Mihaileanu. Inspirada en el caso real de un ciudadano ruso, Andrei Filipov, que ahora trabaja como limpiador en el Bolshoi y vive de sus recuerdos, pero hace treinta años era el director musical del gran teatro ruso, que, ante la negativa de su parte a eliminar de la orquesta a los músicos judíos, terminó siendo prohibido en la época de Brezhnev.
"El concierto" sigue la odisea de los antiguos músicos de la orquesta del Bolshoi en su intento por suplantar, treinta años después de haber sido censurados, a los componentes actuales de la orquesta para una actuación en el Teatro Châtelet de París. La historia y la música se dan la mano inevitablemente con lo que fue la represión en la antigua Unión Soviética, el olvido de los artistas y el diálogo intercultural entre las distintas nacionalidades. El concierto, que finalmente se lleva a cabo en forma triunfal, se convierte en una metáfora de las relaciones entre el individuo y la colectividad.
No pude menos que reflexionar sobre el destino del TUBA. A nosotros también, hacen ya veintisiete años, nos obligaron a clausurar nuestras actuaciones, tras nueve años ininterrumpidos de continuidad, los jerarcas de una Dirección de Cultura de la UBA que no veía con buenos ojos que hubiera “tantos judíos en el elenco”, que nuestros repertorios desafiasen su arcaico concepto de “la moral y las buenas costumbres” y que nos rebelásemos con prepotencia ante sus permanentes censuras y diarios hostigamientos.
Dejando llevar mi imaginación de viejo setentón, reblandecido por los recuerdos imborrables de aquella odisea de juventud que fue “el TUBA”, soñé con que el Châtelet de París era el Rojas de Buenos Aires, en el ahora remodelado edificio de Corrientes 2038 y que allí volvíamos a estar, rejuntados, reconstituidos a duras penas en aquel Centro de Drama que fuimos durante casi una década y decididos a mostrar, 27 años después, nuestro interrumpido programa de 1983: “El gajo de enebro”, de Eduardo Mallea; “Fantasio”, de Alfred de Musset (nunca hasta hoy estrenadas en la Argentina ninguna de las dos); “Alcestes”, de Eurípides (el tercero de los trágicos griegos que no llegamos a representar) y “El descenso a la verdad o Los augustos” (del entonces estudiante de Letras y hoy eminente profesor y teatrista Gustavo Manzanal).
Lo que se da en la ficción del emotivo film, seguramente no sucederá en la realidad argentina de hoy. La Universidad de Buenos Aires, (estoy convencido), nunca aceptaría un resurgimiento del TUBA, porque estaría tácitamente obligada a reconocer y legitimar su heroico historial. Yo, por mi parte, no dejaría mis paseos diarios por la desierta playa de Mar del Plata y no creo que alguno, entre aquellos otrora jóvenes que entre 1974 y 1983 formaron parte del TUBA, estén hoy dispuestos a volver, a riesgo que las “secretas pero bien razonadas barbaries” que los persiguieron y humillaron y amenazaron con tanta cerril estupidez, al amparo de una democracia que no merecen disfrutar, vuelvan a querer hacerlo. Porque, ojo!!! Muchos de aquellas y aquellos infames aprendices de Torquemada, siguen estando en los recovecos de la UBA, siempre dispuestos a encender sus hogueras.
De todos modos, soñar no cuesta nada. Déjenme que a la vera del cartel de anuncio de la película “El concierto” ponga un posible, improbable, cartel de anuncio de retorno del TUBA a esa sala donde cosechó tantos aplausos: la de Corrientes 2038, sede del Rojas (pero antes sede de un Teatro Universitario de Repertorio, que no mereció ser calumniado ni ignorado por los que vinieron después de su renunciamiento).

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