miércoles, 7 de julio de 2010
DE COMO Y CUANDO EL QUIJOTE ESTUVO EN EL TUBA
El “Entremés famoso de los invencibles hechos de Don Quijote de la Mancha”, de Francisco de Ávila, formó parte de uno de los más bellos espectáculos del Teatro Universitario de Buenos Aires, como lo fueron las “Jácaras y mojigangas” de Lope de Rueda, que en alternancia con “La ofensiva”, de Martha Lehmann, ocuparon toda la temporada 1977.
Francisco de Ávila (1573-1647) fue un contemporáneo de Cervantes. No trató de parodiar en su entremés a la ilustre novela de caballería. Escrito y publicado, al parecer, en 1617, el entremés inicia (según los estudiosos), una de las constantes de mayor raigambre en la tradición literaria española: la adaptación y recreación para el teatro de episodios, temas, personajes y recursos estilísticos de la obra inmortal de Cervantes.
En esta revisión (fragmentada e inconexa), de la trayectoria cumplida por el TUBA como Centro de Investigación Teatral, (como cuadra a una agrupación con enclave en una Universidad), el descubrimiento y realización escénica de este texto de Francisco de Ávila ocupa, sin duda, un lugar de mérito.
No debería ser yo, que fui quien lo halló, polvoriento y roído, en la biblioteca de Filosofía y Letras y lo trasladó al tablado del TUBA, quien lo afirmase de modo tan categórico. Sin embargo, esta y otras muchas afirmaciones sobre el valor histórico de la existencia del TUBA sólo conllevan la intención de refutar el ignominioso manto de silencio con que esa existencia (una verdadera epopeya de juventud), ha sido suprimida de los anales académicos de la Universidad de Buenos Aires y de todo otro lugar en el que se documente el devenir del teatro en la Argentina a lo largo del Siglo XX (con excepción, como lo aclaro en la entrada del día 27 de junio de 2010, del “Diccionario de Directores y Escenógrafos del Teatro Argentino”/Perla Zayás de Lima/Editorial Galerna).
Resumiendo: si no hubiera existido el TUBA, ni Francisco de Ávila ni su célebre entremés sobre el Quijote hubieran sido jamás conocidos por el público de Buenos Aires, que en aquel ya lejano 1977 sumó (según datos fidedignos), la no desdeñable cifra de 32.000 espectadores, todos ellos habiendo podido asistir en forma gratuita.
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