domingo, 18 de julio de 2010

SOBRE OLVIDOS Y PREFERENCIAS – COMO ERA ACTUAR EN CORRIENTES 2038 EN LOS TIEMPOS DEL TUBA

El edificio de Corrientes 2038 (que alguna vez fue sede del Centro de Estudiantes de Medicina) es, desde hace unos 25 años, sede del Centro Cultural Rojas, pero también fue la sede (durante ocho de los nueve años de su historia), del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA). Esto está contado en unas cuantas “entradas” de este Blog y también está contado el hecho de haber olvidado injustamente las autoridades de la UBA, lo que fue para el TUBA haber hecho más de 900 de las 1.163 funciones de su historial en medio de las precarias condiciones que la sala de la planta baja de Corrientes 2038 presentaba, antes de operarse la remodelación integral del edificio, hecha varios años después que el TUBA se cerrara y cuando el Rojas ya estaba funcionando en ese mismo lugar.
La UBA prefirió ponerle el nombre de “Sala Batato Barea” en lugar de “Sala del TUBA”, a partir del fallecimiento del artista en 1991. Para entonces, el TUBA llevaba ocho años también muerto y con seguridad la cantidad de funciones ante el público, con acceso GRATUITO, concretadas por el elenco universitario entre 1976 y 1983, fueron desproporcionalmente mayores que las que le significaron a Batato merecer que la sala llevara su nombre.
Ni siquiera hay una pequeña plaqueta o mísero cuadrito, en algún rincón de las paredes de esa sala, que recuerde la sacrificada y heroica historia cumplida allí por los cientos de jóvenes que la habitaron, dando vida a los CUARENTA Y SIETE espectáculos puestos en escena por el TUBA en su “problemático” espacio escénico.
Es una cuestión de OLVIDOS y PREFERENCIAS, y es de esperar que algún día, alguien, alguna autoridad de la UBA o del Rojas, deje de lado los rencores, las falsas estigmatizaciones… y ponga las cosas en su lugar.
Sea como sea, vale la pena que yo intente, desde aquí, en mi retiro de Mar del Plata, en julio de 2010, contarle a quienes ingresen a este Blog (a los teatristas que están hoy en el Rojas, a los que he oído quejarse de las condiciones de la hoy “Sala Batato Barea”), cómo era actuar en esa misma sala hace unas tres décadas atrás, cuando el edificio todo de Corrientes 2038 era una ruina llena de suciedad y de ratas, que nos invadían desde una obra en construcción abandonada y un caserón clausurado que estaban vecinos a cada lado.
He aquí un gráfico, rudimentariamente trazado, en el que he tratado de ubicar los principales impedimentos que el escenario tenía en la época del TUBA y en el que, pese a todo, montábamos decorados corpóreos y hasta seis espectáculos en alternancia cada fin de semana.Habrán podido apreciar ustedes (perdón por el temblequeo del pulso, a mis 70 años), que dentro del escenario estaban permanentemente y sin posibilidad alguna de desalojarlos, el enorme piano de cola y el también enorme entarimado del Coro Polifónico de Ciegos, que hacía allí sus ensayos todos los días de la semana, en las primeras horas de la tarde.
También habrán advertido que el escenario no tenía (quizá no tenga hoy tampoco), salida a ninguna parte, o sea que una vez que los que iban a actuar en la representación (tanto hombres como mujeres), ingresaban por las dos escaleritas de acceso desde la platea, NO TENIAN POSIBILIDAD ALGUNA de ir al baño, en caso de urgente necesidad, así fuese que la representación (como, por ejemplo, “La vida es sueño”), durase más de tres horas. Inevitablemente, había que usar una lata, que prudentemente y con mucha discreción, pasaba, sin distingo de sexo, de mano en mano.
Cuando la decoración de la obra llegaba hasta la pared de fondo del escenario (caso de “Chejoviana”, de “El atolondrado”, de Molière o de “Comedia de errores”, de Shakespeare, para citar sólo tres ejemplos), no había forma de que los intérpretes se desplazasen del sector lateral izquierdo al sector lateral derecho del escenario. Qué se hacía entonces, para “aparecer” de un lado o de otro de la acción escénica…?: Se usaban unas pequeñas “puertas-trampa” ubicadas a cada lado de la parte posterior del escenario (las que se ven en el gráfico señaladas con color rojo, ya voy a contar porqué), que permitían ir de un lado a otro POR DEBAJO DEL ESCENARIO.
Sucedió en “La vida es sueño” o en “Comedia de errores” que por un estrecho pasillo de ese sótano de no más de un metro de alto, agachados y en cuclillas, hubo durante cada representación un verdadero “desfile” de intérpretes que iban hacia un lado o hacia el otro para poder aparecer en escena en el momento oportuno.
Era común que los que se cruzaban se saludasen amablemente el encontrarse en el camino y supe de algún que otro beso furtivo, cuando los que “viajaban” en distinto sentido estaban enamorados o en pareja. El saludo no era tan “amoroso” cuando el "encuentro" se daba con una o varias de las enormes ratas que anidaban en ese sótano.
Esas “puertas-trampa”, más la que estaba ubicada junto el proscenio del escenario (la que nosotros llamábamos “la vizcachera”), eran utilizadas también para almacenar, (al resguardo de la trapacería de los ordenanzas y vigilantes del edificio, que gozaban apoderándose o destruyendo nuestros míseros elementos de utilería), todo cuanto se estaba usando en las representaciones, además del vestuario de cada obra o de obras anteriores. El TUBA no tenía acceso a ningún armario en ningún lugar del edificio. Su único espacio “permitido” era la platea y el escenario de Corrientes 2038.
Pues bien: esas “puertas-trampa” de la parte posterior eran en verdad una “peligrosa trampa” en caso de quedar abiertas por descuido, durante una representación en las que no se las tenía que usar para ir de lado a lado.
Un rato antes de la última representación de “Stéfano”, de Discépolo, en la temporada de 1981 (la obra, con su elenco y decorados originales, tuvo que ser repuesta, “a pedido del público”, en la siguiente temporada, la de 1982), el intérprete del personaje de Stéfano (en este caso yo), se paseaba detrás del decorado corpóreo, buscando quizá un momento de concentración, en medio de la más absoluta oscuridad, cuando la mitad de su cuerpo cayó, desgarrándose una pierna y el brazo derecho, en una de esas “puertas-trampa” del fondo.
Porqué estaba abierta esa trampa antes de una función, en la que no se debía usar para nada…?: Porque allí abajo guardábamos también las costosas lámparas de filamento concentrado de los spots (los artefactos de iluminación de escena), que la Universidad nos compraba con cuentagotas. El encargado de revisar el puente lumínico, (cosa que se hace en todos los teatros antes de cada función), había advertido que uno de los spots daba muestras de que su lámpara estaba a punto de agotarse y en el apuro había bajado al sótano debajo del escenario a buscar una nueva, dejando por descuido la trampa abierta. (O sería que buscaban deshacerse de su “pesado” director…?).Fuera de bromas: cuando lograron sacarme, porque había quedado completamente encajado en el estrecho hueco, se comprobó que tenía mi brazo derecho totalmente fuera de lugar, o sea: prácticamente arrancado.
Afuera, en el largo pasillo de acceso a la sala, el público aguardaba desde hacía unas tres horas, y faltaban apenas unos quince minutos para el inicio de la función. Exigí que me pusiesen en un taxi, vestido como estaba para el papel de Stéfano, y que me llevasen a la guardia del Hospital de Clínicas, a unas pocas cuadras.
Me sacaron radiografías, comprobaron que no había fractura y con un hábil movimiento de “karate” me pusieron el brazo en su lugar, a la altura del hombro. No voy a contar aquí cuánto dolió. Mientras, varias chicas y chicos del elenco iban y venían, a pie, a Corrientes 2038, a explicar al público qué estaba pasando, con orden mía de que avisasen que la función se iba a dar SÍ o SÍ.
El médico de guardia me hizo ingerir una fuerte dosis de sedantes y le dijo a quienes me acompañaban: “Llévenlo de vuelta al teatro, si es lo que él quiere, pero no se preocupen, en el viaje de ida se va a quedar profundamente dormido, así que no hay la menor posibilidad de que pueda hacer la función”.
La función se hizo (LA HICE y creo que mejor que nunca), con un vendaje ortopédico que tuve que llevar durante un mes y cuando finalizó tuve todavía la fuerza como para descargar sobre la platea una brutal diatriba contra esa Universidad y su inoperante Dirección de Cultura, que nos dejaban trabajar en medio del mayor de los abandonos, expuestos a todos los peligros habidos y por haber.
A todo esto, el público, en una fría tarde de invierno (la calefacción del edificio no se encendía los fines de semana, porque no había ordenanzas que la encendiesen), había esperado pacientemente una hora o más, que fue el retraso con que la función se hizo. Su aplauso “desenfrenado” de aquella tarde y su incondicional apoyo de siempre a nuestra batalla contra las hostilidades, era el único aliciente para seguir adelante, y así fue como seguimos todavía dos años más.
Este relato, que podría estar acompañado de muchísimos más relatos de peripecias por el estilo, quizá haya servido para dejar testimonio en este Blog, de cómo era actuar en la sala de Corrientes 2038, en los tiempos del TUBA.
Habrá tenido que sufrir el ilustre Batato Barea tantos inverosímiles impedimentos y los habrá asumido con tan heroico estoicismo, como para merecer que su nombre esté en lugar del nuestro, a la entrada de esa misma sala…?

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