domingo, 25 de julio de 2010

LA CEREMONIA DE TODAS LAS NOCHES, DURANTE NUEVE AÑOS

No puedo recordar cuándo se tomó esta foto, pero pudo haber sido cualquiera de los tres mil doscientos ochenta y tantos días de vida del Teatro Universitario de Buenos Aires (el TUBA).
La misma imagen todas las noches, a eso de las siete y media de la tarde, invierno y verano, con la Universidad funcionando o no, de lunes a lunes (en realidad los sábados y domingos la actividad empezaba mucho antes de las siete y media de la tarde: pasado el mediodía ya estábamos golpeando la vetusta puerta de Corrientes 2038, para empezar a preparar las seis o más funciones de fin de semana).
Para quien la vea hoy, (o incluso en aquel momento, no teniendo nada que ver con el TUBA), la foto no ofrece mayor significado: es un grupo de gente, aparentemente joven, desplazándose de un lado a otro en un sitio indeterminado.
Es, sin embargo, el testimonio de la llegada de las huestes del TUBA a una de sus jornadas de trabajo, en el escenario de la que era su sala, en el viejo edificio de la UBA sito en la avenida Corrientes al 2038 (donde, con una fisonomía totalmente renovada, está hoy el Centro Cultural Rojas).
Advertirán que ya hay un “tempranero” a punto de encaramarse en una escalera. Los puentes de luces necesitan de mucho cuidado, para que los focos no se apaguen en el momento menos oportuno, en medio de una función.
“Hacer de todo en el teatro y PARA el teatro”, era la propuesta que los atraía cada noche, llegando de sus estudios en las facultades o de sus trabajos rentados. Salvo algún que otro graduado, la generalidad rondaba los 22, 24 años y se hallaba en ese momento crucial de las carreras universitarias, en que la pregunta más acuciante es: “Sigo o largo todo mañana mismo…?”.
Quiero ser optimista y pensar que el teatro (ese TUBA en el que se habían enrolado como en un credo, en una militancia, en un ideal de lucha), les permitía sentirse un poco más PERTENECIENTES y tal vez un poco más ligados a esa Universidad fría, dispersa, inhóspita (y encima, en esa época, amenazante como las mazmorras de la Inquisición), tan distinta en su metódica de funcionamiento a las universidades del interior en Argentina y ni que hablar de las europeas, con sus centenarios claustros donde el estudiante VIVE y comparte la totalidad de sus horas con cientos de otros estudiantes, ya sea en las aulas, los laboratorios, los comedores, los dormitorios, las canchas de deportes…y también los ensayos de teatro o de música coral o de cámara, en el Centro de Drama abierto a todas las disciplinas.
Vuelvo a la foto: están llegando para una jornada más en el TUBA y traen a cuestas sus bolsos con libros y apuntes…pero también con la ropa del teatro, para “enroñarse” con la “tierra sagrada” (como la llamaba Alejandra Boero), que abunda en los rincones de cada escenario, entre trastos de decorados viejos y las maderas y telas de otros por construir.
Era difícil seguir un cronograma muy estricto de ensayos de las obras programadas para ingresar al repertorio del TUBA. Recién cuando podía enterarme con quienes contaba para esa noche, yo podía decidir: “Hoy vamos a trabajar en el cuarto acto de “El brujo del bosque”, aquí en el escenario y los de “El misántropo” van a subir a la cancha de pelota, a repasar lo que se marcó la semana pasada”. (Aclaración necesaria: tanto “El brujo del bosque”, de Chéjov como “El misántropo”, de Molière, se ensayaron durante largos meses en el invierno de 1978, pero desistimos de mostrarlas al público, como tantos otros títulos que en la historia del TUBA no pasaron de la etapa de experimentación. No es grave, porque fueron más los que sí se estrenaron y estuvieron en cartel durante largo tiempo).
Decidido quienes, entre los presentes de esa noche, iban a tener “el privilegio” de “trabajar de actores”, entre los que quedaban libres se organizaba la distribución de las tareas artesanales o la salida a las calles, para la repartija de volantes de cada noche.
A una colega de mis épocas de teatro profesional que vino cierta vez a ver (a curiosear) cómo funcionaba el TUBA por dentro, la dejó boquiabierta presenciar cómo, con total espontaneidad, unos se abocaban a una tarea y otros a otra, sin cuestionamientos ni “posturas” individualistas.
El espíritu de integración y amor a todas las cosas por igual que hacen al devenir de un teatro de repertorio (que yo había aprendido en los libros de Barrault y practicado durante años junto a la Boero y Asquini, en Nuevo Teatro), estuvo fielmente trasladado a la vida del TUBA, en forma sostenida, durante esos quizá hoy irrepetibles nueve años.
Por eso la foto de este momento de llegada tiene tanto significado. Llegaban, como en el poema de Francisquito de Asís, con el espíritu dispuesto a dar…y con los pies descalzos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario