martes, 20 de julio de 2010

TRABAJOS DE AMOR "NO" PERDIDOS

“Trabajos de amor perdidos” es una de las comedias más tempranas de William Shakespeare. Su incisivo lenguaje poético tiene la impronta de lo desbordado, lo pasional y lo espontáneo.
Desbordado, pasional y espontáneo como lo fue el vuelco de voluntades jóvenes que el Teatro Universitario de Buenos Aires logró capitalizar durante muchos años (porque NUEVE años de labor en continuidad son MUCHOS para una actividad de este tipo, sujeta a una constante renovación de sus huestes estudiantiles).
Merced a ese vuelco de voluntades, altruista, desinteresado, exento de segundas intenciones, un hombre de teatro avezado como era yo cuando abordé la creación del TUBA (con cerca de 40 años de edad y la mitad de ellos transcurridos en la escena profesional), pudo contar, por primera vez en su carrera, con un elemento humano fértil, incontaminado, maravillosamente libre de crispaciones y urgencias exitistas, que me permitió cumplir con un proyecto anhelado desde los primeros años de la década del sesenta, cuando con Emilio Stevanovich intentamos reflotar el Teatro Universitario de la Facultad de Derecho (aquel que en los años cuarenta había capitaneado Antonio Cunill Cabanellas, con Fanny Navarro, Duilio Marzio y Pepe Soriano como “alumnos” prometedores), encontrándonos con los centros de estudiantes de derecha e izquierda prácticamente a los tiros y una encargada del área de extensión de la facultad, que nos dijo: “Emilio, Ariel, aquí no se puede hacer teatro, porque enseguida copan los comunistas, que son los únicos que se interesan por la cultura” (cita textual).
Tuve a mi disposición en el TUBA, para moldearlos en mi concepto de “ser individuo de teatro en forma integral” (o sea: actor, tramoyista, iluminador, atleta de los andamios y barredor de sala), a cientos de jóvenes de una generación diezmada, que me brindaron sus plenitudes para que yo pudiese edificar ese TUBA, que existió nueve años haciendo notables repertorios y cuya función social como centro de investigación y desarrollo de la dramática todavía, a 27 años de su extinción, no ha podido ser igualada.
Ninguno de aquellos jóvenes, cuando empezaron a pasar los años, pudiendo comprobar como todo lo que contribuyó cada uno de ellos a cimentar y fortalecer había caído en el más oprobioso de los olvidos, me buscó para reclamarme: “Y para esto nos hiciste trabajar tanto, Ariel…?”, “No era que nuestro teatro, como vos nos decías, iba a trascender las fronteras y ser tenido como ejemplo en el mundo…?”.
Es evidente que vivieron su pasión por la vida de teatro que yo les hice experimentar, con la misma espontaneidad con que afrontaron sus primeros amores de juventud. Lo hermoso de los apasionamientos juveniles es que, al diluirse, no dejan cicatriz. En realidad, no son, como en la comedia de Shakespeare, “TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS”. Son “trabajos de amor” de un momento, de unos años de la juventud, que con el devenir del tiempo se diluyen, superados por otras experiencias, mejores o peores.
Yo también trabajé de obrero, de actor, de tramoyista y de limpia basura en mis años junto a la Boero y Asquini, en Nuevo Teatro, y de aquellas jornadas agotadoras no me acuerdo como algo desagradable, que preferiría no haber vivido, porque (entre muchas otras cosas), tuve la suerte de haber intervenido en la construcción del Apolo (que se llamó Lorange un tiempo largo, pero ha vuelto a ser “el Apolo”), en lugar de pasarme las madrugadas en los cafés de Corrientes, a la espera de “contactos” para poder salir en la tapa de Radiolandia.
Sin embargo, me sucede a menudo que me acometen efluvios de culpabilidad, por haberlos arrastrado a todos aquellos entusiastas de la bohemia escénica del TUBA, a tanto derroche de energía y de desesperada búsqueda del sentido último del drama representado.
“Era necesario hacer tantos espectáculos al mismo tiempo…?”, me digo. “No era una locura eso de estar estrenando dos obras en la sala de Corrientes 2038 mientras otra parte del elenco se estaba presentando en el Auditorium de Mar del Plata o en la Sala de las Américas de la Universidad de Córdoba, con una o dos obras más…?”, me reprocho. “Y obligarlos a quedarse sin dormir tola una noche, escondidos en el edificio de Corrientes 2038, para pintar el techo y las paredes del escenario de negro, para crear “la caja infinita” para “La vida es sueño”…?”, intento contestarme, pero de inmediato me corrijo: “Obligarlos…? NO, yo no los obligaba en absoluto. Ellos QUERIAN y ellos ME EXIGIERON HACERLO, sino al día siguiente, vociferaban, no se va a poder estrenar “La vida es sueño”…!!!”.
Esa conciencia del deber (del deber ante el público, o sea: ante la sociedad) se la debo haber inculcado yo, pero nunca con “discursillos” de “maestro que todo lo sabe”. Si fui yo quien les metió en el alma la noción del COMPROMISO, fue a partir de mi PROPIO EJEMPLO DE COMPROMISO.
Por eso, agradezco a la periodista de Clarín (la por entonces jovencísima María Ana Rago), haber puesto como título a la nota que surgió de una charla de más de cinco horas en un café de la barriada de Constitución, “COMPROMISO CON LA VIDA”, cuando en 2004 el diario tuvo la gentileza de recordar que se cumplían 30 años de la creación del TUBA.
Hoy, a los 70 años, recapitulo sobre qué fue esto de “estar vivo hasta aquí” (mientras deambulo por la arena húmeda de nieve reciente, en una desierta playa de Mar del Plata) y me planteo serenamente: No me casé, no tuve hijos, no me recibí de ninguna carrera universitaria, debí trabajar 46 años en una oficina pública, no me han quedado familiares ni lejanos ni cercanos, los amigos del teatro se fueron “de gira” la mayoría…pero hice que la Universidad de Buenos Aires, durante nueve años, tuviese activo y desafiante un Teatro de Repertorio, en el que unos 1.600 jóvenes bien intencionados, aunque torpes, inconscientes, frenéticos y enardecidos de pasión, trabajaron a rajatabla, sacándole chispas al disfrute de sus transpiraciones.
Ni los de ellos ni los míos fueron, al fin de cuentas, “trabajos de amor perdidos” y debemos estar agradecidos a la oportunidad que nos dio la Vida de haber podido hacerlos con tan insolente prepotencia.

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