martes, 6 de julio de 2010

CUANDO EL TEATRO Y EL CINE HABLAN EL MISMO LENGUAJE

Sam Haskins, uno de los fotógrafos más célebres de la época de oro de las cámaras pre-reflex, dijo alguna vez esta frase: “Habría que abolir el flash, por lo menos por respeto a la luz”.
Desde mi punto de vista de director teatral por espacio de más de cuarenta años, me atrevo a tomar lo dicho por Haskins y afirmar: “Habría que abolir la luz de frente sobre el escenario, por respeto a los climas que la luz cenital puede llegar a crear”. Sucede que la luz de frente sobre un escenario tiene el mismo efecto "aplanador" que el uso del flash en una fotografía.
Por supuesto, son los divos del espectáculo los que exigen la iluminación frontal, que “lava” toda posible imperfección en sus rostros y esto también es aplicable a la televisión. Vean, si no, como la intensísima luz frontal hace que los rostros de Mirtha Legrand o Susana Giménez aparezcan ante la cámara diáfanos e incólumes al paso del tiempo.Y bien: aun con los medios precarios con que contábamos en el TUBA en materia de iluminación, siempre busqué utilizar la luz como medio de generar atmósferas acordes con el sentido dramático de la representación. Para ello trabajé con la luz como si esta fuese un personaje más en la obra, partiendo del realismo para arribar a una suerte de expresionismo pictórico, esencialmente usado en el cine por directores de fotografía como Sven Nikvist, Oswald Morris o Giuseppe Rotunno.
Transpolar el lenguaje del cine al teatro es un ejercicio apasionante, que apunta a una suerte de poética del encuentro entre la escena real, viviente, y lo subyacente que cada texto dramático contiene, más allá de la época de la cual provenga.
Estoy seguro hoy, en el 2010, que mis discípulos del TUBA, todos tan jóvenes, no estaban en aquel momento en condiciones de darse cuenta del ejercicio de investigación del hecho escénico, del cual indirectamente participaban.
Por eso, quizás sea conveniente recordárselo (a ellos, si tienen la probabilidad de descubrir este Blog) y a todos los jóvenes que hoy buscan nuevas posibilidades de lenguaje en los talleres de arte dramático y nada mejor, para el caso, que insertar aquí una o dos fotografías (tomadas de la versión de “Relojero”, de Discépolo, en el TUBA, en su temporada de 1977), donde claramente se aprecia que la luz (o su premeditada ausencia), está “actuando” a la par de los intérpretes.

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