domingo, 18 de julio de 2010

ENSEÑANDO A HACER TEATRO DESDE EL ESCENARIO






Si alguien leyó la entrada anterior, en la que cuento mi caída en uno de los fosos del escenario de Corrientes 2038, minutos antes de salir a hacer el rol de Stéfano en el famoso grotesco de Armando Discépolo, tendrá derecho a preguntarse: “Pero cómo, no es que este señor Quiroga era el Jefe del Departamento de Teatro de la UBA y Director Titular del TUBA…? Cómo es que también actuaba y para colmo en roles protagónicos…?”.
La historia de los directores teatrales que también intervinieron como intérpretes en los espectáculos que dirigían es muy larga. Stanislavski (al parecer no tan buen actor como Maestro), actuaba casi siempre en las obras que montaba en el Teatro de Arte de Moscú. Si consultamos su biografía en Wikipedia, veremos que se lo define de esta manera: “Actor, director escénico y pedagogo teatral, nació en Moscú en 1863 y murió en la misma ciudad en 1938”. Curiosamente, la función de “actor” aparece antes que ninguna de las otras dos.
En Francia, la célebre pareja teatral que conformaban Madeleine Renaud y Jean Louis Barrault estuvo invariablemente en escena en todos los espectáculos de su “Repertorio en Alternancia”, montados por la Compañía que ellos dirigían y en la cual abrevaban cientos de principiantes del oficio de actor, además de algún que otro músico que terminó siendo toda una autoridad mundial, como el ejemplo del justamente afamado Pierre Boulez.
También en Francia (país “teatralero” si los hay), se dio en el Siglo XVII el caso de un tapicero devenido en actor trashumante y luego autor y director de su propia “troupe”, conocido como “Molière” (cada día que pasa más vigente) y ya en el Siglo XX el de un riguroso, adusto y comprometido “actor-director-maestro” llamado Jean Vilar (a quien conocí personalmente en su visita de 1970, para dialogar sobre la necesaria ingerencia política del teatro en la sociedad, en una sala de ensayo del Teatro San Martín).
Vilar había recorrido los caminos de provincia, como Molière, al frente de un teatro ambulante y en 1951 fue nombrado director del Teatro Nacional Popular, que fue mucho más popular todavía a partir de que él exigiera rebajar al máximo el precio de las entradas, para que fuera accesible a la totalidad de la población, sin distingo de clases. (En el TUBA llegamos al extremo: nuestros espectáculos se hicieron siempre con ENTRADA GRATUITA para el público en general).
Jean Vilar (nos lo demostró en sus giras latinoamericanas, desde el escenario del Cervantes), era un excelente actor además de “regisseur” y maestro. Tan bueno sería enseñando, que de sus enseñanzas salieron figuras como Gerard Philipe, María Casares y la gloriosa octogenaria que es hoy Jeanne Moreau. (Vean su último film: “Plus tard”, por favor…!!!).
En nuestro país el ejemplo más notorio de “actores-directores-maestros” está encarnado en las figuras de Alejandra Boero y Pedro Asquini. Ambos, desde su trinchera de combate, que fue Nuevo Teatro, formaron decenas, cientos de jóvenes estudiantes-obreros-empleados-universitarios (proletarios, en una palabra) en los secretos de hacer del teatro un frente de lucha contra la burocracia y los vicios endémicos de la escena profesional. Producto de esa formación fueron, para citar sólo unos pocos nombres, Héctor Alterio, Rubens Correa, Lucrecia Capello y Enrique Pinti.
Para alguien como yo, que llegué a Nuevo Teatro en 1965, luego de haber actuado y dirigido en la esfera comercial, estar en el escenario junto a Asquini o la Boero fue una experiencia reveladora. Tanto en los sainetes de Wernicke, junto a Asquini, Alterio y Correa, (con los que inauguramos el Apolo en 1967), como con Alejandra en las más de trescientas representaciones de “Sopa de pollo”, de Wesker, aprendí de ellos no sólo la disciplina de hierro, que no nos debe abandonar ni aun en los momentos más difíciles, sino además, el disfrute del ejercicio de hacer teatro sin falsas posturas de “acartonamiento”. En una palabra, (como decía siempre Alejandra): “A vivir el teatro con alegría”.
Otro nombre a señalar como ejemplo de “soberano actor” y “supremo director de escena” en nuestro medio es el de Jorge Petraglia, fundador en 1949 del Teatro Universitario de Arquitectura, con el que tuvo el coraje y el enorme mérito divulgador de estrenar en Argentina nada menos que “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett.
Yo no había actuado nunca en mis espectáculos profesionales, anteriores a la fundación del TUBA. Había tenido, sí, una larga carrera como actor, a las órdenes de señeros directores como Francisco Silva, Wilfredo Ferrán, Jorge della Chiesa o Jaime Jaimes, también mucho antes de arribar a la Universidad.
No fueron tantos los espectáculos del TUBA en los que intervine como actor (apenas ocho entre los más de cien que se montaron en su repertorio de nueve años): “Leonce y Lena”; “La dama del alba”; “La sombra del valle”; “La vida es sueño”; “Stéfano”; “El gorro de cascabeles”; “El canto del cisne” y “Woyzeck”.
“Woyzeck” (dejado para lo último a propósito), fue –estoy seguro-, mi más definitivo aporte y mi mayor legado para el teatro. Y tuve el orgullo de merecer la tajante, obtusa y retrógrada prohibición por parte de la Dirección de Cultura de la UBA a la tercera representación, en 1978.
Esa prohibición ocupa el lugar, en mi estante de trofeos, que ocuparía una copa de oro y brillantes, concedida por un jurado de eminencias teatrales de todo el Universo. Gracias, trogloditas de la cultura de la Universidad del Estado en la década del setenta en la Argentina, por haberme otorgado con esa prohibición, tan alto premio. (Los acontecimientos que rodearon la prohibición de “Woyzeck” en el TUBA, en 1978, están meticulosamente narrados en la entrada a este Blog del día 30 de marzo de 2010).
En cuanto a que un director teatral “enseña” mucho más a sus discípulos actuando junto a ellos en el mismo escenario que sentado en una butaca de la platea, dando indicaciones a lo “Máximo Capra”, no hace falta que me extienda. Me basta con citar lo que Barraault comentaba de su Maestro Charles Dullín, a raiz de haber actuado junto a él: “Sus enseñanzas no nos las transmitía con palabras…literalmente NOS LAS PASABA CON SU SOLA CERCANÍA…”.

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