sábado, 3 de julio de 2010

EL DESAFIO DE LA INMENSIDAD VACIA

Cuando llegamos al Cervantes, en mayo de 1976, invitados por el Dr. Suárez Aboy para presentar nuestro primer REPERTORIO EN ALTERNANCIA (Terencio, Plauto y Menandro), lo primero que me sugirió Víctor Roo, (su director técnico y artífice de la salvación de la sala, al bajar con riesgo de su vida el telón de seguridad, en medio del incendio desatado en el escenario en 1960), fue bajar prudentemente la embocadura del proscenio, a fin de “proteger” nuestra labor, presumiblemente “pequeña”, en relación a las dimensiones del venerable Teatro Nacional de Comedia.
Traíamos “La suegra”, de Terencio; “Los cautivos”, de Plauto y “El díscolo”, de Menandro, al cabo de un ciclo de representaciones en diversos lugares, muy distantes por cierto, de la magnitud del Cervantes (el Centro Turístico de Chapadmalal; la Biblioteca Popular de Olivos y la sala de la empresa “Subterráneos de Buenos Aires”) y todo hacía suponer que aquellos montajes iban a “perderse” en semejante vastedad.
Sin embargo, para asombro de Víctor Roo y todo su equipo, pedí ampliar aun más la embocadura, tender el ciclorama de fondo lo más atrás posible y abrir los laterales al máximo.
Lo que quedaba a la vista del público era un inmenso vacío negro, tan profundo e insondable como el de las noches sin luna ni estrellas.
Esta concepción despojada de elementos escenográficos, tenía su principal apoyatura en el factor lumínico. Pedí suprimir todas las luces que viniesen de frente y crear con los focos del techo (los llamados “cenitales”) una suerte de “óvalo” (remedo del círculo mágico en el que danzaban sus oficios rituales los primitivos pastores), dentro del cual debían sucederse las acciones de las tres obras por igual.
No pretendo jactarme de haber hecho en el Cervantes lo que ningún otro elenco, ni antes ni después, intentó y logró hacer, pero lo cierto es que el Teatro Universitario de Buenos Aires (que “estrenaba” su nombre en esa temporada cervantina), superó con éxito el desafío de sumergirse en la inmensidad del espacio vacío y además, trascenderlo.
Y si no me creen, aquí está la foto de un momento de “La suegra”, que lo demuestra.

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