

El TUBA pudo existir y mantenerse activo nueve años seguidos, porque quienes lo hicimos y sostuvimos en actividad durante esos nueve años, supimos ver claro desde el comienzo que ese trabajo diario, infatigable, obstinado, era parte de nuestro destino.
Hubo que trabajar mucho para que el TUBA se convirtiese en el Teatro de Repertorio que ofrecía funciones todos los fines de semana de cada año, sin recesos a capricho, haciendo además giras por las facultades, los centros culturales barriales y las universidades del interior.

Cada una de las noches de la vida del TUBA entre 1974 y 1983 (que deben haber sido unas 3.200 o más) fue un hervidero de trabajo, en el que decenas de estudiantes universitarios, docentes, no docentes y algunos ya graduados, empleaban sus horas restantes de energía en ensayar obras, serruchar y clavar maderas, coser trajes y telones, conectar o desconectar artefactos lumínicos, fabricar elementos de utilería, limpiar el escenario y la platea y también salir por las calles a repartir volantes.
Hermoso destino el que nos tocó a todos cuantos hicimos el TUBA. Pudimos afrontar y llevar adelante ese destino porque no nos doblegó nunca la fatiga y arremetimos con los trabajos, aun los menos gratificantes, con la certeza de que si no los hacíamos nosotros, el Teatro de Repertorio que tanto nos había costado edificar, desaparecería.

No sólo que no nos cansábamos, sino que en algún alto en las tareas de carpintería o de costura o de limpieza, nos poníamos cuanto trapajo en desuso había tirado por doquier y al compás de música festiva y ditirámbica, improvisábamos ceremonias al estilo pagano, como la que se ve en la foto superior de este relato. Las otras fotos, más pequeñas, nos muestran trabajando en las rutinas con las que, muy contentos, íbamos en pos de concretar nuestro destino, como nos lo había señalado Hesíodo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario