viernes, 16 de julio de 2010

EN BUSCA DE NUESTRAS RAICES SUDAMERICANAS

Eduardo Mallea nació en la ciudad de Bahía Blanca, Argentina, el 14 de agosto de 1903.
En el prólogo escrito por Francisco Romero a "Historia de una pasión argentina", dice el gran filósofo argentino: “En la Historia de una pasión argentina, una conciencia singular, en una especie de identificación mística, se sume en la realidad espiritual de su país, y tras ahondar en ella, la incita a empresas acordes con su índole, a revelar su norma secreta y proyectarla en lejanías de futuro.”
Es que Mallea se caracterizó por ser una personalidad que hizo de la pasión su razón de vida; la pasión por encontrar la sustancia de la cultura argentina que marcara el rumbo del país y la nación en tiempos turbulentos y faltos de claridad. No por acaso sus autores favoritos, en filosofía, fueron “pasionales” como San Agustín, Blas Pascal y, sobre todo, Sören Kierkegaard.
Abordar su obra en la Argentina de esos años setenta y comienzos de los ochenta, en los que al TUBA le tocó existir, era un acto de compromiso. Teníamos muy presente un fragmento de “La bahía del silencio” en el que, aludiendo a la hecatombe de los años treinta, Mallea escribe: “Aquel país no era “el país”. Aquel país que veíamos no era el país que queríamos. Aquel país que tocábamos no era el país que esperábamos. Debajo de la púrpura queríamos ver el sayal. El sayal es lo que está cerca de la piel y la piel es lo que está cerca de la sangre. En el país, la púrpura mentía. Un país nuevo debe ser sobrio, claro, limpio de palabra, seguro de sí y exacto como la fundamental juventud. Un país joven que se aficiona a la púrpura, está pronto a degradarse por dentro.”.
Como Centro de Drama que llevaba el nombre de la Ciudad (“Teatro Universitario de Buenos Aires”), nuestra primera aproximación a Mallea fue a través de “La ciudad junto al río inmóvil”, conjunto de relatos breves publicados por SUR en 1936.
Habíamos elegido uno de esos relatos para escenificar: “Solvess, o la inmadurez”, porque trata de un desencuentro, de la búsqueda de nuestra propia identidad en medio de una ciudad habitualmente hostil (era nuestra propia búsqueda, en medio de una ciudad por entonces no sólo hostil, sino tenebrosamente peligrosa) y además, la acción transcurre muy ligada a la odisea de uno de aquellos legendarios teatros independientes, tan batalladores y desprovistos de apoyo como lo era nuestro propio TUBA.
La puesta en escena de “Solvess, o la inmadurez” no se concretó, por una razón de prudencia. Nos acobardó no estar a la altura del original con nuestra adaptación escénica. Sin embargo, extensos fragmentos de “La ciudad junto al río inmóvil” formaron parte del espectáculo “A Buenos Aires”, que hicimos en 1977 y en el que también incluimos textos de Sábato, Cortázar, Mujica Láinez, Marechal y Carriego.
La oportunidad de afrontar a Mallea en su todavía hoy postergada y olvidada capacidad como dramaturgo la íbamos a tener en 1983, nuestra novena temporada, la que quedó trunca al desmantelarse el TUBA, tras mi renuncia y la dispersión de la totalidad del elenco. Formaba parte del repertorio de ese año “El gajo de enebro”, drama rural publicado por Emecé en 1957 y (aunque parezca mentira) TODAVIA no estrenado en el país.Precisamente mi tercer y definitiva renuncia se debió al impedimento que nos puso la Universidad, a la realización de una gira, durante el invierno de 1983, al Teatro Auditorium de Mar del Plata (en el que habíamos estado con mucho éxito en 1982) y en la que íbamos a incluir (junto con “Fantasio”, de Alfred de Musset), el estreno “oficial” de “El gajo de enebro”. Como único consuelo por aquella enorme frustración, quedó el testimonio de un arduo período de ensayos, de alguno de los cuales voy a insertar a continuación algunas notas puestas en mi ya ajado y amarillento “cuaderno de director”:
“Jueves 10 de marzo de 1983:
Ensayo de “El gajo de enebro” desde las 19 a las 23, en un clima de alta tensión; de búsquedas y logros que ponen los nervios de punta.
Se plantea un nuevo enfoque escenográfico, en adhesión al criterio constructivista. Llego con un diseño trazado a grandes rasgos sobre el papel, en donde aparece un juego como de poleas engarzadas en vigas que se entrecruzan formando ángulos. Este diseño abstracto permitirá ir situando los distintos actos sin variar trastos de escenografía.
Al colocarse las figuras sobre el escenario, en medio de los practicables que reproducen con bastante fidelidad el diseño hecho en el dibujo, todo cobra un valor plástico de gran sugerencia.
Salgo de la sala un instante y cuando retorno, el escenario en semipenumbra, con aquellas formas y los intérpretes apoyados en ellas me recuerdan de inmediato las fotografías de los teatros de vanguardia europeos, que aparecen en algunos tratados.
No hay semejanza con nuestro consabido escenario de Corrientes. Las vigas y el juego de practicables permite colocar las figuras con verosimilitud de actitudes, sin necesidad de forzados desplazamientos en diagonal, de los que se usan por costumbre en el teatro convencional.
Cuando el ensayo de la primera escena se va desarrollando, aparecen imágenes casi cinematográficas. Los silencios pesan y a medida que las situaciones se encadenan surgen nuevas motivaciones, cada vez con mayor realismo.
Isabel J. (que es quien aparece aquí en la foto, sobre estas notas) ha encarnado por primera vez a Cádida, papel que compartirá con Gladys M. y probablemente también con Beatriz P. (La supresión de los apellidos la estoy haciendo ahora, en 2010).
Gladys observa desde la primera fila. No le tocará ensayar en toda la noche, pero su observación del ensayo con Isabel puede resultarle de mucha utilidad.
Hacia las veintitrés Isabel y Ricardo ya están metidos hasta la médula en el clima de la situación. Ricardo cae al piso, arrastrándose como un animal herido. Isabel vive intensamente el hastío, la rabia y la honda soledad de Cándida.
Cuesta dejar el ensayo en ese momento tan especial, pero es preferible. Continuar sería quizá echar a perder los logros obtenidos, por saturación de intensidades.”.
Eduardo Mallea falleció en 1982. Ese mismo año, la Sociedad General de Autores de la Argentina (ARGENTORES), nos había concedido, a través de sus familiares, la autorización para estrenar en el TUBA, en 1983, su inmensa tragedia coral “El gajo de enebro”.
No fue posible hacerlo, porque nos fuimos de la Universidad, hartos de que nos fustigasen a diario. La deuda para con el gran americanista no nos ha tenido hasta hoy, mediados de 2010, como únicos responsables. Toda esa muchedumbre de jóvenes que se abocan a volcar sus energías emocionales en experiencias “teatrales” de incierta propuesta en cuanto a significados, debería tomar nuestra posta y abordar de una vez por todas la obra de Mallea, con la misma pasión que él padeció hasta el desangre por el destino sudamericano.

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