domingo, 30 de diciembre de 2012

EL MISTERIO, HASTA HOY NO DEVELADO, DE LA DEFINITIVA DESAPARICIÓN DEL TUBA



El Teatro de la Universidad de Buenos Aires (conocido como “el TUBA”) cerró sus puertas en junio de 1983, al negársenos la posibilidad de concretar una gira al Teatro Auditorium de Mar del Plata, invitados por la Universidad de esa ciudad, en la que íbamos a estrenar “El gajo de enebro”, de Eduardo Mallea y “Fantasio”, de Alfred de Musset (dos relevantes títulos que todavía, en el anteúltimo día de 2012, esperan ser dados a conocer al público argentino).
Cuando la noticia llegó a los diarios, dando cuenta de mi renuncia como director-fundador del TUBA, seguida de la de todos los que lo integraban en ese momento, los titulares anticiparon lo que en realidad sucedería después: “DESAPARECE EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD”, fue el titular de Clarín en una nota a toda página y “SE DISOLVIÓ EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD”, el del diario La Nación, en una nota que tardó varios días en salir porque Osvaldo Quiroga, por entonces a cargo de la crítica teatral del diario, se negó a escribirla, cosa que sí hizo el propio jefe de la página de Espectáculos, el recordado Bartolomé de Vedia.
Yo sabía que debajo de la nota de La Nación (que con el tiempo perdí) estaba el comunicado del Rectorado de la UBA, desmintiendo que el Teatro de la Universidad fuese a desaparecer tras mi renuncia. En efecto, se nombraron dos directores en mi lugar: Enrique Escope primero y luego, tras su fallecimiento, Román Caracciolo, a propuesta de Francisco Javier.
Román Caracciolo alcanzó a montar un espectáculo, que si mal no recuerdo se llamó “Q'ensalada”, ignoro con qué elenco pero bajo el rubro “Teatro de la Universidad” y a partir de allí (alrededor de mediados de 1984)... nunca más nada.
La historia del TUBA entró en un premeditado cono de sombra y en el mismo edificio de la calle Corrientes 2038 donde había realizado 1.163 representaciones con entrada libre y gratuita, se creó el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, que pasó a ser un epicentro de actividades multidisciplinarias, pero en el que no se intentó (al menos hasta hoy) recrear algo parecido a un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, como lo había sido durante nueve años seguidos el TUBA.
A mediados de 2008 abandoné Buenos Aires para siempre, y logré cumplir mi sueño de terminar mis días en la añorada, bellísima ciudad de Mar del Plata. A pocas cuadras de mi departamento en la calle Lamadrid está el Museo Barili, en una señorial finca estilo colonial que fue de la familia Mitre.
En sus fondos, en unos galpones húmedos y polvorientos, está la colección completa del diario La Nación, en pésimo estado de conservación. Allí me fui un día con mi cámara filmadora y tras larga búsqueda (porque el material está mal encuadernado y bastante deteriorado por los roedores), tomé imágenes de la nota titulada “SE DISOLVIÓ EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD” y del comunicado de prensa del Rectorado de la UBA, negando que tal disolución fuese a tener lugar.
Lo cierto es que el TUBA no sólo se disolvió, sino que además DESAPARECIÓ, como afirmó el titular de la nota de Clarín.
Si la Universidad estaba dispuesta a que continuase existiendo... quién decidió lo contrario...?
El interrogante sigue en pie, a casi TREINTA AÑOS de distancia.
El diminuto video que podrán ver a continuación es la entrada patriarcal del Museo Barili y la toma a mano alzada de la nota de junio de 1983 en La Nación, seguida del comunicado del Rector de la Universidad, negando que el Teatro fuese a desaparecer tras mi renuncia. (…?).



domingo, 16 de diciembre de 2012

EL ANIVERSARIO QUE EL TUBA NO QUIERE CUMPLIR: 30 AÑOS DE SU DESAPARICIÓN

Se acerca el nuevo año y 2013 (si sigo estando en este mundo), puede ser un año de mucho dolor para mi, porque en 2013 van a cumplirse 30 AÑOS de la desaparición del TUBA. El Teatro de la Universidad de Buenos Aires, que a duras penas edifiqué a mediados de 1974 en una tierra árida y hostil, como era la Dirección de Cultura de la UBA, logró crecer y convertirse en un auténtico TEATRO DE REPERTORIO, abierto libremente al público de todos los sectores sociales de la comunidad los doce meses de cada año, gracias al impulso vital de cientos de jóvenes universitarios, docentes y graduados y también de actores provenientes del movimiento de teatros independientes, por entonces en extinción, que batallaron desde el inhóspito caserón de Corrientes 2038 (hoy sede del pujante Centro Cultural Ricardo Rojas) contra la enquistada desidia y el afán persecutorio del oscuro entorno del que obligadamente dependían, para poder erigir un tablado desde el cual, durante nueve años seguidos, pudieron explayarse el pensamiento y la voz de los dramaturgos de todas las épocas, desde Esquilo y Sófocles en la antigüedad helénica hasta Enrique Wernicke o Juan Carlos Ghiano, opuestos ideológicamente pero coincidentes en su vigencia, por estas latitudes.
El prodigio comunicacional que significa Internet y este medio de comunicación con el mundo, que son los Blogs, me ha permitido contar la historia de ese teatro universitario llamado TUBA, como tal vez no esté contada la historia de ningún otro teatro de la Humanidad. Son 262 “entradas” (en realidad: capítulos), con cientos de fotografías, videos, música, fragmentos sonoros de representaciones, cuya autenticidad es imposible de negar, que testimonian la epopeya de juventud que significó que el TUBA existiera en los difíciles años de la sangrienta Argentina en la que le tocó nacer, vivir y también morir.
No sé si estaré ni si tendré ánimo para seguir escribiendo en este Blog para cuando se cumplan esos 30 años de su triste desaparición, que será en Junio de 2013. Por las dudas, quiero hacer aquí, a continuación, una especie de “racconto” de todo el devenir anacrónicamente historicista del Blog, insertando el texto de dos de sus primeros capítulos (o “entradas”), allá por Febrero de 2010.
Es un recurso cíclico, reiteradamente insistente, ante el ominoso silencio proveniente de quienes deberían sentirse obligados a dar una respuesta, frente al interrogante obsesivamente planteado a lo largo de este Blog: “POR QUÉ LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, QUE TUVO UN EJEMPLAR CENTRO DE DRAMA UNIVERSITARIO COMO LO FUE EL TUBA, CARECE DE UNA AGRUPACIÓN SIMILAR QUE LA COLOQUE A LA PAR DEL RESTO DE LAS UNIVERSIDADES DEL ORBE...?”.

SOBRE EL ENTUSIASMO POR LOS IDEALES (20/02/2010)

Emile Durkheim, filósofo del positivismo y fundador de la escuela francesa de las ciencias humanas, ha dicho: “A quien persigue ideales sublimes, que no son cosa corriente en la sociedad, le hace falta mucho coraje para aceptar la mediocridad, pero ese coraje es la única esperanza de salvarse de una soledad inmunda”.
Exactamente eso se dio con pasmosa plenitud en los años del TUBA. Unos lo habrán aprovechado más que otros, pero todos los que llegaron a inscribirse sin saber bien de qué se trataba, tuvieron la oportunidad de ser atraídos e interesados por los secretos del arte teatral, teniendo a la vez que aceptar la mediocridad del medio en el que les tocaba estar: una dirección de cultura adocenada, inerte y para colmo hostil. Sin embargo, pudimos superarlo porque hicimos un culto del idealismo y aquí me vienen a la memoria las palabras de José Ingenieros que tantas veces he repetido en mis encuentros con las nuevas camadas de jóvenes que llegaban cada año al TUBA: “Los entusiastas cortan las amarras de la realidad y hacen converger su mente hacia un ideal; la juventud termina cuando se apaga el entusiasmo”.

SENTIDO DEL TEATRO HECHO CON JÓVENES UNIVERSITARIOS (17/02/2010)

El historiador Frank M. Whiting, de la Universidad de Minnesota, se pregunta “Para qué el teatro…?” al comienzo de su tratado sobre “El drama y los dramaturgos”, publicado por vez primera en 1954 y revisado varias veces en años sucesivos. En procura de una respuesta, Whiting reflexiona: “Si el teatro fuera un simple entretenimiento, sería difícil contestar la pregunta, pero convengamos que el teatro es bastante más que una diversión. En sus períodos de grandeza, sus escritores, sus actores, sus directores y diseñadores han buscado el significado de la existencia con la misma pasión y sinceridad que ha caracterizado el trabajo de los hombres de ciencia, de los filósofos y de los teólogos, porque en esencia, el arte del teatro descansa en los cimientos comunes a todo el conocimiento humano: en la capacidad de explorar, de desear saber y de reflexionar”.
La opinión de Whiting sobre la razón de ser del hecho escénico siempre me suscitó inquietud, en principio por ser la de un tratadista con formación académica y en definitiva, por haberme conducido sin titubeos a mi destino final como hombre de teatro, que fue el de hallar en los claustros universitarios el espacio más adecuado para el desarrollo y concreción de mi menor o mayor talento dramático, aun en medio de hostilidades de índole absolutamente irracional.
El teatro ha ejercido influencia en la civilización humana durante 2.500 años.
El alcance sorprendente de la palabra teatro se puede observar también si se analiza la diversidad de intereses que impulsan a los estudiantes universitarios a inscribirse en los centros de drama que surgieron con los albores del Humanismo.
La función formativa de los centros de drama universitarios, tanto para los teatristas aficionados como para el público, sobrepasa con creces en el mundo entero (con la curiosa excepción de nuestro pais) a la que posibilitan los elencos profesionales, incluidos los de la esfera no comercial. Es una cuestión de recursos y hasta una necesidad de subsistencia. Porque los teatros que dependen del aporte del público que paga las entradas y aun los que el Estado subsidia, forzosamente se hallan condicionados al factor éxito.
En cambio los centros de drama universitarios, desentendidos del “marcketing”, gozan de la misma libertad y osadía de comportamiento que tuvieron aquellos cómicos ambulantes, que acampaban en las caballerizas o a la intemperie, cuyo arte desfachatado no conocía la prudencia y cuyos ropajes hechos harapos olían a tocino recalentado y estiércol.

martes, 11 de diciembre de 2012

LO QUE QUEDÓ DE LAS FILMACIONES DE LOS ESPECTÁCULOS DEL TUBA: “ÚLTIMAS IMÁGENES DEL NAUFRAGIO”

He apelado al título del metafórico film de Eliseo Subiela (“Últimas imágenes del naufragio”, 1989), para tipificar este compendio de escenas (o más bien “pantallazos”), de todo cuanto se había filmado en super-8 de casi todos los espectáculos concretados por el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (TUBA) a lo largo de su existencia de nueve años (1974 – 1983).
Filmábamos con una rudimentaria cámara alimentada por rollos de celuloide vencido (al estilo de los filmes neorrelistas de Rosellini, Visconti y Blasetti, en los primeros años de Cinecittá), pero con el tiempo las seis bobinas de celuloide, que almacenaban unas seis horas de filmación muda, se empezaron a deteriorar, perdiendo primero el color y luego la totalidad de la imagen.
Estos siete minutos que pude rescatar de aquellas filmaciones, en un laboratorio profesional recién en el año 2005, son al fin de cuentas una suerte de “apretada historia” de esa epopeya de entusiasmo y de libertad creadora que fue el TUBA, en medio de una época de terror represivo, dentro y fuera de la Universidad, en esa triste Argentina de “la generación diezmada”.
Pueden verse (muy a la disparada), momentos de “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán; de “Lucía Miranda”, de Miguel Ortega; de “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca; de “Fedra”, de Jean Racine; de “Blanco, negro, blanco”, de Alfonsina Storni; de “Leonce y Lena” y de “Woyzeck”, de Georg Büchner; de “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde; de “Relojero”, de Armando Discépolo (una secuencia con bastante continuidad); de “Los testigos” y “Los extraviados”, de Juan Carlos Ghiano; de “La sombra del valle”, de John Synge; de “Un trágico a la fuerza”, de Anton Chéjov; de “El poeta”, de Enrique Wernicke; de “Comedia de errores”, de Shakespeare y... ¡Oh, milagro...!, del primer espectáculo del TUBA (noviembre de 1974): la adaptación escénica del diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del alma”, al que en el proceso de empalme sonoro se le adosó, equivocadamente, al comienzo, parte de la grabación del sainete de José González Castillo “Entre bueyes no hay cornadas”.
Sea como sea: con enorme precariedad de medios, con iluminación inadecuada, con sonido torpemente adosado, estos siete minutos son hoy (a prácticamente 30 años de la desaparición del TUBA), la única posibilidad de verificar cómo era ese Centro de Drama cuando estaba vivo, desafiantemente vivo, palpitando hora tras hora durante nueve años seguidos el atrincherado desafío a una época atroz, a fuerza de coraje, pasión, altruísmo y vocación de servicio a la comunidad a través del verbo intemporal del teatro, de cientos de jóvenes universitarios puestos a humildes “transitadores de los tablados” (definición de Cátulo Castillo), desde los claustros de una Universidad que luego, devenida la aliviadora, definitivamente inderrotable Democracia en la Argentina, los ignoraría con soberbia e incomprensible indiferencia, tildándolos incluso de "cómplices" del terrorismo de Estado, una blasfemia que espera aún ser necesariamente reparada.




domingo, 25 de noviembre de 2012

EL “TAMAÑO” DE LO REALIZADO, O LA DIFERENCIA ENTRE “ÉXITO PERSONAL” Y “ÉXITO COMUNITARIO”

A partir de los diecisiete años, cuando comencé mi vida en el teatro en el elenco barrial llamado “Delfos”, hasta los cuarenta y seis, cuando con el cierre del TUBA decidí dar por finalizada mi “carrera” de hombre de teatro (aunque seguí haciendo algunas cosas durante algunos años más), mi contribución al mundo de la escena tuvo un mérito por encima de cualquier otro que pudiera adjudicársele: LO REALIZATIVO.
Aprendí, experimenté, maduré, tuve épocas de “triunfo”, épocas de rotundos fracasos, pero siempre haciendo cosas, sin parar un solo día, en esa desesperada ansiedad por realizar, como si la vida fuese a terminar al día siguiente, agotando todas las reservas de energía como el atleta que sabe que está corriendo su última carrera.
A partir de 1964 dió comienzo mi actividad “profesional”, montando obras riesgosas (como “El jugador”, de Ugo Betti, que Buenos Aires había conocido a través del gran Vittorio Gassman, en su idioma original, en el desaparecido teatro Odeón) y fue recién en 1967 cuando mi puesta en escena de “El viaje”, del libanés Georges Schehadé, me consagró como “el director de moda”, al que era imprescindible brindarle todos los elogios posibles.
(En la imagen, arriba a la izquierda, una de las tantas notas en las que aparecía mi nombre y mi fotografía: Guillermo de la Torre, yo, Jaime Jaimes y Alicia Berdaxagar en el anuncio del estreno de una obra de Jacques Audiberti, en el Teatro de la Alianza Francesa, año 1964).
Después vino el desgaste; un crítico de “La Nación” llegó a escribir en sus venerables páginas: “Estoy harto de los espectáculos de Ariel Quiroga”. Más prudente, pero con parecida impiedad, Rómulo Berruti sentenció en Clarín: “Creo que ha llegado el tiempo de la reflexión para el ocupadísimo Ariel Quiroga”. ¡Qué va...!. A mí, como a la indomable Cristina Presidenta de hoy, “no me apretaba” ni frenaba nada ni nadie.
En el medio de todo ese trajín de hasta seis espectáculos en una misma temporada (1968, 1969), había estado la experiencia de Nuevo Teatro, al lado de Alejandra Boero, Pedro Asquini, Alterio, Pinti y tantos obreros más de la noble faena del teatro de compromiso social sin concesiones al mercantilismo... hasta que en 1974, cuando empezaba a sentir que ya lo había hecho todo (“Mal o bien, pero de prisa”, como exigía Barrault), apareció inesperadamente el proyecto TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, a partir de una entrevista a la que fui de mala gana, con un ignoto “director de cultura” de la UBA.
Y empezó a partir de allí lo que habría de ser mi genuina, mi apasionada, mi definitiva REALIZACIÓN para el teatro: el TUBA (lo que se inició como TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES y a partir de su quinta temporada, por exigencia de la propia Universidad, debió figurar en gacetillas y programas como TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES).
No volví a ver mi nombre en los diarios casi todos los días. Había una sección en la página de espectáculos de Clarín, llamada “Charlas de vestíbulo”, en la que siempre se habían ocupado con demasiada asiduidad de mis “intríngulis” con figuritas y figurones del ambiente actoral. Para nada les interesó en lo sucesivo lo que yo hacía (o no me dejaban hacer), en el Teatro de la UBA. ¡Cuánta pavada junta...!.
El TUBA pasó a ser mi ignota trinchera de combate durante los siguientes nueve años. Si por casualidad volvía a andar por la calle Corrientes, buscando textos para hacer en el TUBA en los polvorientos anaqueles de Moro, al encontrarme con algún viejo conocido del “mundillo” teatral, era común que se me preguntase: “Ariel, estabas en Buenos Aires... pensaba que te habías ido del país, como no se supo nada más de vos...”. Y con mucho orgullo (y cierto aire de soberbia también), yo les contestaba: “No me fui. Estoy aquí, a pocas cuadras, en Corrientes 2038, en el Teatro Universitario de Buenos Aires. Hacemos funciones todos los fines de semana y viene muchísima gente a vernos... no como antes, que a pesar de las buenas críticas, los espectadores los contábamos con los dedos de una mano y media”.
La diferencia de “tamaño” entre lo realizado por mí antes del TUBA y durante el TUBA, sin necesidad de abundar en mayores explicaciones, está dada por lo que a partir de estos últimos tres años (que son los de mi ingreso a la década de los setenta años), he necesitado volcar en los dos blogs (www.arielquirogacompromisoconlavida.blogspot.com) y www.arielquirogatuba.blogspot.com, en los que intento dejar testimonio para un improbable futuro de lo que fue mi modesto (aunque ferozmente combativo) pasar por este atribulado mundo.
Basta comparar el tamaño del contenido de uno y otro blog, para comprender lo que significó la posibilidad de haber concretado un TEATRO DE REPERTORIO en la Universidad de Buenos Aires, durante nueve años seguidos, a pesar de que la Universidad de Buenos Aires no haya querido reconocer su existencia durante sus gloriosos nueve años de desafiante existencia, ni en estos treinta años que siguieron a su injusta desaparición.
Si de algo pudiera servirle esta reflexión a los jóvenes que hoy andan pensando en dedicarse a algo relacionado con el hecho teatral, les digo que no vale la pena esforzarse por alcanzar éxitos personales, tan efímeros como los de aquella época en la que mi nombre salía todos los días en las “Charlas de vestíbulo” de Clarín.
Por el contrario, cuanta satisfacción, cuanto agradecimiento interior por lo que se ha vivido, se siente dentro de uno al evocar la otra época, de la que los diarios no se ocupaban, pero que fue la que contó: la del ÉXITO COMUNITARIO en el por siempre jóven Teatro Universitario de Buenos Aires.
El verdadero ÉXITO COMUNITARIO: la sala del TUBA,
en el viejo edificio de Corrientes 2038 donde actualmente está
el Centro Cultural Rojas, colmada de público de todas las edades,
pero fundamentalmente jóvenes






sábado, 24 de noviembre de 2012

SI EL TUBA NO HUBIESE EXISTIDO...

La existencia, durante nueve años seguidos (entre fines de 1974 y mediados de 1983), del único TEATRO UNIVERSITARIO en la historia de 191 años de la Universidad de Buenos Aires, debería haber merecido ya un análisis sociológico y sociocultural, evitado hasta hoy por todas las instancias que habitualmente intervienen en este tipo de temas.
Es probable (y hasta entendible), que el lapso en el que la historia del TUBA transcurre (1974 – 1983), conduzca en forma directa a una connotación con el mismo lapso en el que el exterminio ejercido desde el Estado obró con atroz impunidad.
Ahora bien: Que el TUBA no pactó ideológicamente con la Universidad en la que nació (y tuvo que morir), lo demuestra sin necesidad de exhaustiva búsqueda, el ideario de pensamiento que surge de su repertorio, hecho público a través de 1.163 representaciones con entrada libre y gratuita.
Pero si hiciera falta apelar a la consulta de elementos de documentación fehacientes, están las cartas dirigidas por su director-fundador (Ariel Quiroga), a los señores Rectores, Secretarios, Directores de Cultura, empleados subalternos y hasta ordenanzas de la Universidad de Buenos Aires; a la Asociación Argentina de Autores (Argentores); a miembros de número de la Academia Argentina de Letras y a los medios periodísticos escritos y radiales, exponiendo las carencias, trabas, persecuciones, prohibiciones y amenazas a las que fue sometido el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, desde diversos ámbitos (la Dirección de Cultura fundamentalmente), de la propia Universidad de Buenos Aires.
Aclarado esto (que no es moco de pavo), cabe preguntarse, a esta altura del enorme espacio en la web ocupado a partir de febrero de 2010 por este Blog, destinado a dejar testimonio de la existencia de aquel Teatro Universitario llamado “TUBA”, cuan importante (y hasta necesario) fue que el TUBA haya existido.
Los centros de estudiantes estuvieron clausurados en los años precedentes a la dictadura y durante ella, pero más allá de esa circunstancia temporal, tampoco ha tenido la Universidad de la postdictadura un ámbito de convergencia, donde los estudiantes, docentes, no docentes y graduados de las diferentes disciplinas científicas y humanísticas curriculares puedan encontrarse, dialogar, compartir inquietudes, convivir y presentarse a través de una actividad común al resto de la sociedad.
En el TUBA, pese a la terrorífica opresión reinante, eso fue posible.
No cuento con manera de elaborar hoy una estadística, ya que las miles de planillas de inscripción en los planteles del TUBA, a partir de la primer convocatoria de fines de 1974, quedaron en poder de la Dirección de Cultura al cerrarse el TUBA en junio de 1983... y seguramente no sobrevivieron a la prolija tarea de destrucción de todo lo vinculado a su historial.
Siempre menciono la cifra de “aproximadamente 1.600” como el número de inscriptos para participar en el TUBA en sus talleres actorales y escenotécnicos. Cuántos de ellos provenían de Medicina, de Derecho, de Letras, de Ciencias Económicas, de Arquitectura, de Filosofía, de Ciencias Exactas, de Psicología, de Veterinaria, de Odontología, de escuelas oficiales o privadas de teatro, de conjuntos “filodramáticos” de barrio, de coros parroquiales de la ciudad y el conurbano, de talleres literarios de bibliotecas o incluso de los ciclos secundarios del Carlos Pellegrini y el Buenos Aires... imposible saberlo.
Los nombres que permanecen en mi memoria de los que estuvieron más tiempo en la compañía, participando como actores, como iluminadores, como acomodadores de sala, como repartidores de volantes callejeros, como carpinteros, como organizadores de talleres de investigación dramática, como escenógrafos, como vestuaristas, como musicólogos, como acarreadores de decorados por la calle de una facultad a otra, como barredores de sala e higienizadores de los baños para el público, como traductores de textos de Racine o Goldoni (casos concretos de “Fedra” y de “El teatro cómico”, estrenada la primera y no dada a conocer nunca la segunda), como tiradores de cables de electricidad desde el tablero de la planta baja hasta el gimnasio abandonado del último piso de Corrientes 2038, como directores escénicos de obras del repertorio (“Los gorriones”, “Chejoviana”, “El zoo de cristal”, etc.), como copiadores de libretos en las viejas máquinas Olivetti, como teloneros, como ejecutantes de violín o de instrumentos de percusión, como visitantes noctámbulos en los programas de radio para tratar de conseguir un poco de difusión, como tantas y tantas cosas más... me llevan a acordarme de los futuros abogados, los futuros economistas, los futuros médicos, los futuros agrimensores y hasta los futuros jueces, porque en el TUBA participaron jóvenes con futuro o sin él; con familiares cercanos desaparecidos o habiendo permanecido ellos mismos en centros de detención ilegal; con madres que nos traían empanadas los domingos o con hijos muy chicos que cuidar; con días y hasta semanas sin pegar un ojo para terminar una entrega de arquitectura o con enormes libracos bajo el brazo para dar un parcial de derecho o de medicina, mientras se maquillaban para representar a Discépolo o a Valle Inclán en un rinconcito entre los telones del escenario, porque en el TUBA no había “camarines de actores”; con resfrios y fiebre, pero saliendo igual por las calles a repartir folletos de anuncio de las funciones gratuitas, en las puertas del cine Arte o del teatro San Martín, siempre seguidos de cerca por algún autito sin identificación...
Si el TUBA no hubiese existido, tantos cientos de jóvenes (integrantes de esa generación diezmada de los setenta) no hubieran tenido donde encontrarse, conocerse, hablar en secreto de lo que estaba pasando, compartir sus proyectos de vida, sus miedos, sus ansias, sus frustraciones, sus pequeños o grandes logros personales, sus sueños...
El TUBA no fue solamente un teatro, aunque desde su precario escenario se proyectó hacia la comunidad tanto teatro.
Bajo la máscara de la comedia o de la tragedia hubo cientos, tal vez miles de rostros reales que pudieron mostrarse a la luz, unos a otros, en medio del oscurantismo reinante.
Alguien debería advertir que, si bien la Argentina goza desde hace mucho de una democracia plena, ininterrumpible por siempre jamás, no estaría de más que la Universidad de Buenos Aires volviera a tener un ámbito participativo para los jóvenes provenientes de todas las disciplinas, como lo fue el TUBA en tiempos de dictadura.
(Fotos: "La marquesa Rosalinda", de Valle Inclán (Temporada 1981) y "La ofensiva", de Martha Lehmann (Temporada 1977). Máscaras y rostros de los jóvenes intérpretes del TUBA).


sábado, 17 de noviembre de 2012

EL CENTRO CULTURAL ROJAS DE LA UBA: EL LUGAR DONDE MUEREN LOS MAMÍFEROS

 
Durante decenas de años he tratado de buscar en la sede del Centro Cultural Rojas una respuesta a la negativa, a partir de su creación en el mismo lugar donde había estado durante nueve años seguidos el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el edificio remodelado de la Av. Corrientes 2038), frente a la posibilidad de que el TUBA volviese a existir.
De comiezo, allá por 1985 o antes (el TUBA se había tenido que cerrar en 1983) fueron las autoridades puestas por el gobierno radical las que me dijeron “NO” tajantemente.
El falaz argumento fue que “nosotros habíamos estado durante la dictadura militar”. Considero que es la historia misma del TUBA, expuesta con lujo de detalles en los cientos de capítulos de este Blog a partir de febrero de 2010, la que desmiente la velada o concreta “complicidad” que ese “ustedes estuvieron durante la dictadura militar” pretendía adjudicarnos.
Con el correr del tiempo, las autoridades y jefes de áreas del Rojas fueron cambiando. Entonces empezó otro tipo de argumento para justificar la negativa a que el TUBA volviese a existir: “Nosotros no sabemos nada de ese teatro; aquí no hay ningún antecedente de su existencia”.
Lógicamente, no lo había. Al Rojas yo había llevado en sucesivas ocasiones montones de programas, fotografías, soportes filmados y soportes de audio, reseñas, crónicas periodísticas...pero alguna mano anónima se debe haber encargado de destruir y tirar a la basura todo ese material.
Parafraseando el título de esa estupenda obra del chileno Jorge Díaz, escrita en 1963, el Rojas ha sido para la heroica historia del TUBA, una suerte de LUGAR DONDE MUEREN LOS MAMÍFEROS...
Ahora, a partir de febrero de 2010, está el Blog, con sus 258 capítulos (o “entradas”), que arrancan el 17 de febrero de 2010, con el capítulo titulado “SENTIDO DEL TEATRO HECHO CON JÓVENES UNIVERSITARIOS” hasta el inmediatamente anterior a este, fechado el 15 de noviembre de 2012, titulado “ECOS SONOROS DEL TUBA: “RELOJERO”, DE DISCÉPOLO, EL ESPECTÁCULO QUE LOS CHICOS DE SAN JUSTO HUBIERAN PAGADO “A PRECIO DÓLAR”.
Podrán los directivos y jefes de área actuales del Rojas seguir argumentando que “no saben qué fue aquello del TUBA” como para mantenerse en la negativa (en absoluto vinculante con la historia del TUBA), respecto de que pueda volver a existir en la Universidad de Buenos Aires un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO...?.
Los teatros universitarios existen desde hace siglos. Existen desde que empezaron a existir las universidades. En el Siglo XX, el ejemplo más recordable es el de “La Barraca”, de Federico García Lorca (del que me he ocupado varias veces a lo largo del Blog).
Hoy, en el evolucionado tecnológicamente Siglo XXI, los teatros universitarios están en todos los lugares del planeta donde haya una Casa de Estudios Superiores, y está la AITU (La Asociación Internacional del Teatro Universitario, con sede en Bélgica)... menos (incomprensiblemente “menos”) en la Universidad de Buenos Aires...
El Centro Cultural Rojas alberga todo tipo de disciplinas vinculadas al quehacer artístico. Nadie con dos dedos de frente podría interponer críticas a su expansivo accionar. Ante tan dinámica propuesta de posibilidades, sólo cabe una pregunta (y hasta la obligación de que desde el Rojas se dé de una vez por todas una respuesta): POR QUÉ NO PUEDE HABER UN TEATRO UNIVERSITARIO EN LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, DENTRO DEL ROJAS O FUERA DE ÉL...?.
Podrían preguntarme: “Señor Quiroga, usted hizo un Teatro Universitario durante nueve años; por qué tiene tanta necesidad, a sus años, de que vuelva a haber teatro universitario en la UBA...?
Y yo respondería: “Para que la historia del TUBA tenga un sentido de continuidad”.
Por si todavía hiciera falta, para ilustrar a los directivos y jefes de área del Rojas sobre los logros conceptuales y visuales del TUBA en relación con su extensa producción escénica a lo largo de nueve años de ininterrumpida labor, va a continuación un resumen de imágenes de sus más de cien espectáculos, convocantes de un público multitudinario, que tuvo oportunidad de asistir a los mismos en forma GRATUITA:

 


jueves, 15 de noviembre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: “RELOJERO”, DE DISCÉPOLO, EL ESPECTÁCULO QUE LOS CHICOS DE SAN JUSTO HUBIERAN PAGADO “A PRECIO DOLAR”

No es una broma eso del "precio dólar". Durante la temporada de “Relojero”, de Armando Discépolo en el Teatro de la Universidad de Buenos Aires (año 1978), vino a nuestra sala de Corrientes 2038 un contingente de chicos de una escuela primaria de la localidad de San Justo, en la provincia de Buenos Aires.
He hablado varias veces a lo largo de este Blog de la importancia de esa obra, escrita en 1934 pero con enorme vigencia todavía, puesto que trata un tema siempre actual: el rechazo de los hijos jóvenes a la forma de vida que sus padres tratan de imponerles, aferrados a la cautelosa teoría de que “hay que tratar de vivir como Dios manda”.
Lito, el hijo menor de ese padre taciturno, encorvado por su trabajo paciente de arreglar relojes, no acepta que la vida deba ser un sendero de resignado costumbrismo; apuesta al inconformismo y al riesgo de preferir “UN DÍA DE LEÓN ANTES QUE CIEN DE OVEJA”...!.
Los chicos de San Justo no quedaron indiferentes a ese enfoque transformador de la realidad que Discépolo propone en lo que habría de ser su último legado para la escena y en una revista casera que editaban en su colegio, que se llamaba “Nosotros”, escribieron: “Hemos visto “Relojero” en el Teatro Universitario y nos ha gustado mucho. El maestro no está de acuerdo, pero creemos que Lito es el que tiene la razón al pensar como piensa. Queremos que los demás grados vayan a verla, porque encima es gratuito, PERO VALE MÁS QUE SI LA ENTRADA HUBIERA QUE PAGARLA A PRECIO DÓLAR”.
¡Qué maravilla...!!! Cuánto hacíamos por difundir ideas nuevas desde nuestro humilde escenario del TUBA, aun en medio de una época tan oscura como la que se vivía en la Argentina en 1978...
Por entonces nos invitaron a un programa radial, por LRA Radio Nacional. La grabación tomada al aire de ese programa ha quedado un tanto ruidosa, pero así y todo considero que es un testimonio todavía válido hoy en día, a fines de 2012, para seguir demostrando a aquellos “que no quieren oir ni aceptar”, lo que significó esa esforzada, heroica existencia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA) entre 1974 y 1983... los años del Horror y los años en los que unos 1.600 jóvenes universitarios apostaron al Teatro como resorte alertador y movilizador de la conciencia colectiva.

sábado, 3 de noviembre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: AQUEL DOMINGO 5 DE JUNIO DE 1983: EL ÚLTIMO DÍA DE LA HISTORIA DE NUEVE AÑOS DEL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES...

Había estado haciendo mucho frio. El público de Buenos Aires, que siempre colmaba nuestra sala de Corrientes 2038 (el viejo barracón donde hoy, remodelado, está el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la UBA), no llegaba a ocupar las últimas filas de butacas. Dos días antes, el viernes 3 de junio, yo había presentado mi definitiva renuncia en la mesa de entradas del Rectorado.
El motivo...? Un mes atrás había muerto mi madre, mi única familia por entonces. El día de su inhumación en Chacarita, había concurrido a dictar la clase del Curso Regular de Drama.
Teníamos pendiente una invitación para realizar una breve temporada de quince días en el Teatro Auditorium de Mar del Plata, en donde habíamos estado el año anterior, un sábado de octubre, ofreciendo dos espectáculos en una velada interminable pero gloriosa: “El día que mataron a Batman”, de Daniel Hadis (estudiante de derecho e integrante del TUBA) y “Stéfano”, el grotesco de Armando Discépolo que representamos dos años seguidos, en 1981 y 1982.
En Mar del Plata íbamos a estrenar un texto del teatro nacional que hoy, fines de 2012, no se ha estrenado todavía: “El gajo de enebro”, de Eduardo Mallea y otro texto francés, tampoco conocido aun en nuestro país: “Fantasio”, de Alfred de Musset.
Ese viernes 3 de junio, pasado el mediodía, me había llegado la última respuesta del entonces Director de Cultura, Dr. Jorge Luis García Venturini: “Arréglense como puedan; pasajes y viáticos para el Teatro no hay, porque ustedes no son personal rentado de la Universidad”.
“Arréglense como puedan”, esa era la respuesta de la Universidad de Buenos Aires para los integrantes del elenco de teatro que llevaba su nombre y su emblema desde hacía nueve años.
Qué otra cosa se podía esperar de una Universidad que nos había dejado al abandono siempre; que nos había hostigado, perseguido, censurado y hasta amenazado...?
Ese domingo 5 de junio de 1983 fue la última función del TUBA en Corrientes 2038. Hubo algunas más hasta septiembre, en el auditorio de la Facultad de Derecho y en un sótano de Filosofía y Letras, que se hicieron prácticamente a escondidas.
Sacando fuerzas de un derrumbe interior en el que se mezclaban muchas cosas: la muerte de mi madre; el curso que iba a quedar interrumpido; los planes que teníamos elaborados para muchos años por venir; las más de 1.100 funciones realizadas en tantos lugares, desde el Cervantes hasta los almacenes de ramos generales en pleno campo... me dirigí al público e improvisé las palabras de despedida que voy a insertar a continuación.
En el mismo tramo de audio, va a estar el final de esa función última de un teatro universitario de repertorio que a partir de entonces iba a desaparecer para siempre, sepultada su memoria en el más cruel e injusto de los olvidos: es la voz enronquecida por la bronca de un íntérprete del TUBA, gritando a voz en cuello ese clamor del hombre humilde ultrajado por el mercantilismo, en “El poeta”, de Enrique Wernicke.
Con ese desgarrado: "Tratando de vivir... Viendo vivir..." y el descomunal aplauso que le siguió, se cerraba para siempre (hasta hoy) la historia del TUBA (1974 - 1983).
Queda algo por agregar sobre lo que fue, lo que quiso ser y lo que se le impidió ser al TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA)...?
 

 
 



viernes, 2 de noviembre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: “lAS COÉFORAS” - ESQUILO Y SU GRITO DE ADVERTENCIA PARA TODOS LOS TIRANOS

El sufrimiento humano es el tema principal en el teatro de Esquilo; un sufrimiento que lleva finalmente al conocimiento.
Mi país, Argentina, debió sufrir horrendos males antes de conocer cual debía ser su camino. Hoy, a fines de 2012, hace muchos años que los ciudadanos argentinos, con problemas diarios mayores o menores, nos hemos acostumbrado a vivir en democracia. Los jóvenes estudian o trabajan, merodean en las madrugadas por los boliches, sin temor a ser “chupados” por las fuerzas ilegales del poder represivo.
Qué distinta era la Argentina de fines de 1982, cuando el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES se atrevió a montar “Las coéforas”, segunda parte de la trilogía de Esquilo conocida como “La Orestíada”...!.
Había que animarse a gritar desde un escenario en pleno centro de Buenos Aires, en ese baluarte del TUBA que fue el edificio de Corrientes 2038, (donde hoy todos trabajan y crean en libertad en los espacios del Centro Cultural Rojas), “Y QUE MUERAN HOY LOS QUE AYER MATARON...!!!” o “LA MUERTE ES LA ÚNICA LEY PARA JUZGAR A LOS TIRANOS...!!!”.
Los del TUBA nos animamos, porque estábamos hartos del sometimiento. Las presiones, trabas y censuras que veníamos recibiendo desde hacía ocho años no provenían directamente de los cuadros represores de la dictadura; venían de parte de aquellos jefes y empleadas cerriles de la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires, de la que el Teatro estaba obligado a depender.
Es evidente que todos en esa Dirección de Cultura pensaban igual que los que usurpaban el poder. A la primera de cambio nos tildaban de “sucios y de zurdos” (curiosamente, para ellos los “zurdos” tenían que ser “sucios” necesariamente). Bastaba que yo llegase por las tardes a la sede de la Dirección de Cultura en el 9º piso de la calle Azcuénaga, con algunos libros de teatro bajo el brazo, para que “alguien” (qué ganas tengo de decir los nombres...!), esperase una distracción mía para ponerse desgaradamente a revisarlos. Esperaban encontrar panfletos subversivos...? No, sabían que ni yo ni los muchachos y chicas del TUBA andábamos en política. Nuestra razón de ser, nuestra trinchera de lucha, era EL TEATRO, con mayúsculas y la tarea de brindarlo gratuitamente a la mayor cantidad de espectadores de todos los sectores de la sociedad, principalmente los jóvenes. Aquello de revisar mis libros impunemente, no importándoles si yo me daba cuenta, era su burda, su estúpida ostentación de “poder”.
No importa. Esa gente no merece ni siquiera el tiempo perdido de un mal recuerdo. Importa, sí, recordar que hicimos “Las coéforas”, a fines de 1982 y que dejamos oir a grito pelado desde nuestro escenario la voz del furibundo Esquilo clamando por el derecho a la libertad, que él defendió no sólo en sus tragedias sino en unas cuantas sangrientas batallas.
Aclaración necesaria: La grabación integral de “Las coéforas” en el TUBA no quedó en buenas condiciones. Así y todo he decidido incorporar este fragmento de la escena final, porque revela el grado de entrega de los jóvenes intérpretes (el entonces muy jóven Gustavo Manzanal, en el rol de Orestes), en una especie de ceremonia tribal de infernales contornos, tal como Jean Louis Barrault define a “La Orestíada”, considerada con acierto “la más grande creación del espíritu humano”.




ECOS SONOROS DEL TUBA: EL FINAL DE LA TERCERA REPRESENTACIÓN DE “WOYZECK”... MINUTOS ANTES DE LA INFAME PROHIBICIÓN

Lo debo haber contado unas cuantas veces a lo largo de este Blog y no tengo ya ganas de repetirlo. Quien se interese por saber cómo fue que “Woyzeck” de Georg Büchner, fue prohibida por un Director de “Cultura” de la Universidad de Buenos Aires, minutos después de finalizada su tercera representación en la sala de Corrientes 2038, (hoy sede del Centro Cultural Rojas), en octubre de 1978, deberá recorrer hacia atrás las páginas de esta “Historia del TUBA”, que empecé a desbrozar de manera no cronológica, a partir de febrero de 2010.
Lo que quiero aquí, ahora, como parte de estos testimonios sonoros rescatados del archivo de grabaciones del TUBA, que con el correr del tiempo se fue diezmando y deteriorando, es acercar al conocimiento de los jóvenes del mundo, puestos a batallar desde los centros de drama universitarios por la permanencia del ejercicio escénico para mejora de la Humanidad, los minutos finales de esa tercera representación de “Woyzeck” en el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, a ver si alguien, en algún lugar del ancho mundo, encuentra en semejante texto, (verdadero canto en favor de la dignidad humana), algún atisbo de esa “propaganda marxista” que esgrimió aquel desdichado “director de cultura”, como pretexto para ejercer su poderío oscurantista, retrógrado y criminalmente aniquilador.

martes, 30 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: “STÉFANO”, DE DISCÉPOLO: DEL NÁPOLI LONTANO AL ARRABAL PORTEÑO; LA ÓPERA INCONCLUSA Y EL CANTO DEL POETA HACIA EL PORVENIR

Los espectáculos del TUBA (el Teatro de la Universidad de Buenos Aires, entre 1974 y 1983), llegaban al público con enorme intensidad. Más allá de los logros artísticos, había en el lenguaje escénico de los jóvenes universitarios una suerte de “portentosidad”, de entrega absoluta, desgarradora, que sacudía a los auditorios, fuese donde fuese: en la precaria sala de Corrientes 2038, donde se hacinaban cada fin de semana, con acceso gratuito, más de novecientas personas o en las aulas magnas de las facultades; en salas improvisadas en bibliotecas o centros culturales del conurbano o en las giras plagadas de dificultades a universidades del interior.
Ahora bien: hubo uno, entre los más de cien espectáculos que montó el TUBA en su historia de nueve años, que superó todos los “records” en cuanto a impacto emocional en el público y fue “STÉFANO”, el grotesco de Armando Discépolo que se revivió en 1981, a exactos diez años del fallecimiento del (probablemente) más grande dramaturgo y hombre de teatro argentino, pero que debió reponerse al año siguiente, en inagotada secuela de aprobación por parte de espectadores de todas las edades, aunque jóvenes en su mayoría.
Qué provocaba en la gente (sobre todo en los jóvenes) semejantes aclamaciones, gritos, lágrimas y también carcajadas, aplausos interminables y abrazos y besos a la salida de cada representación de “Stéfano” en el TUBA...?. Al fin de cuentas era una historia de derrotismo, de frustración, de miseria: el músico que había partido del Nápoles natal con un familión a cuestas, con sus padres campesinos, su mujer gastada y una caterva de hijos, en pos de la América esperanzadora, donde habría de componer una ópera a la altura de las de Verdi, pero que terminaba soplando el trombón en la banda municipal (como el propio padre de Discépolo), asfixiado por la opresiva miseria, por la hostilidad competitiva de un medio deshumanizado y cruel.
Es que por encima de tanta dolorosa decadencia, estaba el mensaje esperanzador hacia el joven poeta, el hijo estudioso al que el padre frustrado confiaba, minutos antes de morir, la realización de sus no concretados ideales: “Cante su canto, hijo mío, usted va a poder cantarlo...”.
Nadie sabía con certidumbre, en esa noche de horror en la que vivía la Argentina en esos años en los que la historia del TUBA transcurrió, cuántos estaban desapareciendo y muriendo por haber pretendido levantar las banderas de sus ideales. Tal vez lo sospechábamos o lo presentíamos, sin atrevernos a alzar la voz.
Pero brotaba desde el escenario del TUBA un secreto código acicateante, que alentaba el desafío: OTROS JÓVENES, EN ALGÚN MOMENTO NO MUY LEJANO, IBAN A PODER CANTAR SU CANTO A VOZ EN CUELLO...!
Guay de los que creen que, aniquilando a muchos, los jóvenes se terminan...

FINAL DE LA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DE LAS AMÉRICAS DE LA UNIVERSIDAD
NACIONAL DE CÓRDOBA - SEPTIEMBRE DE 1981
FRAGMENTO DE UNA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DEL TUBA (CORRIENTES 2038) - AÑO 1981
 
 OTRO FRAGMENTO DE UNA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DEL TUBA (CORRIENTES 2038) - AÑO 1981
 
OTRO FRAGMENTO DE UNA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DEL TUBA (CORRIENTES 2038) - AÑO 1981
 
ESCENA FINAL DE "STÉFANO"
EN EL TEATRO AUDITORIUM, DE MAR DEL PLATA
CON EL AUSPICIO DE LA UNIVERSIDAD DE ESA CIUDAD
OCTUBRE DE 1982 (HACEN EXACTAMENTE 30 AÑOS)

sábado, 27 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: EL FINAL DE “FEDRA”: RACINE Y VANGELIS EN EL DESCENSO A LA CASA DE LOS MUERTOS

“Fedra”, de Jean Racine (1639 – 1699), basada en la tragedia “Hipólito”, de Eurípides, no se había estrenado en nuestro idioma en la Argentina, cuando el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES se atrevió a darla a conocer, en su temporada del año 1980.
Se conocían y estudiaban las traducciones de Manuel Mujica Láinez y de Pedro Henríquez Ureña, pero conscientes de nuestro deber como centro de investigación dramática de la UBA, en un taller interno del TUBA nos ocupamos de hacer nuestra propia traducción.
El reparto de “Fedra” en el TUBA tuvo la característica típica de los teatros de repertorio: el rol de Fedra fue interpretado, alternativamente, por dos actrices: Elena Lloberas y Teo de Pascale, abogadas ambas, recibidas en la UBA y egresada del Conservatorio Nacional de Arte Escénico la segunda, aunque nunca antes había pisado un escenario.
El rol gravitante del hijastro de Fedra, ese joven Hipólito que es víctima del amor incestuoso de su madrastra, fue asumido por un estudiante de ingeniería: Ezequiel Adler y su padre Teseo estuvo a cargo de Jorge Fargas, también abogado y de extensa labor dentro de las filas del TUBA.
El resto del reducido elenco lo conformaron Mirtha Druck (Enona); Juan Ameroso (Terameno); Irene Moszkowski (Aricia); Diana Pogliaga (Ismena) y María C. Galati (Panopa).
El marco sonoro en el que se desarrolló la tragedia fue tomado de la banda sonora del film “Ignacio”, del por entonces desconocido en Argentina Evángelos Odiseas Papathanassiou, o sea: el más tarde super-popular Vangelis.
De una representación a cargo de la Sra. Teo de Pascale interpretando a Fedra, voy a insertar aquí los cinco minutos finales que servirán de prueba, para aquellos que con tanto empeño han relativizado la labor del TUBA como centro de drama de una importante Universidad, que su modo y estilo de “decir” en español el texto de la más augusta de las tragedias escrita en lengua francesa, no fue para nada desacertado.

jueves, 25 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: LA LEYENDA DE LA GRULLA Y EL TEMA DE LA CODICIA


Junji Kinoshita, nacido en Tokyo en 1914, ha influído decisivamente en la conformación del teatro japonés moderno, pese a sus arraigos en Shakespeare y en los cuentos populares antiguos. En su temporada de 1980, inaugurando la sala experimental en el gimnasio en desuso del último piso del edificio de Corrientes 2038, el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES montó, junto a otros seis espectáculos en alternancia, una obra de Kinoshita: “La grulla crepuscular”, inspirada en la leyenda medieval de la grulla herida, que al ser salvada por un campesino, se transforma en mujer para acompañarlo. La tierna historia de gratitud y amor termina desvirtuada por la codicia del campesino, que le exige a su esposa-grulla que teja una tras otra, sin parar, telas con sus propias plumas, para ser vendidas en el mercado de la ciudad. Con la última tela y casi sin fuerzas para poder remontar vuelo, la grulla-mujer abandona a su esposo-hombre, que paga el precio por su codicia demasiado tarde y sin comprenderlo.
Fue para el TUBA una experiencia más (muy bella en su concreción escénica), en pos de abordar estilos y géneros inexplorados o escasamente transitados por otros centros de investigación en el terreno de la dramática.
Teníamos una grabación completa de “La grulla”, pero hoy sólo quedan los escasos instantes finales de una representación de agosto de 1980. Unos ínfimos minuto y medio, que pueden servir aún de testimonio sobre la validez de este tipo de propuestas innovadoras, por parte de un centro de drama universitario tan combatido y negado no sólo en sus aciertos artísticos, sino en toda su existencia misma de nuevo años de labor en continuidad.

martes, 23 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: LA TRAGEDIA DEL VERANEANTE Y EL ÉXITO INUSITADO DE UNA GENIAL HUMORADA DE CHÉJOV

Ya desde los tiempos de Shakespeare y de Molière, las compañías teatrales siempre han necesitado del éxito para sobrevivir, porque el éxito significa rédito de boletería. Paradojalmente, el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES sobrevivió nueve años sin recaudar un solo peso, dado que el público accedía a sus espectáculos de fin de semana en forma gratuita. En su caso, el éxito no buscado como factor de subsistencia, fue (dicho de algún modo), muchísimo más auténtico.
El público, que asistía masivamente a las cuatro y hasta seis funciones que el TUBA ofrecía en la precaria sala de Corrientes 2038 entre los días viernes y domingos, era en definitiva nuestro mejor crítico, ya que los periodistas especializados rara vez acudían a juzgar nuestro trabajo, alegando que los fines de semana preferían dedicarlos al descanso.
“Por supuesto que debía sobrarles público, si no cobraban entrada...!”, podrán argumentar los excépticos, que nunca faltan. Y sin embargo, no todo era así, en realidad.
“La ofensiva”, de Martha Lehmann, estuvo todo un año en cartel, en la temporada de 1977, porque el público se divertía, se identificaba con los personajes...pero también era llevado a reflexionar sobre la necesidad de estar atentos, por las dudas que esa “ofensiva” llegara a concretarse en el momento menos pensado. En 1979, cuando estrenamos “El atolondrado”, de Molière, no sabíamos como hacer para frenar al público, que quería entrar a toda costa cuando la sala ya estaba colmada. “Stéfano”, de Armando Discépolo, puesta en escena en 1981, debió ser repuesta en 1982 y esta vez la consabida frase de los teatros comerciales “a pedido del público”, era absolutamente cierta.
Pero hubo producciones del TUBA encaradas con mucha seriedad y no pocos logros artísticos, a las que ese público presuntamente adicto en forma incondicional, no le prodigó el beneplácito de una abrumadora presencia. Fue el caso de “Miedos y soledades”, de Juan Carlos Ghiano; de “Fedra", de Racine; de “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán o de “La noche de San Juan”, de Ibsen, cuyo esteticismo más bien frío y distante no contribuyó a generar avalanchas de espectadores y se representaron no más de cuatro meses, con la sala del TUBA “aparentemente vacía”, que era la sensación que nos producía no ver jóvenes sentados en el piso, en los pasillos laterales o trepados a las tarimas del coro polifónico de ciegos, que se acumulaban detrás de la última fila de butacas.
Ahora bien: si hubo un ÉXITO que sobrepasó a todos los otros en la historia del TUBA fue el de la farsa en un acto de Anton Chéjov, titulada “Un trágico a la fuerza”. Figuró en el repertorio de las temporadas 1981; 1982 y 1983; se dió durante meses en la sala de Corrientes 2038 pero también en las aulas magnas y auditorios de las facultades de Derecho, de Medicina, de Ciencias Económicas; en el Centro Cultural del Tigre Hotel; en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata; en el salón de actos de la Universidad de Morón; en el centro cultural de Zárate y en varios lugares más que no recuerdo.
Fue nuestro “caballito de batalla” y el singular mérito interpretativo de uno de los integrantes del TUBA que permaneció por más tiempo en la compañía: Héctor Becerra, que había ingresado a fines de 1975 cuando era estudiante de arquitectura en la UBA; que en el '79 se recibió de arquitecto y que diseñó y realizó con sus propias manos varios de los decorados corpóreos del TUBA, entre los que cabe mencionar los de “La ofensiva”; “Stéfano”; “El gorro de cascabeles” y “El día que mataron a Batman”.
Si no estoy mal informado, Becerra reside desde hace unos cuantos años en Caracas, Venezuela y conduce los destinos del “Teatro Nacional Juvenil” de ese país del Caribe. Supo aprovechar, no cabe duda, la experiencia adquirida a fuerza de sudor y lágrimas (y muchos golpes, por cierto) en aquel TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, cuya historia tantos en la Argentina han decidido sepultar en el olvido o directamente abolir.
He aquí un fragmento de nueve minutos, tomado de alguna de las tantas funciones de “Un trágico a la fuerza”, de Chéjov, en el Teatro de la Universidad de Buenos Aires:



lunes, 22 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: AQUELLOS SAINETES...!

La “Cabalgata evocativa del Sainete Rioplatense” fue el primer espectáculo en el que participaron más de cien de los casi 250 inscriptos originales en la convocatoria que hizo la Universidad de Buenos Aires, a mi propuesta, para formar un Teatro Universitario de Repertorio, a mediados de 1974.
La foto de gran tamaño con que se abre este Blog, monocromática, corresponde al saludo final de la función de mayo de 1975, en la sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín, en la que esa Cabalgata de más de dos horas de duración comenzó su travesía nómade por los lugares más insólitos: parroquias, bibliotecas, salones de actos de colegios y facultades dependientes del rectorado de la UBA y hasta un cuartel de bomberos en la localidad de Florencio Varela.
Chicas y muchachos que en ese momento estudiaban carreras tan opuestas como la medicina o las ciencias económicas, las letras o el derecho, la geología o la computación científica, se transformaron de la noche a la mañana en los típicos personajes del arrabal orillero, para dar vida a sainetes breves y pasos de comedia, tales como “El debut de la piba”, de Roberto Cayol; “Tu cuna fue un conventillo”, de Alberto Vaccarezza; “Fumadas”, de Enrique Buttaro; “Los disfrazados”, de Carlos Mauricio Pacheco; “La fonda del pacarito”, de Alberto Novión; “Marta Gruni”, de Florencio Sánchez; “He visto a Dios”, de Francisco Deffilippis Novoa o “Entre bueyes no hay cornadas”, de José González Castillo.
Es precisamente de este último título que vamos a recordar un pasaje, que en su momento interpretaron un estudiante de derecho y un estudiante de ciencias económicas. Muchísimos de esos jóvenes que se animaron a emular a un Francisco Charmiello, a un José Podestá, a un Francisco Petrone, a una Leonor Rinaldi, a una Benita Puértolas o a un Luis Arata, con el transcurrir de los días, los meses y los años, se fueron perdiendo en eso que se suele llamar “las vueltas de la vida”. Alguna vez, con denodada entrega, con febril ilusión de intentar ser comediantes para llegar a la gente del pueblo que no está en condiciones de pagar una entrada en un teatro comercial,, le permitieron a la Universidad de Buenos Aires contar con un batallador Teatro de Repertorio, que podía abordar con similar idoneidad a Molière o a Discépolo; a Lope de Rueda o a Roberto Cossa; a Chéjov o a Enrique Wernicke; a Ramón del Valle Inclán o a Sófocles; a Esquilo o a Nemesio Trejo.
¡Cuánta injusta desmemoria...! ¡Cuánto injustificado desprecio...!

ECOS SONOROS DEL TUBA: “LA VIDA ES SUEÑO”: UN ANTICIPATORIO RECLAMO POR EL DERECHO A LA IDENTIDAD


Cuanto rodeó a la producción de “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca, en la temporada del año 1979 del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, tuvo ribetes de desafío a la espantosa dictadura en cuyo contexto transcurrió gran parte de la azarosa vida del TUBA.
El texto planteaba desde el vamos enormes dificultades para ser transmitido con total realismo por las juveniles voces de los intérpretes universitarios. En medio de una atmósfera de claroscuro, con un decorado que no era otra cosa que rollos de alambre retorcido; una iluminación en base a focos cenitales blancos y azulados; un vestuario en liezo gris similar al que se utiliza en una puesta del “Lohengrin” wagneriano y una alucinante envoltura musical ideada por Héctor Zeoli en base a improvisaciones que se grabaron en el órgano de la Basílica de Santo Domingo, “La vida es sueño” emergió desde el proscenio del TUBA, en la precaria sala de Corrientes 2038 (el edificio donde actualmente funciona el Centro Cultural Rojas), con una suerte de anticipatorio reclamo por ese DERECHO A LA IDENTIDAD que la dictadura militar en la Argentina pisoteó y abolió con tanta crueldad.
No me imagino cómo lograrlo, pero yo (Ariel Quiroga, fundador y director del TUBA), desde este, mi retiro definitivo en Mar del Plata, a los 72 años, querría que este breve fragmento de una función de “La vida es sueño” en el TUBA, fuese escuchado hoy, a 33 años de distancia de aquel entonces, por autoridades de la Universidad de Buenos Aires, del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, de los medios de comunicación que tan “oprimidos” y “perseguidos” se sienten en la actualidad por el gobierno democrático de la Sra. Cristina Kirchner... para que comprueben y terminen aceptando, (aunque quizás demasiado tardíamente), lo que significó que en tiempos de horrenda clausura aquel Teatro Universitario de Repertorio existiese; que se animase a clamar por el derecho a la libertad y el derecho a la identidad de la manera que lo hizo a través de textos de inapelable vigencia como “La vida es sueño”... y cómo, a pesar de tanta entrega, tanta pasión y tanta valentía por parte de esos cientos de jóvenes universitarios que altruístamente lo llevaron a cabo durante casi una década, su memoria ha sido maliciosamente borrada de todos los anales, al punto que desaparecido el TUBA en 1983, NUNCA MÁS (al menos hasta hoy, fines de 2012) HA VUELTO A EXISTIR UN TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO EN LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES.
 

domingo, 21 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: CHEJOV Y LOS MOMENTOS FINALES DE “EL CANTO DEL CISNE”

“Chejoviana” fue uno de los nueve espectáculos que conformaron el repertorio de la octava temporada del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, la de 1982. En una suerte de cabalgata con cierto clima de cabaret triste, con la música circense y un tanto macabra del ballet “El tornillo”, de Dimitri Shostakovicht, se daba vida a tres de los mágicos relatos de Chéjov: “Una corista”, “El malhechor” y “Un carácter enigmático”. Seguía luego la desopilante farsa sobre la vida de un veraneante, que ocupó en varias temporadas la cartelera del TUBA, titulada “Un trágico a la fuerza” y por último la velada se cerraba con ese desgarrador cuadro sobre la vida de un actor de teatro que se enfrenta a la hora decisiva de tener que abandonar las tablas, que es “El canto del cisne”. Valga el audio de los cinco minutos finales de una función de “Chejoviana” que encabeza esta entrada, registrados en la sala de Corrientes 2038 (hoy, asiento del Centro Cultural Rojas), para ratificar la vigencia del legado de ese grupo de jóvenes teatristas universitarios, que durante una década supo llegar al alma del público, sin mediar pago de entrada, logrando una respuesta de gratitud tan elocuente como lo eran, invariablemente, tan fervorosos y prolongados aplausos.
La borrosa fotografía incluída a continuación es el único recuerdo que quedó de esa festiva cabalgata final, con la que las huestes del TUBA celebraban el sabio humor de Chéjov, al compás del frenético ritmo del ballet "El tornillo", de Shostakovicht.

sábado, 6 de octubre de 2012

LA DEUDA

Tal vez lo he dicho en varios capítulos de este Blog, que nace en febrero de 2010, veintisiete años después que el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES tuviera que cerrar sus puertas, obligado por la propia Universidad de Buenos Aires. La Universidad de la dictadura (años 1976 a 1983) podía tener motivos para lograr la desaparición de ese Centro de Drama que nucleaba cientos de jóvenes universitarios por año; al que asistían miles de espectadores en forma gratuita (un promedio de 38.000 cada año) y en el que si bien se soslayaban los repertorios comprometidos políticamente, no había autor ni título de cada temporada en los que no se propagasen mensajes “encubiertos” sobre el derecho a la libertad, el derecho a la igualdad y el rechazo a los abusos de poder desde el Estado. (Ignorábamos que, encima, ese Estado que nos oprimía y nos censuraba, era un Estado genocida, como no lo había sido ningún otro en el pasado de la República Argentina, por autoritarios y demagógicos que hubieran sido unos cuantos). Jamás entenderé, hasta que alguien me lo explique con fundamentos lógicos, qué motivos tuvo la Universidad renaciente en democracia a partir de fines de 1983 y todos los sucesivos gobiernos universitarios hasta hoy en día, para haber sepultado en el olvido la heroica labor cumplida por el TUBA a lo largo de sus nueve años de existencia y menos podré entender cuales son los impedimentos, ahora que no hay genocidas gobernándonos ni amenazas de censuras ni persecuciones, para que esta Universidad de Buenos Aires, que cuenta con un espacio multidisciplinario como el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas en permanente expansión, no haya incorporado a sus proyectos de extensión extracurricular la creación de un nuevo TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, en cuyos talleres de experimentación pudiesen formarse nuevas generaciones de universitarios en la ejercitación práctica de los distintos quehaceres del drama representado, desde la mera función actoral hasta la de investigadores, ensayistas, escenógrafos, vestuaristas, directores de escena y también (por qué no...?), la de autores de ejercicios de dramaturgia enfocados en problemáticas sociales de la hora actual. Todas esas funciones y muchas más (la de carpintero, barredor de sala, acarreador de decorados por la calle, limpiador de baños, costurero de telones, electricista, repartidor de volantes por la calle, con lluvia o con sol radiante...) fueron cumplidas con entusiasmo digno de mejor suerte por aquellos cientos, (alrededor de 1.600) jóvenes que hicieron del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES su trinchera de combate, con enorme coraje y lozana alegría, entre 1974 y 1983. La Universidad de Buenos Aires, el Estado argentino, el pueblo de esta Argentina plagada de problemas, PERO EN DEMOCRACIA PLENA, tienen contraída una deuda para con toda esa muchachada, que hoy frisa los cincuenta y tantos años, y que sería muy fácil de saldar, sin necesidad de adquirir dólares en el mercado paralelo ni contraer empréstitos con el Fondo Monetario Internacional y otros depredadores por el estilo. La deuda con el TUBA se paga en un santiamén, casi en un abrir y cerrar de ojos: RECONOCIENO SU HISTORIA como parte de la historia de la Universidad de Buenos Aires... y abriendo el próximo martes 9 de octubre, luego del feriado, una convocatoria similar a la que, en octubre de 1974, se puso en precarios cartelitos en las pizarras de consulta de todas las facultades y colegios dependientes del Rectorado de la UBA: “SE INVITA A LOS ESTUDIANTES, DOCENTES, NO DOCENTES Y GRADUADOS A INSCRIBIRSE PARA LA FORMACIÓN DE UN TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO”. ¡Si lo que resta pagar de la deuda externa argentina fuera tán fácil de saldar...!!!!

domingo, 16 de septiembre de 2012

MARIA CALLAS: LA MUERTE URDIDA... Y BURLADA

Era septiembre de 1977, el domingo 18. Acababa de terminar la función de la tarde en el TUBA.Estábamos en pleno fragor del desarmado de “La ofensiva”, la obra de Martha Lehmann que veníamos representando desde marzo y que seguiríamos dando hasta fines de diciembre, totalizando las 83 funciones que fueron nuestro logro más rotundo (lo que las compañías profesionales llaman “éxito”). El enorme decorado corpóreo de “La ofensiva”, con paredes, techo, montones de muebles de estilo y un sinfín de elementos de utilería debía dar paso, en contados minutos, al despojado escenario de calle suburbana en donde transcurrían los diferentes esquicios de “El alma del suburbio”, una suerte de semblanza del Buenos Aires de ayer, en la que un payador (en realidad, un estudiante de ingeniería), recitaba los poemas de Evaristo Carriego y el resto del elenco animaba las estampas porteñas de “Entre bueyes no hay cornadas”, de José González Castillo; “A media noche”, de Pedro E. Pico y “Marta Gruni”, de Florencio Sánchez. En medio de ese ajetreado ir y venir de gente, decorados y muebles (qué difícil era esconder tantas cosas en los laterales estrechos del escenario de Corrientes 2038, donde además había que escamotear el enorme piano de cola del Coro Polifónico de Ciegos), apareció Gladys Merola, profesora de letras y muy meritoria actriz del TUBA y casi entre balbuceos, alcanzó a decirme: “El viernes murió María Callas”. Fatídico viernes 16 de septiembre de 1977, (del que se cumplen hoy 35 años) en que una muerte nunca explicada, se llevó de este mundo que tanto la había hostigado, combatido, negado en su colosal grandeza, a la siempre insegura, atribulada DIVINA. Apenas un corto tiempo después, ese aparente triunfo de la muerte se vió burlado, porque María revivió de esas cenizas imaginariamente dispersas en las aguas del mar Egeo (a dónde habran ido a parar las verdaderas...), para convertirse en el símbolo indiscutido, admirado sin reservas, del más perfecto, celestial, inalcanzable BEL CANTO. Tantos detractores imbéciles urdieron su muerte cuando aun gozaba de la plenitud de sus dones vocales, como otros tantos, convertidos en millones y en todas las latitudes del planeta, celebraron y celebran su continuidad de vida, su definitiva ETERNIDAD, gracias a las maravillosas grabaciones de estudio o de funciones y recitales tomados “en vivo”, que integran su prodigioso legado. Tantos detractores imbéciles urdieron la muerte del TUBA, cuando gozaba de plena vida, con sus funciones colmadas de público y sus repertorios de autores y obras jamás abordados por otros teatros, ni comerciales ni independientes... y sin embargo, aunque el TUBA haya muerto, abatido por el desamor de una Universidad reaccionaria y oscurantista, en junio de 1983... hoy, merced a este Blog que cuenta su historia y recorre el mundo todos los días, a todas horas, ha recobrado una vigencia impredecible y la seguridad de un permanente renacer de sus (también), desprolijamente dispersadas cenizas. MARIA CALLAS y el TUBA: dos muertes injustas... dos muertes felizmente burladas.
Al cumplirse en 1982 el quinto aniversario de la muerte de María, quisimos lograr un sortilegio: QUE LA CALLAS CANTASE EN EL TUBA. La temporada se abrió con una producción del célebre grotesco de Luiggi Pirandello “El gorro de cascabeles”, con un decorado corpóreo sencillamente descomunal (foto superior), que compartía la cartelera del TUBA con la primer obra de un estudiante universitario que, a regañadientes, la Universidad nos permitió estrenar: “El día que mataron a Batman”, del alumno de derecho e integrante del elenco Hugo Daniel Hadis. La escena final de “El gorro de cascabeles” era un verdadero pandemonium de gritos, amenazas y arranques de locura, en el que el genio pirandeliano pone de manifiesto, con suma ironía, cómo la calumnia se vuelve a menudo en contra de quienes la vierten con imprudente malignidad. Para acentuar el clima de delirio, de casi “irrealidad” de esa escena, se me ocurrió poner de fondo uno de los también demenciales momentos finales de la ópera de Vincenzo Bellini “I puritani”, en la impresionante versión del Palacio de las Bellas Artes de México City, de 1952, con María Callas y Giuseppe Di Stéfano como protagonistas, en una toma rescatada en vivo, que supera en mucho la grabación de estudio, con los mismos intérpretes, hecha al año siguiente. El público quedó sorprendido, deslumbrado y también muy confundido, no sabiendo cuándo aplaudir e interrumpiendo con sus aplausos el desarrollo de una suerte de pantomima cargada de irreverente sarcasmo. Al calmarse los ánimos y también la música de Bellini, renacía una aparente calma, (ese “de esto no se va a volver a hablar”, tan común en los pueblos de provincia, no sólo de Italia sino del mundo entero), subrayada por la melancólica tonada de “Fenesta che lucive”, en la voz de otro grande de la lírica: Franco Corelli. Quien desee escuchar esos cinco minutos y medio en los que Callas, Di Stéfano y Corelli “cantaron” en el TUBA, no tiene más que cliquear en la columna de la izquierda, primero en el año 2010 y luego en el mes de marzo, buscando en la lista de entradas que se abre a continuación, la del lunes 8 de marzo de 2010, titulada “PIRANDELLO, MARÍA CALLAS, DI STÉFANO... Y EL TUBA”.

viernes, 14 de septiembre de 2012

DESPERTAR EN LOS JÓVENES UNA PASIÓN: EL MAYOR LOGRO DEL TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES

Cuando en octubre de 1974 se lanzó la convocatoria en las carteleras de las facultades dependientes del rectorado de la Universidad de Buenos Aires para participar en un “teatro universitario de repertorio”, fueron más de doscientos los que acudieron a inscribirse en las oficinas de la Dirección de Cultura de la UBA, en el viejo edificio de Corrientes 2038. Ninguno de aquellos jóvenes alumnos de abogacía, medicina, ciencias económicas o veterinaria debía tener la menor idea de qué se trataba y por descontado, las torpes empleadas de aquella anquilosada “dirección de cultura” difícilmente podían estar en condiciones de aclarar sus dudas. Finalmente, en una tórrida tarde de noviembre, tuvo lugar la primer reunión con todos ellos en la polvorienta cancha de pelota del último piso de Corrientes 2038, en la que yo, que había lanzado la propuesta, hablé (según me contaron después), por espacio de casi tres horas sobre las bondades de “hacer vida de teatro dentro de un teatro”, algo muy diferente a inscribirse en un curso (pago) de actuación o en un taller literario (también pago, por supuesto). Lo que pasó a partir de allí con aquellos primeros jóvenes y los cientos (alrededor de 1.600), que vinieron después, en los sucesivos nueve años de la historia del TUBA, fue el resultado de un despertar de la pasión por las cosas, abordadas con altruísmo y vocación de servicio. Anoche, en esta confundida Argentina que no termina de encontrar su rumbo, hubo manifestaciones de protesta, cacerola en mano, por “la falta de libertad”, “la imposibilidad de adquirir dólares para viajar a Miami” y “la prepotencia del gobierno”, entre unas cuantas cosas más por el estilo. La mayoría de esa gente que salió a protestar está en contra de la apertura a los jóvenes hacia estímulos de pasión que puedan conferirle a sus vidas objetivos menos estúpidos que la participación en concursos de baile o en encierros en casas, en los que lo único válido es aplastar a los otros para conseguir unos pocos pesos y alguna esquiva notoriedad televisiva. Irrita que en la Argentina de los Kirchner se dé rienda suelta a los jóvenes para el ejercicio de la militancia. Igual que en 1974 y los años siguientes, hasta la derrota de 1983, irritaba a la Universidad oligárquica que un pujante TEATRO DE REPERTORIO hecho a pulmón y defendido por jóvenes entusiastas y heroicos, hiciese sus funciones con entrada GRATUITA y convocase a un promedio de 38.000 espectadores por año, provenientes de todos los sectores sociales de la comunidad y sobre todo de aquellos grupos de jóvenes o no tan jóvenes, que carecían del dinero para pagar una entrada en uno de los ilustres teatros comerciales manejados por empresarios. “Cristina, andate a Venezuela con Chavez”; “Cristina, no te tenemos miedo”, vociferaban algunas señoras bien arregladas, que no tenían miedo de que las cámaras de televisión las tomase en primer plano. En esta Argentina “sin libertad”, nadie tiene miedo de manifestar sus odios ni sus rencores. En aquella Argentina de 1974, cuando empezó el TUBA y en los años que siguieron de su historia, todas las noches, al salir del edificio de Corrientes 2038 o de alguna facultad en la que habíamos actuado, un automóvil con vidrios polarizados nos seguía a marcha lenta, como para hacernos saber que sabían donde estábamos y a dónde íbamos. A la madrugada, el teléfono de mi casa sonaba insistentemente y cuando mi madre me despertaba para que atendiese, una voz desfigurada me amenazaba de muerte. Habrá sonado el mismo teléfono en las casas de esas señoras (repito: bien arregladas), que se quejaban de la “falta de libertad” que padecen en estos días...?. Jóvenes de hoy: no se dejen amedrentar por quienes pretenden cercenar sus derechos al despertar de sus pasiones. Muchos otros, miles, tuvieron que padecer la tortura y la muerte sin tumba para que ustedes, hoy, puedan vivir a pleno su participación APASIONADA en los destinos de su Patria.

lunes, 10 de septiembre de 2012

LO QUE EL TEATRO NACIONAL CERVANTES APORTÓ AL TUBA... Y LO QUE EL TUBA APORTÓ A LA HISTORIA DEL TEATRO NACIONAL CERVANTES

Corría el mes de mayo de 1976. Dos meses atrás había sucedido el golpe de estado contra Isabel Perón, planeado por civiles y militares y al que la mayoría de los argentinos habíamos recibido con alivio. La violencia desatada entre grupos de extrama derecha y extrema izquierda asolaba las calles y la población sólo aspiraba a recuperar un poco de paz y tranquilidad... (Qué equivocación fatal...!!! Cuántos jóvenes habrían de pagarla con la derrota de sus ideales y la pérdida de sus valiosas vidas...!!!). El TUBA, el deambulante TUBA había terminado de montar su primer repertorio: las tres comedias clásica de Terencio, Plauto y Menandro, con las que se había presentado en lugares insólitos como el Complejo Turístico de Chapadmalal, la Biblioteca Popular de Olivos, el salón de actos de la empresa Subterráneos de Buenos Aires y el aula magna de la Facultad de Ingeniería, el mismo día en que un artefacto explosivo había estallado en una oficina del edificio de estilo greco-romano de la avenida Paseo Colón. El TUBA era por entonces un grupo itinarante, muy al estilo de La Barraca, de Federico García Lorca y recién en agosto de ese año lograría instalarse, por propia prepotencia, en el edificio de Corrientes 2038 donde transcurrió el resto de su historia hasta mediados de 1983 y donde hoy funciona el Centro Cultural Rojas. No teníamos nada y sin embargo teníamos MUCHO: un REPERTORIO, cosa que la mayoría de los grupos teatrales no procuran lograr o sencillamente no logran nunca. Un repertorio de alcance popular, sabio, cargado de ironía sobre el presente que nos tocaba sufrir, pese a datar de veinte siglos atrás. “La suegra”, de Terencio, es una joya de alucinante sagacidad; un retrato de la guaranguería y mediocridad social de cualquier época y cualquier lugar, donde esté en juego una herencia y la paternidad de un crío que viene en camino, pero cuyo origen paterno esté más que dudoso. “Los cautivos”, de Plauto, es algo así como la paradoja de una tragedia convertida en la más hilarante farsa, en la que la crueldad se transmuta en ternura y la risa en llanto y viceversa. (Qué genial esa escena de las escupidas, en la que el público llegaba a caerse al piso de sus butacas de tanto reir...). En cuanto a “El díscolo”, de Menandro, qué decir...?: baste comentar que inspiró a Molière su “Misántropo”, quizás su obra más profunda y actual. Y bien: teníamos un repertorio probado ante distintos públicos (la función en Ingeniería, ante cientos de jóvenes, había sido un triunfo descomunal), pero no había dónde representarlo. Y se me ocurrió pedir una audiencia en el Cervantes, que hacía tiempo estaba cerrado y sin actividad en puerta, con su director, el arquitecto y hombre de la cultura Néstor Suárez Aboy. Lo que parecía un delirio, salió bien y en pocos días la cartelera de hierro forjado del Cervantes sobre la avenida Córdoba anunciaba en letras enormes, la presentación del TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES y su REPERTORIO. Cómo fueron las funciones está contado en otro lugar de este Blog, pero agrego aquí que hubo un sábado, en que el Cervantes estuvo colmado hasta las galerías superiores y en el que las ovaciones del público, (salido vaya a saberse de dónde, porque no hubo publicidad previa), no terminaban nunca. (Quedó una grabación, por fortuna). El Cervantes le aportó al TUBA el reconocimiento de su propia IDENTIDAD. Seguiría siendo, por desgracia, “el grupo de teatro dependiente de la Dirección de Cultura de la UBA”, pero para la gente, la calle, el estudiantado, los jóvenes en general y el conglomerado de público de todas las edades que luego acudió masivamente a las funciones semanales en Corrientes 2038, iba a ser de ahí en más el TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES, o sea: el TUBA.
Vayamos ahora a la otra cuestión: qué le aportó el TUBA a la historia del Teatro Nacional Cervantes...?. NADA, me dirán de inmediato cuantos lean esto. Qué pudo haber aportado a semejante historia de esa gloria escénica legada por María Guerrero, los pocos días de actuación en su escenario de un “elencucho” de jóvenes aficionados sin demasiada formación previa...?. Los exégetas e historiadores que han escrito y sigan escribiendo la historia del Cervantes no lo consignan ni lo consignarán. En caso de tener que hacerlo, apuntarán a cierta responsabilidad política. Preferirán acotar que la actuación del TUBA, abriendo la temporada oficial del Cervantes del año 1976, se dió en el marco de los inicios de una era de terror genocida como no se registra otra similar en los anales de la República Argentina. Y sin embargo, inocente de esa connotación que a futuro podría adjudicársele, como tantos otros miles, millones de argentinos que no podía imaginar que iba a suceder lo que sucedió, lo que hizo el TUBA fue aportar a la historia del Cervantes el ÚNICO, hasta hoy, REPERTORIO EN ALTERNANCIA concretado por una compañía teatral nacional, ya que los únicos, hasta hoy, repertorios en alternancia que ostenta su historia son los aportados por compañías teatrales extranjeras: el Teatro de Francia, con Barrault y Madeleine Renaud a la cabeza; el Teatro Nacional Popular, con Jean Vilar y María Casares; el Old Vic de Londres; el Piccolo Teatro de Milán; la Comedia Francesa y tantos, tantos otros ilustres transitadores del sistema del REPERTORIO EN ALTERNANCIA. Han pasado por el Cervantes los nombres más señeros del teatro nacional, desde Orestes Caviglia y Milagros de la Vega hasta Osvaldo Dragún o Armando Discépolo; desde Violeta Antier hasta Ernesto Bianco o Eva Franco (imposible nombrar ni siquiera a una mínima parte de todos ellos), pero REPERTORIO EN ALTERNACIA (“La suegra”, “Los cautivos” y “El díscolo” en una misma semana, un día cada una), solamente, ÚNICAMENTE, lo hizo el TUBA, el TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES. Había que escribirlo en alguna parte... porque no hay otra reseña donde figure. Toda la historia que conocemos, la de los países, la de nuestra tierra, la de la Humanidad como un todo, estará tan plagada de tergiversaciones u omisiones, como la pequeña, ínfima pero heroica y esforzada HISTORIA DEL TUBA...?.