viernes, 2 de noviembre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: “lAS COÉFORAS” - ESQUILO Y SU GRITO DE ADVERTENCIA PARA TODOS LOS TIRANOS

El sufrimiento humano es el tema principal en el teatro de Esquilo; un sufrimiento que lleva finalmente al conocimiento.
Mi país, Argentina, debió sufrir horrendos males antes de conocer cual debía ser su camino. Hoy, a fines de 2012, hace muchos años que los ciudadanos argentinos, con problemas diarios mayores o menores, nos hemos acostumbrado a vivir en democracia. Los jóvenes estudian o trabajan, merodean en las madrugadas por los boliches, sin temor a ser “chupados” por las fuerzas ilegales del poder represivo.
Qué distinta era la Argentina de fines de 1982, cuando el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES se atrevió a montar “Las coéforas”, segunda parte de la trilogía de Esquilo conocida como “La Orestíada”...!.
Había que animarse a gritar desde un escenario en pleno centro de Buenos Aires, en ese baluarte del TUBA que fue el edificio de Corrientes 2038, (donde hoy todos trabajan y crean en libertad en los espacios del Centro Cultural Rojas), “Y QUE MUERAN HOY LOS QUE AYER MATARON...!!!” o “LA MUERTE ES LA ÚNICA LEY PARA JUZGAR A LOS TIRANOS...!!!”.
Los del TUBA nos animamos, porque estábamos hartos del sometimiento. Las presiones, trabas y censuras que veníamos recibiendo desde hacía ocho años no provenían directamente de los cuadros represores de la dictadura; venían de parte de aquellos jefes y empleadas cerriles de la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires, de la que el Teatro estaba obligado a depender.
Es evidente que todos en esa Dirección de Cultura pensaban igual que los que usurpaban el poder. A la primera de cambio nos tildaban de “sucios y de zurdos” (curiosamente, para ellos los “zurdos” tenían que ser “sucios” necesariamente). Bastaba que yo llegase por las tardes a la sede de la Dirección de Cultura en el 9º piso de la calle Azcuénaga, con algunos libros de teatro bajo el brazo, para que “alguien” (qué ganas tengo de decir los nombres...!), esperase una distracción mía para ponerse desgaradamente a revisarlos. Esperaban encontrar panfletos subversivos...? No, sabían que ni yo ni los muchachos y chicas del TUBA andábamos en política. Nuestra razón de ser, nuestra trinchera de lucha, era EL TEATRO, con mayúsculas y la tarea de brindarlo gratuitamente a la mayor cantidad de espectadores de todos los sectores de la sociedad, principalmente los jóvenes. Aquello de revisar mis libros impunemente, no importándoles si yo me daba cuenta, era su burda, su estúpida ostentación de “poder”.
No importa. Esa gente no merece ni siquiera el tiempo perdido de un mal recuerdo. Importa, sí, recordar que hicimos “Las coéforas”, a fines de 1982 y que dejamos oir a grito pelado desde nuestro escenario la voz del furibundo Esquilo clamando por el derecho a la libertad, que él defendió no sólo en sus tragedias sino en unas cuantas sangrientas batallas.
Aclaración necesaria: La grabación integral de “Las coéforas” en el TUBA no quedó en buenas condiciones. Así y todo he decidido incorporar este fragmento de la escena final, porque revela el grado de entrega de los jóvenes intérpretes (el entonces muy jóven Gustavo Manzanal, en el rol de Orestes), en una especie de ceremonia tribal de infernales contornos, tal como Jean Louis Barrault define a “La Orestíada”, considerada con acierto “la más grande creación del espíritu humano”.




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