martes, 11 de diciembre de 2012

LO QUE QUEDÓ DE LAS FILMACIONES DE LOS ESPECTÁCULOS DEL TUBA: “ÚLTIMAS IMÁGENES DEL NAUFRAGIO”

He apelado al título del metafórico film de Eliseo Subiela (“Últimas imágenes del naufragio”, 1989), para tipificar este compendio de escenas (o más bien “pantallazos”), de todo cuanto se había filmado en super-8 de casi todos los espectáculos concretados por el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (TUBA) a lo largo de su existencia de nueve años (1974 – 1983).
Filmábamos con una rudimentaria cámara alimentada por rollos de celuloide vencido (al estilo de los filmes neorrelistas de Rosellini, Visconti y Blasetti, en los primeros años de Cinecittá), pero con el tiempo las seis bobinas de celuloide, que almacenaban unas seis horas de filmación muda, se empezaron a deteriorar, perdiendo primero el color y luego la totalidad de la imagen.
Estos siete minutos que pude rescatar de aquellas filmaciones, en un laboratorio profesional recién en el año 2005, son al fin de cuentas una suerte de “apretada historia” de esa epopeya de entusiasmo y de libertad creadora que fue el TUBA, en medio de una época de terror represivo, dentro y fuera de la Universidad, en esa triste Argentina de “la generación diezmada”.
Pueden verse (muy a la disparada), momentos de “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán; de “Lucía Miranda”, de Miguel Ortega; de “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca; de “Fedra”, de Jean Racine; de “Blanco, negro, blanco”, de Alfonsina Storni; de “Leonce y Lena” y de “Woyzeck”, de Georg Büchner; de “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde; de “Relojero”, de Armando Discépolo (una secuencia con bastante continuidad); de “Los testigos” y “Los extraviados”, de Juan Carlos Ghiano; de “La sombra del valle”, de John Synge; de “Un trágico a la fuerza”, de Anton Chéjov; de “El poeta”, de Enrique Wernicke; de “Comedia de errores”, de Shakespeare y... ¡Oh, milagro...!, del primer espectáculo del TUBA (noviembre de 1974): la adaptación escénica del diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del alma”, al que en el proceso de empalme sonoro se le adosó, equivocadamente, al comienzo, parte de la grabación del sainete de José González Castillo “Entre bueyes no hay cornadas”.
Sea como sea: con enorme precariedad de medios, con iluminación inadecuada, con sonido torpemente adosado, estos siete minutos son hoy (a prácticamente 30 años de la desaparición del TUBA), la única posibilidad de verificar cómo era ese Centro de Drama cuando estaba vivo, desafiantemente vivo, palpitando hora tras hora durante nueve años seguidos el atrincherado desafío a una época atroz, a fuerza de coraje, pasión, altruísmo y vocación de servicio a la comunidad a través del verbo intemporal del teatro, de cientos de jóvenes universitarios puestos a humildes “transitadores de los tablados” (definición de Cátulo Castillo), desde los claustros de una Universidad que luego, devenida la aliviadora, definitivamente inderrotable Democracia en la Argentina, los ignoraría con soberbia e incomprensible indiferencia, tildándolos incluso de "cómplices" del terrorismo de Estado, una blasfemia que espera aún ser necesariamente reparada.




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