domingo, 25 de noviembre de 2012

EL “TAMAÑO” DE LO REALIZADO, O LA DIFERENCIA ENTRE “ÉXITO PERSONAL” Y “ÉXITO COMUNITARIO”

A partir de los diecisiete años, cuando comencé mi vida en el teatro en el elenco barrial llamado “Delfos”, hasta los cuarenta y seis, cuando con el cierre del TUBA decidí dar por finalizada mi “carrera” de hombre de teatro (aunque seguí haciendo algunas cosas durante algunos años más), mi contribución al mundo de la escena tuvo un mérito por encima de cualquier otro que pudiera adjudicársele: LO REALIZATIVO.
Aprendí, experimenté, maduré, tuve épocas de “triunfo”, épocas de rotundos fracasos, pero siempre haciendo cosas, sin parar un solo día, en esa desesperada ansiedad por realizar, como si la vida fuese a terminar al día siguiente, agotando todas las reservas de energía como el atleta que sabe que está corriendo su última carrera.
A partir de 1964 dió comienzo mi actividad “profesional”, montando obras riesgosas (como “El jugador”, de Ugo Betti, que Buenos Aires había conocido a través del gran Vittorio Gassman, en su idioma original, en el desaparecido teatro Odeón) y fue recién en 1967 cuando mi puesta en escena de “El viaje”, del libanés Georges Schehadé, me consagró como “el director de moda”, al que era imprescindible brindarle todos los elogios posibles.
(En la imagen, arriba a la izquierda, una de las tantas notas en las que aparecía mi nombre y mi fotografía: Guillermo de la Torre, yo, Jaime Jaimes y Alicia Berdaxagar en el anuncio del estreno de una obra de Jacques Audiberti, en el Teatro de la Alianza Francesa, año 1964).
Después vino el desgaste; un crítico de “La Nación” llegó a escribir en sus venerables páginas: “Estoy harto de los espectáculos de Ariel Quiroga”. Más prudente, pero con parecida impiedad, Rómulo Berruti sentenció en Clarín: “Creo que ha llegado el tiempo de la reflexión para el ocupadísimo Ariel Quiroga”. ¡Qué va...!. A mí, como a la indomable Cristina Presidenta de hoy, “no me apretaba” ni frenaba nada ni nadie.
En el medio de todo ese trajín de hasta seis espectáculos en una misma temporada (1968, 1969), había estado la experiencia de Nuevo Teatro, al lado de Alejandra Boero, Pedro Asquini, Alterio, Pinti y tantos obreros más de la noble faena del teatro de compromiso social sin concesiones al mercantilismo... hasta que en 1974, cuando empezaba a sentir que ya lo había hecho todo (“Mal o bien, pero de prisa”, como exigía Barrault), apareció inesperadamente el proyecto TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, a partir de una entrevista a la que fui de mala gana, con un ignoto “director de cultura” de la UBA.
Y empezó a partir de allí lo que habría de ser mi genuina, mi apasionada, mi definitiva REALIZACIÓN para el teatro: el TUBA (lo que se inició como TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES y a partir de su quinta temporada, por exigencia de la propia Universidad, debió figurar en gacetillas y programas como TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES).
No volví a ver mi nombre en los diarios casi todos los días. Había una sección en la página de espectáculos de Clarín, llamada “Charlas de vestíbulo”, en la que siempre se habían ocupado con demasiada asiduidad de mis “intríngulis” con figuritas y figurones del ambiente actoral. Para nada les interesó en lo sucesivo lo que yo hacía (o no me dejaban hacer), en el Teatro de la UBA. ¡Cuánta pavada junta...!.
El TUBA pasó a ser mi ignota trinchera de combate durante los siguientes nueve años. Si por casualidad volvía a andar por la calle Corrientes, buscando textos para hacer en el TUBA en los polvorientos anaqueles de Moro, al encontrarme con algún viejo conocido del “mundillo” teatral, era común que se me preguntase: “Ariel, estabas en Buenos Aires... pensaba que te habías ido del país, como no se supo nada más de vos...”. Y con mucho orgullo (y cierto aire de soberbia también), yo les contestaba: “No me fui. Estoy aquí, a pocas cuadras, en Corrientes 2038, en el Teatro Universitario de Buenos Aires. Hacemos funciones todos los fines de semana y viene muchísima gente a vernos... no como antes, que a pesar de las buenas críticas, los espectadores los contábamos con los dedos de una mano y media”.
La diferencia de “tamaño” entre lo realizado por mí antes del TUBA y durante el TUBA, sin necesidad de abundar en mayores explicaciones, está dada por lo que a partir de estos últimos tres años (que son los de mi ingreso a la década de los setenta años), he necesitado volcar en los dos blogs (www.arielquirogacompromisoconlavida.blogspot.com) y www.arielquirogatuba.blogspot.com, en los que intento dejar testimonio para un improbable futuro de lo que fue mi modesto (aunque ferozmente combativo) pasar por este atribulado mundo.
Basta comparar el tamaño del contenido de uno y otro blog, para comprender lo que significó la posibilidad de haber concretado un TEATRO DE REPERTORIO en la Universidad de Buenos Aires, durante nueve años seguidos, a pesar de que la Universidad de Buenos Aires no haya querido reconocer su existencia durante sus gloriosos nueve años de desafiante existencia, ni en estos treinta años que siguieron a su injusta desaparición.
Si de algo pudiera servirle esta reflexión a los jóvenes que hoy andan pensando en dedicarse a algo relacionado con el hecho teatral, les digo que no vale la pena esforzarse por alcanzar éxitos personales, tan efímeros como los de aquella época en la que mi nombre salía todos los días en las “Charlas de vestíbulo” de Clarín.
Por el contrario, cuanta satisfacción, cuanto agradecimiento interior por lo que se ha vivido, se siente dentro de uno al evocar la otra época, de la que los diarios no se ocupaban, pero que fue la que contó: la del ÉXITO COMUNITARIO en el por siempre jóven Teatro Universitario de Buenos Aires.
El verdadero ÉXITO COMUNITARIO: la sala del TUBA,
en el viejo edificio de Corrientes 2038 donde actualmente está
el Centro Cultural Rojas, colmada de público de todas las edades,
pero fundamentalmente jóvenes






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